miércoles, 27 de mayo de 2020

Benita Rossello y su infancia


Es conocido por todos, que la primera etapa de la vida de todo niño (a), la infancia, es la más importante, porque es donde se construyen las bases, se moldea, y se desarrollan las habilidades para pensar, hablar, aprender, razonar y porque no decirlo para amar a Dios y a sus hermanos, especialmente a los más necesitados.


La infancia de nuestra protagonista Benita Jerónima, a quien conocemos como Sor María Josefa Rossello, fundadora de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia, quien por sus virtudes y obras en vida, y milagros después de esta alcanzó el reconocimiento de su santidad en 1949. Nació y creció como una niña normal, en el seno de una familia sencilla, pero profundamente cristiana.


La familia compuesta por Bartolomé Rossello y María Dedone, fue una verdadera “Iglesia domestica”, donde la comunión en la fe, la esperanza y la caridad, permitieron a cada integrante crecer en el amor y en el respeto mutuo. 

La familia Rossello Dedone, vivian en Albisola Marina, un pequeño pueblo ubicado a pocos kilómetros de Savona, en la Región noroccidental, conocida como Liguria en Italia. Tierra de hombres y mujeres, trabajadores y sencillos, que se dedicaban a la pesca, a la agricultura y principalmente a la alfarería en vasijas y mayólicas. 


En una casa sólida y de tres pisos, con una vista privilegiada del mar ligur, vivía la familia Rossello. En la planta baja, Bartolomé, siguiendo la tradición familiar y de su pueblo. tenía su taller, donde fabricaba en el horno la vajilla y la bodega donde dejaba sus creaciones.



En este clima de trabajo y superación, nació un 27 de mayo de 1811, nuestra Santa Madre, la cuarta de nueve hijos de Bartolomé y María. Fue bautizada el mismo día, en la Iglesia de Nuestra Señora de la Concordia, pues querían que su pequeña desde su primer día fuera Hija de Dios.




Sus padres escogieron los nombres Jerónima Benita, en su bautismo. Dos grandes santos a quienes confiaron la protección de su hija. Sin embargo en casa todos la llamaban Benita, como un presagio que sería una bendición para ellos, y más tarde para la Iglesia y el mundo.




Benita crece bajo la protección y cuidados de sus padres, era una niña alegre, despierta y generosa. Poco a poco fue impregnándose de los hábitos y valores inculcados por sus padres. 

Muy pronto comenzó a dar señales de su disponibilidad y generosidad con los suyos, cuando ayudaba a su madre en las tareas del hogar, a cuidar a sus hermanos, e incluso regañarlos si hacían travesuras o acababan con la paciencia de mamá. 


Disfrutaba de los juegos con sus hermanitos y sus amigas, con ellos gozaba corriendo por las playas cercanas a su casa. Gozando de los rayos del Sol y las brisas del mar.



Como todos los niños a la edad de siete años, frecuentó la escuela, que era dirigida por una piadosa maestra, quien combinaba sus clases con con la catequesis y la Historia Sagrada. Benita aprendió a leer, escribir, a bordar y hacer encajes de bolillo, que era muy típico en las niñas de Albisola. Pero lo que más le llamaba la atención eran las historias bíblicas y de santos, que no dudaba en replicarlas en sus veladas familiares.


La fe en Dios y el amor a la Santísima Virgen María, fue unos de los pilares de la familia. Todos los días rezaban el Santo Rosario, bendecían los alimentos y cada domingo participaban en la Santa Misa.




La devoción savonesa a Nuestra Señora de la Misericordia, era un motivo de fiesta para todos en su pueblo, era el momento indicado para agradecer y pedir su intercesión ante Dios, por sus necesidades. Para esto organizaban peregrinaciones hasta el Santuario, que estaba a las orillas del Rio Letimbro. 


Los padres de Benita participaron en la peregrinación, sin embargo el trayecto era muy largo para exponer a los niños al cansancio y sacrificio. Ella muy triste al no poder participar, organizó a sus amigas en una pequeña procesión a la capillita del pueblo. Ordenándolos de dos en dos y tomando una caña, donde colocó su delantal como estandarte, rezaban y cantaban en honor a María. Cuando algunos vecinos los escucharon, creían que se trataban de los peregrinos regresaban del Santuario, y avisaron al sacristán, quien tocó las campanas para saludarlos, más fue su sorpresa cuando vieron que eran los niños que venían de saludar a la Virgen Santísima.




En su pequeña alma infantil fue formándose poco a poco el deseo de consagrarse al Señor, por amor a Jesús y a la Iglesia. En diferentes contextos lo podemos comprobar; Cuando visitaba a su padre en el taller, pedía un poco de arcilla para moldear pequeñas figuras que parecían monjitas, construía altarcitos que adornaba con estampas, e inclusive Benita y sus amigas entusiasmadas por los relatos de la profesora, de aquellos hombres y mujeres que se retiraban a una vida de silencio y oración, y queriendo imitarlos, robaron un crucifijo con el cual huirían para cumplir el deseo de contemplación.


Así también fue surgiendo una generosidad sin límites con los más necesitados, cuando un pobre llamaba a su puerta, no dudaba en socorrerlos, y cuentan sus biógrafos que en la casa Rossello, nunca faltaba para poder ayudar a quien lo pedía, a pesar de su sencillez. Sus padres se hicieron cargo de dos niños, y Benita los cuidó como si fuese su madre. 

Es sin duda que el desarrollo de la personalidad de Benita, durante su infancia y niñez fue producto de la preocupación y cuidados de su familia, quienes prodigaban a sus hijos no tanto de bienes materiales, si no de lo que en muchos hogares hoy hace mucha falta un ambiente de amor y respeto mutuo.

Muchos más detalles de su infancia no se conocen, pero sin duda debe haber sido una niña feliz, que se irradiaba en su forma de ser y de actuar, en una fe heredada por sus padres, que hicieron de ella en el futuro, una mujer de gran corazón, ante la necesidades de los más necesitados, especialmente de los niños, de quienes nunca dejo de preocuparse.

Ensayo para el curso de Espiritualidad Rossellana, Provincia de San José de Córdoba HDM, 2013.

domingo, 24 de mayo de 2020

Hermanita Magdeleine de Jesús

Magdeleine Hutin nació en París el 26 de abril de 1898. Sus raíces familiares estaban en Lorena, en el este de Francia. Cuando era pequeña pasaba los veranos en casa de su abuela, en un pueblecito a 40 Km. de la frontera alemana. En este lugar se da cuenta entonces dolorosamente de las divisiones y fronteras que dividen a los pueblos.

Era la menor de una familia de seis hijos. En 1918, al acabar la primera guerra mundial, se encuentra sola con sus padres, porque la familia había sido diezmada por la guerra y la enfermedad. Los padres de Magdeleine, profundamente creyentes, transmitieron la fe a sus hijos, de tal modo que desde muy pequeña, Magdeleine tuvo el deseo de entregar su vida a Dios. Su padre le transmitió también su amor a África y a los árabes.

Gracias a la biografía escrita por René Bazin, descubrió en 1921 al Padre de Foucauld – el Hermano Carlos de Jesús –. La lectura le impacta profundamente y encuentra allí todo el ideal con que soñaba: “Jesús-Amor”, el Evangelio vivido... Está segura que el Señor la llama a ser una de esas “hermanitas” que el hermano Carlos deseó tanto. Aunque esta vocación aparezca ante los ojos humanos completamente irrealizable, debido a su poca salud. Sin embargo, con la fe extraordinaria en “Jesús, Señor de lo imposible” que la caracteriza ya en esa época, suplica cada noche al Señor que apresure su partida hacia África del Norte...

En 1935 se le declara una artritis deformante. Frente a los rápidos progresos del mal, el diagnóstico es tajante: dentro de poco estará completamente inválida – excepto tal vez si se va a vivir a un país completamente seco, donde no caiga ni una gota de agua... ¡como el Sahara...! 

Esta situación personal fue para el sacerdote que la aconsejaba el signo esperado: “Váyase deprisa, me dijo; el Señor la cogerá de la mano y usted dejará que él haga... si le digo con tanta firmeza que tiene que irse es porque humanamente ya no es capaz de nada; por lo menos, si algún día hace algo, será de verdad Dios que lo habrá hecho, porque sin él usted no podría nada, absolutamente nada”. Toda la fundación descansa sobre estas palabras proféticas.

Octubre de 1936. Tres mujeres sin fuerzas desembarcan en Argel: Magdeleine con su anciana madre, a quien no ha podido abandonar, y Anne, una joven que comparte sus aspiraciones. A su llegada un sacerdote, el padre Declerq, le pide que le ayude a fundar “una casa de beneficencia del Padre de Foucauld” en Boghari, pueblo situado en la meseta argelina. Las instala en pleno barrio árabe.

Precisamente entonces, en medio de una vida muy atareada, Magdeleine tuvo lo que llamará “un sueño hermosísimo”. El Niño Jesús se le apareció...” Guardará siempre una extrema discreción sobre este acontecimiento, pero no dejará de afirmar que el Niño Jesús es el verdadero fundador de la Fraternidad, y la infancia espiritual la piedra angular de la espiritualidad de las hermanitas de Jesús... Dirá: “mucho más que la fundación de una nueva congregación, el Señor me ha dado otra misión, la de hacer amar al Niño Jesús recibido de manos de la Virgen”.

Pero la actividad desbordante de la vida en Boghari deja a Magdeleine insatisfecha: siente que le falta algo esencial: la dimensión contemplativa. Para pedir luz, se va en peregrinación con Ana a El Golea, a la tumba del Hermano Carlos. Encuentra allí por primera vez al Padre Voillaume, con quien será llamada a colaborar durante toda la vida. Se encuentra también con Monseñor Nouet, Prefecto apostólico del Sahara, y le habla de sus deseos.

A su regreso a Boghari, las cosas se precipitan: el padre Declerq, a quien ella había expresado su insatisfacción, le comunica que ha encontrado unas religiosas para reemplazarlas... Mons. Nouet le propone que hagan, ella y Ana, un año de noviciado con las Hermanas Blancas, en Argel, para poder después acogerlas en el Sahara como religiosas. Pide también a Magdeleine que escriba durante ese noviciado la Regla de las Hermanitas de Jesús...

El 8 de septiembre de 1939, pocos días después de la declaración de la segunda guerra mundial, la hermanita Magdeleine de Jesús hace en Argel su primera profesión. Esta fecha se considera como la de la fundación de las Hermanitas de Jesús. La hermanita Magdeleine pensaba entonces que debía fundar una “congregación de hermanitas nómadas” consagradas exclusivamente al Islam.

Ya en octubre de ese año nació la primera fraternidad en Touggourt, oasis situado en pleno desierto, a 600 km. de Argel. En el lindero del oasis vivían bajo tiendas un centenar de familias nómadas, que la pobreza había obligado a agruparse. Es ahí que la hermanita Magdeleine consiguió un terreno con un viejo edificio medio invadido por la arena. Serán necesarios varios años de trabajo encarnizado para hacerla más o menos habitable, - y esta “obra” se convierte en cosa de todos...

Anne se fue, y Magdeleine se encontró durante algún tiempo completamente sola en medio de los nómadas, trabajando duramente con ellos, poniendo en ellos una confianza total. Confiada a ellos de una cierta manera. Esta experiencia única de respeto, de confianza y de amistad recíprocas puso un sello para siempre en la Fraternidad. Hermanita Magdeleine quedó confirmada en su certeza de que “puede existir una amistad verdadera, un afecto profundo entre seres que no son ni de la misma religión, ni de la misma raza, ni del mismo ambiente social”.

A partir de 1940, empiezan a presentarse algunas jóvenes para seguir este camino de seguimiento de Jesús. Pronto se ve la necesidad de pensar en su formación antes de que lleguen al Sahara. Será en “El Tubet”, a 3 km. de Aix-en-Provence, una casa de campo muy sencilla ofrecida por la diócesis. Desde entonces, Magdeleine va y viene entre Touggourt y El Tubet.

Además, para asegurar la subsistencia de esas jóvenes, en ese tiempo de restricciones, empieza a dar conferencias. Sola, muchas veces abrumada por las dificultades de los viajes, da más de 600 conferencias a través de Francia, con “una deficiente película” sobre Touggourt. Sin cansarse habla de Jesús, haciendo descubrir el mensaje del hermano Carlos y esta nueva forma de presencia cristiana en el mundo del Islam.

1944: Hermanita Magdeleine consigue llegar a Roma, que se encuentra aún en zona aislada a causa de la guerra. Deseaba mucho este viaje, para presentar allí la Fraternidad y sus ideas sobre esta nueva forma de vida religiosa. Fue recibida en audiencia privada por Pío XII, y tuvo la emoción y la alegría de sentirse aceptada y comprendida por él.

Este paso, realizado a pesar de las dificultades, es revelador de una actitud constante de la hermanita Magdeleine: debido a su amor por la Iglesia, quiso siempre someter todas las novedades con claridad a sus representantes autorizados, sobre todo las realizaciones más audaces, poniéndolas bajo sus ojos.

Al año siguiente de la visita a la ciudad de Roma redacta un librito dirigido a aquellas que se sienten atraídas por la vida en seguimiento del hermano Carlos, el “hermano universal”. Este librito, con el nombre de “Boletín Verde” tendrá una gran resonancia. Expone en él el pensamiento intuido y amado durante toda su vida: como Jesús “vivir pobre entre los pobres y mezclada en la masa humana como levadura”. Una vida contemplativa en medio del mundo, con los ojos y el corazón fijos en el Modelo único, Jesús, Dios hecho hombre entre los seres humanos. En 1945 era una revolución dar a las futuras religiosas este consejo: “Antes de ser religiosa, sé humana y cristiana con toda la fuerza y la belleza de este término”.

El 26 de julio de 1946 es un momento crucial: Magdeleine adquiere de pronto la certeza profunda de que la Fraternidad, hasta allí consagrada exclusivamente al Islam, debía extenderse al mundo entero, volverse universal.

A partir de entonces las fundaciones se multiplican. Monseñor Carlos de Provenchères, arzobispo de Aix en Provence, que es el Ordinario de la Fraternidad, sigue atentamente y alienta los distintos tipos de fraternidades y su expansión: fraternidad obrera (1946), fraternidad oriental en el rito del país (1948), fraternidades consagradas a los enfermos de lepra, fraternidad en una tienda, con los nómadas y otras. En todas partes, Magdeleine lucha para obtener el permiso para que el Santísimo Sacramento pueda estar presente en todas las fraternidades, independientemente del tipo de alojamiento.

Navidad de 1949: en la gruta de Belén renuncia al cargo de Priora general, que pasa a la hermanita Jeanne. Lo hace para que el gobierno de la Fraternidad esté asegurado independientemente de su persona, y para poder más libremente consagrarse a las fundaciones lejanas o arriesgadas.

Efectivamente, el ritmo de las fundaciones se acelera. Una fuerza la empuja a llevar por todas partes la llama que el Señor le ha confiado, “la antorcha encendida en ella”. El “viaje alrededor del mundo” (1953/54) es característico de esta actitud: en todas partes, va en busca de las minorías menos accesibles, más abandonadas o despreciadas. Quiere decirles:”el Señor Jesús es tu Hermano (...) y yo vengo a tu encuentro para que aceptes ser mi hermano y mi amigo”. “Quisiera sembrar en todas partes fraternidades que fueran pequeñas chispas del amor del Señor”.

En 1959, la Fraternidad ya tiene su rostro universal, con casi 800 hermanitas y 184 fraternidades difundidas a través del mundo. Este rápido crecimiento no deja de suscitar problemas y críticas. La Fraternidad es reconocida de derecho pontificio en 1964.

La fraternidad de Tre Fontane pasa a ser entonces Fraternidad general. Hermanita Magdeleine trabajará hasta su muerte para hacer de la “aldea de Tre Fontane” la casa de familia de las hermanitas, y un lugar abierto a toda la humanidad. Allí acogió a cada uno con sencillez y atención, como si fuera único. Una de sus grandes alegrías fue, en 1967, la visita de Pablo VI, venido sobre todo para reconocer la Fraternidad en nombre de la Iglesia. También la visita de Juan Pablo II en 1985.

Al Papa polaco, la Hermanita Magdeleine lo había encontrado por primera vez unos treinta años atrás, en Polonia, cuando viajaba en la “Estrella fugaz”. Daba este nombre a una camioneta equipada como caravana, en la que la había obtenido el permiso de guardar el Santísimo. Una camioneta con la que recorrió los países del Este, prácticamente cada año, a partir de 1956, como turista para establecer fraternidades más allá del “Telón de acero”.

Hasta su muerte, la hermanita Magdeleine será fiel a estos viajes a los países del Este, viajes agotadores por causa de su estado de salud. Viaja a estos países con la misma actitud que tiene en todas partes: la pasión por la unidad, el deseo de llevarles la espiritualidad del hermano Carlos, una amistad humildemente ofrecida a todos. Recuerda con fuerza a las hermanitas que “es por el amor que se salvará el mundo”.

Estos viajes anuales le permitieron tejer lazos de amistad, pero también sostener a las hermanitas que habían empezado a vivir en estos países...

En 1964 pudo por fin entrar en Rusia – era su sueño desde 1949 -. Allí tuvo la posibilidad de unirse discretamente a las oraciones de los creyentes en las iglesias ortodoxas. De estos encuentros nacen relaciones confiadas con algunos sacerdotes. Con respeto profundo y una gran abertura ecuménica hermanita Magdeleine conecta con esa Iglesia y funda en ella la Fraternidad.

La pasión de la unidad que arde en su corazón no la incita únicamente a crear lazos con personas de otras confesiones cristianas, sino que le inspira el proyecto de poder acoger en la Fraternidad, como hermanitas, jóvenes de otras confesiones cristianas. Este proyecto, perseguido con perseverancia, se realizará con discreción y prudencia.

El 29 de junio de 1981 Magdeleine escribía a las hermanitas: “no he querido hacer sino una obra de amor. Y ahora cabe a cada una de vosotras, que habéis entrado conmigo en el mismo camino, continuar haciendo de él una obra de amor, con la conciencia plena de que no os pertenece, sino que es una obra de Iglesia”.

Tal vez estas palabras nos dicen lo que fue la última etapa de su vida: muy presente a todo lo que formaba parte de la vida de la Fraternidad, pero con una cierta discreción y una gran humildad. Envía a las hermanitas, bajo forma de “Regla de vida”, el texto en el que trabajó toda la vida para que fuera las Constituciones. Hasta el fin, trabajó en la redacción de su diario y la edición de los libros de Cartas, dejando un tesoro que aún no está inventariado.

El 8 de septiembre de 1989, la Fraternidad celebra su jubileo. En su viaje de regreso de Rusia, pocos días antes, hermanita Magdeleine sufre un accidente doméstico del que no se recuperará. Sus sufrimientos se prolongan durante dos meses, durante los cuales se debilita progresivamente, y se encuentra en un estado de dependencia total, pero permanece lúcida y atenta a todos. Hasta su último suspiro, une con sencillez su amor de la vida y su deseo del encuentro tan esperado con el Amado, su Amado Hermano y Señor Jesús. El lunes 6 de noviembre dice varias veces: “Dios mío, no hubiera pensado nunca que fuera tan largo (...) no puedo esperar más (...) no puedo esperar más...”

Este mismo día al atardecer partió con mucha sencillez hacia su Señor.

En este acto de su muerte, legaba verdaderamente a sus hermanitas lo que había deseado tanto: su “gran ideal de una santidad humana” y de “lo extraordinariamente sencillo” – añadiendo, con fuerza: “sobre lo humano habrá que injertar el amor divino.”

Ella que resumía el ideal de la Fraternidad en una palabra: “la unidad en el amor”, debió sentirse feliz cuando la misa de funeral congregó en Tre Fontane, el 10 de noviembre, una multitud de amigos de todas las confesiones, de todos los ambientes, naciones y razas. Signo de que esta mujer, invadida por el amor del Señor, se había convertido de verdad en testimonio de la ternura del Padre por todos sus hijos, más allá de todas las barreras. Y, simple casualidad o coincidencia misteriosa, fue esa misma tarde del 10 de noviembre que se derrumbó el muro de Berlín.

viernes, 22 de mayo de 2020

Santa Joaquina de Vedruna

Joaquina de Vedruna fue la fundadora de la Congregación Hermanas Carmelitas de la Caridad Vedruna, nacida en Barcelona el 16 de abril de 1783.

Fue educada en un ambiente familiar muy cristiano, se sintió siempre atraída por Dios. Casada con un joven de Vic, Teodoro de Mas, se amaron profundamente y se entregaron ilusionados a la tarea de educar a sus nueve hijos.

Prematuramente viuda, Joaquina dedicó lo mejor de sí misma a sus hijos y a los enfermos pobres de la ciudad de Vic, decidida entonces a acabar sus días como religiosa, en la pobreza y la oración.

Cuando, ya mayores sus hijos, parecía llegado el momento del retiro a la vida monástica, el Señor le mostró, a través de providenciales circunstancias, el camino hacia una meta nueva: poner en marcha una congregación religiosa “para abrazar las necesidades de los pueblos, ya para cuidar enfermos, ya para la enseñanza de las niñas”, como ella misma decía.

Deseosa únicamente de “emprender lo que el Señor quiera”, “dispuesta para hacer su voluntad”, reunió hermanas e inició con ellas un nuevo modo de vida religiosa al servicio de las clases populares del país. La infancia y la juventud, los marginados y los enfermos… encontraron en ella acogida y respuesta a sus necesidades.

Murió en Barcelona, víctima del cólera, en el verano de 1854, dejando tras sí numerosas comunidades, que, herederas de su carisma, son hasta hoy las continuadoras de su obra en la Iglesia.

“Madre de nueve hijos –dijo de ella Juan XXIII– se convertirá en madre de innumerables pobres”. Él mismo, en 1959, añadía el nombre de Joaquina de Vedruna a la lista de los testigos ejemplares del Señor, los santos.

Oración

Señor, tú que has hecho surgir en la Iglesia
a Santa Joaquina de Vedruna
para la educación cristiana de la Juventud
y alivio de los enfermos;
haz que nosotros sepamos imitar sus ejemplos
y dediquemos nuestra vida
a servirte con amor en nuestros hermanos. 
Por Jesucristo nuestro Señor.

Amén.

Venerable Sor Ángela María Autsch

"Quería morir ante aquel horror, estaba desesperado, destrozado, y ella con sus palabras y cuidados me devolvió la esperanza por vivir, por reencontrar a mi familia”. Así recuerda un superviviente del campo nazi de Auschwitz a la monja trinitaria alemana Ángela María del Corazón de Jesús, cuyas virtudes heroicas han sido reconocidas por el Papa Francisco el pasado 19 de mayo de 2019. Los supervivientes la llamaron "el ángel de Auschwitz".

La vida del ángel de Auschwitz


Maria Cäcilia Autsch nació en 1900 en un pueblecito en medio de las montañas de Westfalia, en Alemania. Era la quinta de siete hermanos. Desde pequeña fue criada en la fe católica, especialmente en la devoción a la Virgen y a la Eucaristía. 

En 1933, comenzó su postulantado en Mötz, en el Tirol austriaco, en una comunidad de las religiosas trinitarias, que dependía de la casa madre de Valencia, en España. En Mötz se la recuerda hoy con una placa. Tomó el nombre de Sor Ángela María del Corazón de Jesús.

Pese a su pobreza y la dificultad del estilo de vida de las trinitarias, Ángela estaba muy feliz, como muestra en sus cartas. “¿Qué os parece? Desde hace unos meses duermo muy cerca del amado Salvador. Sólo tengo que atravesar la sacristía y ya estoy en nuestra bella capillita. ¿No es esto hermoso?”, le escribió a su hermana en una ocasión. Finalmente hizo su profesión perpetua en ese mismo convento, en 1938.

Se responsabilizaba del jardín de infancia, daba clases de corte y confección, era sacristana en la parroquia y visitaba a los enfermos del pueblo. 

Oposición directa al nacionalsocialismo


En 1937 los nazis se anexionaron Austria. Las nuevas autoridades nazis intentaron confiscar el convento de las trinitarias y fue Sor Ángela quien les plantó cara. Les hizo ver que el convento pertenecía a la trinitarias, que era una comunidad que dependía de su casa madre española, y les recordó que España era en esta época un país amigo de Alemania y no debía ser ofendida. Incluso implicó en el asunto al cónsul español, Román de la Presilla. 

Las autoridades nazis se retiraron pero tomaron nota de quién les había plantado cara. Desde aquel momento estuvo en su punto de mira de los nazis y buscaron cualquier excusa para atraparla.

"Hitler es un azote para Europa"


La detuvieron en 1940. Según consta en la documentación relativa al caso, “por un comentario que hizo mientras hacía la compra para su convento en el que manifestó que Hitler es un azote para Europa”.

Dos soldados se presentaron en el convento y agarraron a Ángela arrancándole el velo mientras cuidaba de la madre superiora, que estaba muy débil y enferma. Ángela se desmayó, y fue llevada en volandas a un jeep militar.

El primer lugar en el que fue recluida Ángela tras su detención fue la prisión de Innsbruck. Allí vivió la caridad y el perdón, sirviendo siempre a sus compañeras de prisión.

“Recuerdo a Sor Ángela como la mejor cristiana que he conocido en mi vida… Las dos rezábamos mucho en la celda de la prisión… Cuando pienso en Sor Ángela, permanece en mí la indeleble impresión de aquella alma nobilísima. Desearía entregarme totalmente a Dios Trinidad como ella lo hacía”, cuenta su compañera de celda, la señora Trenkwalder.

Ángela pasó un año y medio en el campo de Ravensbrück. Era una prisionera política, pero era aria, alemana, y eso le daba algunas ventajas. Por ejemplo, trabajar en la cocina, el ropero o la enfermería. Desde allí ayudaba a quien podía. 

El testimonio de una diputada socialista sin fe
Escribió sobre ella Rosa Jochman, una militante socialista austriaca que fue en Ravensbrück su jefa de barracón. Llegaría a ser diputada de 1945 a 1967, siempre alejada de la fe. "Ella irradiaba algo especial”, explicaba Jochman. 

“María -así llamaba yo a esta religiosa singular- llegó un día a nuestra sección y, al instante, me di cuenta de que ella podría constituir un valioso enriquecimiento para nuestra sección. Entonces no sabía yo que María fuese religiosa. Nos veíamos en los ratos de paseo en el patio de formar. Pronto caí en la cuenta de lo maravillosa que era María. Ella fue consejera y asistenta en toda situación. Según una ley no escrita, todas las reclusas nos tuteábamos, pero curiosamente, y sin acuerdo previo, tratábamos a las religiosas de usted, y naturalmente también a María. María no permitía que nadie la supliera en ir todos los días a por las pesadas perolas de comida. Cuando veía que una mujer enferma o débil tenía que limpiar las letrinas, le quitaba el cubo de la mano, le sonreía, y al momento el trabajo estaba hecho. Todas la querían. María, durante el tiempo libre, se sentaba largas horas con sus compañeras, fuesen políticas, o, así llamadas, delincuentes, y escuchaba las penas de sus vidas. Todavía estoy viendo a una prostituta que, radiante de alegría, me decía: 'Ahora sé que yo también puedo ir al cielo, porque Dios me perdona'", recuerda Jochman.

"Una vez que paseábamos por el patio de formar, iba con nosotras una joven guapísima de 18 años. De repente, se abalanzó sobre ella una vigilante de las SS con el látigo. María agarró el látigo e interpeló a la vigilante: “¿Por qué quiere golpear a esta muchacha? ¡Ella no ha hecho nada!” Se me paró el corazón. Estaba convencida de que María sería conducida al “bunker”; de que allí recibiría el castigo de los veinticinco bastonazos y quedaría encerrada. Pero no; nada de esto sucedió. La vigilante miró a María, dejó caer el látigo, dio media vuelta y se fue. Entonces me pareció aquello como un milagro, pero más tarde, todavía hoy, pienso que María, por su forma de ser, irradiaba algo especial" [...] 

"Créame que ha habido y hay pocas personas que hayan enriquecido tanto mi vida como María. Era un ángel sobre la tierra. Son muy pocos los días en que no piense en esta bienhechora de la humanidad. El haber conocido a María es un regalo para toda la vida. Con profunda veneración y gratitud pienso en María, que nunca se quejó, que sabía comprender a toda persona; que allí, en aquel tiempo horrible que jamás debiera repetirse, fue para todas nosotras ayuda y consuelo. María permanece grabada en nuestros corazones, pues, incluso ahora, después de tanto tiempo, el recuerdo de María da fuerza en toda situación”.

El testimonio de la doctora Svalbová, judía no creyente
El 26 de marzo de 1942, día de su cumpleaños, Angela llegó al campo de exterminio de Auschwitz.

Por sus conocimientos en enfermería, fue enviada al dispensario médico del campo. Allí, con su uniforme a rayas, su triángulo rojo de presa política y su número identificador, cuidó a los enfermos.

Conoció a la doctora Margita Svalbová, eslovaca de etnia judía, no creyente. Se hicieron amigas y juntas colaboraron durante un año intentando salvar la vida de tantas prisioneras como pudieron. Margita Svalbová publicaría en 1949 un libro en eslovaco, “Ojos apagados”, narrando la vida heroica de once mujeres valerosas en el campo de concentración. El segundo capítulo está dedicado Ángela.

“Con su inocente y natural mirada de niña, engañaba a las SS para poder repartir lo más necesario a las reclusas”, escribió. "Para mí, encontrarme con Sor Ángela fue un gran alivio en aquel infierno. Trató de ayudar a todas las que pudo, arriesgando muchas veces su vida. Desde el ropero y desde la cocina, alivió el dolor de muchas prisioneras, sobre todo, de las más necesitadas. Se las ingeniaba para repartir a éstas comida, agua y ropa. Salvó muchas vidas”.

La Sra. Teichner, amiga y compañera de cautiverio de ambas, recordó: “donde matar a mujeres indefensas y desamparadas era un acto heroico para las SS, la Hermana Ángela intentaba luchar contra la injusticia y trataba de conseguir cuanto podía socorriendo a compañeras hambrientas e indefensas, dando ayuda moral a hijas, cuyas madres eran conducidas a la cámara de gas, o morían a causa de las condiciones infrahumanas en que tenían que trabajar”.

En una ocasión, salvó a una joven madre de 19 años de ser gaseada escondiéndola en la enfermería durante tres días.

La tentación de la libertad
Otro día, Ángela pudo enviar una carta a su comunidad de Mötz donde mostraba su conocido optimismo y buen humor. “Desde el 15 de mayo estoy en el hospital de las SS. Tengo suficiente de todo; no me falta de nada; estoy como nunca de gruesa”, escribió.

“Si del círculo de mis familiares muriera alguien, por favor, comunicádmelo con claridad; nada de ocultamientos. Soy fuerte y lo soporto todo. Espero que os vaya bien a todos y que gocéis de salud. Unida al durmiente Jesús, os envío un cordial saludo de Navidad”.

En otra carta que escapó a la censura, Ángela contó a su Madre Superiora que la liberarían si se convertía en una “enfermera libre”, en definitiva, si dejaba de ser monja. Ángela se negó “a dar la espalda a todos aquellos hermanos y hermanas en la fe que, como ella, estaban sufriendo”.

Sor Ángela no murió mártir, sino por un ataque aéreo aliado. El 23 de diciembre de 1944, un avión aliado bombardeó el campo de concentración. Un cascote de metralla perforó el pulmón de Ángela y la mató en el acto.

“El ángel de Auschwitz” fue recordado por las hermanas trinitarias generación tras generación. En 1990 se abrió en Viena su proceso de beatificación. En 2016, el cardenal Ángelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, exhortó, citándola: “Contemplar, orar e imitar a Sor Ángela Autsch, trinitaria, luz en las tinieblas de Ravensbrück, y Auschwitz”. Ahora, la Iglesia reconoce el grado heroico de sus virtudes

Jesús Nazareno Rescatado

En 1682 los redentores españoles Miguel de Jesús María, Juan de la Visitación y Martín de la Resurrección dieron la libertad a 211 cautivos, recogidos en Mequínez, Fez y Tetuán, y rescataron a su vez 17 imágenes sagradas (15 esculturas y dos cuadros) que estaban en las mazmorras musulmanas. Para el rescate de las quince imágenes, el rey de Fez exigió el canje de quince moros cautivos en Ceuta y Málaga, los trinitarios pagaron por los moros y los enviaron a Fez, consiguiendo así la redención de las imágenes. Del mismo modo que hacían con los cautivos redimidos, como signo de haber pagado por ellos el rescate exigido, colocaron a las imágenes el escapulario con la cruz trinitaria.
La principal de las diecisiete imágenes rescatadas fue la de Jesús Nazareno, de estatura natural, con las manos cruzadas adelante y túnica tafetán morado. Se desconoce el origen de la imagen, ni se sabe cuándo, cómo, ni quién la llevó a Mámora. Las muchas leyendas que a lo largo de los siglos han rodeado esta imagen no son más que eso, leyendas. Lo que sí es cierto es que participó en la procesión de cautivos de Madrid y la imagen fue expuesta en la iglesia de los trinitarios descalzos de Madrid, donde pronto le construyeron una suntuosa capilla. Los duques de Medinaceli, D. Juan Francisco de la Cerda y Doña Catalina de Aragón y Sandoval, concedieron de limosna el 2 de octubre de 1686 al convento trinitario "un sitio de cuarenta y cuatro pies de longitud y doce pies de latitud para hacer y labrar en dicho sitio una capilla de la milagrosa imagen de Jesús Nazareno del Rescate, aplicando dicha capilla al patronato de sus Excelencias".
A esta imagen está ligada estrechamente la fiesta del Santísimo Redentor, que se celebra en la Orden Trinitaria cada 23 de octubre desde el siglo XVIII. Pronto todas las casas de trinitarios descalzos encargaron copias de aquel Redentor rescatado, y hasta el día de hoy es, tal vez, una de las imágenes del Señor y devociones trinitarias más extendidas en el mundo. Muchas cofradías y hermandades de penitencia se fundaron en las casas trinitarias descalzas en torno a esta imagen.
A causa de la exclaustración general de 1835, los trinitarios tuvieron que abandonar su casa e iglesia de Madrid. En 1891 se hicieron cargo de la capilla los franciscanos capuchinos, que en 1930 levantaron un nuevo templo consagrado poco después como Basílica de Jesús Nazareno de Medinaceli, nombre que adoptó a finales del siglo XIX a causa del patronazgo de la casa ducal homónima, pero que no corresponde con la historia de la imagen.
Tomado del libro "Librertad a los cautivos" del P. Bonifacio Porres, osst

Venerable Madre Elisabeth Bergeron

Nació el 25 de mayo de 1851 en el pueblo de La Presentation, Canadá. Elisabeth Bergeron fue bautizada el mismo día.

Sus padres unos sencillos agricultores, era la cuarta de once hijos. A los ocho años hizo su "primera comunión" por su piedad y atención en el catecismo. Influenciada por su familia muy cristiana, abrió fácilmente su corazón al amor de Jesús y de los pobres: a los catorce años pidió unirse a las Hermanas. de la caridad de St. Hyacinthe, sin embargo fue rechazada debido a su corta edad, debe resignarse a seguir a sus padres que, durante ese mismo año de 1865, deben partir a los Estados Unidos para resolver problemas financieros.

De vuelta en Québec, cinco años después, Elisabeth hizo varios intentos de unirse a comunidades religiosas, siempre lidiando con el rechazo, pero sin renunciar a su sueño.

El obispo Louis-Zéphirin Moreau le pidió que estableciera una comunidad de hermanas docentes. A pesar de su educación limitada, ella acepta con humildad y abandono a la Providencia.

El 12 de septiembre de 1877, se funda el Instituto de las Hermanas de San José en el pueblo de La Providence, Saint-Hyacinthe.

La comunidad pronto prosperará; Elisabeth Bergeron, cambiará su nombre por Hermana San José, ella guiará a la comunidad final de su vida, no desde el cargo de fundadora, si no desde los cargos más humildes como costurera y jardinera.

Todos destacan en ella cuerdo en que su bondad, gentileza, serenidad y, sobre todo, la transparencia de lo sobrenatural, la unión con Dios y el dinamismo de la caridad son dignos de reconocimiento.

Murió el 29 de abril de 1936, dejando 39 escuelas en varios lugares de Canadá, y muchos reconociendo su santidad, que se acercan a su tumba invocando su intercesión ante Dios.


Santa Emilia de Rodat

Emilia de Rodat nace en Druelle, pueblo del Aveyron, al sur de Francia, el 6 de septiembre de 1787. Vive gran parte de su infancia y adolescencia con su abuela materna en el Castillo de Ginals, próximo a Villefranche. 

El ambiente familiar de elevado nivel cultural y viva herencia cristiana marcará profundamente su vida. Son los años en que su personalidad y su fe van adquiriendo solidez. Desde entonces es notoria su fuerte sensibilidad hacia los pobres.

En ellos descubre, más tarde, la gran revelación de la voluntad de Dios para su vida. Al visitar unas familias en Villefranche, le impresionó la pobreza total en que estaban creciendo sus hijos: sin escuela, sin educación religiosa… ¿Qué va a ser de ellos? Es todo un reto que exige una respuesta: “Seré la educadora de los pobres”.

El 3 de mayo de 1816 abre la primera clase gratuita. Tres amigas colaboran con ella. Enseguida empiezan a llegar niñas. Otras jóvenes se unen a la tarea de las cuatro primeras Hermanas. Así, casi sin darse cuenta, Emilia de Rodat se encuentra fundadora, a su pesar, de una congregación que en 1822 toma el nombre de “Hermanas de la Sagrada Familia”.

Sensible a todas las necesidades, Emilia no se limita a la educación. Funda orfelinatos, visita enfermos, presos, socorre a la infancia abandonada, establece el hogar del “Buen Pastor” para acoger a jóvenes prostitutas, organiza y protege grupos femeninos de Acción Católica. Nada le detiene con tal de aliviar la gran miseria espiritual y material de tiempos tan difíciles. Ella, que no había pensado sino en una congregación de clausura, no duda en enviar a religiosas para formar comunidades y abrir escuelas en un medio obrero y rural.

A su muerte, el 19 de septiembre de 1852, deja una Congregación en pleno despliegue expansivo hasta 1903, en que las leyes francesas anti-congregacionales obligan a las Hermanas a dejar la mayor parte de los colegios. Continúan, sin embargo, al cuidado de los enfermos a domicilio, en hospitales y obras sociales.

Este es el momento en que las Hermanas salen de Francia y comienzan su labor educativa en otros países. “Que nuestra caridad atraviese los mares”, había dicho Santa Emilia. Ella pensaba entonces en el sentido universal de nuestra oración, ¿cómo iba a imaginarse que su mensaje fuese profético?

Actualmente, la Congregación está presente en trece países: Francia, Inglaterra, Irlanda, Italia, Líbano, España, Costa de Marfil, Senegal, Brasil, Bolivia, Egipto, India, Filipinas. Dondequiera que estén y cualquiera que sea su misión, las Religiosas de la Sagrada Familia quieren vivir el espíritu de Nazaret en una vida sencilla, fraterna, orante, entregadas a Dios y al servicio de las personas, particularmente las más rotas y pobres de la sociedad en que viven.

Beata Eugenia Ravasco

Nació en Milán el 4 de Enero de 1845, la tercera, entre seis hijos del banquero genovés Francisco Mateo y de la noble Carolina Mozzoni Frosconi.

Fue bautizada en la Basílica de Santa María de la Pasión, con los nombres de Eugenia, María. La familia, acomodada y religiosa, le ofreció un ambiente rico de afecto, de fe y educación refinada.

Luego de la muerte prematura de dos hijos pequeños y de su joven esposa, el padre regresó a la Ciudad de Génova, llevando consigo al primogénito, Ambrosio y a la menor, Elisa, quien contaba apenas año y medio de edad.

Eugenia permaneció en Milán con la hermanita Constancia, confiada a los cuidados de la tía Marieta Anselmi, quien, como verdadera madre, la acompañó en su crecimiento, educándola con amor pero también con firmeza. Eugenia, vivaz y expansiva, en su infancia la consideró su verdadera madre y demostró hacia ella un afecto muy tierno.

En 1852 decidieron fuera a vivir a Génova con su familia. La separación de su tía le causó un dolor muy hondo, a tal punto que enfermó. En Génova, desde entonces su ciudad adoptiva, encontró nuevamente a su padre y a los dos hermanos; conoció al tío Luis Ravasco, quien tanto aportó a su formación; a la tía Elisa Parodi y a sus diez hijos con quienes convivió durante algún tiempo. De manera especial se encariñó a su hermana menor, Elisa, reservada y sensible, estableciendo con ella una profunda sintonía espiritual.

Al cabo de tres años, en marzo de 1855, falleció también su padre. Luis Ravasco, banquero y cristiano convencido, se responsabilizó de los tres sobrinos huérfanos cuidando de su formación: confió a una Institutriz cualificada las dos niñas. Eugenia de carácter vivaz y exuberante sufrió bastante bajo el régimen severo adoptado por la señora Serra, pero supo aceptarlo con docilidad.

El 21 de junio de 1855, en la Iglesia de San Ambrosio (hoy Iglesia “de Jesús”) en Génova, a los 10 años, recibió la primera Comunión y la Confirmación luego de una atenta preparación realizada por el Canónigo Salvador Magnasco. Desde ese día se sintió atraída por el misterio de la presencia Eucarística, de tal manera que no pasaba delante de ninguna Iglesia sin entrar para adorar el SSmo. Sacramento. El culto a la Eucaristía es en efecto uno de los goznes de su espiritualidad, junto al culto de los Corazones de Jesús y de María Inmaculada. Movida por una compasión connatural hacia los que sufren, desde su adolescencia donó abundantemente y de todo corazón a los necesitados, muy contenta de hacer sacrificios personales para lograrlo. En diciembre de 1862, la joven Eugenia perdió también el apoyo del tío Luis, quien había sido para ella más que padre. Recibió de Él no solamente la herencia moral de grande rectitud, coherencia cristiana y gran liberalidad hacia los pobres, sino también la responsabilidad de la familia, ahora en las manos de administradores no siempre fieles. No se acobardó. Confiando en Dios y aconsejada por el canónigo Magnasco, futuro Arzobispo de Génova, y por sabios abogados, tomó las riendas de los negocios de familia. Lamentablemente no logró salvar al hermano del camino extraviado por el que estaba marchando y que lo llevó a un extremo degrado moral y físico. Fue éste uno de los mayores sufrimientos para la Madre y una grande prueba para su Fe. En este mismo período la tía Marieta inició los preparativos para conseguir para la sobrina un brillante porvenir de esposa. Pero Eugenia oraba ardientemente en su corazón, para que Dios le mostrara el verdadero camino por donde deseaba llevarla. Tenía aspiraciones más elevadas. El 31 de mayo de 1863, en la Iglesia de Sta. Sabina en Génova, en donde entrara para saludar a Jesús Eucarístico, mediante las palabras del Misionero P. Jacinto Bianchi, quien estaba en ese momento dirigiéndose a los fieles, Eugenia Ravasco recibió la invitación divina a consagrarse para hacer el bien por amor al Corazón de Jesús. Fue el acontecimiento que iluminó su futuro y cambió su vida. Bajo la guía del Director espiritual, ella se puso sin reservas a disposición de Dios, consagrándole a Él, a su gloria y al bien de las almas, sus energías de inteligencia y de corazón y el patrimonio heredado de los suyos: Este dinero acostumbraba repetir no es mío, sino del Señor, yo soy solamente la depositaria” (cfr. Positio C.I., 70)

Soportó con fortaleza las protestas de los parientes, las críticas y el desprecio de las damas de su misma clase social e inició con valor a hacer el bien a su alrededor. Dio clases de catecismo en su Parroquia, N.S. del Carmen; colaboró con las Hijas de la Inmaculada en la Obra de S. Dorotea, como asistenta de las niñas del barrio, enseñó costura y bordado. Como Dama de Caridad de S. Catalina en Portoría, asistió a los enfermos en el Hospital de Pammatone y de los Crónicos; visitó a los pobres en sus casas, llevando el consuelo de su caridad. Sentía una grande pena viendo a tantos niños y jovencitas abandonados a sí mismos, en medio de toda clase de peligros y totalmente ignorantes de las cosas de Dios.

El 6 de diciembre de 1868, a los 23 años, fundó la Congregación religiosa de las Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, con la misión de hacer el bien especialmente a la juventud. Se iniciaron así las escuelas, la enseñanza del catecismo, las asociaciones, los oratorios; el proyecto educativo de la Madre Ravasco consistía en educar a los jóvenes y formarlos a una vida cristiana activa y abierta, para que fueran honestos ciudadanos en medio de la sociedad y santos en el cielo; educarlos a los valores trascendentes y al mismo tiempo a la lectura de los acontecimientos en perspectiva histórico-salvífica. Les propuso la santidad como meta de la vida.

En 1878, en un período de abierta hostilidad a la Iglesia y de laicización de la vida social, Eugenia Ravasco, atenta a las necesidades de su tiempo, dio inicio a una Escuela Normal femenina, con la finalidad de darle a las jóvenes una instrucción orientada cristianamente y de preparar “maestras cristianas” para la sociedad. Para llevar a cabo esta obra, pupila de sus ojos, se enfrentó con fortaleza y confiando en Dios sólo, a los ataques venenosos de la prensa de opinión laicista.

Encendida de caridad ardiente a imitación del Corazón de Jesús y animada por la voluntad de ayudar a su prójimo, de acuerdo con los Párrocos, organizó Ejercicios Espirituales, Retiros, Ceremonias religiosas y Sagradas Misiones Populares, hallando un grande consuelo viendo a muchos corazones que retornaban a Dios para encontrar su misericordia mediante la oración, el canto litúrgico y los Sacramentos. Oraba: Corazón de Jesús, concededme poder hacer este bien y ninguno otro, en todas partes.

Soñaba con poder ir a Misiones, pero ello no se concretizó sino después de su fallecimiento. Promovió el culto del Corazón de Jesús, de la Eucaristía, del Corazón Inmaculado de María; organizó Asociaciones para las Madres de Familia, tanto pobres como acomodadas; a estas últimas propuso ayudar a las jóvenes necesitadas y proveer a las Iglesias pobres. Alcanzó con su caridad a los moribundos, encarcelados, los lejanos de la Iglesia. Vivió de fe, de oración, de sufrimiento, de abandono en la Voluntad de Dios.

En 1884, junto con otras cohermanas, Eugenia Ravasco hizo su Profesión Perpetua. Siguió entregada al desarrollo y fortalecimiento del Instituto, el cual, aprobado por la Iglesia Diocesana en 1882, obtendrá la aprobación pontificia en 1909. Fundó algunas Casas Filiales que visitó no obstante su poca salud. Guió la Comunidad con amor, prudencia y la mirada hacia el futuro, considerándose la última de las hermanas. Trabajó para mantener encendida en sus hijas la llama de la caridad y grande celo para la salvación del mundo, proponiéndoles como modelos los Corazones SS.mos de Jesús y de María. Arder en el deseo del bien ajeno, especialmente de la juventud fue su ideal apostólico; Vivir abandonada en Dios y en las manos de María Inmaculada fue su programa de vida.

Purificada por la prueba de la enfermedad, de la incomprensión y del aislamiento dentro de la misma Comunidad, Eugenia Ravasco nunca desistió de actuar con pasión evangélica para la salvación de las almas, especialmente de la juventud de toda edad y condición social. En 1892, un año después de la Encíclica Rerum Novarum de S.S. el Papa León XIII, quiso construir un edificio en la plaza de Carignano, en Génova, para hacer de él la Casa de las Obreras: las jóvenes, quienes trabajaban en las fábricas y en los talleres de artesanía, hallarían en el un hogar seguro y la posibilidad de una formación cristiana. En 1898, para las jóvenes que trabajaban a servicio de las familias, fundó la Asociación de Sta. Zita; al mismo tiempo construyó el pequeño teatro para los momentos recreativos de las jóvenes del Oratorio y de las numerosas Asociaciones que estaban organizadas en el Instituto, convencida de que la alegría es la atmósfera educativa más eficaz: Estad alegres acostumbraba repetir divertios, pero santamente...y a las religiosas: Vuestro gozo atraiga otros corazones para alabar a Dios (de sus escritos).

Consumida por la enfermedad Eugenia Ravasco falleció en Génova en vísperas de cumplir sus 56 años de vida, en la Casa Madre del Instituto, en la madrugada del 30 de diciembre de 1900. "Os dejo a todas en el Corazón de Jesús" fueron sus palabras de despedida de las hijas y de sus queridas jóvenes.

En 1948 S. E. Mons. José Siri, Arzobispo de Génova, da inicio al Proceso Diocesano. El 1 de julio del 2000, año Jubilar, el S. Padre Juan Pablo II reconoce la heroicidad de sus virtudes. El 5 de julio del 2002 el mismo S. Padre Juan Pablo II firma el Decreto de aprobación del milagro la curación de la niña Eilen Jiménez Cardozo de Cochabamba (Bolivia) obtenido por intercesión de Madre Eugenia Ravasco.

Fue beatificada el 27 de abril de 2003 por S.S. Juan Pablo II.

miércoles, 20 de mayo de 2020

Beata María Crescencia Pérez

El 17 de Agosto de 1897, nacía en San Martín, Provincia de Buenos Aires, María Angélica Pérez: 34 años más tarde moría en Vallenar (Chile), un viernes 20 de Mayo la Hermana María Crescencia Pérez.

Entre la aurora y el ocaso, una existencia enteramente vivida ¨en el nombre Del Señor. María Angélica vino al mundo de unos padres profundamente enraizados en la fe, llenos de confianza en la Voluntad de Dios, humanamente íntegros. En ese ambiente familiar de coherencia espiritual y humana, María Angélica fue bendecida por Dios con cualidades excepcionales y con ella fue bendecido el Instituto del Huerto y la Iglesia a la que durante 14 años sirvió.

En el año 1917 hizo su profesión religiosa inundada de paz interior. Esa paz estuvo precedida por sufrimientos diversos como la pobreza familiar y la muerte de su padre que se produjo el mismo día en que ella hizo su profesión religiosa. Aceptó esa muerte con generosidad y dolor contenido.

Al consagrarse a Dios nació muy pronto un amor especial a la oración y una extraordinaria capacidad de sufrir. En su apostolado los más beneficiados fueron los enfermos y los pobres, podemos decir que vivió una auténtica vocación: los pobres. A los enfermos les enseñó que en el sufrimiento se esconde una fuerza especial que los acerca a Cristo. Hizo propias las esperanzas, las angustias y las tristezas de las personas que trataban con ella. El supremo mandamiento del Señor ¨Amaos los unos a los otros¨ había arraigado profundamente en ella durante los años de su consagración, vividos en fidelidad al carisma de la congregación. La devoción mariana resplandeció de un modo elocuente en su vida.

Amó y veneró a la Virgen con afecto filial. A ella recurrió en todo momento, especialmente en las situaciones de dificultad y prueba.

Sus fatigas y sufrimientos tuvieron como único objeto trasmitir el gran tesoro de la fe en Jesucristo, único Salvador del mundo.

En su incansable actividad a pesar de su corta vida, sembró una semilla que poco después de su muerte dio abundante fruto.

El amor a Jesús, a María del Huerto, a su Iglesia y al Padre fundador de su Instituto, San Antonio María Gianelli la fueron transformando y así abrazada y consumida por ese fuego interior entregó su vida a Dios. En el umbral del tercer milenio, el testimonio de santidad sencilla y cotidiana de María Crescencia, puede ayudar a muchos a ser como ella.

Fue beatificada 17 de noviembre de 2012, durante el pontificado de Benedicto XVI

Fuente: https://es.aleteia.org/daily-prayer/lunes-20-de-mayo/



Oración a la Beata María Crescencia Pérez

Padre de Jesús y nuestro que por tu Divino Espíritu haces florecer la santidad en la Iglesia, te damos gracias por tu sierva María Crescencia que te amo con sencillez, y te rogamos que la glorifiques, para que su ejemplo e intercesión sirvan a la extensión de tu Reino y a la multiplicación de las vocaciones a la vida consagrada.

Concédenos, por su intermedio, la gracia que, con humildad, te imploramos.

Por Jesucristo Nuestro Señor, Amen.

(Formular la petición y rezar un Padre Nuestro, Ave María y Gloria)

Corazón de Jesús por los sufrimientos de tu Divino Corazón, ten misericordia de nosotros.

sábado, 16 de mayo de 2020

Padre José María Vilaseca

Nació el 19 de enero de 1831 en Igualada, España; fue bautizado el mismo día con el nombre de José Jaime Sebastián. sus Padres fueron el Señor Jaime Vilaseca y Víver y la Sra. Francisca Aguilera y Morató.

Vivió su infancia en Igualada en el seno de una familia ligada al sistema artesanal; el ambiente que respiró en los primeros años de su vida fue el tesón, la constancia y la laboriosidad del catalán y un arraigado cristianismo en medio de una sociedad que se enfrentaba en los cambios económicos, políticos y sociales del siglo XIX. 

En Barcelona concluyó sus estudios medios, pues su familia se había trasladado a ese lugar en busca de mejores fuentes de trabajo. Su padre ingresó al engranaje del sistema industrial como supervisor de una fábrica de hilados y ahí mismo el adolescente José Jaime trabajó, teniendo a su cargo una máquina de hilar. Su vida estaba proyectada para que se desarrollara en el ambiente de la industria; por las noches estudiaba dibujo lineal y matemáticas en las escuelas que la Junta de Comercio de Barcelona patrocinaba; su padre quería que llegara a ser una buen mecánico. 

Durante su permanencia en este lugar frecuenta la Asociación de San Luis Gonzaga. Este grupo de jóvenes con sus motivaciones espirituales y apostólicas, despertó en él aspiraciones que lo pondrían en un camino muy distinto al que se tenía proyectado: la vocación sacerdotal. Así, en 1847, impulsado con esa inclinación, dejó su trabajo en la fábrica de hilados y solicitó su ingreso como sacristán en la parroquia de Santa Ana donde era párroco el Pbro. Santago Canals Linás, antiguo religioso Paúl, quien lo formó en la ciencia y en la virtud; y tomó como confesor y director al Pbro. Agustín Cruz quien le ayudó a ingresar al Seminario en Barcelona como alumno externo.


Su ingreso al Seminario no sólo representó para José Jaime la realización de su ideal, sino también el descubrimiento de su vocación misionera, gracias a la invitación del P. Armengol, religioso Paúl, quien buscaba religiosos para México. 

En el proceso de discernimiento de esta vocación, su director espiritual le puso un período de maduración que duró tres años; durante este tiempo manifestó con claridad su decisión, su constancia y, sobre todo, su espíritu de fe. Después de haber renunciado a su herencia en favor de una hermano menor, a finales de 1852 partió para México con un ideal claro: ser misionero. 

Ingresó al noviciado el 2 de abril de 1853 y profesó como religioso en la Congregación de la Misión el 3 de abril de 1855. Como expresión de su amor a la Madre de Dios, añadió a su nombre el de María. Recibió la ordenación sacerdotal el 20 de diciembre de 1856, poniendo a San José como padrino de su primera Eucaristía.

Comenzó su ejercicio de su ministerio sacerdotal en una época difícil para la Iglesia en México: en 1857 fue jurada la Constitución política del nuevo Estado mexicana y a partir de ese año comienza una persecución contra la Iglesia; se oficializa la separación Iglesia-Estado; se declara una educación laica y abiertamente anticatólica. Los diez primeros años de su sacerdocio se dedicó a las misiones populares. 

Ya desde el noviciado había iniciado unos apuntes personales que llamó su vademecum: una biblioteca abundante con los principales temas para el ejercicio de su ministerio. Sus primeras publicaciones están íntimamente ligadas a su actividad misionera. Este espíritu evangelizador lo llevó a establecer en 1869 la Biblioteca Religiosa. 

El 8 de diciembre de 1870, el Papa Pio IX proclamaba a San José, Patrono de la Iglesia Universal. Aunque ya era gran devoto, en marzo de 1871 predicó el mes de San José en la capilla de San Vicente. Esta experiencia fue el punto de arranque de un trabajo intenso para propagar la figura de San José; fue el momento en que el P. Vilaseca sintió la devoción josefina como un regalo de María. Al finalizar la predicación del mes se propuso a editar una revista que difundiera la figura de San José: El Propagador de la devoción al Señor San José y a la Sagrada Familia. Un año más tarde publicó: ¿Qiuén es José? Estableció la Asociación de los devotos del Señor San José y en 1872 añade a El Propagador el boletín titulado El Sacerdocio Católico, con el fin de promover las vocaciones consagradas.

La apremiante escasez de sacerdotes, los problemas de los seminarios, el abandono de los pueblos, constatado en su actividad misionera, motivaron al P. Vilaseca para proponer a sus superiores la creación de un centro de estudios eclesiásticos en la Arquidiócesis de México. Así, con la anuencia del Arzobispo de México y el apoyo de sus superiores, fundó el Colegio Clerical del Señor San José, el 19 de septiembre de 1872, para formar pastores que se dedicaran a la atención de las parroquias, y no se perdiera en fruto de las misiones. El mismo día fundó la Congregación de los Misioneros de San José cuyo fin consiste en la promoción del culto y devoción a San José y en la evangelización, preferentemente de los pobre e indígenas, mediante la educación de la juventud, las misiones y otros ministerios de acuerdo al propio espíritu y carisma. 

Tres días más tarde, fundó la Congregación de Hermanas Josefinas, con la ayuda de la señorita Cesárea Ruiz de Esparza y Dávalos, para la educación de la juventud, la atención a los enfermos y otras formas de caridad. 

El P. Vilaseca se dedicó a la formación de sus hijos mediante la relación personal con ellos, el ejemplo de su vida, las instrucciones que les daba, sus escritos, etc., en los cuales dejó un verdadero patrimonio espiritual. 

También impulsó las misiones populares, en las que participaron los alumnos y sacerdotes del Colegio Clerical y los primeros Misioneros Josefinos. Estableció las misiones entre los indígenas tarahumaras, yaquis, huicholes y lacandones. Fundó colegios y escuelas para la instrucción de la niñez y juventud. 

Entre las adversidades que vivó, está la experiencia de la cárcel y de la expulsión del país (1873); en enero de 1875 regresó a México, por una gracia especialísima de San José. También los superiores de la Congregación de la Misión, le plantearon una disyuntiva difícil: abandonar las obras josefinas o la Congregación de la Misión; para resolverla, consultó al Arzobispo Ilmo. Dr. D. Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, y después de tres días de oración, ante la imagen de San José, con los alumnos del Clerical, apoyado con la oración de las Hijas de María Josefinas y de sus alumnas, decidió, como fruto de su discernimiento, y siguiendo la indicación del Arzobispo, dedicarse plenamente a sus misioneros, a las hijas de María Josefinas y demás obras que había fundado. Profesó como Misionero Josefino el 25 de enero de 1877. 

En 1885, por orden del Arzobispo de México, entregó el Colegio Clerical. Desde entonces pudo dedicarse plenamente a la atención de sus obras josefinas y a la formación de sus misioneros, establecidos en la Ribera de Santa María, casa madre de los Misioneros Josefinos desde 1877.

La Congregación de los Misioneros de San José recibió el Decretum Laudis el 20 de agosto de 1897, y la Aprobación definitiva el 27 de abril de 1903 y de las las Hermanas Josefinas el 18 de mayo del mismo año. 

El Siervo de Dios José María Vilaseca, expiró, en olor de santidad, el 3 de abril de 1910, en el Hospital Escandón de la coudad de México. Culminó su misión diciendo: "Jesús, María y José, vámonos". Sus restos descansan en el templo de la Sagrada Familia que él mandó contruir en 1899.

Beatos Hermanos Jenaro y Alfeo Bernabé

Hermano Jenaro (Mariano Navarro Blasco) nació en Tortajada, provincia de Teruel, el 3 de diciembre de 1903, y fue bautizado al día siguiente. Ingresó en el Noviciado Menor de Cambrils de los Hermanos de las Escuelas Cristianas de San Juan Bautista de La Salle en 1916. Hizo el Noviciado en Hostalets, provincia de Barcelona, y tomó el hábito el 1 de noviembre de 1919. Hizo el escolasticado en Bujedo, provincia de Burgos, y después comenzó su apostolado el 10 de octubre en la Escuela gratuita de Cambrils. El 2 de febrero de 1922 llegaba al colegio Sagrado Corazón de Tarragona.

En 1928 salió para Cuba, donde estuvo tres años, en el Colegio de El Vedado, ayudando al Hermano Victorino en la formación de la Acción Católica. De regreso a España, en 1931, fue destinado a Manlleu y dos años después a Tarragona. Detenido en el barco-prisión “Río Segre”, lo sacaron la noche del 11 de noviembre de 1936.El Hno. Jenaro fue fusilado en el cementerio de Torredembarra, sus restos fueron enterrados en una fosa común en esta ubicación. al terminar la guerra civil española sus restos fueron identificados y conducidos a la casa "San José" de Cambrils y más tarde a la Cripta Martirial de SanT Martí de Sesgueioles. El 13 de octubre de 2013 fue beatificado en Tarragona.


Hermano Alfeo Bernabé (Núñez Alonso) nació en Santa María del Invierno, provincia de Burgos, España, 11 de junio de 1902. Inició el noviciado menor en Cambrils-Sagrado Corazón, provincia de Tarragona, el 5 de septiembre de 1916. Comienza el postulantado en Els Hostalets de Llers, provincia de Gerona, el 28 de julio de 1918. La toma de Hábito la hace en Els Hostalets de Llers, provincia de Gerona, el 1 de noviembre de 1918. El escolasticado lo realiza en Bujedo, provincia de Burgos, a partir del 1 de marzo de 1920. Hace la profesión perpetua en La Salle Bonanova el 25 de agosto de 1927. Mejor dotado para el trabajo manual que para el estudio, lo enviaron a Cambrils, para trabajos manuales. Hizo el servicio militar viviendo en Cuba, donde se manifestó como un excelente profesor de los más pequeños.-

Pertenecía a la Comunidad y Colegio “Sagrado Corazón” de Tarragona. Tenía 34 años, 16 de Vida Religiosa y 9 de Profesión Perpetua. Bernabé Alonso nació en Santa María del Invierno. Fruto del reclutamiento vocacional de la comarca burgalesa de Montes de Oca, Bernabé conoció a los Hermanos de La Salle, igual que muchos otros jóvenes que se digirieron a Cambrils o Bujedo. Así, en 1916, en plena guerra mundial, a los 14 años ingresó en el Noviciado menor de la Casa “Sagrado Corazón” de Cambrils, con el pleno consentimiento y felicidad de sus padres. A los 16 años, en el verano de 1918, inició el Postulantado y Noviciado en la Casa, hoy desaparecida, del Noviciado de Els Hostalets de Llers, cerca de Figueres. Acabado el tiempo del Noviciado se trasladó al Escolasticado de Bujedo, cerca de su querida tierra natal. Fue destinado a la escuela del “Sagrado Corazón” de Cambrils; dotado mejor para el trabajo manual que para el estudio, se dedicó a los servicios temporales sin rechazar la ayuda a nadie.

Comentaba su H. Director, Anselmo Félix: “No hay trabajo que no se le pueda confiar, seguro del máximo rendimiento y de la perfecta ejecución que siempre satisface a los más exigentes”. Estando en la casa “Sagrado Corazón” de Cambrils, pudo colaborar de muchas maneras en la nueva construcción de la casa “San José”, inaugurada en 1928. Pero este año se le habían acabado las prórrogas del Servicio Militar y tuvo que optar por marchar a Cuba a realizar el servicio misionero substitutorio.

Durante tres años se dedicó a la enseñanza de los más pequeños del colegio de El Vedado en La Habana cubana; sin experiencia pedagógica, tuvo un éxito total; los alumnos y sus familias apreciaron al novato profesor tan amable, tan entregado, tan piadoso y tan agradable. Volvió a Cataluña en 1931 y fue destinado al colegio del “Sagrado Corazón” de Tarragona; con la experiencia pedagógica adquirida en La Habana, se entregó a las clases de primaria del colegio tarraconense durante los cinco años que residió en él. Acabado el curso escolar de 1936, el 17 de julio, con otros cuatro Hermanos, se desplazó en tren hacia Madrid. Una vez en la capital de España, pensaban dirigirse a sus pueblos en misión reclutadora de vocaciones por indicación del H. Visitador.

En Madrid se encontraron desolados por el estallido revolucionario y optaron por regresar a Tarragona el 29 de julio. Los Hnos. Alejandro Antonio y Alfeo Bernabé llegaron a Tarragona hacia el atardecer, los otros dos siguieron hacia Barcelona. Se dirigieron al colegio y lo encontraron intervenido; fueron a casa del cocinero, pero éste ya se encontraba preso en el barco-prisión; su esposa les advirtió del peligro al cual se exponían. Optaron por volver a la estación y tomar el tren de las 12 de la noche dirección València.

En la estación fueron detenidos y llevados al ayuntamiento. Delante de la parroquia de San Francisco de Asís aprovecharon para huir corriendo por las estrechas calles de la parte alta de la ciudad. Se refugiaron en casa de la Dª. Filomena Martínez pero los encontraron. El H. Alfeo Bernabé fue fusilado en la calle detrás de Santo Domingo. El H. Alejandro Antonio pudo huir de nuevo en dirección al “Camp de Mart”, pero fue detenido más tarde y trasladado al ayuntamiento; más tarde llevado al paseo de Sant Antoni fue allí fusilado. Fueron enterrados en el cementerio municipal de Tarragona. Acabada la guerra civil, sólo se pudieron reconocer e identificar los restos del H. Alfeo Bernabé que fueron trasladados al cementerio de la casa San José de Cambrils y más tarde, en 1959, a la cripta martirial del Casal San Martí Sesgueioles.



Fueron beatificados el 13 de octubre de 2013, durante el pontificado de Benedicto XVI.