miércoles, 25 de enero de 2017

Beato Edmundo Bojanowski

Edmundo Bojanowski fue parte de una noble familia, nació el 14 de noviembre de 1814 en Grabonóg en el ducado de Poznan. Estudió filosofía en la universidad de Breslavia en el 1835 y luego en Berlín. 

Hacia la mitad del siglo XIX Polonia fue dividida y sometida a las tres naciones vecinas, Rusia, Prusia y Austria, y hasta que se independizó en 1918, hubieron orgullosas revueltas y rebeliones creando imprevistas variantes en los ambientes socio-político e industrial; frente a estos trastornos, que crearon vastas fajas de pobreza, Edmundo decidió ayudar a las clases más necesitadas, laborando en la enseñanza y en la evangelización de las poblaciones campesinas.

Empezó con el abrir guarderías para los niños, primero en el Ducado de Poznan y luego en las provincias de la Polonia Menor y Slesia; volviéndose así un pionero en la asistencia a la infancia en los campos. 

Para poder dar estabilidad y futuro a sus instituciones, fundó el 13 de mayo de 1850, la Congregación de las “Esclavas de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios"; las monjas en buena parte provinieron de las zonas rurales; y de los campos hizo contratar a chicas, que después de oportuna preparación, trabajaban en las guarderías. Él las preparó intelectual y moralmente.

Las monjas también tuvieron la tarea de interesarse en las chicas y las madres, a través de las llamadas "noches", para prepararlas en los compromisos de una familia cristiana, insertando así el fermento de la fe católica, en el mundo campesino. 

Con buenos libros organizó salas de lectura, con las monjas ocupadas en ayudar a los pobres y asistir a los enfermos, básicamente dolientes por la soledad de los campos. En el 1849 la epidemia de cólera que golpeó la región lo vio en primera fila, y solicito la ayuda de las Hijas de la Caridad de Poznan.

Obtuvo prestigiosos reconocimientos, en 1857 fue llamado a la Sociedad de los ´Amigos de la Ciencia´ de Poznan; en el 1863 presidió la Conferencia de Sam Vicente de Paul en Gostyni; en el año1869, a los 55 años, entró en el Seminario a Gnienzo, pero en 1871 tuvo que salir de él por la rápida decadencia de su salud, con gran pena, porque deseaba consagrarse completamente a Dios; pero su santificación tuvo que ocurrir en el estado laical, por lo demás, de laico indicó el camino de la vida espiritual y escribió las reglas para sus monjas; algún tiempo después en Italia también hubo un fundador laico parecido, Bartolo Longo también él beato

De Edmundo Bojanowski nos ha legado su ´Diario´ y varias cartas todavía inéditas; murió en Górka Duchowna (Poznan) el 7 de agosto de 1871; a su muerte existían dos noviciados, 197 monjas y 40 Casas. Posteriormente, como consecuencia de la política de la repartición de Polonia se tuvieron que abrir cuatro Congregaciones distintas cada una con su correspondiente Casa Matriz, actualmente en Luboń (Poznan), Wroclawm, Debica y Stara Wies con unas 4000 monjas esparcidas por el mundo.

El Papa Juan Pablo II, durante su séptimo viaje apostólico a Polonia, lo beatificó, era el 13 de junio de 1999, en ceremonia realizada en Varsovia. 

Es una de las más grandes figuras de la católica Polonia, que en mucho se adelantó, con su rica actividad, a lo que el Concilio Vaticano II ha dicho sobre el tema del apostolado de los laicos.

Santa Úrsula Ledóchowska

Julia María nació el 17 de abril de 1865 en Loosdorf, Austria. Sus ascendentes directos fueron eclesiásticos, consagrados, militares y hombres de estado. Sus padres eran el conde Anton Halka Ledochowski y la condesa Josephine Salis-Zizers, de nacionalidad polaca y suiza respectivamente. El cardenal Mieczyslaw, arzobispo de Gniezno-Poznan, que fue primado de Polonia y prefecto de la Congregación para la Propagación de la Fe, era tío paterno suyo. Anton había enviudado de su primera mujer de la que tuvo tres hijos, y luego contrajo nupcias con Josephine. Julia fue la segunda de los seis nuevos vástagos de este segundo matrimonio, entre los cuales hubo religiosos relevantes.

La primogénita, María Teresa, fundadora de las misioneras de San Pedro Claver, fue beatificada por Pablo VI. Su hermano Wladimir fue general de la Compañía de Jesús, y otro de sus hermanos, oficial de alta graduación, murió a manos de los nazis en el campo de concentración de Dora­Nordhausen. Su padre, que se ocupaba de la educación de todos ellos, solía leerles biografías de santos, de héroes polacos, y les introducía en el mundo del arte y de la cultura, completando la formación que les proporcionaban profesores particulares. Josephine aportaba su fortaleza y energía, una alegría que contribuyó a realzar la felicidad y paz características del hogar. Por otro lado, el compromiso eclesial y la solidaridad circulaban por la casa como el aire; la presencia de sacerdotes y religiosos era constante.

Julia tuvo la fortuna de ser educada en este selecto ambiente y crecer instada por sus progenitores a la urgencia del amor. Sus hermanos admiraron en ella su espíritu sensible, generosidad y alegría. Estudió lenguas, pintura y música. Cuando en 1873 se produjo un grave revés financiero y tuvieron que abandonar la idílica villa en la que vivían para afincarse en la localidad germana de St. Pölten, acudió al centro regentado por las religiosas fundadas por Mary Ward. En 1883 se trasladaron a Lipnica Murowana, Polonia.

Al morir su padre en 1885 aquejado de viruela, su tío, el cardenal, se ocupó de todos. Al año siguiente Julia ingresó en el convento de las ursulinas de Cracovia. Allí tomó el nombre de María Úrsula de Jesús. Era audaz, sensible, disciplinada, emprendedora, tenía gran celo apostólico, talento y una visión certera y creativa. Pero, por encima de sus cualidades como estratega en bien del apostolado, sobresalía su donación sin paliativos a Cristo, sin componendas, sin vuelta atrás. Exquisita en su trato, no permitía que las visitas tuvieran que esperarla. Si le sugerían posponer la entrevista por hallarse ocupada, respondía: «Nunca debemos pedir a Jesús que espere». Obtuvo el título de maestra y luego el de capacitación para enseñar en lengua francesa. Fue una gran formadora. De 1904 a 1907 ejerció como superiora en Cracovia, etapa en la que abrió el campo educativo de las ursulinas. A instancias del padre Constantino Budkiewicz, párroco de la iglesia de Santa Catalina, fundó un internado para estudiantes.

Pío X vio que era una mujer de gran empuje, y le propuso evangelizar Rusia. Vistiendo civilmente, Julia partió a San Petersburgo con una hermana. En 1908 sería nombrada superiora de la casa que abrieron. Viviendo en clandestinidad y bajo vigilancia policial, porque el gobierno ruso se había percatado de su intensa actividad, desafió las hostilidades que se cernían sobre la Iglesia actuando a través de varios frentes apostólicos dirigidos a la juventud universitaria y a los adultos. Extendió estas acciones a Finlandia donde puso en marcha una clínica para personas sin recursos. Allí se involucró en el ámbito ecuménico entre católicos de varios ritos y ortodoxos. En 1914 en el fragor de la Primera Guerra Mundial por ser austriaca fue expulsada, y emigró a Suecia, Dinamarca y Estocolmo. Dejaba tras de sí en cada lugar su sello apostólico: centros para huérfanos y niñas, escuelas de idiomas, etc.

En 1915 estableció la primera congregación mariana para universitarios, e impulsó cursos dirigidos por las mentes teológicas más preclaras del momento. En 1918 creó en Aalborg, Dinamarca, una escuela de economía doméstica y un orfanato. Después de regresar a Polonia en 1920, a requerimiento de los padres camilos colaboró con el comité de ayuda a las víctimas de la guerra que había fundado el conocido escritor polaco Henryk Sienkiewicz. Entonces afrontó graves problemas para integrar su casa y su obra educativa en la naciente Unión de las Ursulinas polacas que había concebido para asistir a pobres, enfermos y desamparados. El nuncio apostólico en Polonia, Achille Ratti, futuro Pío XI, la confirmó en esa misión: «Permaneced en el puesto que os ha indicado la misma providencia». Ese año la Santa Sede la autorizó a transformar su convento autónomo de San Petersburgo en la congregación de Hermanas Ursulinas del Sagrado Corazón de Jesús Agonizante.

Trabajó entre los indigentes, abrió numerosos centros de educación, impartió catequesis, compiló ediciones de libros para niños y jóvenes, fue artífice de revistas, dictó conferencias, y fundó en 1925 la Cruzada Eucarística juvenil. De este sacramento extrajo su fortaleza y caridad. Fue un remanso de paz para todos al margen de orientaciones ideológicas, políticas y religiosas. «Mi opinión política es el amor de Dios y de mi país», respondió a un diplomático en una ocasión. Murió en Roma siendo superiora general el 29 de mayo de 1939. Su cuerpo se conserva incorrupto. Juan Pablo II la beatificó el 20 de junio de 1983, y la canonizó el 18 de mayo de 2003.

Beato Federico Ozanam

Federico Ozanam nació en Milán el 23 de abril de 1813, tercer hijo del matrimonio Juan-Antonio Francisco Ozanam y Maria Nantas. Federico, dice el mismo, que da gracias al Señor por el don de sus padres profundamente cristianos.

Este seglar del siglo XIX, cristiano en un mundo secularizado, fue un auténtico profeta de su tiempo en la Iglesia a la que él "ama con gran amor y sumisión". Federico realizó sus estudios secundarios en Lyon y su carrera universitaria en París. Durante un periodo de su adolescencia tuvo grandes problemas de orden espiritual, pero se confió a la dirección del abad Noirot, gran filósofo, que le ayudó a superarlas, él mismo escribe "he prometido a Dios dedicar mi vida al servicio de la verdad que me colma de paz".

En tiempos de revolución en la sociedad y en la Iglesia, Ozanam y sus amigos se propusieron tener, además de las conferencias de historia, las conferencias consagradas a la caridad, unir la acción a la palabra y afirmar con las obras la vitalidad de su fe. 


En 1833 con un grupo de siete amigos fundó la Sociedad de San Vicente de Paúl, al que eligen como patrono. El mayor de ellos Emmanuel Bailey, 39 años, Federico 20 años, sólo uno del grupo era más joven que él. Cuando deciden ir al encuentro de los pobres Emmanuel Bailey les envía a Sor Rosalía Rendu, Hija de la Caridad, gran apóstol y sierva de los desheredados del barrio parisino de Saint-Médard. El estilo de las conferencias es la visita domiciliaria, la relación directa con el que sufre. Hoy las conferencias se han extendido por todo el mundo.

Federico como hijo, marido, padre y amigo, dotado de una rara sensibilidad, impresionó profundamente a todos aquellos que lo conocieron. 

Fue testigo de la Caridad en toda su vida personal, familiar, profesional y cívica. Expresó un deseo ardiente "Es necesario abrazar el mundo en una red de caridad". Fue fiel defensor de los pobres. 

Fue Profesor titular de derecho comercial, en la Facultad de Lyon, y más tarde profesor de Literatura Extranjera en la Sorbona.

Por motivos de salud tuvo que abandonar la enseñanza, que ejercía como un apostolado, dedicó sus últimas fuerzas a la investigación científica y a la Sociedad de San Vicente de Paúl.

Tras una larga enfermedad murió a los 40 años en Marsella, el 8 de septiembre de 1853 en una actitud de total entrega a Dios.

Fue beatificado en 1997.

Beata Sor Rosalía Rendu

Jeanne Marie Rendu nace el 9 de septiembre de 1786 en la aldea de Confort, Francia. Sus padres son pequeños propietarios que llevan una vida sencilla. La Revolución de 1789, anticlerical, causa confusión y desunión en la Iglesia. La familia Rendu, aun arriesgando su vida, acoge a algunos sacerdotes perseguidos, entre ellos al Obispo de Annecy. La educación cristiana de Jeanne Marie está marcada por este tiempo de persecución. Hará su primera comunión una noche, en el sótano de su casa, a la luz de unas velas.

A la edad de 10 años, la muerte de su padre y la de su hermanita pequeña en el intervalo de unos meses la conmueven fuertemente. Consciente de su responsabilidad de ser la mayor, ayuda a su madre, ocupándose de sus dos hermanas pequeñas.

Cuando de nuevo reina la paz, la señora Rendu, envía a su hija a las religiosas ursulinas que tienen un pensionado en Gex. Jeanne Marie va a veces al hospital de la ciudad y allí descubre el servicio que las Hijas de la Caridad prestan a los enfermos y a los pobres. y siente, cada vez con más fuerza, la llamada de Dios a unirse a ellas.

El 25 de mayo de 1802 entra en la Compañía de las Hijas de la Caridad, en París. Unos meses más tarde, la destinan al barrio Mouffetard donde recibe el nombre de Rosalía. Allí permanecerá 54 años, curando, socorriendo, consolando a todos los que sufren. Hombres, mujeres y niños trabajan durante largas horas en las insalubres fábricas. Los salarios eran poco elevados, las enfermedades atacan a los pobres obreros, quienes ven acentuarse su miseria.

Para responder a las múltiples necesidades que percibe, Sor Rosalía, con las Hermanas de su Comunidad, abre sucesivamente un dispensario, una farmacia, una escuela, un orfanato, una guardería, un patronato para las jóvenes obreras y una casa para ancianos sin recursos. El impulso de caridad que anima a esta Hermana es comunicativo: varias señoras de la clase rica aportan su ayuda financiera. Estudiantes deseosos de poner en práctica su vida cristiana acuden a Sor Rosalía para pedirle consejo; será éste el comienzo de la Sociedad de San Vicente de Paúl.

Durante las Revoluciones de 1830 y 1848, la vemos junto a todos los que sufren, cualesquiera que sea el campo al que pertenezcan. Sube a las barricadas para socorrer a los heridos y protege a todos los que se refugian en su casa. Arriesgando su vida, se interpone entre los que luchan diciendo: “Aquí no se mata ”.

En 1852, Napoleón III manda imponerle la Cruz de la Legión de Honor, homenaje del gobierno por toda la obra llevada a cabo en ese barrio tan miserable de la capital.

Su muerte, el 7 de febrero de 1856, provoca una gran emoción en todos los ambientes sociales de París. Por delante del coche fúnebre caminaba una ola silenciosa, en la que fraternalmente se confundían todas las clases sociales.

Sor Rosalía fue beatificada por Juan Pablo II el 9 de noviembre de 2003

Beata María Assunta Marchetti

Assunta fue la tercera de los once hijos de Carolina Guillarduci y Angelo Marchetti. La primera entre sus hermanas. Nació en Lombrici de Camaiore, provincia de Lucca, Toscana, Italia, en el día 15 de agosto de 1871. Fue bautizada en la Coleggiata de Camaiore, pero sus primeras experiencias de Dios las vivió en Lombrici. Luego en Camaiore cuando era adolescente y joven. Seguramente, en los estudios, no pasó de la primaria. 

Era muy prendada para los servicios de la casa, con los menores, con las manualidades. Por su constitución física robusta y saludable sustituía, cuando necesario, el papá o el hermano José en la lida en el molino. Retrasó su entrada en el Carmelo para ayudar a la mamá debilitada en la salud y con tantos hijos pequeños. El año 1892 fue para ella un tiempo de profundas emociones: José Marchetti, su hermano, fue ordenado sacerdote a los 23 años lo que ciertamente le fue de gran consolación y júbilo. Pero, en este mismo año se le murió el papá. Un motivo más para posponer su ingreso en el Carmelo de Camaiore.

El corazón y la mente de Assunta Marchetti estaban totalmente orientados a la vida de clausura, aspiraba profundamente una vida de aislamiento, silencio, oración y trabajo. Un día, P. Marchetti llegó a la casa cuando volvía del según viaje a Brasil acompañando a los emigrantes italianos en la travesía. Había hecho una cosa muy buena para los niños italianos huérfanos: un orfanato en donde se les brindaría una educación integral. Le dijo que 250 niños esperaban por cuidados de todos los tipos: físico, espiritual, cultural, psicológico, social y profesional. “Son niños y son italianos” le decía él. Como resistía y seguía adelante con su idea de enclaustrarse, P. Marchetti le pidió que fuera preguntar al Sagrado Corazón de Jesús que es que pensaba al respeto.


Assunta comprendió que Dios le para cambiar su proyecto personal para abrazar aquel que Marchetti le presentara: la misión. Desde este instante Assunta fue la madre, la hermana, la enfermera, la educadora, la sierva de los huérfanos y abandonados en el exterior. Jamás volvió, o deseo volver atrás. Fue misionaria a tiempo pleno de los más pobres en la migración.

Con sus compañeras: Carolina Guillarduci (superiora), Maria Franceschini y Angela Larini (vocacionadas de P. Marchetti en Compignano), se fue a Brasil pasando -el 25 de octubre de 1895- por Piacenza para recibir el envío y el Crucifijo (compañero inseparable) de las manos del beato Juan Bautista Scalabrini, fundador de la Pía Sociedad para los emigrantes a la cual pertenecía P. Marchetti, esta fecha es considerado el día de la fundación de la Congregación de las Hermanas Misioneras de San Carlos Borromeo – Scalabrinianas, en la época: Siervas de los Huérfanos y Abandonados en el Exterior. Fue el único día en que estuvieron reunidos el fundador Beato Monseñor Juan Bautista Scalabrini y los dos co-fundadores Siervos de Dios Padre José Marchetti y Madre Assunta Marchetti. Al año siguiente, 14 de diciembre de 1896, P. Marchetti agotado por las fatigas apostólicas entrega su bella alma a su creador y único Señor. La superiora de la pequeña comunidad, Carolina Guillarduci, no soportando la altísima presión que sobre ella cayera con aquella muerte, abandona la comunidad y vuelve a Italia. La Hermana Assunta sigue con su misión, ahora mucho más exigente y sufrida: sin José y sin Carolina. Las dos compañeras se enferman, también por las carencias sufridas. Una muere en 1899 y la otra en 1901.

En 1900 junto con sus compañeras escribe a Scalabrini pidiendo protección, pues las Hermanas que él había mandado para ayudarlas quería cambiar todo: nombre, misión, hábito. Sin una respuesta directa tuvo que callarse y obedecer por siete años. Después que los dos institutos se separan, ella organizó otro noviciado por orden del obispo del lugar. Luego en 1912 Madre Assunta y sus compañeras hacen los votos perpetuos y ella es nombrada, por el ordinario del lugar, Superiora General de las Hermanas Misioneras de San Carlos Borromeo – Scalabrinianas. En 1927 una vez más, nuestro instituto sufrió otro cisma, de esta vez con las Clementinas que querían cambiar nombre, misión y hábito. Hubo intervención de la Santa Sede. Una vez más Madre Assunta debe tomar en manos el timón de la Congregación. Es electa Superiora General.

En 1934 debe escribir la historia el instituto y con el auxilio de un escribano recuenta en una breve reseña el camino recorrido por las Hermanas MSCS hasta aquel año.

En 1948, el 1 de julio, en paz consigo y con todos descansa para siempre en el Señor luego de comulgar en las horas de la mañana. Todos y todas sabían en su corazón que una santa se había muerto. La Congregación estaba segura y consolidada. En este mismo año sus constituciones fueron aprobadas y pasó a ser de derecho pontificio.

Fue beatificada el 25 de octubre de 2014, en San Pablo, Brasil.

Beato Juan Bautista Scalabrini

Juan Bautista Scalabrini nació y fue bautizado el 8 de julio de 1839 en Fino Monasco (Como, Italia). Era el tercero de ocho hijos de una familia muy religiosa, de clase media. Estudió en el instituto «Volta de Como». Ingresó en el seminario diocesano, donde realizó sus estudios de filosofía y teología. Recibió la ordenación sacerdotal el 30 de mayo de 1863. Durante sus primeros años de sacerdocio fue profesor y luego rector del seminario comasco de San Abundio; en 1870 fue nombrado párroco de San Bartolomé.

Nombrado obispo de Piacenza por el Papa Pío IX, recibió la consagración episcopal el 30 de enero de 1876. Desarrolló una actividad pastoral y social muy amplia: visitó cinco veces las 365 parroquias de la diócesis, a la mitad de las cuales sólo se podía llegar a caballo o a pie; celebró tres sínodos, uno de ellos dedicado al culto eucarístico, difundiendo entre todos los fieles la comunión frecuente y la adoración perpetua; reorganizó los seminarios y reformó los estudios eclesiásticos, anticipando la reforma tomista de León XIII; consagró doscientas iglesias; fue incansable en la administración de los sacramentos y en la predicación; impulsó al pueblo a profesar un amor activo a la Iglesia y al Papa, fomentando la verdad, la unidad y la caridad.

Practicó de forma heroica la caridad asistiendo a enfermos del cólera, visitando a los enfermos y a los encarcelados, socorriendo a los pobres y a las familias en desgracia, y siendo generoso en el perdón. Salvó del hambre a miles de campesinos y obreros, despojándose de todo, vendiendo sus caballos, así como el cáliz y la cruz pectoral que le regaló el Papa Pío IX.

Fundó un instituto para sordomudas, sociedades de mutua ayuda, asociaciones obreras, cajas rurales, cooperativas y otras formas de Acción católica.

Pío IX lo definió «apóstol del catecismo », porque hizo lo posible para que lo enseñaran en todas las parroquias bajo forma de escuela, incluso para los adultos. Ideó y presidió el primer Congreso catequístico nacional de 1889 y fundó el primer periódico catequístico italiano.

Ante el desarrollo dramático de la emigración italiana, que se convirtió en fenómeno de masas, desde el comienzo de su episcopado se hizo apóstol de millones de italianos, que vivían en otros países, a menudo en condiciones de semi-esclavitud, y corrían el peligro de abandonar su fe o la práctica religiosa.

El 28 de noviembre de 1887, fundó la congregación de los Misioneros de San Carlos (Escalabrinianos), aprobada por León XIII, para proporcionar asistencia religiosa, moral, social y legal a los emigrantes. Impulsó a santa Francisca Javier Cabrini, la madre de los emigrantes, a partir rumbo a América en 1889 para encargarse de los niños, los huérfanos y los enfermos italianos. Él mismo fundó, el 25 de octubre de 1895, la congregación de Hermanas Apóstoles del Sagrado Corazón. De sus enseñanzas nacieron en 1961 las Misioneras Seglares Escalabrinianas.

Su intensa actividad episcopal tenía su origen e inspiración profunda en una fe ilimitada en Jesucristo. Su programa era: «Hacerme todo a todos para ganarlos a todos para Cristo». Estaba profundamente enamorado de la Eucaristía: pasaba horas en adoración delante del Santísimo; durante la jornada le hacía muchas visitas y hasta quiso ser sepultado con todo lo necesario para la celebración de la santa misa.

Sentía gran pasión por la cruz y una tierna devoción a la Virgen, que se manifestaba en sus homilías y peregrinaciones a santuarios marianos. Este amor le llevó a entregar las joyas de su madre para la corona de la Virgen.

Falleció el 1 de junio de 1905, fiesta de la Ascensión del Señor. Sus últimas palabras fueron: «¡Señor, estoy listo. Vamos!».

Fue beatificado el 09 de noviembre de 1997, por su Santidad Juan Pablo II.

San Alfonso María Fusco

Alfonso María Fusco, primogénito de cinco hijos, nació el 23 marzo 1839 en Angri, provincia de Salerno, diócesis de Nocera-Sarno, del matrimonio Aniello Fusco y Giuseppina Schiavone, ambos de origen campesino y educado desde el nacimiento en sanos principios de vida cristiana y el santo temor de Dios. Se casaron en la Colegiata de San Juan Bautista el 31 enero 1834 y por cuatro largos años la cuna preparada con tanto amor quedó desoladamente vacía.

En Pagani, a poca distancia de Angri, se conservan las reliquias de San Alfonso María de’ Liguori. En el año 1838 Aniello y Giuseppina fueron a su tumba para rezar. En esa circunstancia sintieron decir al redentorista Francesco Saverio Pecorelli: « Tendrán un hijo varón, lo llamarán Alfonso, será sacerdote y seguirá la vida del Beato Alfonso».

El niño demostró rápidamente un carácter suave, dulce, amable, amante de la oración y de los pobres. En la casa paterna tuvo profesores sacerdotes eruditos y santos que lo instruyeron y lo prepararon para su primer encuentro con Jesús. A los siete años recibió la Primera Comunión y en seguida la Confirmación.

A los once años manifestó a sus padres el deseo de hacerse sacerdote y el 5 noviembre 1850 «espontáneamente y solamente con el deseo de servir a Dios y a la Iglesia», como él mismo declaró mucho tiempo después, entró en el Seminario Episcopal de Nocera de Pagani.

El 29 mayo 1863 fue ordenado sacerdote por el Arzobispo de Salerno, Mons. Antonio Salomone, entre el regocijo de su familia y el entusiasmo del pueblo de Angri. Se distinguió bien pronto entre los sacerdotes de la Colegiata de San Juan Bautista de Angri por su celo, por su dedicación al servicio litúrgico y por la diligencia en administrar los sacramentos, especialmente la confesión, donde mostraba toda su paternidad y comprensión por el penitente. Se dedicaba a la evangelización del pueblo con una predicación profunda, sencilla e incisiva.

La vida diaria de don Alfonso era la de un sacerdote diligente que llevaba en su corazón un viejo sueño. En los últimos días de seminario, una noche había soñado que Jesús Nazareno le había pedido, apenas fuese ordenado sacerdote, fundar un Instituto de religiosas y un orfanato para niños y niñas.

Fue el encuentro con Maddalena Caputo en Angri, una joven de carácter fuerte y decidido, que aspiraba a la vida religiosa, lo que empujó a don Alfonso a acelerar el tiempo para la fundación del Instituto. El 25 septiembre, la señorita Caputo y otras tres jóvenes se retiraron al oscurecer, a una casa destartalada de Scarcella, en el distrito de Ardinghi en Angri. Las jóvenes querían dedicarse a su propia santificación, a través de una vida de unión con Dios, de pobreza y de caridad, y a través del cuidado e instrucción de los huérfanos pobres.

Así fue fundada la Congregación de las Hermanas Bautistinas del Nazareno; la semilla cayó en buena tierra, en aquellos cuatro corazones ardientes y generosos y a través de privaciones, luchas, oposiciones, y pruebas el Señor la hizo desarrollar abundantemente. La Casa Scarcella fue conocida rápidamente como la Pequeña Casa de la Providencia.


Empezaron a llegar otras postulantes y las primeras huérfanas y, con ellas, las primeras dificultades. El Señor, que hace sufrir mucho a quien ama mucho, no ahorró penas ni sufrimientos al Fundador y a sus hijas. Don Alfonso aceptó siempre las pruebas, a veces muy duras, manifestando una completa conformidad a la voluntad de Dios, una heroica obediencia a los superiores y una inmensa confianza en la Providencia.

La tentativa injusta del Obispo diocesano, Mons. Saverio Vitagliano, de remover, por culpa de una serie de acusaciones falsas, a don Alfonso como director de la obra; la negativa a abrirle la puerta de la casa en Via Germanico a Roma, de parte de sus mismas hijas, causado por un deseo de división; las palabras del Cardenal Respighi, Vicario de Roma: «Ha fundado una comunidad de hermanas competentes que han hecho su deber. ¡Ahora retírese!»; entre otros, fueron para él momentos de gran sufrimiento. Lo vieron rezar con un corazón angustiado, como Jesús en el huerto, en la capilla de la Casa Madre en Angri y en la Iglesia de S. Joaquín en Prati (Roma).

Don Alfonso no dejó mucho escrito. Preferiría hablar con su testimonio de vida. Las breves frases, ricas de sabiduría evangélica, que se pueden sacar de sus escritos y de los testimonios de los que lo conocían, son rayos que iluminan su vida sencilla, su gran amor por la Eucaristía, por la Pasión de Jesús y su filial devoción a la Virgen Dolorosa. Repetía frecuentemente a sus Religiosas: «Hagámonos santos siguiendo a Jesús de cerca... Hijas, si viven en la pobreza, en la castidad y en la obediencia, resplandecerán como estrellas arriba en el cielo».

Dirigía el Instituto con gran sabiduría y prudencia y, como padre amoroso, cuidaba sus Religiosas y las huérfanas. Tenía una ternura casi maternal para todos, especialmente para las huérfanas más necesitadas; para ellas había siempre un lugar en la Pequeña Casa de la Providencia, aún cuando el alimento era escaso o simplemente faltaba. Entonces don Alfonso tranquilizaba a sus hijas preocupadas, diciendo: «No se preocupen, hijas mías, ahora voy a ver a Jesús y Él proveerá». Y Jesús respondía con rapidez y gran generosidad. ¡Para quien cree todo es posible!

En el tiempo en que la instrucción era un privilegio de pocos, negada para los pobres y las mujeres, don Alfonso no ahorraba ningún sacrificio con tal de dar a los niños una vida tranquila, el estudio y la preparación necesarias para una ocupación digna, de manera que, una vez adultos, pudieran vivir como ciudadanos honrados y cristianos comprometidos. Quería también que sus Religiosas empezaran pronto a estudiar, para estar preparadas para enseñar a los pobres y, a través de la instrucción y evangelización, preparar los caminos de Jesús, especialmente en los corazones de los niños y jóvenes.

Su voluntad tenaz, totalmente anclada a la Divina Providencia, la colaboración sabia y prudente de Maddalena Caputo que, con el nombre de Sor Crocifissa, fue la primera superiora del naciente Instituto, el estímulo continuo por el amor de Dios y el prójimo, permitieron el desarrollo extraordinario de la obra en breve tiempo. Las muchas peticiones de asistencia para un número siempre mayor de huérfanos y de niños empujó a don Alfonso a abrir nuevas casas, primero en la región de la Campania y posteriomente en otras regiones de Italia.

El 5 febrero 1910 se sintió mal durante la noche. Pidió y recibió los Sacramentos, y la mañana del domingo 6 febrero, después de haber bendecido, con brazo tembloroso, a sus hijas que lloraban alrededor de su cama, exclamó: «Señor, te doy gracias, he sido un siervo inútil». Después se volvió hacia las Religiosas y dijo: «Del cielo no os olvidaré, rezaré siempre por vosotras». Y se quedó dormido tranquilamente en el Señor.

Rápidamente se difundió la noticia de su muerte, durante todo ese día, se formó una fila de personas que lloraban diciendo: «¡Ha muerto el padre de los pobres, ha muerto el santo!».

Su testimonio ha sido una fuente de vida y de gracia en particular para las Religiosas, hoy difundidas en cuatro continentes.

El 12 febrero 1976 el Papa Pablo VI reconoció sus virtudes heroicas y el Papa Juan Pablo II el 7 octubre 2001 proclamandolo beato, lo ofrece como ejemplo a los sacerdotes y lo indica a todos como modelo de educador y protector especialmente de los pobres y necesitados.

El martes 26 de abril de 2016 el Papa Francisco autorizó la promulgación del decreto mediante el cual se reconoció el segundo milagro atribuido a su intercesión. Fue canonizado el 16 de octubre de 2016.

San Ludovico Pavoni


Ludovico Pavoni nace en Brescia el 11 de septiembre de 1784, el primero de cinco hermanos, del matrimonio Alejandro y Lelia Poncarali.

Vivió en una época caracterizada por profundos cambios políticos y sociales: la Revolución Francesa (1789), la Jacobina (1797), el dominio napoleónico con sus diferentes denominaciones y por fin, desde 1814, el Austriaco. Pero la «política» de Ludovico Pavoni, ordenado sacerdote en 1807, fue siempre y únicamente la política del amor. Renunciando a alcanzar altos cargos eclesiásticos, a los que parecía estar llamado cuando el Obispo Monseñor Gabrio
María Nava le quiere como su secretario (1812), supo dedicarse con creatividad generosa a quien tenía más necesidad: los jóvenes y entre éstos los más pobres. Para ellos abrió un centro formativo, su «Oratorio» (1812). Al mismo tiempo, se entregaba, como destacará el Obispo, «en apoyo de los párrocos para instruir, catequizar por medio de homilías, de catequesis, de ejercicios espirituales sobre todo a la juventud y especialmente a la más pobre que tenía mayor necesidad, con muy buenos resultados». El 16 de marzo de 1818 es nombrado Canónigo de la Catedral y se le confia la rectoría de la Basílica de S. Bernabé.

Notando, entonces, que muchos de los chicos de su Oratorio, sobre todo los pobres, decaían en su empeño y se desviaban del buen camino, cuando tenían que insertarse en el mundo del trabajo, que por desgracia no garantizaba un sano ambiente moral y cristiano, Ludovico Pavoni decide fundar «un Instituto o Escuela de Artes de carácter benéfico y privado, donde al menos los huérfanos, o abandonados por sus propios padres fuesen acogidos, mantenidos gratuitamente, educados cristianamente, y capacitados para desempeñar alguna arte, a fin de formarles queridos para la religión, y útiles para la sociedad y el Estado». Nace así, en 1821, el Instituto de S. Bernabé. 
Entre las artes, la más importante fue la Tipografia, querida por Pavoni como «Escuela Tipográfica», que se puede considerar la primera Escuela gráfica de Italia y que pronto llega a ser una verdadera Casa Editorial. Con el paso del tiempo se multiplican los oficios enseñados en S. Bernabé: en 1831, Pavoni detalla ocho oficios existentes: Tipografia, encuadernación de libros, papelería, plateros, cerrajeros, carpinteros, torneros, zapateros.
El Instituto de S. Bernabé unía por primera vez el aspecto educativo, el asistencial y el profesional, pero la fisonomía más profunda «la idea característica» del nuevo Instituto era que «los muchachos pobres, abandonados por sus padres y sus parientes más cercanos, encontrasen todo lo que habían perdido: ... no solamente... pan, vestido y educación en las letras y las artes, sino también el padre y la madre, la familia, de los cuales la mala suerte les ha privado, y con el padre, la madre, la familia todo lo que un pobre podía recibir y gozar».
Durante el cólera de 1836, «con una simple invitación Municipal, y sin la esperanza de recibir ninguna contribución económica, son acogidos gratuitamente en el Pío instituto, alimentados y educados con verdadero amor paterno. ... muchos, y muchos muchachos aun incapaces». Así se lee en las actas de la reunión extraordinaria del Municipio de Brescia del 21 de agosto de 1841.
Pavoni pensó también en los labradores y proyectó una Escuela Agrícola. En 1841, acoge en el Instituto a los Sordomudos.
El 3 de junio de 1844 era condecorado por el Emperador de Austria con el título de Caballero de la Corona de hierro.
Para sostener y continuar el Instituto, Ludovico Pavoni ya desde hacía tiempo andaba madurando la idea de formar con sus jóvenes más fervorosos «una Congregación, que unida con los estrechos vínculos de la caridad, y basada en las virtudes evangélicas, se consagrase a acoger y a educar a los muchachos abandonados, y dilatase gratuitamente sus cuidados también a favor de las Casas de Industria, que quizá por falta de Maestros sabios y hábiles en las artes, sienten prejuicios, y agravios»: así ya en 1825 escribía al Emperador Francisco I, de visita en Brescia. 
Obtenido el elogio del fin de la Congregación, con decreto del 31 de marzo de 1843 de parte del papa Gregorio XVI, llega por fin la aprobación imperial el 9 de diciembre de 1846.
Monseñor Luchi, Vicario General Capitular, haciendo uso de la facultad otorgada por la Santa Sede, erige canónicamente la Congregación de los Hijos de Maria, el 11 de agosto de 1847. Después de haber dado formalmente el 29 de noviembre las dimisiones del Capítulo de la Catedral, el 8 de diciembre de 1847, solemnidad de la Inmaculada, Pavoni emite su profesión perpetua.
Acerca de la fisonomía de la nueva familia religiosa, los contemporáneos reconocen unánimemente la novedad y la originalidad, pues se compone de Religiosos sacerdotes para la dirección espiritual, disciplinar y administrativa de la obra y de religiosos Laicos para llevar adelante los talleres y la educación de los jóvenes. Aparece así la nueva figura del religioso trabajador y educador: el hermano coadjutor pavoniano, insertado directamente en la misión específica de la Congregación, con igualdad de derechos y de deberes con los Sacerdotes.
El día después de estallar la insurrección contra los Austríacos, llamada de «los Diez Días», el sábado 24 de marzo de 1849, Ludovico Pavoni acompañaba a sus muchachos a la colina de Salano, a doce kilómetros de Brescia, para ponerlos a salvo del saqueo y de los incendios causados por la revuelta, que justo en la plaza de S. Bernabé había montado una barricada. No muy bien de salud, el 26 de marzo se agrava y al amanecer del uno de abril de 1849, domingo de Ramos, muere.
La beatificación de Ludovico Pavoni confirma el decreto que el 5 de junio de 1947 Pío XII emanó sobre las virtudes heroicas, en el cual es llamado «otro Felipe Neri... precursor de san Juan Bosco... perfecto emulador de S. José Cottolengo».
Fue Canonizado por el Papa Francisco en el año 2016.

Venerable Isidoro Zorzano

Isidoro Zorzano nació en Buenos Aires (Argentina) el 13 de septiembre de 1902. Era el tercero de cinco hijos de unos emigrantes españoles. Sus padres habían conseguido una posición económica acomodada y regresaron a España en 1905, aunque con la intención de volver a Argentina. 

Se establecieron en Logroño, donde Isidoro cursó la enseñanza elemental y el bachillerato. En 1912 falleció inesperadamente su padre, y su madre decidió quedarse allí. En enero de 1916 conoció a Josemaría Escrivá, un nuevo compañero de curso, proveniente de Barbastro, con el que entabló amistad. 

Isidoro terminó el bachillerato en 1918 y comenzó a prepararse para el ingreso en la Escuela Especial de Ingenieros Industriales de Madrid, ciudad a la que se trasladó en octubre de 1919. Siendo adolescente, Isidoro intensificó su práctica religiosa y buscó la ayuda de algún sacerdote para que le aconsejara sobre su vida cristiana. Ejercía las obras de misericordia y —en palabras de un compañero— «estaba siempre dispuesto a ayudar a todos en cualquier momento». 

En 1924, con motivo de la quiebra del Banco Español del Río de la Plata, los Zorzano perdieron casi todos sus ahorros. Isidoro y su hermano menor, Francisco, pensaron en dejar los estudios para sostener a la familia con su trabajo. Sin embargo, la madre y sus dos hermanas quisieron que ambos continuaran sus carreras. Isidoro comenzó también a dar clases particulares. 

En junio de 1927, Isidoro obtuvo el título de ingeniero industrial. Después de dar clases en una academia de preparación para el ingreso en ingeniería industrial y tras una breve experiencia en los astilleros de Matagorda (Cádiz), se trasladó a Málaga, para trabajar en la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces y dar clases en la Escuela Industrial de esa ciudad. 

Por entonces, Isidoro comenzó a sentir con más profundidad inquietudes espirituales. El 24 de agosto de 1930, tuvo en Madrid una larga conversación con Josemaría Escrivá, su compañero de bachillerato, que era sacerdote desde hacía cinco años. Josemaría le explicó el mensaje del Opus Dei, fundado en 1928: buscar la santidad y hacer apostolado a través del trabajo profesional y del cumplimiento de los deberes ordinarios. Isidoro advirtió enseguida que aquel panorama respondía plenamente a sus aspiraciones y decidió formar parte del Opus Dei. 

Regresó a Málaga y volvió a sus tareas acostumbradas, pero ahora todo había adquirido una luz nueva. Fomentó su vida de oración, madrugaba todos los días para asistir a Misa y comulgar, colaboraba generosamente con obras asistenciales; entre otras, dedicaba horas a dar clases a niños pobres en algunas escuelas llevadas por las religiosas Adoratrices y por el P. José Manuel Aicardo, de la Compañía de Jesús. Uno de sus alumnos en la Escuela Industrial, que le acompañaba también en los paseos de la Sociedad Excursionista, recuerda que era simpático, agradable en el trato, equilibrado; aprovechaba cualquier oportunidad para servir a los demás y acercarles a Dios. Un colega de universidad, que le trató también en Málaga, cuenta que aunque su sueldo le hubiera permitido disfrutar de comodidades, vivía con sobriedad, porque utilizaba su dinero para ayudar a su familia y a los necesitados. 

Todos conocían su sentido de justicia y su cercanía con los obreros que trabajaban bajo su dirección. No discriminaba a nadie por sus ideas políticas, atendía y servía a todos, tanto en las oficinas como en la escuela. Sus alumnos recuerdan que, en ocasiones, impartía clases particulares gratuitas para que todos aprendieran la materia y lograran aprobar el examen. En 1936 se difundió una exacerbada actitud antirreligiosa y el ambiente de la ciudad se hizo muy peligroso. En el mes de junio, unos dependientes comunicaron a Isidoro que algunos grupos políticos habían decidido su muerte por ser católico, por lo que se trasladó a Madrid. 

Poco después estalló la Guerra Civil y, en las regiones dominadas por comunistas y anarquistas, se desató una violenta persecución religiosa. San Josemaría y el puñado de jóvenes pertenecientes al Opus Dei tuvieron que esconderse o fueron encarcelados por su condición de católicos. Isidoro habría podido salir de España, pero decidió quedarse en Madrid para no desentenderse de los demás: amparándose en una documentación precaria —una partida de nacimiento en Buenos Aires— y sabiendo que su vida estaba continuamente en peligro, contribuyó a mantener unidos con San Josemaría y entre sí a los miembros del Opus Dei. 

En aquellos años socorrió a muchas personas no solo espiritualmente, sino también procurándoles provisiones y alimentos que conseguía con gran sacrificio, renunciando en buena parte a lo suyo. Pasaba tantas privaciones que en una ocasión llegó a desvanecerse en la calle. En aquellos meses, se puso de manifiesto su amor a la Eucaristía: a pesar de las restricciones, proporcionaba a san Josemaría y a otros sacerdotes el pan y el vino para que pudieran celebrar la Misa en la clandestinidad, guardaba en su habitación las sagradas formas para que comulgaran los refugiados y reunía a los conocidos para que asistieran a la celebración eucarística en algún piso. 

Terminada la guerra, Isidoro obtuvo en Madrid un puesto de trabajo en la Compañía Nacional de Ferrocarriles del Oeste. Un colega declaró que «ejerció un ascendente notorio sobre todos sus subordinados, primero porque se destacó como un hombre de gran talento y de extraordinaria competencia, y segundo porque su trato era tan dulce y paternal que no había quien se resistiera». San Josemaría le nombró administrador de las obras de apostolado del Opus Dei: desempeñó ese encargo con disponibilidad y humildad, sin perder la paz ante las constantes dificultades económicas de las distintas iniciativas, que eran siempre deficitarias. 

Meditaba detenidamente la vida de Cristo, acudía a la santísima Virgen con afecto filial, manifestaba su amor a Dios en el servicio a los demás y en el cuidado de las cosas pequeñas. Un testigo que le trató en Madrid escribió que había visto «en sus acciones, palabras, comportamiento y en las expresiones de su alma una admirable manera de vivir con sencillez y con toda naturalidad la heroicidad de la vida corriente entrañada en Dios. Al tratar con Isidoro, yo me sentía como sencilla y casi insensiblemente envuelto en la presencia de Dios». 

A comienzos de 1943 le diagnosticaron una linfogranulomatosis maligna. Sobrellevó la dolorosa enfermedad con fortaleza y abandono en la voluntad de Dios. Una de las enfermeras que le asistió declaró: «Nunca necesitaba nada; para él todo estaba bien; nunca se quejó». Falleció con fama de santidad el 15 de julio de ese mismo año, a la edad de cuarenta años, y fue enterrado en el cementerio de La Almudena. «Era frecuente entre nosotros —relata uno de sus compañeros en los Ferrocarriles del Oeste— cuando hablábamos de unos y otros jefes el decir: “Don Isidoro es un santo”». 

En 2009 sus restos fueron trasladados a la parroquia de San Alberto Magno de Madrid, donde reposan actualmente. Fue declarado Venerable en el año 2016.

Sierva de Dios Madre Mercedes del Niño Jesús Guerra

Sor Mercedes del Niño Jesús Guerra, nació en Salavina (Santiago del Estero) en Septiembre de 1817, hija de Antonio Guerra, español y de Inés Contreras, santiagueña. Siendo muy niña, perdió a su madre y su padre la condujo a Córdoba, donde procuró darle la educación que convenía a su situación social y a su familia. 

Los Testimonios hablan que Mercedes, junto con su hermana mayor, Juana María, cosía y bordaba ropa para el Ejército de la Patria, a instancias de su cuñado Rafael Risco, antiguo amigo del general Manuel Belgrano. Allí pasó los años de la adolescencia y de la juventud, en la cual despuntó, desde temprano, un fervoroso anhelo de ser religiosa franciscana. Se hizo portavoz de la joven ante la abadesa de las Hermanas Capuchinas, el mismo padre guardián del convento franciscano de Buenos Aires, Nicolás Aldazor, pero su clara vocación fue rigurosamente probada. Solo después de mucho tiempo, su anhelo se vio concretado y el 3 de Marzo de 1858, fue admitida en el convento de Monjas Capuchinas de Buenos Aires. Tenía entonces cuarenta y un años. Muy pronto tuvo que abandonar el convento, ya que su salud débil y quebradiza no se avenía con la austeridad de la regla. Para empeorar las cosas, le salió un carbunclo (tumor virulento gangrenoso, de color negruzco) en la frente “y entonces las monjas le dijeron que no podía continuar en el convento”. 

Al salir, Mercedes se encontró sola, desconocida y sin recursos, pero con amigas que la acogieron mientras ella buscaba vivienda en alquiler. Mercedes no abandonó la espiritualidad franciscana y se acercó al convento de San Francisco, donde pidió a la Ministra de la tercera Orden el ingreso. Desde ese día, la Iglesia de San Francisco fue su casa de oración y de meditación y los Hermanos Franciscanos, sus confesores y directores espirituales. Dice la crónica: “Al salir del monasterio alquiló una casa en la calle Chile, casi esquina Defensa. Allí recibía pensionistas, se ocupaba de cuidar enfermos y fue maestra a domicilio de alumnos incorregibles”. 

Años después se declaró en Buenos Aires la epidemia de fiebre amarilla y Mercedes, olvidándose de si misma, del peligro de contagio y de su propia debilidad física multiplicó sus esfuerzos para asistir material y espiritualmente a los apestados con tanta generosidad que, después, nació el aplauso de la sociedad porteña y un premio que le otorgaron la Municipalidad y la Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires. 

Un día atendiendo un enfermo quedó repentinamente ciega debido aun glaucoma. Para esa época no se conocía ningún tratamiento curativo. Mercedes se somete a una operación para apaciguar los dolores, pero sin ninguna esperanza de recuperación visual. Durante dieciocho meses permanece en oscuridad y silencio, fomentando en profundidad su vida interior de fe y de amor a Dios. El Señor Domingo Eduardo Lezica, le trae de Francia un frasco con agua de la gruta de Lourdes. Ella lo usa con fe y promete a la Virgen que si recuperaba la vista, se dedicaría por completo al cuidado de los enfermos y que trataría de formar una sociedad con este fin. Ante el asombro de los doctores del Hospital de Clínicas que la operaron, Mercedes recupera la vista. 

Desde ese momento todos los pensamientos y las actividades de Mercedes se encaminan a cumplir su promesa. Habló con sus amigas y ellas se mostraron dispuestas a compartir sus ideales y la Divina Providencia, le concede una suma de dinero muy importante, con un billete de lotería encontrado en la vereda. Solo le faltaba la aprobación y la bendición del Arzobispo Federico Aneiros, el cual se mostró durísimo con Mercedes, por ser anciana y con su joven asociada Paula Tello, por ser demasiado joven y delgada. Por tres veces volvieron al Arzobispado y fueron rechazadas. Finalmente, ante la perseverancia de las mismas y las peticiones de sus amigas, el Arzobispo les da su autorización y bendición. 

El 13 de Abril de 1880, el mismo Monseñor Federico Aneiros y las autoridades de la orden, presidieron la fundación del nuevo Instituto, en que vistieron el hábito ocho señoritas, deseosas de consagrarse al servicio del Señor y de sus hermanos. Dicho Instituto se llamó “Instituto De las Hermanas Terciarias de la Caridad”, fruto del más acendrado amor a Dios y al prójimo. En el año 1884, al recrudecer nuevamente la epidemia del cólera, se fundaron lazaretos en Lobos y en Chacomús (Buenos Aires) y la municipalidad de esta localidad pidió Hermanas para asistir a los enfermos. El Arzobispo lo autorizó. 

En el año 1888, sintiéndose enferma, Mercedes renunció a su cargo de superiora y solicitó trasladarse a Chascomús, al solar donado por la Sra. Elortondo, junto a las márgenes de la laguna. Reparadas en parte sus fuerzas, se dedicó con la ayuda de este pueblo a la fundación del asilo San José, destinado a niñas huérfanas y pobres. En el año 1900, cuando el Papa León XIII celebro el acontecimiento del nuevo siglo, invitando a la cristiandad al gran jubileo ella, llena de alegría, participó de la peregrinación argentina. Tenía entonces ochenta y tres años. Al verla a sus pies, el Papa con ojos de águila e intuición divina, exclamó. “¡He aquí el tipo de mujer fuerte”, y le obsequió una hermosa medalla. Ganó el Jubileo y recibió la bendición apostólica. 

Extenuadas ya sus fuerzas, murió en Buenos Aires, el 31 de Julio de 1901, dejando a sus hijas y al pueblo argentino la antorcha perenne de sus virtudes de abnegación y sublime caridad. Todos deseamos vivamente que pronto llegue la exaltación, bien merecida, de sus virtudes. 

Elsa Lorences de Llaneza

Sierva de Dios Leonor de Santa María Ocampo

Sor Leonor nació el 15 de Agosto de 1841, en una cueva del cerro Famatina, perteneciente a Sañogasta, un pueblo de la Provincia de la Rioja, en época de grandes luchas por la organización nacional. 

El año 1843 fue un año de grandes convulsiones. Llega a Chilecito el Gral. Benavídez con un poderoso ejército, parte del cual se aloja en Sañogasta. Este batallón comete desmanes, atropellos, saqueos y secuestros de criaturas. Leonor también es secuestrada y solo las súplicas y muchas lágrimas de su mamá ante el general Benavídez, logran sacar a la niña de estas garras perversas. 

Leonor cuenta: “La despensa de mi madre era rica y estaba siempre abierta a todos los pobres. Yo era la que distribuía todas las limosnas que se daban. Mi madre era toda caridad y nada se reservaba. Yo andaba por las casas de los pobres. Cuando no veía nada, ni fuego en sus cocinas, era porque no tenían que cocinar, me volvía calladita a casa y se lo contaba a mi madre y ella me despachaba con buenas provisiones, para que se las llevase. Dios premió esta caridad de mi madre, dándole a ella una preciosísima muerte y a su hija, la vocación religiosa”. 

Estando en la ciudad de La Rioja, Leonor asiste con mucho fervor a una misión popular. A su término se dirige a la Virgen para agradecerle el bien que había recibido su alma y le consagra toda su persona y sus obras. Al hacerlo, goza de un arrebato especial. 

El 2 de Julio de 1613, se funda en Córdoba el monasterio de Santa Catalina de Siena, donde Leonor, venida desde La Rioja, entra como postulante. 

Inefables fueron las gracias místicas que el Señor regala a su sierva fiel. Así las describe la propia Leonor: “Puedo decir con toda verdad que el amor divino me enfermaba, y ésta era una enfermedad muy dulce y sobremanera deleitosa”. 

En muchas otras visiones, sor Leonor habla de su intimidad con el Señor, por ejemplo: “En una ocasión, se me apareció nuestro Señor vestido con hábito dominicano. Yo me arrodillé delante de Él y Él me hablaba íntimamente. 

Además de entenderlo, yo me iba encendiendo tanto en el divino amor, que Él me llamó. Yo me acerqué a Él y Él con su brazo derecho me estrechó contra su costado. El regalo de mi alma fue tan grande, que sobrepasaba a todos los anteriores. Permanecí mucho tiempo abrazada a Él y, con el alma llena de luz divina, comprendí, conocí y admiré el poder infinito de Dios, su grandeza y su amor sin límites por sus criaturas”. 

Entre los varios servicios que sor Leonor brindó a la comunidad, uno de entre los más importantes y delicados fue el de enfermera. Parece que ella supo mezclar muy bien la vida contemplativa con la vida activa de buena samaritana. 

Una de las visiones más impactantes de sor Leonor, es la que ella misma cuenta: “En una oportunidad, vi un alma en sueños, un alma bellísima, como quien se mira en un gran espejo. Esta alma estaba dotada de todas las gracias que Dios puede hacer a una criatura; pero sobre todas las virtudes que la adornaban, una virtud sobresalí y la ponía muy resplandeciente: La humildad. Al ver esta alma tan linda, dije llena de envidia: ¡Dichosa criatura que así te ha adornado tu creador! Tiempo después el Señor me hizo conocer que esa alma era mía y me dijo así: “Es verdad hija que tienes muchos defectos, pero tienes una virtud que excede a las demás, y es la humildad. Ella borra todos tus defectos y adorna tu alma, de suerte que no te queda defecto alguno”. 

El Señor se lleva al cielo a sor Leonor de Santa María Ocampo, el 28 de diciembre de 1900, día de los Santos inocentes.

Venerable Fray Mamerto Esquiú

Fray Mamerto Esquiú nació en la localidad de Piedra Blanca, Provincia de Catamarca, el 11 de mayo de 1826. Fue hijo de don Santiago Esquiú y Doña María de las Nieves Medina.
Recibió el bautismo el 19 del mismo mes. Se le impuso el nombre de Mamerto de la Ascensión, en homenaje a San Mamerto, en cuya festividad había nacido, y el misterio de la ascensión del Señor, que ese año había caído el mismo día.
El día 31 de mayo de 1836, siendo aún un niño, ingresó definitivamente al Convento de San Francisco, el entonces huérfano de madre Mamerto Esquiú. Anteriormente había cursado estudios de latín y humanidades. Luego comenzó la asignatura de Filosofía. Desde el año 1841 al 43, estudió Teología y Derecho Canónico. Terminó sus estudios con notas sobresalientes, en todos los ramos, cuando sólo contaba la edad de 17 años y algunos meses.
Cinco años tuvo que esperar, después de terminar sus estudios, para recibir las órdenes sagradas y conseguir el sacerdocio, y habrían sido siete de no habérsele dispensado dos años. Su ordenación sacerdotal se efectuó el 18 de octubre de 1848.
Antes de ser ordenado sacerdote, por disposición de los superiores franciscanos se dedicó a la docencia. En el año 1844 es nombrado maestro de niños en la vieja escuela de San Francisco, que desde hacía treinta años era dirigida por el meritísimo educacionista de primera enseñanza, Fray José Archeverros. Poco tiempo después sus superiores le designan catedrático de Filosofía y Teología.
Corría el año 1853. Después de una larga y cruenta guerra civil, se promulgaba la Constitución. En medio de la zozobra en que se había sancionado la nueva Constitución. Cada provincia, al promulgarla, procura prestigiarla con la palabra autorizada de un orador de nota.
El gobierno de Catamarca se dirige al Convento de San Francisco, y solicita al Padre Esquiú para predicar el sermón de circunstancia. El día 9 de julio de 1853, y ante las autoridades de toda la Provincia, Esquiú pronunció su célebre discurso.
Tras el discurso, el gobierno de la Confederación Argentina solicitó datos biográficos del Padre Esquiú, y sus hermanos franciscanos, padres Achával y Pesado, escribieron lo siguiente: «Esquiú es un apóstol en el ejercicio de la Confesión e infatigable en la asistencia de los enfermos».
Con la precisa frase de San Pablo afirmaban: «Se hace todo para todos», significando que se daba íntegramente a los demás. Tenía 28 años y deseaba positivamente vivir «desconocido e ignorado».
Fray Mamerto Esquiú fue consagrado obispo de Córdoba el día 12 de diciembre de 1880, y tomó posesión de su sede episcopal el día 16 de enero del año siguiente.
En la homilía se preguntó si el haber sido elevado a la dignidad de obispo sería para su salvación o su condenación. Proponía dedicarse por entero a su pueblo: «Me gusta la soledad y una vida retirada; sin embargo, mientras tenga fuerzas me veréis siempre inquieto de una a otra parte, solícito del bien de todos».
Falleció el día 10 de enero de 1883, en la Posta «El Suncho» (Catamarca).Fue declarado Venerable en el año 2006.

domingo, 22 de enero de 2017

Santo Hermano Muciano María

Pequeña Historieta en honor al Santo Hermano Muciano María, religioso lasallista belga,  en el centenario de su Pascua (1917)