miércoles, 12 de junio de 2019

70° Canonización de Santa María Josefa Rossello

RASGOS SUBLIMES DE SU VIDA Y DE SUS VIRTUDES

El día martes siguiente a la canonización - 14 de junio de 1949 - en horas de la tarde, el Santo padre Pío XII concedió una solemne audiencia a las delegaciones y a los peregrinos congregados en Roma con motivo de la canonización de Santa María Josefa Rossello, Fundadora del Instituto de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia, la Audiencia se realizó en la sala de la Bendiciones.

En el estrado se encontraban SS.EE. Rev. Monseñor Pacifico Giulio Vanni, Arzobispo de Sian: Mos. Igino Nuti, Obispo tit. di Pupiana; Giovanni Battista Parodi, Obispo de Savona; el Ministro general de los Hermanos Menores, Rvmo Padre Pacifico Perantoni; con todos los miembros del Definitorio General; el Postulador Revmo Padre Fortunato Scipioni, O. F. M.; la Rvda. Madre General de las Hijas de Nuestra señora de la Misericordia Sor Vicenzina Vattuone, con el Consejo General y todas las Provinciales de Italia, Estados Unidos, Argentina, Brasil, etc. convocadas en Roma por el Capítulo General del Instituto y otras mucha personalidades eclesiásticas y laicales.

Muchísimos fieles colmaban no sólo la Sala de las Bendiciones sino los Salones Regio y Ducal junto a innumerables alumnas de los Colegios dirigidos por las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia.

Las Palabras del Vicario de CRISTO trazó una completa síntesis de la vida y virtudes de la nueva Santa.

"Sería difícil, amados Hijos, al describir la figura moral de vuestra Santa Madre, querer sacar a plena luz su aspecto característico, sin correr peligro de dejar en la sombra los demás rasgos de su fisonomía. La primera cualidad que, sin duda, se presenta a la mente, cuando se habla de la Santa, es la que Ella misma escogió, entre los atributos de la Santísima. Virgen al tomar el hermoso nombre de Hijas de Ntra. Sra. de la Misericordia. Nada más justo, puesto que la misericordia inspiró e informó toda su actividad. Pero si no se considerasen más que las manifestaciones externas, se correría el riesgo, ante su variedad y esplendor, de no penetrar hasta el foco íntimo del cual irradiaron.

AMOR A DIOS, AMOR A LOS HIJOS DE DIOS

Este foco es la caridad: caridad, virtud teologal, amor único en su doble objeto: Dios y el prójimo; caridad, que todo lo abraza, en su amplitud sin límites; caridad generosa, que le hacía apurar todos los medios de que la dotara, con liberalidad, la Providencia. Nada en verdad le faltaba: ni los dones de naturaleza ni los de la gracia; unos y otros, iluminados por la experiencia personal y el dolor, fecundados por la oración y la constante unión con Dios, con los Santos, con la Reina de todos Ellos, la Madre de Misericordia.

Amar a Dios en su adorable majestad y en su paternal bondad; amar también su imagen, en la miseria de sus criaturas; he aquí lo que da a la caridad el sello particular de la misericordia.

Ver a Dios, Autor, Creador y Padre, desconocido e injuriado por sus propias criaturas; ver en ellas la imagen de Dios manchada, profanada, desfigurada por el vicio y el pecado; ver a los hijos de Dios padecer, abandonados, mancillados por el contagio del mal; ver a la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, ignorada, despreciada, odiada; todo esto despedazaba el corazón de María Josefa Rossello y la impulsaba irresistiblemente a procurar a todos el oportuno remedio, puesto que el sentimiento de la misericordia sería vana lisonja y estéril ilusión si no se tradujera en actos; vale decir, en el don de sí mismo, tanto por la oración y la penitencia como por el trabajo y las obras.

Ahora bien, en vuestra Madre encontramos en grado eminente esa íntima unión de la contemplación y la acción. ¿Cómo ha podido una mujer realizar tan perfectamente en sí misma el ideal de Marta y María, sin que jamás fuera una obstáculo de la otra; antes al contrario, vivificando y fortaleciendo la una mediante la otra? Para eso, Ella debió ser admirablemente dotada de excelsas cualidades y heroicamente Santa.

MULTIPLICIDAD DE OBRAS EN LA MAGNÍFICA UNIDAD DE LA CARIDAD UNIVERSAL

Lo que en ella aparece a primera vista es la actividad exterior; actividad que atrae las miradas del incrédulo y del indiferente no menos que las del cristiano; pero a través de tal actividad se puede descubrir y adivinar el foco encendido en el secreto del corazón.

Las obras de nuestra Santa, creciendo en número y variedad, adquirirán una prodigiosa extensión; su familia religiosa, sin detrimento de su consolidación, aumentaba con extraordinaria rapidez. Es como para dejar desconcertado, la vista de los trabajos y de las instituciones tan diversas, y no obstante tan armonizadas, en la magnífica unidad de la caridad total. ¿Qué cosas en efecto, más desemejantes entre sí que los asilos para la infancia abandonada, la educación de las niñas de todas las clases sociales, la casa de los clérigos, los hospitales, los refugios para arrepentidas e indefensas, el cuidado de los ornamentos sagrados para el culto, las fundaciones en América, la obra de rescatar de la esclavitud a las morenitas? Añádase el celo incesante con que se preocupa de la formación de sus Religiosas, tanto y más aun que del afianzamiento y estabilidad material, económica, administrativa, moral de las casas que se multiplican y engrandecen con maravillosa celeridad. Ella se traslada continuamente de un lugar a otro y causa la impresión, nada menos, que de estar presente, a un tiempo, en todas partes. A todo provee; y dirige con el mismo acierto y maestría los trabajos de los arquitectos y albañiles como de las enfermeras y docentes. La enfermedad le impide trasladarse a la Argentina, donde su Instituto se implanta y difunde felizmente, pero mantiene constante correspondencia con sus hijas lejanas, siguiendo atentamente los progresos en la perfección religiosa y en el espíritu propio de su vocación, y dando simultáneamente oportunas instrucciones para el gobierno de las casas y para el orden temporal.

Sabe adaptarse a todas las circunstancias, a todas las condiciones, a todas las exigencias, sin dejarse turbar por ninguna contrariedad; ni cuando se impuso a las maestras la obligación de rendir exámenes para conseguir el diploma, ni cuando debieron someterse a la enseñanza de la gimnasia. Ella toma las medidas más sabias y prácticas para capacitarlas en el desarrollo de los programas, sin menoscabo de su vida espiritual y de su profesión religiosa.

Y no se piense que la Santa cumple toda esa inmensa labor superficialmente o de lejos, de una manera general trazando solamente las líneas fundamentales, indicando los grandes principios y dejando a los demás el cuidado de determinar los detalles y resolver las dificultades de la ejecución. ¡Todo lo contrario! En la fundación y marcha de las nuevas casas y obras –que cada año veía surgir en buen número- Ella acompaña y aun precede a sus Hijas, y trabaja con ellas, hasta que todo se encamine y marche normalmente. Muchos otros, obrando así, hubieran podido correr riesgo de ser o parecer molestos, de estorbar la actividad de los demás; Ella, no. Así como el alma no impide los movimientos del cuerpo, Ella guía y, guiando, forma. Posee, de una manera particular, el don de discernir y de preparar sabiamente a las futuras Superioras: de una joven Hermana, juzgada inepta por otros, la Santa hace en poco tiempo, una Superiora de gran valor.

ADMIRABLE EQUILIBRIO DE DOTES

Todo esto es lo que aparece exteriormente: pero claro está que, para actuar en esa forma, se requiere, aun en el orden puramente natural, una dosis no común de cualidades y dotes admirablemente equilibradas. Vuestra Fundadora las poseía. Sus facultades se hallaban egregiamente desarrolladas y armónicamente coordinadas: la inteligencia, la voluntad, la sensibilidad, en toda su actividad, disponen y combinan su respectiva cooperación según las más justas y felices proporciones. De ahí se sigue que en la práctica cotidiana, se manifiesten en las formas más variadas y sin que una atenúe el brillo de la otra, aquellas virtudes que se titulan cardinales: prudencia, justicia, templanza y fortaleza. De modo que las facultades y virtudes intensamente cultivadas por la Santa, en su acción y concurso, se encuentran siempre unidas con tal perfección que no se podría determinar la parte de cada una separadamente de las otras.

A primera vista, la Santa Madre descubre una necesidad y, de inmediato, concibe la obra con que llenarla; capta el valor de una propuesta y su alcance; considera los medios de resolver los problemas y dificultades que se presentan; discierne a qué personas, de cualquier grado o condición, conviene recurrir y la parte que corresponde a cada una. Ella no se queda sólo con hermosas concepciones y magníficos proyectos: no es menos realista que idealista. Apenas ha tomado una determinación, emprende valientemente la obra, dando con su ejemplo, impulso a los demás. Cuando imparte órdenes a sus Hijas, cuando suplica o informa a sus superiores eclesiásticos, cuando da prisa a sus bienhechores, cuando presenta sus condiciones y hace valer sus derechos ante las autoridades civiles, se conduce siempre con una fortaleza y una dulzura, con un tacto y una delicadeza tales, que triunfa de todas las resistencias y vacilaciones, que obtiene todos los socorros, que vence o evita todos los obstáculos. Nunca se deja abatir ni sobresaltar por las dificultades; no se turba ante una tentativa fallida ni se desconcierta ante una primera repulsa. En cuanto a sí, nunca niega ella nada a nadie; y si en algún caso raro se ve obligada a una negativa, pronto lo resarce, dando más de lo que se le pedía.

SU VIDA SOBRENATURAL: SECRETO DE SU GRANDEZA

Pero todos los dones y virtudes naturales de que estaba ricamente dotada, no bastan para explicar, ni remotamente, la plenitud de su obra, su ardor y al mismo tiempo su calma e imperturbable serenidad; la naturaleza ha sido sobrepujada en mucho; ¡es en su vida sobrenatural donde hay que buscar y leer el secreto de su grandeza!

No tenía sino un solo deseo: el de santificarse, ser útil a los pobres e impedir los pecados que tanto mal causan en el mundo. En todas sus palabras y en todas sus acciones se proponía como único fin la gloria de Dios y el bien de las almas.

No obstante su actividad exterior, Ella estaba siempre en oración; y será más exacto decir que, de esta oración continua dimanaba precisamente, como de purísimo origen, su actividad exterior. En todas las cosas procedía con prudencia y fortaleza; pero no se apoyaba en ellas principalmente, antes bien, forzando un poco la expresión –sin quitarle su lugar en su conducta- ella decía que "la prudencia humana no sirve; dejadla a los hombres". En realidad, aunque utilizase y tuviese en cuenta los medios humanos, no ponía en ellos su confianza y no se servía de ellos sino como instrumentos de Dios.

Consultaba a personas sensatas y competentes; rezaba y hacía rezar; y luego, ¡adelante! En las resoluciones a tomar, en las dificultades a vencer, Ella se dirigía a la Providencia Paternal de Dios, a la Santísima. Virgen, Madre de Misericordia, a San José, que constituyó, desde su adolescencia, en su Protector, Administrador y apoyo en toda circunstancia. Fuerte, con el sostén de tan grandes amigos, Ella avanzaba sin debilidad, sin vacilación, sin temor, y jamás su confianza quedó defraudada, salvo en aquellos casos que fueron necesarios para demostrar su solidez y constancia. Aun entonces se mostró siempre ecuánime, sobrellevando la gravedad de las pruebas, que no le faltaron en el curso entero de su camino terrenal.

LAS PRUEBAS DE SU CAMINO

Si la pobreza, desde la infancia, le había hecho sentir las austeridades de la vida; si el trabajar por los demás fue, para ella, leve; el ver cerrársele, por falta de la más exigua dote, las puertas del Instituto religioso a las que llamara para seguir su vocación, fue la prueba grande que debió sufrir por la aparente contradicción de Dios que, al mismo tiempo la llamaba y la alejaba. Pero no, Dios no la alejaba. Dios continúa atrayéndola y la conduce a su fin, pero por otro Camino. El grande afecto de la señora que la amaba entrañablemente como a hija, trata de retenerla, con la bondad, con las promesas, con los reproches; mas se aparta de ella y al apartarse, atrae sobre su delicado corazón el cargo de ingrata.

¡Qué sufrimientos, qué trabajos, qué fatigas, cuántas contradicciones de todas partes debió soportar en la fundación de su Congregación religiosa, en el doloroso nacer de casi todas sus obras y casas! Apenas tiene tiempo de alegrarse y agradecer a su querido San José por la favorable iniciación y la firmeza de los primeros pasos, cuando nuevos peligros, nuevas oposiciones, amenazan su estabilidad. Sus más santas intenciones en servicio de la Iglesia y de las almas, despiertan sospechas. Una vez, la enfermedad azota a sus hijas de la comunidad de Savona y, como si la cruz no fuese ya bastante pesada para la Madre, la malignidad de los adversarios o la ceguera de los amigos y bienhechores hacen caer la responsabilidad sobre sus espaldas. Su alma agoniza, su corazón está destrozado; los dolores físicos aumentan, las penosas crisis cardíacas se hacen cada vez más graves y frecuentes; sólo su espíritu permanece vigoroso e invencible.

Esta mujer que "no podía estar jamás inactiva", incapaz ahora de moverse, continúa igualmente trabajando, obrando, gobernando siempre, en la oración y el sufrimiento. El amor, que sobrepuja sus fuerzas, sostiene su valor; Ella resiste hasta el fin y sucumbe, victoriosa, en la brecha.


MIRADLA, PEDIDLE, IMITADLA

¡Qué Madre la vuestra! ¡Qué santa! ¿Qué podremos deciros aun ante Ella?, ¿qué podremos recomendaros, para concluir, sino: ¡MIRADLA!, ¡PEDIDLE!, ¡IMITADLA!

Fieles a sus ejemplos y enseñanzas, amados Hijos, atraeréis sobre vosotros, sobre vuestras obras, sobre las almas confiadas a vuestra solicitud, las más abundantes gracias del cielo, en prenda de las cuales Os impartimos con toda la efusión de nuestro corazón, la Bendición Apostólica."


S.S. Pío XII, 14 DE JUNIO DE 1949

Madre María Ana Brunner

María Ana Brunner. Nació en Mümliswil, Suiza, el 01 de octubre de 1764. Madre de seis hijos. Despues de la muerte de su esposo sintió el deseo de consagrarse al Señor, siendo acompañada espiritualmente por su hijo, el Padre Francisco de Sales Brunner.

Durante una peregrinación en Roma, fue agraciada con una avasalladora conciencia del Amor Divino, por ella y por el mundo, demostrado a través del derramamiento de la Sangre de Jesús. Esta experiencia le dio un sentido de urgencia espiritual y entusiasmo.

En su casa, Castle Loewenberg, en Suiza, atrajo a otras mujeres a una vida de reparación. Se unieron a ella en adoración al santísimo sacramento y en servicio generoso hacia los demás. Esta asociación  comenzó en 1834. La gente del lugar las conocía como las “Hermanas Pobres”, que más tarde serían las Hermanas de la Preciosa Sangre..

Madre María Anna Brunner  muere el 16 de enero  1836. 14 años después las Hermanas emprenden su apostolado misionero en Estados Unidos, apoyando a los Misioneros de la Preciosa Sangre. En 1933, los restos de la Madre María Ana Brunner fueron trasladados a Estados Unidos.

Las hermanas comenzaron el trabajo misionero en América, A través  instrucción religiosa, trabajo doméstico en seminarios y residencias episcopales, cuidado de huérfanos, educación de niños y cuidado de enfermos. En 1957, la Congregación abrió una misión en Chile, y en 1989, las primeras hermanas fueron a Guatemala.

lunes, 10 de junio de 2019

Santa Beatriz de Silva

Hija de Ruy Gómez da Silva, capitán y conquistador de Ceuta, y de la noble Isabel de Meneses, condesa de Portalegre, nació hacia 1424 en Campo Mayor, Alentejo, localidad portuguesa de la que su padre fue alcalde. Los once hermanos fueron educados en la fe por sus progenitores, quienes les inculcaron su devoción por la Virgen María. Los padres franciscanos los instruyeron a todos. Dos de ellos, Juan y Amadeo, se abrazaron a este carisma. Amadeo, cinco años menor que Beatriz, es el artífice de los «amadeístas», nueva rama reformada de los Hermanos Menores, y fue confesor del papa Sixto IV. La infancia de la santa discurrió en Campo Mayor, lugar en el que su padre le hizo posar para un pintor al que encargó un cuadro sobre María. Ella, llena de pudor, no osó abrir los ojos, y la imagen del lienzo refleja su modestia fielmente captada por el autor. La pintura, denominada «La Virgen de los ojos cerrados», se conserva en una iglesia de Campo Mayor.

En agosto de 1447 la futura fundadora asistió a la boda de Juan II de Castilla e Isabel de Portugal, que la eligió como dama de la corte y con la que estaba emparentada por ser hija de su primo Alfonso V de Portugal. Beatriz, de singular belleza, no pasó desapercibida. Los jóvenes que pensaron en ella para desposarla tuvieron que desistir puesto que ya había percibido la llamada de Dios y de Él sería. Era frecuente verla por el Real Monasterio de Santa Clara postrándose a orar ante Jesús Sacramentado. Sin embargo, las bajas pasiones discurrían entre los pasillos de palacio, y el despecho, la envidia y la maledicencia no tardaron en llegar. Muchos sabían que era una mujer íntegra, pero afiladas lenguas la culparon de mantener secretos amoríos con el rey. Tan grave acusación debió provenir de un pretendiente resentido que no logró obtener sus propósitos.

La reina no dudó de la infidelidad de su esposo con la noble Beatriz, y los celos le impulsaron a urdir un plan diabólico para desembarazarse de la que consideraba su rival. La condujo hasta un recinto solitario donde había dispuesto un baúl y al pasar junto a él la empujó dentro y lo cerró con llave. Sin perder la paz en tan asfixiante espacio, Beatriz se encomendó a la Virgen, quien se le apareció vestida de blanco y cubierta con un manto azul. Le hizo saber que sería fundadora de una nueva Orden bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, y que las religiosas deberían tomar por hábito los colores que Ella vestía. La joven, que amaba inmensamente a María, acogió con gratitud y esperanza este mensaje, consagrando su virginidad. Tras prometerle que sería rescatada de su encierro, la Madre del cielo desapareció.

Cumplidos tres días de esta infame reclusión, su tío Juan Meneses, que recelaba de la reina, acudió al monarca para averiguar el paradero de su sobrina. Presionada en interrogatorio Isabel declaró su gravísimo acto; todos tenían el convencimiento de que la muchacha habría muerto. Pero cuando Juan abrió el arcón, el gozo de la secuestrada y él ante este esperado encuentro se tornó en estupefacción para la reina y sus acompañantes. El prodigio rápidamente se extendió por Tordesillas. Beatriz abandonó el palacio y se dirigió a Toledo junto a dos doncellas. Por el camino se le aparecieron dos frailes con hábito franciscano. Pasada la primera impresión escuchó su vaticinio en el que auguraban un futuro lleno de bendiciones para ella y sus hijos. La santa, que no pensaba desposarse con nadie más que con Dios, les confió su determinación de consagrarse y los dos personajes ratificaron su profecía. Después, entendió que se trataba de Francisco y Antonio de Padua, santos de su devoción.

Beatriz permaneció en el monasterio toledano de Santo Domingo el Real tres décadas sin ser todavía religiosa, orando y meditando en las Sagradas Escrituras. Los beneficios que le reportaba su labor de hilado y bordado los repartía entre los pobres, igual que hizo con sus bienes. Para esconder su belleza a los ojos ajenos, cubrió su rostro con un velo blanco del que no se desprendía más que para hablar con escasas personas. Entre ellas estaba la reina, quien tras la muerte del rey se había arrepentido y suplicado su perdón. Después la visitó en varias ocasiones junto a sus hijos Alfonso y la futura Isabel la Católica, que prestó su apoyo a Beatriz para la fundación. La Virgen velaba por el cumplimiento de su indicación, y vistiendo de nuevo el hábito blanco y azul, se apareció a Beatriz cuando se hallaba a solas en el coro, orando. En 1484 la reina Isabel, devota de la Inmaculada, donó a la fundadora unas casa sitas en los palacios reales de Galiana, en Toledo y la anexa capilla de Santa Fe. En esos recintos se instaló Beatriz, que entonces tenía ya 60 años, junto con doce compañeras, erigiendo la Orden concepcionista con el fin de «servir a Dios y a Santa María en el misterio de su Concepción».

Según lo estipulado, la fundación debía regirse por una de las reglas que existían en la Iglesia. Pero la fundadora logró que al aprobar su obra Inocencio VIII en 1489, momento que conoció por revelación a través de san Rafael, introdujera en su bula «Inter Universa» su propia regla: el carisma mariano, un don del Espíritu. La llegada de la bula al convento de Santa Fe estuvo envuelta en un milagro. Después de informar a Beatriz que se había perdido en el fondo del mar al hundirse la nave que la portaba, tras las súplicas que elevó a Dios afligida por el hecho, la halló en un cofre. Al acercarse su fin en este mundo, diez días antes de tomar el hábito, la Virgen le aseguró que se la llevaría al cielo. El óbito se produjo el 17 de agosto de 1492. En 1924 Pío XI confirmó el culto que venía recibiendo. Pablo VI la canonizó el 3 de octubre de 1976.

domingo, 9 de junio de 2019

Beata Clelia Merloni

Clelia Merloni nació en Forlí, Italia, el 10 de marzo de 1861. Su madre murió cuando Clelia tenía tres años de edad. Su padre, Joaquín Merloni, un rico industrial, se casó con María Giovanna Boeri, que, con su abuela, le enseñó mucho sobre la fe y ayudó a Clelia a desarrollar una personalidad fuerte y confiada.

En 1876, Clelia comenzó sus estudios en el internado de las Hijas de Nuestra Señora de la Purificación en Savona, pero salió después de un año, por enfermedad. Fue educada en casa, en lenguas extranjeras y piano.

Su padre quería para ella una vida de lujo pero Clelia solo quería ser religiosa. En 1883 entró en la Congregación de las Hijas de Nuestra Señora de las Nieves pero volvió nuevamente a casa tras cuatro años por el debilitamiento de su salud.

En 1892, Clelia entró en la Congregación de las Hijas de Nuestra Señora de la Providencia en Como. Después de una recuperación casi milagrosa de la tuberculosis al final de una novena al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María, comprendió que Dios quería una congregación consagrada al primero, para servir a los pobres, los huérfanos y los abandonados.

Debido a los malos manejos financieros de un sacerdote en la congregación y tras una serie de calumnias en su contra, en 1904 fue destituida de su título de Superiora General pasando el gobierno a la Madre Marcelina Viganó.

Tras varios pedidos y luego de muchos años alejada de su congregación - 24 en total- el 7 de marzo de 1928 fue autorizada a volver. Anciana y muy débil, pasó los últimos dos años de su vida en una habitación alejada de la comunidad, un tiempo marcado por una intensa oración que ofreció al Corazón de Jesús para la salvación de las almas.

Murió en Roma el 2 de noviembre de 1930, y fue sepultada en el cementerio Campo de Verano, que fue bombardeado durante la Segunda Guerra Mundial, dejando muchas tumbas destruidas.

Tras los bombardeos, se encontró el ataúd de la beata. El cuerpo de la Madre Clelia estaba incorrupto.

El 20 de mayo de 1945, Solemnidad de Pentecostés, el cuerpo de la religiosa fue solemnemente transferido en procesión fúnebre para la Iglesia dedicada a Santa Margarita de Alacoque en la casa general.

Fue beatificada el 03 de noviembre de 2018.

sábado, 8 de junio de 2019

Espíritu Santo

Ven Espíritu Santo

Ven, Espíritu Santo,
Llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos
el fuego de tu amor.
Envía, Señor, tu Espíritu.
Que renueve la faz de la Tierra.

Oración:
Oh Dios,
que llenaste los corazones de tus
fieles con la luz del Espíritu
Santo; concédenos que,
guiados por el mismo Espíritu,
sintamos con rectitud y
gocemos siempre de tu consuelo.
Por Jesucristo Nuestro Señor.
Amén.



LETANIAS AL ESPIRITU SANTO

Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Cristo, Padre celestial Ten piedad de nosotros.
Dios hijo, Redentor del mundo
Espíritu Santo que procedes
Del Padre y del Hijo Te alabamos y te bendecimos.
Espíritu del Señor, Dios de Israel.
Espíritu que posees todo poder.
Espíritu, fuente de todo bien.
Espíritu que embelleces los cielos.
Espíritu de sabiduría e inteligencia.
Espíritu de consejo.
Espíritu de fortaleza.
Espíritu de ciencia.
Espíritu de piedad.
Espíritu de temor del Señor.
Espíritu, inspirador de los santos.
Espíritu prometido y donado por el Padre.
Espíritu de gracia y de misericordia.
Espíritu suave y benigno.
Espíritu de salud y de gozo.
Espíritu de fe y de fervor.
Espíritu de paz.
Espíritu de consolación.
Espíritu de santificación.
Espíritu de bondad y benignidad.
Espíritu, suma de todas las gracias.
Cordero de Dios Que quitas los pecados del mundo.
Perdónanos, Señor

Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo.
Escúchanos Señor.

Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo.
Ten piedad de nosotros.


sábado, 1 de junio de 2019

Beata María Luisa de Jesús Trichet

Nace en Poitiers, Francia, el 7 de Mayo de 1684, cuarta de ocho hermanos. Crece en una familia cristiana, donde prima la autoridad y carácter de la madre, por encima del espíritu conciliador, comprensivo y sereno del señor Trichet. No pertenecen a la nobleza, pero gozan de prestigio y buena educación. Desde muy pequeña María Luisa muestra su inclinación por una vida de unión con el Señor, oración y servicio, pero cree que su vocación se realizará en algún convento de monjas de su época.


Su vida cambia con la llegada de San Luis María de Montfort a su ciudad, en 1701, donde su hermana -que ha conocido y escuchado al santo misionero en una predicación- le invita a conocerlo. Así inicia una larga y profunda amistad con este sacerdote que la invitará y probará en su vocación religiosa. A la edad de 17 años, impulsada por Montfort, María Luisa decide dejar a sus padres e irse a vivir con los pobres y enfermos de la ciudad hacinados en el Hospital General de Poitiers, y donde solo se ve abandono, hambre, dolor y miseria. Allí empieza una vida de entrega total al servicio de los marginados y excluidos de su tiempo. Recibe de manos de Montfort el hábito de las Hijas de la Sabiduría el 2 de febrero de 1703 y a partir de la fecha se convierte en la co-fundadora de la comunidad. Vivirá en este hospital general durante 10 años probando su vocación religiosa, su espíritu solidario y profético, en espera del sueño de hacerse religiosa y de tener una comunidad con quien consolidar su carisma.

En 1713 Montfort la invita a dejar el hospital para ir a otra región, y empezar una nueva misión, ya no con los enfermos y pobres de Poitiers, sino con los niños y niñas de Rochelle, que no tienen posibilidad de estudiar en dicha ciudad. Es la ruptura total con su familia, su vida de hospital, sus pobres, sus costumbres, su ciudad y empezar una nueva etapa con mayor grado de pobreza, austeridad y bajo la compañia de sólo una religiosa, Catalina Brunet, que ha decidido acompañarla en este viaje. Será el inicio de muchas fundaciones apostólicas, donde primará el servicio a los pobres, los enfermos, los niños, las victimas de la guerra, entre otros.


María Luisa consolida una comunidad que rápidamente se extiende por toda Francia. Será la superiora de la Congregación hasta el día de su muerte, el 28 de abril de 1759, exactamente a la misma hora, fecha y lugar que lo hiciera Montfort 43 años antes, en San Lorenzo-sur-Sevre. Fue beatificada por SS Juan Pablo II el 16 de mayo de 1993.