Santa Agustina Livia Pietrantoni
Livia, la segunda de once hijos de los pequeños agricultores Francisco Pietrantoni y Catalina Costantini, nació el 27 de marzo de 1864 en el pueblo de Pozzaglia Sabina (Rieti, Italia).
Su infancia y juventud estuvieron marcadas por los valores de su piadosa familia, en la que “todos estaban pendientes de hacer el bien y de rezar a menudo…”, pero también por el duro trabajo ya que desde temprana edad se afanó en el campo, cuidó los animales, transportó baldes de piedra y arena para la construcción de una ruta carretera y cada invierno, desde sus doce años, marchó a Tívoli para la recolección de aceitunas.
Tuvo muchas virtudes y también muchos pretendientes, pero ella ya había tomado una decisión: Cristo sería su amor, su Esposo, y eligió para sí “una Congregación donde haya trabajo para el día y la noche”.
A sus 22 años de edad, y tras ser rechazada en un primer intento por ingresar, fue admitida en la Congregación de Hermanas de la Caridad de Santa Juana Antida Thouret (desprendida de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl), en Roma, adoptando en religión el nombre de Agustina.
Su primer y único apostolado fue en el Hospital del Espíritu Santo, definido como “el gimnasio de la caridad cristiana” donde la hermana Agustina sirvió a los enfermos, los más difíciles, los incurables, “siempre lista a afrontar cualquier sacrificio, aun de derramar mi sangre por la caridad”, expresó en alguna ocasión.
En un ambiente abiertamente hostil a la religión, donde ya se había expulsado a los Padres Capuchinos, prohibido el crucifijo y cualquier signo religioso, así como anunciar el Evangelio, la Hna. Agustina no necesitó de palabras pues su servicio era fiel reflejo del amor de Dios.
Atendió con especial devoción a los enfermos mentales, los más difíciles, violentos y obscenos, como José Romanelli, a quien finalmente el director del hospital decidió expulsar. A raíz de esto, la rabia del hombre se dirigió hacia la Hna. Agustina, a quien amenazó de muerte en varias ocasiones, por palabra y también por medio de cartas, cumpliendo finalmente sus amenazas el 13 de noviembre de 1894, día en que la sorprendió sola y tras golpearla cruelmente le apuñaló en varias ocasiones.
“Madre, no se preocupe, soy feliz, lo perdono de corazón, mis más vivos deseos han sido escuchados”, alcanzó a decir a su superiora. Tenía sólo treinta años de edad.
Beatificada por Pablo VI (1972) y canonizada por Juan Pablo II (1999), conmemoramos a la patrona de las enfermeras y protectora de las personas ridiculizadas por su piedad el 13 de noviembre.
Beata Enriqueta Alfieri
María Ángela Domenica Alfieri nació en Borgo Vercelli en 1891. A los 20 años ingresó en las Hermanas de la Caridad de santa Juana Antida Thouret en el gran monasterio de Santa Margarita de Vercelli, tomando el nombre de Enriqueta. Después de un primer servicio en un asilo infantil de Vercelli -y superar prodigiosamente una grave enfermedad (la enfermedad de Pott)- en el 1923 fue enviada a formar parte de un grupo de hermanas para asistir a los detenidos de la cárcel de San Vittore en Milán. Aquí pronto llega a ser un punto de referencia para todos. También en los años oscuros de la ocupación nazi, cuando ejercía su ministerio confortando a los judíos arrestados y a los prisioneros políticos. Esta cárcel se convirtió en la sede de las SS, los alemanes llevaban a los judíos para luego trasladarlos a los campos de exterminio.
Se la conoce como “el ángel de San Vittore” por el servicio realizado durante tantos años en la gran cárcel milanesa. Durante la fase diocesana de su proceso de beatificación un no creyente como Indro Montanelli -preso en San Vittore en 1944 por su actividad antifascista- testificó la excepcionalidad cristiana de sor Enriqueta, definiéndola “epicentro de toda esperanza” en aquellos días difíciles. La religiosa no se limitaba a consolar: arriesgó en primera persona para evitar a otros la deportación. Un día fue descubierta con un escrito de una mujer judía que desde la cárcel escribía a sus parientes invitándoles a ponerse a salvo; por esto nuestra beata terminó detrás de las rejas. Se libró del fusilamiento por la intervención del cardenal el beato Alfredo Ildefonso Schuster, arzobispo de Milán, que escribió personalmente a Mussolini para invocarle clemencia. Alejada de la cárcel fue trasladada a la casa provincial de Brescia, donde escribe sus “Memorias”, el diario de prisión. Al terminar la guerra la llaman de la prisión donde continúa su apostolado iluminando con el amor de Dios el universo de la humanidad encontrado por ella. La madre de San Vittore murió con fama de santidad y de entrega en 1951. Fue beatificada por SS Benedicto XVI el 26 de junio de 2011.
Beata Nemesia Valle
Nació en Aosta en 1847, el seno de una familia de trabajadores. Su madre murió cuando era muy niña, y su padre la confió, junto a su hermano, al cuidado de unos tíos paternos de Aosta, después a sus parientes maternos en Donnas. A los 11 años fue internada en un pensionado regentado por las Hermanas de la Caridad de Besançon; esta situación provocó en ella un profundo dolor al encontrarse separada de la familia, y buscó su consuelo con el Señor. Después de completar su formación, cinco años después regresó a su tierra, a su casa de Donnas, donde su padre se había vuelto a casar, y la situación familiar se hizo muy tensa y se trasladó con su padre a Pont Saint Martin. En 1866 ingresó en el monasterio de Santa Margarita de las Hermanas de la Caridad en Vercelli, y cuando hizo los votos cambió su nombre por el de Nemesia e hizo un programa de vida: testimoniar su amor a Jesús hasta las últimas consecuencias, a cualquier precio, para siempre.
Fue enviada a Tortona, al Instituto de San Vicente, donde enseñó en la escuela primaria y francés en la secundaria. La hermana Nemesia estuvo siempre al lado de los que sufrían para aliviar el dolor, todo esto suscitó un gran interés en la población que iba a buscar en ella consejo. Fue nombrada superiora de la comunidad y se dedicó a servir a todos, especialmente a los más desfavorecidos y la llamaron “nuestro ángel”. En 1903 fue traslada a Borgaro para atender al noviciado donde siguió con su actitud bondadosa y de serenidad, despojándose de sí misma por amor a Dios. Murió en Borgaro con fama de santidad en 1916. Fue beatificada por SS Juan Pablo II el 25 de abril de 2004.
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