lunes, 29 de febrero de 2016

Santa María Isabel Hesselblad

Nació en Fâglavik, Âlvsborg (Suecia) en 1870, en el seno de una familia luterana. Transcurrió su infancia por diversos lugares, siguiendo a su familia que por motivos económicos buscaban lugares de trabajo.

En 1886, para contribuir al sostenimiento económico de la familia, se fue a trabajar a Kârlosborg y después a Estados Unidos donde estudió enfermería en el hospital Roosvelt de Nueva York. Así se dedicó a asistir a los enfermos a domicilio, este trabajo fue muy duro para ella porque no estaba muy bien de salud. El contacto con los enfermos católicos la llevaron a su conversión en 1902, en el convento de la Visitación de Washington. 

En Roma recibió el sacramento de la confirmación y vio claramente que debía dedicarse a la unidad de los cristianos. En la casa de Santa Brígida de Suecia en Roma, tuvo la inspiración de que aquel convento era su lugar. 

Regresó a Estados Unidos, sin embargo aunque no se encontraba muy bien de salud, en 1904, dejó todo e ingresó en la Orden del Santísimo Salvador de Roma. En el silencio y la oración conoció el profundo amor de Cristo, cultivó y difundió la devoción de santa Brígida y de santa Catalina de Suecia, y siempre tuvo una especial preocupación espiritual por su país.

En 1911 refundó la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida con la misión de orar y trabajar por la unión de los cristianos de Escandinavia con la Iglesia Católica. En 1931, tuvo la alegría de obtener perpetuamente por parte de la Santa Sede, la iglesia y la casa de Santa Brígida de Roma que llegaron a ser el centro de la Orden. 

Durante y después de la Segunda Guerra Mundial realizó una intensa obra de caridad a favor de los pobres y de los perseguidos por el racismo; promovió un movimiento por la paz con los católicos y no católicos, trabajando fuertemente en el ecumenismo.

La esperanza en Dios y en su providencia la sostuvo en cada momento de su vida, sobre todo en las horas de prueba, de la preocupación y de la cruz. Tuvo gran respeto por la libertad religiosa de los no cristianos y de los no católicos que recibió en su casa. Practicó la justicia de Dios y hacia el prójimo, la templanza, el dominio de sí, el alejarse de los honores de las cosas del mundo, la humildad, la obediencia.

Vivió con gran entereza una dolorosa enfermedad que la llevó a la muerte en olor de santidad, en 1957. 

Fue beatificada por el papa Juan Pablo II el 9 de abril del 2000. Será canonizada durante este año, por el Papa Francisco.

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