Santa María Micaela del Santísimo Sacramento rescató muchas mujeres de la prostitución. Fundó el Instituto de Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad.
Santa María Micaela nació en Madrid en 1890, en una familia de clase alta, pero desde pequeña tuvo que afrontar grandes pesares, sus padres murieron inesperadamente, su hermanita perdió la razón y su otra hermana fue desterrada por los enemigos políticos de su esposo. Tuvo que acompañar a su hermano en su trabajo como embajador en París y luego en Bruselas.
Solía madrugar para hacer sus prácticas de piedad, ir a misa y hacer obras de caridad con los pobres y enfermos. Desde el mediodía tenía que asistir a los banquetes diplomáticos y diversas actividades, mostrándose sonriente a pesar de no sentirse bien de salud.
Al volver a Madrid, se encuentra con María Ignacia Rico, con quien visitó el hospital San Juan de Dios, donde había mujeres de la mala vida que habían caído enfermas y Micaela se quedó impresionada con la vida horrorosa y cruel de las prostitutas.
Con su amiga Ignacia consiguieron una casita para albergar a las muchachas, resumirlas y salvarlas. Esto generó habladurías e incomprensiones para con Micaela en la alta sociedad y en el clero, perdiendo a sus amistades. La Santa dejó su elegante barrio y se fue a vivir con las pobres mujeres.
Santa Micaela solía escuchar voces interiores de Dios pero su director espiritual le prohíbe hacerle caso. Ella por obediencia no siguió la voz que le decía:” que la comida estaba envenenada” y se enfermó. Más adelante, llega un santo directo espiritual: San Antonio María Claret, con quien pudo crecer en santidad.
Cierto día va a una casa de citas a rescatar a una muchacha que estaba allí obligada, la insultaron, le lanzaron piedras y la insultan con vulgaridades, pero Santa Micaela salva a la chica sonriendo como si estuviera recibiendo todos los honores.
Más adelante, la reina de España la manda a llamar para pedirle unos consejos. Funda la comunidad de Hermanas Adoratrices del Santísimo Sacramento dedicadas a orar a Cristo Jesús en la Eucaristía y a trabajar para preservar a las muchachas en peligro y a redimir a las pobres que ya cayeron en los vicios y en la impureza.
María Micaela había socorrido por varios años a los enfermos de la peste de tifus negro sin contagiarse. Pero en 1865 se fue a Valencia a ayudar a los enfermos del cólera y contrajo la mortal enfermedad. Partió a la casa del padre el 24 de agosto.
Fue beatificada en 1924 y canonizada en 1934 por el Papa Pío XI.
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