martes, 19 de octubre de 2021

San Ignacio de Antioquía


San Ignacio fue obispo de Antioquía, la primera ciudad en que los seguidores de Cristo empezaron a llamarse “Cristianos”. La tradición señala que fue un discípulo de San Juan evangelista-Por 40 años estuvo como obispo ejemplar de Antioquia que, después de Roma, era la ciudad más importante para los cristianos, porque tenía un mayor número de creyentes.

El emperador Trajano mando a encarcelar a todos los que no adoraran los falsos dioses de los paganos. Como San Ignacio se negó a adorar esos ídolos, fue llevado preso. El emperador ordeno que fuera llevado a Roma y echado a las fieras para la diversión del pueblo.

Encadenado fue llevado preso en un barco desde Antioquia hasta Roma en un largo y penosísimo viaje, durante el cual el santo escribió siete cartas que se han hecho famosas, las cuales iban dirigida a las iglesias de Asia menor.

En una de esas cartas, el santo señala que los soldados que lo llevaban eran feroces como leopardos; que lo trataban como fieras salvajes y que cuando más amablemente los trataba el, con más furia lo atormentaban.

El barco se detuvo en muchos puertos y en cada una de esas ciudades salían obispos y todos los cristianos a saludar al santo mártir y a escucharle sus provechosas enseñanzas. De rodillas recibían todos su bendición. Varios se fueron adelante hasta Roma a acompañarlo en su glorioso martirio.

Al llegar a Roma, salieron a recibirlo miles de Cristianos y algunos de ellos le ofrecieron hablar con altos dignatarios del gobierno para obtener que no lo martirizaran. Él les rogó que no lo hicieran y se arrodillo y oro con ello por la iglesia, por el fin de la persecución y por la paz del mundo. Como al día siguiente era el último y el más concurrido día de las fiestas populares y el pueblo quería ver muchos martirizados en el circo, especialmente que fueran personajes importantes, fue llevado sin más al circo para echarlo a las fieras.

Ante el inmenso gentío fue presentado en el anfiteatro. El oró a Dios y en seguida fueron soltados los dos leones hambrientos y feroces que lo destrozaron y devoraron entre el aplauso de aquella multitud ignorante y cruel. Así consiguió Ignacio lo que tanto deseaba: ser martirizado por proclamar su amor a Jesucristo.

lunes, 18 de octubre de 2021

San Serafín de Sarov


San Serafín nació en el año 1759, con el nombre de Prójor Moshnin en la ciudad Kursk en una familia de comerciantes. Cuando tenia 10 años se enfermó gravemente y en un sueño se le apareció la Madre de Dios, que prometió sanarlo. Durante su adolescencia, el muchacho tenía que ayudar a sus padres en el negocio, pero el comercio no lo atraía. El joven gustaba leer vidas de santos, ir a la iglesia y orar en soledad. A 18 años Prójor decidió hacerse monje. Su madre lo bendijo con un gran crucifijo de bronce, que el santo empezó a llevar siempre sobre su hábito. El joven se dirigió en peregrinaje a la ciudad de Kiev. En esa ciudad, la antigua capital del Estado ruso, se ubica uno de los monasterios principales del mundo ortodoxo, la lavra de las Cuevas. Durante esa peregrinación le fue anunciado el lugar de su futura vida religiosa: el monasterio de Sarov (una ciudad situada en la provincia de Nizhni Nóvgorod).

En noviembre del año 1778 llegó al monasterio y se quedó a servir en él. Finalmente, en agosto del año 1786 Prójor se convirtió en el hermano Serafín, uno de los monjes más devotos y humildes de la parroquia. San Serafín entró en el convento de Sarov como novicio. Desde su primer día en el convento, su vida se destacó por una extraordinaria moderación en la comida y en el sueño. Esto constituyó una característica de toda su vida. Comía poco y sólo una vez por día. Los miércoles y los viernes directamente se abstenía de comer. En 1780 enferma gravemente y está tres años en cama y, estando agonizando, celebran los monjes la Divina Liturgia junto a él, sanando espontáneamente. Él llega a decir que había notado que la Virgen, San Pedro y San Juan, le habían tocado la cabeza.

Su consagración monástica, con el nombre de Serafín, tuvo lugar en el año 1786, es ordenado diácono. El nombre Serafín en hebreo significa "ardiente, lleno de fuego. El justificaba su nombre con sus ardientes oraciones y pasaba todo el tiempo (salvo mínimos descansos) en el templo. Durante estos esfuerzos de oraciones y servicios religiosos, san Serafín fue honrado de ver a ángeles, que cantaban y co oficiaban en el templo. Un Jueves Santo, durante la Liturgia él contempló al Mismo Señor Jesucristo en la forma de Hijo de Hombre, Quien entraba en el templo junto con huestes celestiales y bendecía a los fieles que oraban. Paralizado por esta visión el santo no pudo hablar por mucho tiempo.

El 12 de septiembre de 1793 es ordenado sacerdote, celebrando diariamente la Divina Liturgia, cosa insólita en Rusia en aquella época. El 20 de noviembre de 1794 marcha como ermitaño a un bosque cercano al monasterio, llevando vida ascética, viviendo en una choza y cuidando de un pequeño huerto. Era vegetariano, comía una sola vez al día y los domingos se acercaba al monasterio para celebrar la Divina Liturgia con el resto de los monjes. Aunque vivía en completa soledad, se hizo amigo de los animales salvajes, especialmente de un oso, al que diariamente alimentaba.

En el año 1804 fue agredido por unos bandidos; él se defendió, pero le robaron el icono de la Virgen y lo dejaron malherido. Se recuperó y marchó de nuevo al monasterio donde fue atendido por un médico. Curado, volvió de nuevo al bosque, andando ya fatigosamente, encorvado y con un bastón, haciendo severo ayuno y orando continuamente pidiendo el fin de las guerras napoleónicas. Cuando estos malhechores fueron prendidos y juzgados, el santo intercedió por ellos ante el juez. Los delincuentes se arrepintieron y pidieron el perdón de Serafín, quien inmediatamente se lo otorgó.

En el año 1810, el archimandrita del monasterio le ordena por santa obediencia volver al mismo; él obedece y vive en absoluta soledad durante dieciséis años. Vivía como recluso, en su celda, donde había un icono de la Virgen y donde recibía los Santos Sacramentos. Los monjes decían de él que “era un ángel terrenal o un hombre celestial”. Para aquel momento la fama de sus milagros empezó a difundirse rápidamente por Rusia y a su celda comenzaron a acudir peregrinos. Al principio recibía a pocas personas pero en el año 1825 se le apareció la Virgen y le indicó que aplicara todas sus fuerzas a ayudar y consolar a la gente. Desde aquel entonces las puertas de su celda permanecieron abiertas para todo el mundo. En los últimos años de su vida edifica y organiza un monasterio femenino en Diveevo, a veinte kilómetros de Sarov.

Profetizó el día de su muerte: El 1 de enero de 1833, comulgó, llamó a los monjes para bendecirlos, indicó donde debían sepultarlo y estuvo toda la noche cantando, amaneciendo muerto, de rodillas ante su icono de la Virgen y con el libro de los Evangelios abiertos en sus manos. Su cuerpo fue expuesto a la veneración popular durante ocho días, siendo espontáneamente proclamado santo por el mismo pueblo. Fue canonizado oficialmente en Sarov, el día 19 de julio del año 1903, en presencia de toda la familia imperial rusa.

San Pacomio

San Pacomio había nacido en la ciudad de Sneh al Sur de Tebas (Egipto) sus padres eran paganos y se dedicaban al cultivo del campo. Por obligación que no por vocación desde los 19 años sirvió en el ejército de emperador Maximiliano, acabando en la cárcel. Fue allí donde entró en contacto con los cristianos y al ver su forma fraternal de comportarse, le cambió su corazón y le entraron ganas de ser como ellos, por lo que tras un breve catecumenado recibió el bautismo. A partir de este momento su único deseo va a ser huir del mundo y encontrar un refugio solitario para su alma, que se había enamorado de Dios. Impulsado por una voz que constantemente le martilleaba ¡busca en el desierto! ¡busca en el desierto! llega a la choza de un famoso anacoreta del lugar llamado Palemón, al que ruega que le deje quedarse con él para aprender los caminos del espíritu, viviendo en soledad, apartado del mundo. El anciano accede y aquí comienza la aventura ascética de Pacomio.

Siete años de duro aprendizaje habían servido a Pacomio para descubrir los secretos de la vida interior y conocerse a sí mismo por dentro, con todas sus debilidades y miserias. Del maestro había aprendido muchas cosas, a sufrir sin quejarse, a mantener a raya sus apetitos, a prevenir las sutiles tentaciones del demonio, a rezar con el corazón abierto. No fue nada fácil al principio, pero el ejemplo del viejo anacoreta que tenía a su lado le estimulaba y se decía a sí mismo “lo que hace este anciano exangüe ¿cómo no lo he de hacer yo que me encuentro en plena juventud?” Podía hacerlo y lo hizo, pero llegó un día en que quiso explorar nuevos caminos y acompañado de un séquito de discípulos, allá por el año 320, en un paraje idílico, junto a la ribera derecha del Nilo, llamado “Tabenna”, que significa Jardín de las Palmas de Isis”, al N. de Tebas, montó el cuartel general de lo que habría de ser una nueva forma de vivir el evangelio.

El fundador del Cenobio, hombre práctico dotado de facultades organizativas, con una visión diferente, iba a ir desarrollando progresivamente un nuevo programa monacal menos riguroso y más flexible y humano, donde los hermanos pudieran vivir en comunidad. Al monasterio de Tabenna, que llegó a tener mil cuatrocientos monjes, se le unieron otros más. Los cenobios vivían un tiempo de esplendor y Pacomio había realizado una obra descomunal con vocación de futuro. El eremitismo de vida solitaria, dejado al libre albedrío, habría de ser sustituido por los cenobios de vida comunitaria, donde todo estaba reglamentado y la vida se hacía en comunidad; el trabajo, la oración la comida, todos obedeciendo las órdenes del superior y donde nada se podía hacer sin su consentimiento, era algo parecido a las primeras comunidades cristianas. El monje de Tabenna sabía muy bien que “el que quiere conseguir la perfección debe renunciar a su voluntad propia” de aquí arrancarían todos los grandes promotores posteriores de la vida monástica como Basilio, Columbano o Benito. Con toda justicia Pacomio ha pasado a la historia de la Iglesia como padre del cenobio.

La gran peste que se desató el año 346 en la Tebaida, región donde estaban los monasterios diezmó a los monjes y alcanzó también a Pacomio, a consecuencia de la cual murió el 9 de mayo de 346.

La tradición cuenta que San Pacomio introdujo la devoción al Komboskini, una cuerda de oración, entre sus monjes, para que recitaran la regla y además vencieran las tentaciones, repitiendo "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador", oración enseñada por el arcángel San Gabriel.

El Patrocinio de San José


El Patrocinio de San José.

A lo largo del tiempo la fe de la Iglesia buscó el Patrocinio de San José para: la Iglesia Universal; las familias; los que se consagran en virginidad y celibato; institutos de religiosos y consagrados; cofradías, escuelas; los obreros y los artesanos; los moribundos, porque, según una piadosa tradición, san José fue asistido por Jesús y María, en la hora de su muerte.

La iniciativa de celebrar la fiesta del patrocinio de san José se debe al carmelita descalzo Juan de la Concepción (1625-1700), que fue primero Provincial de la Provincia de Cataluña y después Prepósito General de la Congregación española. Obtuvo del Capítulo General de 1679 la aprobación de la fiesta del patrocinio de san José, cuyos textos litúrgicos fueron realizados por otro carmelita descalzo catalán, el P. Juan de San José (1642-1718). La Congregación para los Ritos, después de una auténtica reconstrucción de los textos hecha por el cardenal G. Casanate, los aprobó el 6 de abril de 1680. Se fijó la fiesta del patrocinio en el tercer domingo después de Pascua. Rápidamente, esta celebración se extendió a muchas órdenes y congregaciones religiosas, hasta la proclamación del patrocinio sobre la Iglesia universal.

El 10 de septiembre de 1847, con el decreto de la Congregación para los ritos Inclytus Patriarcha Joseph, el papa Pío IX, en tiempos de grave tribulación, extendió a toda la Iglesia la fiesta del patrocinio de san José, a celebrar el tercer domingo de Pascua. Como textos litúrgicos para la misa y el oficio se tomaron, con alguna adaptación, los usados por los carmelitas. Fue la primera intervención a favor del culto a san José realizada por Pío IX, cuando había pasado apenas un año del inicio de su pontificado, caracterizado de una gran devoción al padre de Jesús. En ocasión de la convocatoria del Concilio Vaticano I llegaron al papa numerosas peticiones para que se incrementase mayormente el culto a san José, en particular mediante su proclamación como patrono de la Iglesia universal. El Concilio, interrumpido bruscamente en septiembre de 1870, no tuvo tiempo de escuchar esta petición. Por ello, el 8 de diciembre de ese año, el mismo Pío IX procedió a la solemne proclamación mediante el decreto de la Congregación para los Ritos Quemadmodum Deus.

La fiesta del patrocinio de san José fue desplazada en 1913 al miércoles de la tercera semana después de Pascua, para ser sustituida en 1956 por la memoria de san José obrero, fijada el primero de mayo.

ORACIÓN PIDIENDO A SAN JOSÉ SU PATROCINIO

¡Oh glorioso San José!. Por tu profundísima humildad, por tu mansedumbre inalterable, por tu paciencia invencible, por tu pureza angelical y por la perfectísima fidelidad que te hizo puntual imitador de las virtudes de Jesús, te pido me consueles en todas mis penas, me dirijas en mis dudas, me defiendas en las tentaciones y extiendas tu brazo contra todos mis enemigos, visibles e invisibles, rompiendo y desbaratando los lazos y celadas que tienden y arman contra mí. ¡Oh mi amado San José!, ruega también a Jesús, por el triunfo de la Santa Iglesia, por el Romano Pontífice, los Obispos, los Sacerdotes y todas las Ordenes religiosas; ruega por la perseverancia de los justos, por la conversión de los pecadores y por el regreso de los herejes y cismáticos al seno de la Iglesia. Protege y defiende nuestra patria y haz que prosperen en ella la religión, la justicia. la paz, la virtud y las buenas costumbre. Oye, pues, nuestras súplicas, escucha nuestros clamores, enjuga nuestras lágrimas y haznos dignos de alabar en el cielo a la Santísima Trinidad, que te ha coronado de tanta gloria. Amén.


San José, Patrono y protector de la Iglesia Universal


El Beato Papa Pío IX, atendiendo a las innumerables peticiones que recibió de los fieles católicos del mundo entero, y, sobre todo, al ruego de los obispos reunidos en el concilio Vaticano I, declaró y constituyó a San José Patrono Universal de la Iglesia, el 8 de diciembre de 1870.

¿Qué guardián o que patrón va darle Dios a su Iglesia? pues el que fue el protector del Niño Jesús y de María.

Oración a San José, Patrono de la Iglesia Universal

Oh Glorioso San José,
Patrono de la Iglesia Universal,
Te imploro a que obtengas
de los corazones de Jesús y María,
la preservación de nuestra restante
Comunidad Católica y todos los miembros,
de toda división, disensión y discordia.

Que tu, fiel Guardián de la Santa Familia,
otorgues que nuestra familia espiritual, todos los miembros
de nuestra restante Comunidad Católica,
esté siempre unida con los Lazos de Fe y Caridad,
y que permanezca siempre como Un solo Corazón,
Una sola Mente y Un solo Alma,
en los Corazones de Jesús y María.

San José, Protector especial de nuestra Comunidad,
guía, bendice y protégenos contra los ataques
de todos nuestros enemigos y detractores.

A través de Nuestro Señor Jesucristo,
Quien vive y reina con el Padre
y el Espíritu Santo, Un Solo Dios,
por los siglos de los siglos. Amén

Se reza tambien los Domingos

Dolores y alegrías de San José

                               


Glorioso San José, por el dolor y el gozo que viviste en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios en el seno de nuestra Santa Madre la Virgen María. Obtiene para nosotros la gracia de la confianza en Dios.



Glorioso San José, por el dolor que experimentaste al ver nacer al Niño Jesús en tanta pobreza y por el gozo que sentiste al ver como lo adoraban los ángeles. Obtén para nosotros la gracia de acercarnos a la santa comunión con fe, humildad y amor.


Glorioso San José, por el dolor que experimentaste al circuncidar al Divino Niño y por el gozo que sentiste al ponerle el nombre de Jesús, ordenado por el ángel. Obtén para nosotros la gracia de quitar del corazón todo aquello que no es bueno frente a los ojos de Dios.



Glorioso San José, por el dolor y el gozo que experimentaste al escuchar la profecía del viejo Simeón, que anunciaba la perdición y por otro lado la salvación de tantas almas mientras tomaba al Niño Jesús en sus brazos. Obtén para nosotros gracia de meditar los dolores de Jesús y los dolores de María.


Glorioso San José, por el dolor que experimentaste al huir a Egipto y por el gozo que sentiste al tener siempre contigo a Dios junto a su Madre. Obtén para nosotros la gracia de poder cumplir con fidelidad y amor todos nuestros deberes.


Glorioso San José, por el dolor que experimentaste en la persecución del Niño Jesús y por el gozo de volver a tu casa de Nazaret. Obtén para nosotros la gracia de hacer siempre la voluntad de Dios.


Glorioso San José, por el dolor que sufriste cuando se perdió Jesús y por el gozo que sentiste cuando lo encontraste. Obtén para nosotros la gracia de llevar una buena vida y morir santamente.





jueves, 7 de octubre de 2021

Nuestra Señora del Rosario de Pompeya

Hace casi mil años, estando en Francia, Santo Domingo de Guzmán recibía de la Virgen María, según una piadosa creencia, la revelación del rosario como medio seguro para convertir a los herejes albigenses que infestaban el sur de aquel país.

Algunos siglos más tarde, el Papa San Pío V instituyó la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias, en acción de gracias por el gran triunfo naval obtenido por los cristianos contra los turcos en Lepanto, en el día en que se hacían en la Cristiandad procesiones de las cofradías del Rosario con esa intención.

Su sucesor, Gregorio XIII, cambió el nombre de la fiesta por el de Nuestra Señora del Rosario, confirmando el papel de esta piadosa práctica en aquella victoria. Y la fijó para el primer domingo de octubre.

En 1716 Clemente XI extendió la fiesta a toda la Iglesia, después de nuevas victorias obtenidas contra los turcos en Hungría. Y en el siglo XIX, el mes de octubre fue dedicado al rosario. Esta devoción se convirtió, desde entonces, en uno de los más significativos símbolos del catolicismo.

Hoy presentamos la historia de Nuestra Señora del Rosario de Pompeya, un ilustrativo ejemplo de las gracias que la Madre de Dios quiso distribuir mediante esta invocación y el uso del poderoso medio de santificación que es el rosario.

Bajo las cenizas del Vesubio…

Eran las 11 de la mañana del 24 de agosto del año 79 de nuestra era. Los 25 mil habitantes de la ciudad de Pompeya, al sur de Nápoles, se dedicaban a sus quehaceres cotidianos o a sus reprobables vicios, cuando un estruendo aterrador los arrastró instintivamente hacia las calles.

¡Del Vesubio subía al cielo una inmensa columna de fuego! Instantes después su cráter, transformado en horrible boca del infierno, comenzó a expeler piedras incandescentes como si fueran misiles orientados contra la ciudad. Una lluvia de cenizas incandescentes, impregnada de vapores sulfúreos y de cloro, oscureció el cielo.

¿Qué hacer? ¿Para dónde escapar? La aterrada población comenzó a esconderse en las casas o a huir locamente sin dirección. Pero era demasiado tarde: en poco tiempo Pompeya y otras cuatro ciudades quedaron sepultadas bajo diez metros de cenizas…

Poco a poco se fue perdiendo la memoria de la catástrofe, y en los 1600 años subsiguientes casi nadie oiría hablar de ella.

Hasta que a comienzos del siglo XVII, el arquitecto Domenico Fontana redescubrió Pompeya. Pero fue sólo al final del siglo siguiente que se iniciaron los trabajos arqueológicos sistemáticos —que continúan hasta hoy— para rescatarla de las cenizas. Poco a poco fue posible reconstituir las casas, mobiliarios y escenas de la vida cotidiana de la otrora brillante ciudad, así como de algunos de sus abominables vicios, posible causa de la cólera divina.