domingo, 28 de febrero de 2016

Beato Bartolo Longo


Bartolo Longo nació en Latiano, en las cercanías de Brindisi, ubicada en el tacón de Italia, el 10 de Febrero de 1841. Sus padres fueron Bartolomé (médico) y Antonia Luparelli (hija de un magistrado). Desde niño se manifiesta muy ingenioso, vivo y de carácter ardiente. A los seis años fue llevado a un internado de los Padres Escolapios, en Francavilla Fontana. Allí hizo toda su primaria y secundaria (11 años). El resto de sus estudios lo realizó en Lecce y Nápoles. Aquí termina sus estudios de derecho en 1864, a los 23 años. Era de temperamento apasionado, su estructura o lo conducía al cielo o al infierno; jamás a un lugar intermedio. Era elegante, buen mozo e inteligente.

En la Universidad se enreda en la moda anticristiana de la época y se dedica a la política, a las supersticiones y al espiritismo: llegó a ser “medium” de primer rango y sacerdote espiritista. Fue su tiempo de alienación juvenil, de búsqueda desenfrenada. El estudio, las diversiones, la música (tocaba piano) y los amigos llenaban su días. No sobraba tiempo para la oración. Y Dios fue desapareciendo de día en día. Por otro lado, la filosofía de Hegel y el racionalismo de Renán lo tenían totalmente atrapado. Empezó a odiar a la Iglesia, organizando conferencias contra ella y alabando a los que criticaban al clero.

Esta experiencia paradójicamente le sirvió de peldaño para redescubrir la fe definitivamente. En este proceso, fueron instrumentos de Dios especialmente dos personas: un profesor amigo (Vincenzo Pepe) y un sacerdote dominico (el Padre Alberto Radente).

Su conversión, acaecida el día del Sagrado Corazón de Jesús de 1865, en la Iglesia del Rosario de Nápoles, le llevó a tomar decisiones radicales: abandonó la vida forense y se dedicó a obras de caridad y al estudio de la religión. Incluso renunció a propuestas muy ventajosas para la vida matrimonial.

Dios quiso elegir a este hombre pecador como instrumento para propagar su gloria con la construcción de un santuario dedicado a la Santísima Virgen María, que más tarde se llamaría Santuario de Nuestra Señora del Rosario de Pompeya. Allí, otros pecadores irían a encontrar perdón y paz.

En 1872 se radica en Pompeya por motivos profesionales: la condesa De Fusco le confió la administración de sus propiedades. Le impactó profundamente la miseria humana y religiosa de los pobres campesinos. A raíz de una inspiración especial decide dedicarse al catecismo y a la difusión del Santo Rosario.

En 1876, bajo sugerencia del Obispo de Nola, inicia la “campaña de un 'sueldo mensual'” para construir un templo en Pompeya. Como resultado de la cooperación humana y la intercesión prodigiosa de María surge un hermoso Santuario. Y en torno a esta construcción nace una ciudad mariana, enriquecida con numerosos institutos de caridad.

El “milagro de Pompeya” es producto de cincuenta años de trabajo incansable, ardiente e inteligente. Miles de niños abandonados recibieron ayuda, un hogar. Miles de personas se dieron a la oración, gracias a los escritos de San Bartolo Longo. Millones de peregrinos visitaron a la Virgen en su nuevo Santuario.

En 1885, siguiendo los consejos de amigos y superiores, San Bartolo Longo contrae matrimonio con la condesa De Fusco, que así se convierte en su colaboradora fiel y generosa. El 9 de Febrero de 1924 muere Mariana De Fusco a los 88 años de edad, siguiéndola el santo italiano, dos años después, el 5 Octubre de 1926.

En 1934 se inicia el proceso canónico para la beatificación; en 1947 Roma emite el decreto de introducción de la causa del Siervo de Dios; y el 26 de Octubre de 1980 Juan Pablo II lo proclama Beato. “Sobre todo puede decirse de él sin exagerar –afirma el Papa en esa oportunidad– que toda su vida fue un servicio permanente a la Iglesia, en nombre de María y por amor a Ella... El Rosario en sus manos, nos dice también a nosotros cristianos del S. XX: "¡Ojalá vuelva a despertarse tu confianza en la Santísima. Virgen del Rosario... Santa, venerada Madre, te traigo todas mis preocupaciones, en ti deposito toda mi confianza, toda mi esperanza!”.

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