martes, 10 de febrero de 2015

San Ignacio de Loyola

Íñigo López de Loyola nace en la casa-torre de Loyola, en la región vasca de Guipúzcoa, probablemente en 1491. Es el menor de una numerosa familia. En su juventud vive en Arévalo y en La Rioja, ambientes cortesanos que, junto con el gozo que le provocaba la lectura de novelas de caballería, alimentaban su deseo de convertirse en un caballero de renombre.

Sin embargo, un hecho arroja por tierra esos anhelos. En medio de la guerra entre Carlos de España y Francisco I de Francia, Íñigo es enviado a defender Pamplona del ataque galo. Aunque la toma de la ciudad es inminente, el vasco lucha valerosamente y anima a sus hombres… hasta que una bala de cañón le destroza una pierna y deja malherida la otra. Caído Íñigo, la resistencia no dura mucho más y los españoles son derrotados. El que aspiraba a convertirse en un gran héroe vuelve a Loyola transportado en camilla.

En su larga convalecencia, por no haber en la casa esas novelas caballerescas que con tanto gusto leía, Ignacio se adentra en las vidas de Cristo y los santos. Estos libros hacen germinar en él nuevos deseos y, tras los largos meses de recuperación, emprende nuevamente viaje, ya no como soldado, sino como peregrino. Jerusalén es el destino elegido; el sitio donde había vivido quien de ahí en adelante se convertiría en el sentido y fin de su vida: Jesús.

No obstante, otra vez Dios cambiaría sus planes. Al peregrino no le permiten quedarse en la Ciudad Santa y, tras sólo veinte días ahí, le obligan a marcharse. De vuelta en Europa, comienzan largos años de estudio: se da cuenta de que Dios lo quiere para “ayudar a las almas” y que requiere prepararse para ello. El hombre, que contaba ya con cerca de 30 años, comienza un verdadero itinerario académico que lo lleva a Barcelona, Alcalá, Salamanca… y finalmente a la Universidad de París. En estas ciudades vive pobremente, busca personas con quienes tener conversaciones espirituales, sirve a los pobres en los hospitales, reza y asiste frecuentemente a los sacramentos.

En esta época también cambia su nombre. ¿Creerá Íñigo que la traducción de su nombre vasco al latín es Ignatius? ¿O es devoción a San Ignacio de Antioquía? El hecho es que empieza a firmar con este nuevo nombre.

Prontamente el estudiante se da cuenta de que necesita compañeros para ayudar a las almas. Los primeros que se unen, en Barcelona, no lo siguen por mucho tiempo. Son los de París, sus compañeros de habitación Pedro Fabro y Francisco Javier, la base de la Compañía de Jesús. Se unen después Diego Laínez, Simón Rodríguez, Nicolás Bobadilla y Alfonso Salmerón, estudiantes de la Universidad de París. Todos han hecho los Ejercicios Espirituales con Ignacio. Los jóvenes provienen de distintos lugares de Europa. A Pascasio Broet, Claudio Jayo y Juan Coduri los atraerá Fabro. Todos predican, sirven en los hospitales, fomentan la devoción y la reforma de vida en otros. Cuando les preguntan por su grupo, responden que son “compañeros de Jesús”.

Hacen voto de ir a Jerusalén, al que agregan una cláusula para, en caso de ser imposible el viaje, presentarse al Papa para ser enviados donde haga falta. Son ordenados sacerdotes. Ignacio demora en celebrar su primera misa: quiere hacerlo en Jerusalén. Sin embargo, las guerras impiden el viaje. Entonces la que era sólo una cláusula se vuelve el plan a seguir: irán a Roma a ponerse a disposición del Sumo Pontífice.

Cerca ya de la Ciudad Eterna, en la capilla de La Storta, Ignacio ve en su oración que el Padre lo pone con su Hijo Jesús que carga la cruz. Le dice Cristo: “Les seré propicio en Roma”. Es la confirmación de que Dios quiere que se ofrezcan al Papa.

El ofrecimiento de estos 10 sacerdotes es bien recibido. El Papa los envía a distintos lugares. Dándose cuenta de que están a punto de separarse, los compañeros oran y disciernen: si Dios los ha hecho amigos en el Señor, ¿querrá Él que se separen? Deciden entonces congregarse por medio de un voto de obediencia a un superior, que los mantendrá unidos pese a la distancia física. Están fundando así una Orden religiosa.

Pese a su insistente oposición, Ignacio es elegido superior. Los años de vida que le quedan los pasa en Roma, formando jesuitas, escribiendo cartas, distribuyendo y animando a sus compañeros, pero por sobre todo trabajando en las Constituciones que dan forma a la nueva Orden: hay que dejar en claro “nuestro modo de proceder”. Sus primeros compañeros se reparten por el mundo: Francisco Javier llega hasta Japón, otros a Portugal, otros a la Alemania de Lutero.

El 31 de julio de 1556 muere Ignacio en Roma, viendo cumplidos sus deseos para los últimos años de su vida: han sido aprobados por la Iglesia el libro de los Ejercicios Espirituales, la Compañía de Jesús y sus Constituciones. El que era un grupo de diez compañeros ahora cuenta con más de mil jesuitas repartidos por los cinco continentes.

El 12 de marzo de 1622 la Iglesia lo declara santo, el mismo día que a su amigo y compañero Francisco Javier.

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