lunes, 8 de febrero de 2021

Santa Francisca Javiera Cabrini, la santa de la maleta


Santa Francisca Javiera Cabrini, Patrona de los migrantes, tiene como símbolo una maleta, esa maleta que la acompañó en los cientos de viajes que realizó por América, para ayudar  y socorrer especialmente a los más necesitados. 

Francisca Cabrini, la menor de trece hermanos, nació el 15 de julio de 1850 en un pequeño pueblo llamado S'ant Angelo, Lodigiano cerca de la ciudad de Milán, Italia. Creció cautivada por las historias de los misioneros y decidió unirse a una orden religiosa. Debido a su frágil salud, no se le permitirá unirse a las Hijas del Sagrado Corazón que han sido sus maestras y bajo cuya guía obtuvo su certificado de maestra.

Sin embargo, en 1880, con siete mujeres jóvenes, Francisca fundó el Instituto de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús. Ella era tan ingeniosa como orante, encontrando personas que donaran dinero, tiempo, trabajo y apoyo para los más necesitados. Ella y sus hermanas querían ser misioneras en China; visitó Roma para obtener una audiencia con el Papa León XIII. El Papa le dijo a Francisca que fuera “no al Este, sino al Oeste” a Nueva York en lugar de a China como había esperado. Ella iba a ayudar a los miles de inmigrantes italianos que ya estaban en Estados Unidos.

El 18 de marzo, las primeras seis hermanas Misioneras del Sagrado Corazón destinadas a América, junto con su fundadora, reciben el crucifijo misionero de las manos del Mons. Scalabrini. En su homilía el obispo hace una pequeña, pero gran revelación, que parece coincidir con el sueño de la Madre Cabrini. Después de recorrer el contenido desgarrador de muchas cartas que recibe de América, recuerda a un misionero que ha pedido el envío “inmediato” de algunas monjas, para asistir a las niñas huérfanas e impedir que tantas niñas abandonadas se vayan por un mal camino.


En 1889, Nueva York parecía estar llena de caos y pobreza, y en este nuevo mundo intervinieron la Madre Francisca Cabrini y sus hermanas compañeras. Cabrini organizó clases de catecismo y educación para los inmigrantes italianos y atendió las necesidades de muchos huérfanos. Estableció escuelas y orfanatos a pesar de las tremendas dificultades.

Su obra se extendió también a las minas, a las cárceles, a los algodonales, a las construcciones de ferrocarril, a todos los lugares donde ella y sus Hermanas iban en ayuda de los pobres italianos esclavizados por la necesidad de ganar algo y, a menudo, abrumados por dificultades existenciales. Luchó por ellos, por su dignidad y por recuperar su identidad cultural de la que se avergonzaban de hablar. Luchaba para que la religión católica no fuese abandonada y sobre todo para que la instrucción religiosa fuese fuente de consuelo, de crecimiento humano y cristiano, la fuerza para progresar en la vida e integrarse dignamente en la nueva cultura sin perder la propia.

Pronto, Madre Cabrini recibió solicitudes para abrir escuelas de todo el mundo. Viajó a Europa, Centroamérica, Sudamérica y por todo Estados Unidos. Hizo 23 cruces transatlánticos y estableció 67 instituciones: escuelas, hospitales y orfanatos.


En 1985 viajó  para fundar en Argentina, Madre Cabrini en Panamá se embarcó en el navío chileno "Mapocho" que la llevaría hasta el puerto de Valparaíso.  Había tomado la ruta más larga, la del Pacífico, porque le interesaba conocer lo más posible América del Sur.

Durante las escalas, pudo conocer en Lima, la iglesia y tumba de Santa Rosa de Lima, a quien le tenía una profunda devoción, luego prosiguieron  su viaje, donde apreció el desierto, y entre tantos paisajes.

Desembarcó en Valparaíso, Chile, un pintoresco puerto edificado sobre cerros, que a Madre Francisca Javiera le recordó a Génova. Las hermanas tuvieron que tomar una decisión: de continuar el viaje a Buenos Aires por mar, travesía larga en la que debían llegar hasta el estrecho de Magallanes para volver luego por el Atlántico hasta Buenos Aires, o bien dirigirse por tierra a la capital argentina, cruzando la importante cordillera de los Andes. El segundo trayecto era más corto y directo, pero el paso por la cordillera era extremadamente penoso.

Se dirigieron a Santiago (la capital queda a unos cien kilómetros de Valparaíso), y ahí tuvieron que esperar veinticinco días a que las condiciones para viajar por los Andes mejoraran. En este punto, en la frontera chileno-argentina, la cordillera de los Andes alcanza su mayor altura, y los caminos fronterizos fácilmente quedan interrumpidos por la nieve.

La espera en Santiago permitió a las misioneras un providencial descanso, para recuperar las fuerzas luego de un largo viaje; necesitarían de todas sus energías para cruzar la cordillera. 

Restablecido el paso cordillerano, las misioneras emprendieron la travesía hacia Buenos Aires. En la ciudad fronteriza de Los Andes, las hermanas comulgaron (no podrían hacerlo hasta llegar a la capital argentina), y pidieron la bendición del párroco.

En esa época el paso por la cordillera era realmente peligroso. El camino subía y bajaba por arriesgados pasos a miles de metros de altura. Un primer tramo del viaje se podía hacer en un precario tren. Luego, la parte más difícil había que continuarla a lomo de mula. Los animales avanzaban con los temerosos viajeros a través de la nieve y de un viento frío y constante. La altura producía agotamiento y mareo. La experiencia de la travesía de los Andes quedó como un recuerdo imborrable para las misioneras; sufrieron penurias, pero contemplaron igualmente la grandeza de Dios en las altas montañas. El diario de la madre Cabrini está lleno de detalles interesantes. Al fin, las peregrinas llegaron a Mendoza, al otro lado de la cordillera, y pudieron tomar el tren que las condujo hasta la ciudad de Buenos Aires, a través de la pampa monótona e interminable.

“Cuando el buen Jesús quiso, llegamos a la Cumbre que es la cima más alta que se pueda pasar, en las cercanías del volcán Aconcagua, y allí se hizo una breve parada, que yo hubiera deseado larga. ¡Qué espectáculo majestuoso! ¡Qué paisaje encantador! ¡Parece ver todo el mundo de una sola mirada! Allí está el confín entre Chile y la Argentina…
… Deseábamos gozar de la vista del mar, pero ya descendía la niebla, y venía a quitarnos vista tan encantadora…"

Madre Cabrini murió el 22 de diciembre de 1917, dejando unas setenta obras funcionando eficazmente y cerca de mil Hermanas. Su Instituto se extendía por América del Norte: Estados de Nueva York, Nueva Jersey, Pennsylvania, Mississippi, Luisiana, Illinois, Colorado, Washington, California; en Centro América: Nicaragua y Panamá; en Sur América: Argentina y Brasil; en Europa: Italia, Francia, España e Inglaterra.



Sus obras eran educativas, hospitalarias, sociales y parroquiales, y su apostolado era variadísimo. Las Misioneras visitaban las cárceles, las zonas rurales, las familias y los hospitales públicos, siempre en busca, no solo de italianos emigrados, sino de todos aquellos que por diversos motivos se hallaban lejos de la patria y, sobre todo, de Dios.

Fue canonizada por el Papa Pío XII, el 07 de julio de 1946 en reconocimiento a su santidad y servicio a la humanidad. 
Fue nombrada Patrona de los migrantes en 1950.


En tiempos más recientes, las Misioneras de Madre Cabrini se han extendido por África, Australia, Rusia, Islas Filipinas; comprometidas especialmente en la defensa de la vida en todas sus etapas, de los grandes valores de la fe cristiana, entre los emigrantes, los niños abandonados, los ancianos y en favor de una cultura de acogida y de solidaridad.


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