jueves, 11 de febrero de 2021

Nuestra Señora de Lourdes en las palabras de Santa Teresa de Los Andes

En febrero de 1917, Juanita hizo con su madre una peregrinación al santuario de la gruta de Lourdes en Santiago. Al volverse, ella escribió en su Diario la oración siguiente a la Virgen María.


Anteayer y ayer fuimos a Lourdes. ¡Lourdes! Esta sola palabra hace vibrar las cuerdas más sensibles del cristiano, del católico. ¡Lourdes! ¡Quién no se siente conmovido al pronunciarla! Significa un Cielo en el destierro. Lleva envuelto en su manto de misterio todo lo grande de lo que es capaz de sentir el corazón católico. Su nombre hace remover los recuerdos pasados y conmueve las sensaciones íntimas de nuestra alma. Ella encierra alegría, paz sobrehumana, donde el peregrino, fatigado del camino pesaroso de la vida, puede descansar; puede sin cuidado dejar su bagaje, que son las miserias humanas, [y] abrir su seno para recibir el agua del consuelo, del alivio. Es donde las lágrimas del pobre con el rico se confunden, donde sólo encuentra una Madre que los mira y los sonríe Y en esa mirada y sonrisa celestiales hacen brotar de ambos pechos sollozos que el corazón, de felicidad, no puede dejar de escapar y que lo hace esperar, amar lo imperecedero y lo divino.

Sí, Tú eres, Madre, la celestial Madonna que nos guío. Tú dejaste caer de entre tus manos maternales rayos de cielo. No creí que existiera la felicidad en la tierra; pero ayer, mi corazón sediento de ella, la encontró. Mi alma, extasiada a tus plantas virginales te escuchaba. Eras Tú la que hablabas y tu lenguaje de Madre era tan tierno... Era de cielo, casi divino.

¿Quién no se anima, al verte tan pura, tan tierna, tan compasiva, a descubrir sus íntimos tormentos? ¿Quién no te pide que seas estrella en este borrascoso mar?¿Quién es el que no llora entre tus brazos sin que al punto reciba tus ósculos inmaculados de amor y de consuelo? Si es pecador, tus caricias lo enternecen. Si es tu fiel devoto, tu presencia solamente enciende la llama viva del amor divino. Si es pobre, Tú con tu mano poderosa lo socorres y le muestras la patria verdadera. Si es rico, lo sostienes con tu aliento contra los escollos de su vida agitadísima. Si es afligido, Tú, con tus miradas lagrimosas, le muestras la Cruz y en ella a tu divino Hijo. ¿Y quién no encuentra el bálsamo de sus penas al considerar los tormentos de Jesús y de María? El enfermo, por fin, halla en su seno maternal el agua de salud que deja brotar con su sonrisa encantadora, que lo hace sonreír de amor y de felicidad.

Sí, María, eres la Madre del universo entero. Tu corazón está lleno de dulzura. A tus pies se postran con la misma confianza el sacerdote como la virgen para hallar entre tus brazos al Amor de tus entrañas. El rico como el pobre, para encontrar en tu corazón su cielo. El afligido como el dichoso, para encontrar en tu boca la sonrisa celestial. El enfermo como el sano, para encontrar en tus manos dulces caricias. Y por fin, el pecador como yo encuentra en Ti la Madre protectora que bajo tus plantas inmaculadas tienes quebrantada la cabeza del dragón; mientras que en tus ojos descubre la misericordia, el perdón y faro luminoso para no caer en las cenagosas aguas del pecado.

Madre mía, sí. En Lourdes se encontraba el cielo: estaba Dios en el altar rodeado de ángeles, y Tú, desde la concavidad de la roca, le presentabas los clamores de la multitud arrodillada ante el altar. Y le pedías que oyese las súplicas del pobre desterrado en este valle de lágrimas, mientras que, junto con los cantos, te ofrecían un corazón lleno de amor y gratitud.

(Diario, §19)

lunes, 8 de febrero de 2021

Santa Josefina Bakhita

No se conocen datos exactos sobre su vida, se dice que podría ser del pueblo de Olgossa en Darfur, y que 1869 podría ser el año de su nacimiento. Creció junto con sus padres, tres hermanos y dos hermanas, una de ellas su gemela.

La captura de su hermana por unos negreros que llegaron al pueblo de Olgossa, marcó mucho en el resto de la vida de Bakhita, tanto así que más adelante en su biografía escribiría: "Recuerdo cuánto lloró mamá y cuánto lloramos todos".

En su biografía Bakhita cuenta su propia experiencia al encontrarse con los buscadores de esclavos. "Cuando aproximadamente tenía nueve años, paseaba con una amiga por el campo y vimos de pronto aparecer a dos extranjeros, de los cuales uno le dijo a mi amiga: 'Deja a la niña pequeña ir al bosque a buscarme alguna fruta. Mientras, tú puedes continuar tu camino, te alcanzaremos dentro de poco'. El objetivo de ellos era capturarme, por lo que tenían que alejar a mi amiga para que no pudiera dar la alarma.

Sin sospechar nada obedecí, como siempre hacia. Cuando estaba en el bosque, me percate que las dos personas estaban detrás de mí, y fue cuando uno de ellos me agarró fuertemente y el otro sacó un cuchillo con el cual me amenazó diciéndome: 'Si gritas, morirás! Síguenos!'".

Los mismos secuestradores fueron quienes le pusieron Bakhita al ver su especial carisma.

Luego de ser capturada, Bakhita fue llevada a la ciudad de El Obeid, donde fue vendida a cinco distintos amos en el mercado de esclavos.

Nunca consiguió escapar, a pesar de intentarlo varias veces. Con quien más sufrió de humillaciones y torturas fue con su cuarto amo, cuando tenía más o menos 13 años. Fue tatuada, le realizaron 114 incisiones y para evitar infecciones le colocaron sal durante un mes. "Sentía que iba a morir en cualquier momento, en especial cuando me colocaban la sal", cuenta en su biografía.

El comerciante italiano Calixto Leganini compró a Bakhita por quinta vez en 1882, y fue así que por primera vez Bakhita era tratada bien.

"Esta vez fui realmente afortunada - escribe Bakhita - porque el nuevo patrón era un hombre bueno y me gustaba. No fui maltratada ni humillada, algo que me parecía completamente irreal, pudiendo llegar incluso a sentirme en paz y tranquilidad".

En 1884 Leganini se vio en la obligación de dejar Jartum, tras la llegada de tropas Mahdis. Bakhita se negó a dejar a su amo, y consiguió viajar con él y su amigo Augusto Michieli, a Italia.

La esposa de Michieli los esperaba en Italia, y sabiendo la llegado de varios esclavos, exigió uno, dándosele a Bakhita. Con su nueva familia, Bakhita trabajo de niñera y amiga de Minnina, hija de los Michieli.

En 1888 cuando la familia Michieli compró un hotel en Suakin y se trasladaron para allá, Bakhita decidió quedarse en Italia.

Bakhita y Minnina ingresaron al noviciado del Instituto de las Hermanas de la Caridad en Venecia, tras ser aconsejadas por las hermanas. Esta congregación fue fundada en 1808 con el nombre de Instituto de las Hermanas de la Caridad en Venecia, pero son más conocidas como Hermanas de Canossa.

Recién en el Instituto, Bakhita conoció al Dios de los cristianos y fue así como supo que "Dios había permanecido en su corazón" y le había dado fuerzas para poder soportar la esclavitud, "pero recién en ese momento sabía quién era". Recibió el bautismo, primera comunión y confirmación al mismo tiempo, el 9 de enero de 1890, por el Cardenal de Venecia. En este momento, tomó el nombre cristiano de Josefina Margarita Afortunada.

"¡Aquí llego a convertirme en una de las hijas de Dios!", fue lo que manifestó en el momento de ser bautizada, pues se dice que no sabía cómo expresar su gozo. Ella misma cuenta en su biografía que mientras estuvo en el Instituto conoció cada día más a Dios, "que me ha traído hasta aquí de esta extraña forma".

La Señora de Michieli volvió de Sudán a llevarse a Bakhita y a su hija, pero con un gran coraje, Bakhita se negó a ir y prefirió quedarse con las Hermanas de Canossa. La esclavitud era ilegal en Italia, por lo que la señora de Michieli no pudo forzar a Bakhita, y es así que permaneció en el Instituto y su vocación la llevó a convertirse en una de las Hermanas de la Orden el 7 de diciembre de 1893, a los 38 años de edad.


Fue trasladada a Venecia en 1902, para trabajar limpiando, cocinando y cuidando a los más pobres. Nunca realizó milagros ni fenómenos sobrenaturales, pero obtuvo la reputación de ser santa. Siempre fue modesta y humilde, mantuvo una fe firme en su interior y cumplió siempre sus obligaciones diarias.

Algo que le costó demasiado trabajo fue escribir su autobiografía en 1910, la cual fue publicada en 1930. En 1929 se le ordena ir a Venecia a contar la historia de su vida. Luego de la publicación de sus memorias, se convirtió en un gran personaje, viajando por todo Italia dando conferencias y recolectando dinero para la orden.

La salud de Bakhita se fue debilitando hacia sus últimos años y tuvo que postrarse a una silla de ruedas, la cual no le impidió seguir viajando, aunque todo ese tiempo fue de dolor y enfermedad. Se dice que le decía la enfermera: "¡Por favor, desatadme las cadenas… es demasiado!". Falleció el 8 de febrero de 1947 en Schio, siendo sus últimas palabras: "Madonna! Madonna!"

Miles de personas fueron a darle el último adiós, expresando así el respeto y admiración que sentían hacia ella. Fue velada por tres días, durante los cuales, cuenta la gente, sus articulaciones aún permanecían calientes y las madres cogían su mano para colocarla sobre la cabeza de sus hijos para que les otorgase la salvación. Su reputación como una santa se ha consolidado. Josefina ha sido recordada y respetada como Nostra Madre Moretta, en Schio.

Fue santificada por el pueblo, por lo que en 1959 la diócesis local comenzó las investigaciones para encontrarla venerable. Todo salió muy bien y fue así que el 1 de diciembre de 1978 fue declarada Venerable. Por tanto, el proceso para declararla santa empezó con gran auge y el 17 de mayo de 1992 fue beatificada por Juan Pablo II y se declaró día oficial de culto el 8 de febrero.

En la ceremonia de beatificación, el Santo Padre reconoció el gran hecho de que transmitiera el mensaje de reconciliación y misericordia.

Ella misma declaró un día: "Si volviese a encontrar a aquellos negreros que me raptaron y torturaron, me arrodillaría para besar sus manos porque, si no hubiese sucedido esto, ahora no sería cristiana y religiosa".

S.S. Juan Pablo II la canonizó el 1 de octubre del 2000. Lo cual, para los católicos africanos es un gran símbolo que era necesario, para que así los cristianos y las mujeres africanas sean honradas por lo que sufrieron en momentos de esclavitud.

Verdaderamente, Bakhita es la santa africana y la historia de su vida es la historia de un continente, válida para los católicos, protestantes, musulmanes o seguidores de cualquier otro tipo de religión tradicional. Su espiritualidad y fuerza la han convertido en Nuestra Hermana Universal, como la llamó el Papa.

Santa Francisca Javiera Cabrini, la santa de la maleta


Santa Francisca Javiera Cabrini, Patrona de los migrantes, tiene como símbolo una maleta, esa maleta que la acompañó en los cientos de viajes que realizó por América, para ayudar  y socorrer especialmente a los más necesitados. 

Francisca Cabrini, la menor de trece hermanos, nació el 15 de julio de 1850 en un pequeño pueblo llamado S'ant Angelo, Lodigiano cerca de la ciudad de Milán, Italia. Creció cautivada por las historias de los misioneros y decidió unirse a una orden religiosa. Debido a su frágil salud, no se le permitirá unirse a las Hijas del Sagrado Corazón que han sido sus maestras y bajo cuya guía obtuvo su certificado de maestra.

Sin embargo, en 1880, con siete mujeres jóvenes, Francisca fundó el Instituto de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús. Ella era tan ingeniosa como orante, encontrando personas que donaran dinero, tiempo, trabajo y apoyo para los más necesitados. Ella y sus hermanas querían ser misioneras en China; visitó Roma para obtener una audiencia con el Papa León XIII. El Papa le dijo a Francisca que fuera “no al Este, sino al Oeste” a Nueva York en lugar de a China como había esperado. Ella iba a ayudar a los miles de inmigrantes italianos que ya estaban en Estados Unidos.

El 18 de marzo, las primeras seis hermanas Misioneras del Sagrado Corazón destinadas a América, junto con su fundadora, reciben el crucifijo misionero de las manos del Mons. Scalabrini. En su homilía el obispo hace una pequeña, pero gran revelación, que parece coincidir con el sueño de la Madre Cabrini. Después de recorrer el contenido desgarrador de muchas cartas que recibe de América, recuerda a un misionero que ha pedido el envío “inmediato” de algunas monjas, para asistir a las niñas huérfanas e impedir que tantas niñas abandonadas se vayan por un mal camino.


En 1889, Nueva York parecía estar llena de caos y pobreza, y en este nuevo mundo intervinieron la Madre Francisca Cabrini y sus hermanas compañeras. Cabrini organizó clases de catecismo y educación para los inmigrantes italianos y atendió las necesidades de muchos huérfanos. Estableció escuelas y orfanatos a pesar de las tremendas dificultades.

Su obra se extendió también a las minas, a las cárceles, a los algodonales, a las construcciones de ferrocarril, a todos los lugares donde ella y sus Hermanas iban en ayuda de los pobres italianos esclavizados por la necesidad de ganar algo y, a menudo, abrumados por dificultades existenciales. Luchó por ellos, por su dignidad y por recuperar su identidad cultural de la que se avergonzaban de hablar. Luchaba para que la religión católica no fuese abandonada y sobre todo para que la instrucción religiosa fuese fuente de consuelo, de crecimiento humano y cristiano, la fuerza para progresar en la vida e integrarse dignamente en la nueva cultura sin perder la propia.

Pronto, Madre Cabrini recibió solicitudes para abrir escuelas de todo el mundo. Viajó a Europa, Centroamérica, Sudamérica y por todo Estados Unidos. Hizo 23 cruces transatlánticos y estableció 67 instituciones: escuelas, hospitales y orfanatos.


En 1985 viajó  para fundar en Argentina, Madre Cabrini en Panamá se embarcó en el navío chileno "Mapocho" que la llevaría hasta el puerto de Valparaíso.  Había tomado la ruta más larga, la del Pacífico, porque le interesaba conocer lo más posible América del Sur.

Durante las escalas, pudo conocer en Lima, la iglesia y tumba de Santa Rosa de Lima, a quien le tenía una profunda devoción, luego prosiguieron  su viaje, donde apreció el desierto, y entre tantos paisajes.

Desembarcó en Valparaíso, Chile, un pintoresco puerto edificado sobre cerros, que a Madre Francisca Javiera le recordó a Génova. Las hermanas tuvieron que tomar una decisión: de continuar el viaje a Buenos Aires por mar, travesía larga en la que debían llegar hasta el estrecho de Magallanes para volver luego por el Atlántico hasta Buenos Aires, o bien dirigirse por tierra a la capital argentina, cruzando la importante cordillera de los Andes. El segundo trayecto era más corto y directo, pero el paso por la cordillera era extremadamente penoso.

Se dirigieron a Santiago (la capital queda a unos cien kilómetros de Valparaíso), y ahí tuvieron que esperar veinticinco días a que las condiciones para viajar por los Andes mejoraran. En este punto, en la frontera chileno-argentina, la cordillera de los Andes alcanza su mayor altura, y los caminos fronterizos fácilmente quedan interrumpidos por la nieve.

La espera en Santiago permitió a las misioneras un providencial descanso, para recuperar las fuerzas luego de un largo viaje; necesitarían de todas sus energías para cruzar la cordillera. 

Restablecido el paso cordillerano, las misioneras emprendieron la travesía hacia Buenos Aires. En la ciudad fronteriza de Los Andes, las hermanas comulgaron (no podrían hacerlo hasta llegar a la capital argentina), y pidieron la bendición del párroco.

En esa época el paso por la cordillera era realmente peligroso. El camino subía y bajaba por arriesgados pasos a miles de metros de altura. Un primer tramo del viaje se podía hacer en un precario tren. Luego, la parte más difícil había que continuarla a lomo de mula. Los animales avanzaban con los temerosos viajeros a través de la nieve y de un viento frío y constante. La altura producía agotamiento y mareo. La experiencia de la travesía de los Andes quedó como un recuerdo imborrable para las misioneras; sufrieron penurias, pero contemplaron igualmente la grandeza de Dios en las altas montañas. El diario de la madre Cabrini está lleno de detalles interesantes. Al fin, las peregrinas llegaron a Mendoza, al otro lado de la cordillera, y pudieron tomar el tren que las condujo hasta la ciudad de Buenos Aires, a través de la pampa monótona e interminable.

“Cuando el buen Jesús quiso, llegamos a la Cumbre que es la cima más alta que se pueda pasar, en las cercanías del volcán Aconcagua, y allí se hizo una breve parada, que yo hubiera deseado larga. ¡Qué espectáculo majestuoso! ¡Qué paisaje encantador! ¡Parece ver todo el mundo de una sola mirada! Allí está el confín entre Chile y la Argentina…
… Deseábamos gozar de la vista del mar, pero ya descendía la niebla, y venía a quitarnos vista tan encantadora…"

Madre Cabrini murió el 22 de diciembre de 1917, dejando unas setenta obras funcionando eficazmente y cerca de mil Hermanas. Su Instituto se extendía por América del Norte: Estados de Nueva York, Nueva Jersey, Pennsylvania, Mississippi, Luisiana, Illinois, Colorado, Washington, California; en Centro América: Nicaragua y Panamá; en Sur América: Argentina y Brasil; en Europa: Italia, Francia, España e Inglaterra.



Sus obras eran educativas, hospitalarias, sociales y parroquiales, y su apostolado era variadísimo. Las Misioneras visitaban las cárceles, las zonas rurales, las familias y los hospitales públicos, siempre en busca, no solo de italianos emigrados, sino de todos aquellos que por diversos motivos se hallaban lejos de la patria y, sobre todo, de Dios.

Fue canonizada por el Papa Pío XII, el 07 de julio de 1946 en reconocimiento a su santidad y servicio a la humanidad. 
Fue nombrada Patrona de los migrantes en 1950.


En tiempos más recientes, las Misioneras de Madre Cabrini se han extendido por África, Australia, Rusia, Islas Filipinas; comprometidas especialmente en la defensa de la vida en todas sus etapas, de los grandes valores de la fe cristiana, entre los emigrantes, los niños abandonados, los ancianos y en favor de una cultura de acogida y de solidaridad.


domingo, 7 de febrero de 2021

Presbítero Blas Cañas y Calvo

Santiago de Chile 1826, hace muy pocos años se había logrado la independencia de los españoles, se vivía en el país, un período de desorden, revoluciones y anarquía política.

El 03 de Febrero de 1827, nace Blas, el primer hijo del matrimonio de José Antonio Cañas y Mercedes Calvo.

Todas las tardes, su madre salía con su pequeño Blas a caminar, y frecuentemente visitaban la Basílica de la Merced, de quien eran muy devotos de María, Madre de la Merced.

Le encantaba estudiar, era un alumno ejemplar. A los nueve años, fue matriculado en el Seminario Conciliar de los Santos Ángeles Custodios.

Los años pasan... Blas es un joven que muchos admiran, por su humildad, piedad y obediencia. Ha recibido las órdenes menores. En 1845, una gran epidemia afecta al seminario, Blas ayudó a cada uno de sus compañeros, trabajando todo el día sin descanso.

El 29 de Marzo de 1849 recibe el diaconado y un par de meses más tarde, el 22 de septiembre fue ordenado SACERDOTE, en la Iglesia Catedral de Santiago, por Monseñor Rafael Valentín Valdivieso.

El 24 de Septiembre, en la Fiesta de Nuestra Señora de la Merced, celebró su Primera Misa, el nuevo sacerdote.

Sus sermones y predicas eran muy edificantes, todos emocionados escuchaban con atención al Padre Blas. Todos los días rezaba ante Jesús, y le pedía ser un buen y santo sacerdote.

Fue nombrado capellán de las Religiosas del Sagrado Corazón de Jesús. Un día estaba la Hermana sacristana lavando los purificadores de la Misa. El padre Blas le dijo “Acuérdese, hermana que esta lavando los pañales del Niño Jesús”.

El Padre Blas Cañas estaba muy preocupado de la protección y educación de los niños y niñas más pobres de nuestro país.

El 18 de Julio de 1856 caía sobre Santiago una fuerte lluvia. Una mujer muy pobre con cuatro niños, toca la puerta.

- ¿Qué le trae por aquí señora?
- Padre, soy madre de estos niños y no tengo nada para darles de comer.

La mujer lloraba amargamente y le cuenta a al Padre, que un hombre le ha ofrecido ayuda a cambio de su honor, lo cual ella no está dispuesta a aceptar.

Muy emocionado, ayudo a la pobre señora. Sin embargo su preocupación siguió y la idea de fundar una casa para las niñas pobres se hizo más fuerte.

Siguiendo el espíritu de San Vicente de Paul que decía: “Sirviendo a los pobres se sirve a Jesucristo”.

El Padre Blas fue a visitar a Monseñor Rafael Valentín Valdivieso y le comunica su deseo de fundar una casa para proteger a las niñas abandonadas y desvalidas del país.

De inmediato el Padre Blas se reunió con un grupo de señoras y funda la Congregación del Salvador, quienes ayudarían a socorrer a las niñas y jóvenes más pobres.

El 19 de noviembre de 1856, funda la Casa de María, un nuevo hogar para las niñas pobres.

El Padre Blas Cañas muy devoto de nuestra Madre del Cielo, consagraba el hogar y a las niñas a María, la madre de Jesús.

El famoso pintor italiano que vivía en Chile, Don Alejandro Cicarelli, dona al Padre Blas Cañas la quinta de la calle Carmen.

El Padre Blas empezó con gran entusiasmo las obras de construcción de la nueva casa de María y de la Iglesia del Dulce nombre de María.



Otro gran anhelo del Padre Blas Cañas era la fundación de una congregación religiosa que se preocupara de la educación y atención de las niñas de la Casa de María.

Así el 15 de agosto de 1866, con la aprobación del Arzobispo de Santiago, se funda la Primera Congregación religiosa de Chile, Hermanas de la Casa de María.

La primera Superiora y Maestra de Novicias, de la nueva congregación fue la Madre María del Salvador Sanfuentes (1833- 1872) Luego la sucede en el cargo la madre Mercedes del Corazón de Jesús Olavarrieta (+1884)



Con el fin de conseguir la aprobación de la Iglesia, de la nueva congregación religiosa de las Hermanas de la Casa de María, viaja a Roma en septiembre 1869. Su Santidad Pío IX bendice su obra.

Muchos sufrimientos e incomprensiones, tuvo que enfrentar el Padre Blas Cañas, e incluso el alejamiento de su obra y la congregación. Sin embargo con mucha humildad lo acepta y lo ofrece todo a Jesús Crucificado.

En 1872, funda con la ayuda de un grupo de jóvenes, el Patrocinio de San José, con el fin de otorgar a los niños, la misma ayuda que a las niñas de la Casa de María.




En 1886 se le ofrece el Obispado de Concepción, el cual no se sentía digno de tan alto honor. Pocos días después cae gravemente enfermo. En medio de los sufrimientos dijo: “Cuando muera, llévenme a la Casa de María y entiérrenme ahí”.

El 23 de Marzo de 1886, entrega su alma al  Creador. Fue sepultado en la Casa de María, y ante él, desfiló un gran número de personas. Treinta años más tarde su cuerpo fue encontrado intacto.

Su cuerpo, su corazón y diferentes objetos de su uso personal, se encuentran en la capilla lateral de la Iglesia del Dulce Nombre de María, en la calle Carmen – Santiago Centro.


Hermana Constanza y compañeros mártires de Memphis


Memphis sufrió epidemias periódicas de fiebre amarilla, una infección viral transmitida por mosquitos, durante todo el siglo XIX. La peor de las epidemias ocurrió en el verano de 1878, cuando murieron 5.150 personas. Cinco años antes, un grupo de monjas episcopales de la recientemente Hermandad de Santa María llegó a Memphis para trabajar en la Escuela para Niñas de Santa María, que fue reubicada en el sitio de la catedral.

Cuando golpeó la epidemia de 1878, varios sacerdotes y monjas (tanto protestantes como católicas), médicos e incluso la propietaria de un burdel se quedaron para atender a los enfermos y moribundos. La superiora de las monjas episcopales, la hermana Constanza, junto a tres religiosas y dos sacerdotes episcopales entregaron su vida durante la epidemia que afectaba a la localidad.

Hermana Constance (Caroline Louise Darling, nació en Medway, Mass., 1846), superiora de la obra en Memphis, directora de la Escuela para Niñas St. Mary.

Hermana Thecla, sacristana de la Catedral de Santa María y de la capilla de su escuela, profesora de música y gramática (inglés y latín)

Hermana Ruth, enfermera de Trinity Infirmary, Nueva York

Hermana Frances, una monja profesa recientemente a cargo del orfanato de Church Home.

El Rev. Charles Carroll Parsons, rector de la Iglesia Episcopal Grace, Memphis; ex comandante de artillería del ejército de los EE. UU., ex alumno y profesor de West Point.

El Rev. Louis S. Schuyler, rector asistente recién ordenado en la parroquia anterior de Parsons, Holy Innocents Episcopal Church, Hoboken, Nueva Jersey.

En septiembre y principios de octubre de 1878, la fiebre amarilla diezmó la ciudad y el grupo que trabajaba fuera de la catedral. Parsons, murió el 6 de septiembre. Tres días después, la Hermana Constanza, superiora en Memphis y directora de la escuela, murió. Tenía 33 años. La Hna. Thecla, murió el 12 de septiembre. La hermana enfermera Ruth, y el reverendo Louis S. Schuyler, murieron el 17 de septiembre. La hermana Frances, murió el 4 de octubre.

Los seis están enterrados uno cerca del otro en el histórico Cementerio Elmwood de la ciudad, uno de los primeros cementerios rurales del sur. El altar mayor de Santa María, consagrado en Pentecostés de 1879, conmemora a la entrega heroica de los religiosos y religiosas que dieron su vida por los enfermos y moribundos.

sábado, 6 de febrero de 2021

Venerable Hermana María dos Anjos de Santa Teresa


Dináh Amorim, nació en la ciudad de Claudio, estado de Minas Gerais (Brasil), el 08 de agosto de 1917, fue la última de una familia de once hermanos.

Mujer inteligente con una gran inclinación hacia la pintura, la música y la poesía, además tenía habilidades para aprender idiomas. Cursó estudios de Magisterio de 1929 a 1933, en Oliveira. 

De 1934 a 1938, fue profesora en un instituto de su ciudad natal. En su parroquia fue responsable de la catequesis y de la pastoral, desarrollando sus cualidades musicales para la animación litúrgica. El amor a la Virgen la llevó a formar parte de la Cofradía de Nuestra Señora de la Consolación. 

El 10 de enero de 1939 ingresó al pre noviciado de las Hijas de María, Religiosas de las Escuelas Pías - Madres Escolapias en Belo Horizonte. Comenzó el Noviciado, escogiendo el nombre de María de los Ángeles de Santa Teresa del Niño Jesús. Profesó en la Escuela Pía, el 02 de febrero de 1942. Se entregó plenamente a la educación cristiana de la niñez y juventud, teniendo especial predilección por los más pobres.

Realizó su misión de educadora como escolapia de la escuela normal Nuestra Señora de Oliveira, donde permaneció 21 años.

Fue muy querida y admirada por sus alumnas, que apreciaban sus virtudes. Con su testimonio de vida, promovió la pastoral vocacional, siendo instrumento de Dios para el discernimiento vocacional de numerosas jóvenes.

Fundó en Belo Horizonte la escuela "Madre Paula" e impulsó muchas mejoras en el barrio Providencia, dotándolos de estructuras básicas; luz, agua, teléfono, asfalto, escuela y dispensario, pero sobre todo promociono la educación y la evangelización, la fe, la caridad y la entrega con que ejercía su trabajo era extraordinaria.

Como escolapia fue una gran pedagoga, educó con su testimonio de vida. Trabajó incansablemente por promover a la mujer y salvar a las familias. Fue una mujer llena de Dios, orante y disponible para con quienes la necesitaban, especialmente los más pobres y con aquellos que presentaban dificultades de aprendizaje. 

En 1963, aparecieron las primeras molestias de un cáncer que la acompañará durante toda su vida, uniendo su sufrimientos con paciencia y amor a  los de la pasión de Jesús.

En enero de 1988, una recaída la obligó a mermar su actividad física, pero no su oración, ni su amor incondicional a los demás.

El 01 de septiembre de 1988, Madre María de los Ángeles, regresó a la casa del Padre. Sus restos reposan en la parroquia de Todos los Santos, en el Barrio Providencia de Belo Horizonte, lugar en el que ella entregó su vida, en favor de los desfavorecidos.  

Fue declarada Venerable por el Papa Francisco, el 11 de diciembre de 2019. 



Madre María Luisa Hartzer

María Luisa Mestmann nació en 1837 en un pequeño pueblo llamado Wissembourg, en el noreste de Francia, muy cerca de la frontera con Alemania. Su padre era holandés y médico. Su madre era francesa y su abuelo materno era alemán. Su familia era rica y muy católica. Iba a misa todos los días. Su padre murió cuando María Luisa tenía 17 años. Buscó y encontró en María, “consuelo de los afligidos”, el consuelo que necesitaba.

Cuando cumplió 21 años en 1858, María Luisa se casó con Victor Hartzer, quien era director de la prisión. Tuvieron 2 hijos. Después de 11 años de matrimonio, Víctor se enfermó y ella lo cuidó con gran dedicación durante varios años hasta su muerte.

Se trasladó a Estrasburgo y continuó dedicándose a la educación de sus hijos mientras cuidaba de su madre enferma.

María Luisa pasó momentos de gran sufrimiento, pero buscó la fuerza en la oración porque tenía mucha fe en Dios.

En 1870, Alemania y Francia entraron en guerra, provocando muchas dificultades porque el lugar donde vivía se vio terriblemente afectado por la guerra. Fue durante este tiempo que sus 2 hijos decidieron convertirse en sacerdotes Misioneros del Sagrado Corazón. Como María Luisa estaba suscrita a la revista Anais, fue a través de ella que conocieron a las Misioneras del Sagrado Corazón.

En 1874, también a través de los Anales, María Luisa conoció la nueva Congregación fundada por el Padre Julio Chevalier - Congregación de las Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Issoundun.

Visitó Issoundun por primera vez en 1876 y regresó 5 años después, decidida a concentrarse en esta congregación. Pero regresó muy decepcionada, porque la Congregación que una vez floreció exuberantemente, ahora estaba al borde del colapso. Luego comenzó a preguntarse si eso era lo que debía decidir. Por su parte, el padre Julio Chevalier la animó a rezar a Dios, con la intención de que Él la iluminara en su decisión. Permaneció en Issoundun y, después de 6 meses, solicitó unirse a la Congregación.

El 25 de marzo, 13 años después de la muerte de su esposo, realizó su sueño de ser miembro de esta familia religiosa. Poco menos de 9 años después de su ingreso, precisamente el 8 de diciembre de 1882, a pesar de su negativa, el padre Julio Chevalier la presentó al grupo como Superiora y Maestra de Novicios.

El 9 de septiembre de 1884, María Luisa hizo sus primeros votos junto con otras cuatro hermanas. Para el año 1888 ya había asumido la plena responsabilidad de la formación de las novicias y estaba tomando decisiones importantes para la vida de la nueva Congregación de las Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón.

Madre María Luisa, entregó su alma a Dios en 1908, después de 26 años de animar y guiar a la congregación.


Venerable Padre Juan Bautista Berthier

El P. Juan Berthier nace el 24 de Febrero de 1840 en Châtonnay (cerca de Grenoble) en Francia. Desde pequeño manifestó una profunda inclinación a la vida religiosa. En 1846 tiene lugar la aparición de la Virgen en la Montaña de La Salette (Francia) En 1862, en una peregrinación a La Salette, se siente llamado a entrar en la Comunidad religiosa de los Misioneros de la Salette.

El hecho de ser predicador infatigable de misiones populares por toda Francia le hizo tener contacto con muchos jóvenes que querían ser misioneros. Preocupado por la falta de misioneros para las tierras de misión e inspirado por las palabras del Evangelio “la mies es abundante, pero los trabajadores son pocos” (Mt 9,37-38), funda la Congregación de los Misioneros de la Sagrada Familia para las “vocaciones tardías” en Grave (Holanda) en 1895.

P. Berthier fue un hombre de su tiempo que vivió momentos difíciles en los que más que lamentarse, buscó soluciones. Un emprendedor entusiasta: predica misiones populares, di ejercicios espirituales, publica libros, creó la Escuela Apostólica de La Salette… Un hombre inteligente y sensible a las necesidades de su tiempo. Se da cuenta del valor de los Medios de Comunicación y crea una revista popular, “El Mensajero”, que pronto alcanzará 8.000 suscriptores. Un predicador emotivo que llegaba a los corazones y les impulsaba a la conversión. Un hombre coherente entre su decir y hacer, dando mucha importancia a la vida comunitaria. Un trabajador incansable que tenía como propósito no perder ni un minuto de su vida. Un hombre admirable, con un estilo propio que intentó inculcar a los suyos: la formación intelectual, la formación para la vida misionera y el trabajo manual.

Una persona de profunda fe. Consagra su vida, sus capacidades y toda su actividad a Dios y su servicio. Estar cerca de Dios era el único motivo de todos sus trabajos y tareas. La oración era la fuente de su trabajo apostólico, su alimento y su vida. Gracias a ella pudo superar las contrariedades y dificultades en su camino y supo permanecer fiel a lo que Dios le pedía. En la oración encontraba la fuente de su bondad que cautivaba a todos, de su dulzura que abría los corazones y de su sonrisa a la que nadie se resistía.

Fue un hombre con un magnetismo especial: que atraía, seducía y se hacía admirar y querer. Su cercanía personal, su sensibilidad de espíritu, su bondad para con todos y su compartir la vida diaria le hacían ser admirado por todo el mundo. Toda su vida compartió con los suyos el estudio, la vida de oración, el trabajo manual… Fue así un ejemplo palpable y el mejor modelo para quienes convivían con él.

A sus 55 años emprende, animado por el Papa León XIII, la misión de fundar los Misioneros de la Sagrada Familia. La casa de Grave fue un signo y un símbolo para él. Quiere jóvenes con espíritu misionero, valientes y decididos, amantes de la vida sencilla, atentos y preocupados por los últimos y llenos de espíritu misionero. Pone a la Sagrada Familia de Nazaret como modelo de vida por su escucha a la voluntad de Dios, su unión en el amor y su espíritu de servicio.

El 16 de octubre de 1908, P. Juan Berthier entrega definitivamente su alma a Dios… En la homilía de su misa de despedida se dijo: “la vida de este hombre que nos fue enviada por Dios es ya historia y sería muy útil relatarla… Se recordó el amor del P. Berthier por sus hijos espirituales… Su integridad de vida, la nobleza de su alma, la abnegación de sí mismo, que le habían procurado la estima, la simpatía y la veneración de todos los que le habían conocido… No pretendió otra cosa en su vida que el honor de Dios y la salvación de las almas”.

Sus virtudes heróicas fueron aprobadas por el Papa Francisco el 19 de mayo de 2018.

Beato Andrés de Phu Yen

Nació en Ran Ran (Phu Yen) en Vietnam, en el seno de una familia pagana. Era fisicamente endeble pero muy inteligente y bondadoso. El y su madre fueron bautizados en 1641, por el jesuita Alejandro de Rhodes. Un año más tarde fue uno de los más estrechos colaboradores del padre Rhodes; después de recibir una mayor formación religiosa y cultural, fue admitido en la asociación de catequistas llamada “Casa de Dios”, en la que se comprometían de por vida dedicarse a esta misión y a la ayuda de los misioneros. En 1643 hizo voto de castidad.

Un año más tarde empezó la persecución de los cristianos de la provincia de Quang Nam, porque gracias a la predicación del padre Rhodes había muchos cristianos. El jesuita fue conminado a abandonar el país, y apresaron a Andrés para justificar que habían cogido al alguién. Le amenazaron con quitarle la vida si no apostataba, a lo cual se negó, entonces el mandarín Ong Nghé, ordenó que le pusieran la canga al cuello y que lo llevaran a la cárcel, allí se encontró con otro catequista también llamado Andrés y que era muy anciano. El catequista anciano fue condenado a prisión de la que luego saldría por la edad, pero Andrés fue condenado a muerte.

Cuando iba a ser ejecutado, el padre Rhodes solicitó que se le permitiera poner una alfombra debajo del mártir, pero Andrés se negó, porque quería que su sangre regase la tierra como lo había hecho la de Cristo. Se arrodilló y recibió la bendición del padre Rhodes y comenzó a pronunciar el nombre de Jesús. Un soldado con una lanza le atravesó varias veces el costado izquierdo, y cayó al suelo. Entonces se acercó otro con una cimitarra para cortarle la cabeza. Andrés al verlo, exclamó “Jesús” y murió. En ningún momento perdió la serenidad y la firmeza. Su cuerpo fue llevado a Macao por el padre Rhodes. Murió en Ké Cam. Es el protomártir de la iglesia vietnamita.


Fue beatificado el 05 de marzo de 2000 por San Juan Pablo II.

San Nimatullah Kassab Al-Hardini

Nació en Hardin, en el norte del Líbano, el año 1808. En el bautismo recibió el nombre de Youssef. Pertenecía a una familia maronita, con seis hijos, que fueron educados en un profundo amor a Dios y a su Iglesia. Tres de sus hermanos siguieron, como él, la vida monástica o sacerdotal. Tanios fue párroco; Eliseo entró en la Orden Libanesa Maronita, en la que vivió como ermitaño durante cuarenta y cuatro años; Msihieh abrazó la vida claustral en el monasterio de San Juan Bautista, en Hrasch.

Pasó los primeros años de su infancia frecuentando los monasterios y eremitorios de su pueblo. Terminados los estudios, fue a vivir con su abuelo materno, Youssef Raad, párroco de Tannourin, cuyo ejemplo suscitó en él el amor al sacerdocio, vivido para el servicio de la Iglesia. En Tannourin, rezaba el oficio divino en el monasterio con los monjes o en la parroquia con su abuelo y los fieles.

Ingresó en la Orden Libanesa Maronita a los veinte años. Fue enviado al monasterio de San Antonio de Qozhaya, cerca de la Qadischa ("Valle santo"), para hacer sus dos años de noviciado, durante los cuales se entregó con fervor a la oración comunitaria y al trabajo manual. Dedicaba todo su tiempo libre, e incluso parte del destinado al descanso, a visitar al santísimo Sacramento. Lo solían encontrar en la capilla, arrodillado, inmóvil, con las manos alzadas en forma de cruz y los ojos fijos en el sagrario.

Después de la profesión monástica, que emitió el 14 de noviembre de 1830, fue enviado al monasterio de San Cipriano y Santa Justina, en Kfifan, para estudiar la filosofía y la teología, a la vez que trabajaba en el campo; además, destacaba por su habilidad para encuadernar manuscritos y libros, oficio que había aprendido durante el noviciado. Durante ese período, a causa de su ascetismo y su intensa aplicación a los estudios, se enfermó. Para evitarle la gran fatiga del trabajo en el campo, su superior lo destinó a la sastrería.

Al ser ordenado sacerdote, fue nombrado director del estudiantado y profesor, labor que desempeñó hasta sus últimos años. Dividía su jornada habitualmente en dos partes: la primera mitad para prepararse a la celebración de la misa y la otra mitad para la acción de gracias después de la eucaristía. Vivía esta dimensión contemplativa juntamente con su amor a los hermanos y a la cultura. Fundó una escuela para instruir gratuitamente a la juventud.

Le tocó vivir dos guerras civiles (en los años 1840 y 1845), que fueron preludio de sangrientos acontecimientos de 1860, durante los cuales muchos monasterios fueron quemados, muchas iglesias devastadas y muchos cristianos maronitas asesinados. En ese marco civil y religioso tan difícil y doloroso, su hermano el padre Eliseo, ermitaño, lo invitó a abandonar la vida comunitaria para retirarse a un eremitorio, pero él respondió: "Los que luchan por la virtud en la vida comunitaria tendrán más mérito".

Era severo y duro consigo mismo, pero misericordioso e indulgente con sus hermanos. Radical en su opción, concebía la santidad en términos de comunión. Afirmaba: "La primera preocupación de un monje debe ser, día y noche, no herir o afligir a sus hermanos".

Fue grande su devoción a la Virgen María. En sus aflicciones invocaba la intercesión de María, su principal auxilio, por el Líbano y por su Orden. Rezaba el rosario todos los días con los demás monjes. Nunca se cansaba de repetir el nombre bendito de María. Practicaba el ayuno en su honor todos los sábados y las vísperas de sus fiestas; tenía devoción particular por el misterio de la Inmaculada Concepción. Después de rezar el Ángelus, repetía estas palabras: "Bendita sea la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen".

Se esforzó por inculcar a los fieles su devoción a María, formando cofradías. Fundó también dieciséis altares consagrados a la Madre de Dios; uno de estos, en el monasterio de Kfifan, fue llamado, después de su muerte, "Nuestra Señora de Hardini".

En 1845, a los 33 años, la Santa Sede lo nombró asistente general de su Orden con un mandato de tres años, por su celo en la observancia de las reglas monásticas. Para ese cargo fue reelegido otras dos veces, pero se negó siempre a aceptar el nombramiento de abad general de la Orden. Residía, con los demás asistentes, en el monasterio de Nuestra Señora de Tamich, casa general de la Orden, pero solía acudir al monasterio de Kfifan, tanto para continuar dando clases como para ejercer su trabajo de encuadernador, labor que realizaba con espíritu de pobreza, poniendo especial esmero en los manuscritos litúrgicos. De 1853 a 1859 tuvo entre sus alumnos a san Charbel, que asistió a la muerte de su maestro y a la conmovedora ceremonia de su funeral.

En lo más duro del invierno, mientras se encontraba en el monasterio de Kfifan para dar clases, debido al intenso frío, se vio afectado por una pulmonía; al agravarse, solicitó ser trasladado a una celda cercana a la iglesia para escuchar el canto del oficio y, tras una agonía de diez días, recibió la unción de los enfermos con un icono de la Virgen en las manos, e invocándola: "Oh María, te encomiendo mi alma". Falleció el 14 de diciembre de 1858, a los 50 años de edad.

Fue beatificado por el Papa San Juan Pablo II el 10 de mayo de 1998 y canonizado el 16 de mayo de 2004.

Beatos David Okelo y Gildo Irwa


Dos jóvenes catequistas ugandeses, David Okelo, de entre 16 y 18 años, y Gildo Irwa, de entre 12 y 14, fueron martirizados a golpes de lanza y cuchilladas en Palamuku, cerca de Paimol, aldea situada al norte de Uganda, en la cuenca del alto Nilo. Era el año 1918.

El ejemplo dado por estos dos jóvenes, unidos por una profunda amistad y por el entusiasmo de enseñar la religión cristiana a sus compatriotas, permanece como signo de coherencia de vida cristiana, fidelidad a Cristo y compromiso en el servicio misionero entre su pueblo.

La fecha de nacimiento de David y Gildo no se conoce con exactitud. Fueron bautizados el 1 de junio de 1916 y confirmados el 15 de octubre del mismo año. Pertenecían a la tribu Acholi, una rama del gran grupo Lwo, cuyos miembros viven aún en su mayor parte en el norte de Uganda, aunque también están presentes en el sur de Sudán, Kenia, Tanzania y Congo.

Los misioneros combonianos habían llegado en 1915 a la región de Kitgum, donde comenzaron su labor evangelizadora con la ayuda de algunos catequistas. Existían entonces muchas dificultades, algunas creadas por la primera guerra mundial, otras por la peste, la viruela y la situación de carestía. Para los brujos de la zona la llegada de la nueva religión era la causa de todas las desgracias. Por ello, surgieron movimientos anticristianos y anticolonialistas (los Adwi y los Abas) promovidos por los brujos y apoyados por los traficantes de marfil y de esclavos, que veían en el cristianismo un obstáculo para sus negocios. Además eran frecuentes las luchas tribales.

En este contexto de hostilidad y desconfianza se sitúa el testimonio heroico de los dos jóvenes catequistas, que no dudaron en trasladarse a Paimol para cubrir el vacío dejado en la obra de evangelización por la muerte de Antonio, el hermano de David. Cuando este pidió al padre Cesare Gambaretto sustituir a su hermano, juntamente con su amigo Gildo, el misionero intentó disuadirles, no sólo por su juventud, sino también por el peligro que corrían en aquella violenta zona. "¿Y si os matan?", preguntó entonces el misionero. "¡Iremos al paraíso!", fue la respuesta inmediata. "Ya está allí Antonio -añadió David-, no temo la muerte. ¿No murió Jesús por nosotros?".

Llegaron a su destino en noviembre de 1917 y once meses más tarde fueron asesinados por odio a la fe. Su martirio fue documentado por los habitantes de Paimol y ocho testigos oculares, entre los que se encontraba uno de los que les dieron muerte.

En Paimol, David y Gildo se dedicaban sin descanso a su misión de evangelización y ganaban su sustento trabajando duramente en los campos. Un catequista que enseñaba en una aldea dejó este testimonio: "Toda la gente del pueblo sin excepción les amaba por el bien que hacían (...). Murieron en el cumplimiento exacto de su enseñanza".

Al amanecer, David tocaba el tambor para llamar a sus catecúmenos a las oraciones de la mañana. Juntamente con Gildo, rezaba también el rosario. Enseñaba a los catecúmenos a memorizar las oraciones y las preguntas y respuestas del catecismo; durante las clases, para facilitarles el aprendizaje de las verdades fundamentales, les hacía repetir los textos también con la ayuda de cantos. Además, visitaba las aldeas vecinas, desde donde acudían sus catecúmenos, que durante el día ayudaban a sus padres en los campos o con el ganado. Cuando se ponía el sol, David llamaba a la oración en común y a rezar el rosario, concluyendo siempre con una canción a la Virgen. Los domingos, celebraba un servicio de oración, animado a menudo por la presencia de catecúmenos y catequistas de la zona.

Se recuerda a David como un joven de carácter pacífico y tímido, diligente en sus tareas como catequista y querido por todos. Nunca se vio involucrado en disputas tribales o políticas.
El padre Cesare Gambaretto, que había administrado los sacramentos a los dos jóvenes mártires, describía a Gildo como un joven de carácter dulce y alegre, muy inteligente. "Era de gran ayuda para David, y reunía a los niños para recibir la instrucción con su dulzura e insistencia infantil (...).
Había recibido el bautismo recientemente, cuya gracia preservó en su corazón y dejó traslucir con su comportamiento encantador".

Gildo estuvo siempre disponible y fue ejemplar en sus tareas como catequista-asistente. Espontáneamente, se mostró deseoso de ir con David a enseñar la palabra de Dios a Paimol.

Murieron atravesados por las lanzas de Okidi y Opio, dos Adwi (revolucionarios que se habían alzado en armas contra los jefes impuestos por las autoridades coloniales). Antes de matarles, los Adwi intentaron convencer a David y a Gildo para que abandonaran la región y la enseñanza del catecismo. Podrían haber salvado la vida, pero ellos rechazaron la oferta.

A Gildo se le dio la oportunidad de huir, pero él respondió: "Hemos trabajado en la misma obra; si es necesario morir, tendremos que morir juntos". Cuando les sacaron del pueblo para matarles, David lloraba. Fue entonces consolado por el pequeño Gildo: "¿Por qué lloras? Mueres sin motivo; no has hecho mal a nadie". Era poco antes del amanecer del 19 de octubre de 1918.

Los cristianos del lugar, acabada la furia homicida, no olvidaron a sus heroicos catequistas. El lugar del martirio, Palamuku, fue llamado desde entonces Wi-Polo ("En el cielo") para recordar el premio concedido por Dios a los dos adolescentes.

Fueron beatificados el 20 de octubre de 2002 por S.S. Juan Pablo II.

Beatas Rita Dolores y Francisca del Corazón de Jesús

La vida de las Siervas de Dios, Madre Rita Dolores Pujalte Sánchez y Francisca Aldea Araujo del Corazón de Jesús, fueron testigos de un siglo que finalizaba y de una España que entraba en el siglo XX, con pasos tímidos, hacia un horizonte de progreso y modernidad. Este período se corresponde con el reinado de Alfonso XIII, la pérdida de las colonias, la instauración de la segunda República, marcada por un carácter antirreligioso y fundamentalmente persecutorio frente a la Iglesia y, tras su fracaso, la llegada de la guerra civil, escenario turbulento que marcaría la existencia de Rita Dolores y Francisca.

El 18 de julio de 1936 se inició una larga y trágica guerra fratricida. La convivencia saltó en mil pedazos, golpeando a amigos y hermanos durante una generación. Al amparo de una situación de crisis, se refugiaron miserias humanas, venganzas, desaprensiones, rencores...

España quedó dividida, y la represión fue patrimonio de los dos bandos; pero, con anterioridad a la contienda, se dio la descristianización, un fenómeno creciente que derivó en un fanatismo anticlerical y antirreligioso, puesto de manifiesto violentamente.

El conflicto encuadró a grandes grupos armados, que actuaron con toda contundencia, especialmente en la capital de España. En este ambiente fueron sorprendidas las Siervas de Dios, Rita Dolores y Francisca, en el Colegio de Santa Susana, de Madrid, el 20 de julio de 1936. Ser religiosas fue el único motivo para merecer la muerte. Al salir del Colegio, asaltado y tiroteado por los milicianos, llevaron por equipaje el amor y la confianza total en Jesús y el perdón generoso, por anticipado, para sus agresores.

La Iglesia ha proclamado el Decreto de su Martirio y reconoce que, por su fe y por el testimonio de su caridad, siguieron a Jesús hasta la entrega total de sus vidas.
Fueron beatificadas por el Papa Juan Pablo II el día 10 de mayo de 1998, en la Plaza de San Pedro del Vaticano. Con palabras de Madre Isabel Larrañaga, nuestra Fundadora, expresamos nuestro agradecimiento al Señor: “Dad gracias a Dios por todo, por todo”.
Unidas en la muerte

Las dos habían pasado parte de su vida en el Colegio de Santa Susana. Juntas salieron de él para recorrer un camino que las convertiría en testigos de su fe. El Colegio estaba enclavado en el Barrio de las Ventas, entonces una de las zonas suburbanas de Madrid. Fue uno de los primeros abiertos por Madre Isabel Larrañaga, en 1889.

Este Colegio funcionaba como Curia General, y acogía, además de a las religiosas, a niñas pobres y huérfanas. Aunque la situación era extremadamente peligrosa, en medio de un ambiente general de crispación, la Comunidad optó por permanecer en el Colegio para atender a las niñas.

La Madre Rita Dolores había sido invitada en reiteradas ocasiones a dejar el Colegio y buscar un lugar más seguro, pero, según su lógica, perdía más que ganaba, y rehusó siempre. La Madre Francisca, movida por su caridad, se comprometió a no abandonarla, siendo consciente del riesgo que asumía. El 20 de julio de 1936 el Colegio fue asaltado y tiroteado.

Las Madres Rita Dolores y Francisca, en cuanto tuvieron noticias de que la llegada de los milicianos era inminente, se dirigieron a la Capilla para prepararse al martirio. Prodigaron con generosidad el perdón anticipado para sus verdugos, y se dispusieron a la muerte, que presentían segura, poniendo el presente y el futuro en las manos providentes del Padre. “Echémonos en sus brazos y que sea su santísima voluntad”, dijo Madre Dolores.

En la portería, momentos antes de salir, recitaron el Credo en presencia de los milicianos, quienes más tarde, fingiendo ayudarlas, porque su intención era darles muerte, las acompañaron hasta un piso cercano de una familia conocida. Allí rezaron el rosario y dieron gracias a Dios por la posibilidad que habían tenido para prepararse al martirio ya tan cercano.

Hacia el mediodía fueron conducidas violentamente al interior de una furgoneta. Ellas no opusieron resistencia; al contrario, esperaron sin desmayo la muerte. El 20 de julio de 1936, hacia las tres y media de la tarde, fueron fusiladas en la carretera de Barajas. Su fama de martirio se divulgó muy pronto.

Testigos presenciales se maravillaron de la serenidad de sus rostros y del perfume que desprendían sus restos mortales. Por todas partes dejaron una estela de santidad y sencillez. Fueron coherentes hasta el final en el camino elegido para hacer el bien en servicio y entrega a los hombres y mujeres de su tiempo. Ellas nos enseñan a descubrir más profundamente la vida como regalo y como tarea, en clave de entrega y servicio, con el talante de Jesús de Nazaret, en el empeño por construir un mundo más humano y más fraterno.

Sus restos reposan en la capilla del Colegio Ntra. Sra. del Carmen, en Villaverde Alto, Madrid.

BEATA FRANCISCA ALDEA ARAUJO


Nació en Somolinos (Guadalajara) el 17 de diciembre de 1881, en una familia sencilla y cristiana. Siendo niña aún, quedó huérfana, y fue acogida en el Colegio de Santa Susana, de Madrid, dirigido por las Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón de Jesús.

Como religiosa ingresó en el Instituto el 8 de diciembre de 1899. Fue su Maestra de Novicias la Madre Rita Dolores Pujalte. Posteriormente, la cuidó y acompañó, cuando estaba enferma y casi ciega, hasta el martirio.

El 20 de septiembre de 1903 emitió su profesión temporal. Hizo sus votos perpetuos el 1 de noviembre de 1910. dedicó parte de su vida a la enseñanza y a las actividades apostólicas que acompañan a la vida colegial. También desempeñó otros cargos de responsabilidad en el Instituto: superiora local, consejera, secretaria y ecónoma general, respectivamente. Era generosa, alegre, sencilla, de corazón grande y alma delicada.

Pese a manifestar su temor a una posible muerte, en vista del rumbo que tomaban los acontecimientos, confiaba en que Dios le daría fuerzas, si le pedía el martirio.


BEATA RITA DOLORES PUJALTE SÁNCHEZ


Nació en Aspe (Alicante) el 18 de febrero de 1853, en el seno de una familia cristiana y acomodada. Sus años de infancia y adolescencia estuvieron marcados por una fuerte religiosidad, que la llevaron a comprometerse en la catequesis y obras de caridad.

En 1888 ingresó en el Instituto de Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón de Jesús, fundado en 1877 por Madre Isabel Larrañaga. Hizo su profesión religiosa el 21 de junio de 1890 y, a su debido tiempo, emitió sus votos perpetuos.

Fue Superiora del Colegio de Santa Susana, de Madrid, en 1891. Posteriormente del de San José, en Fuensalida (Toledo), en 1894. En 1896 es nombrada Maestra de Novicias. Fue Superiora General desde 1899 hasta 1928. Por último, desempeñó el cargo de Vicaria General.

Era una persona de gran calidad humana y espiritual. De carácter dulce y firme a la vez. Su caridad destacó con las Hermanas enfermas. Infundía confianza e impulsaba a respuestas generosas. No escatimó esfuerzos ante las necesidades educativas de su época, alentando a las Hermanas en esta tarea.

El amor a Jesús en su Pasión y su presencia eucarística, junto con una gran devoción a María, fueron la máxima atracción de su vida.

Asumió el deterioro de su salud, diabética y casi ciega, y el sacrificio de su vida, que presentía seguro, convencida de que es Dios quien guía la historia según su designio amoroso y providente.

Después de la beatificación de nuestras Hermanas Mártires el 19 de mayo de 1998, cada año el día 20 de julio, fecha de su martirio, en todas las Comunidades de la Congregación celebran su fiesta con toda solemnidad.

Beatas mártires Escolapias


María del Niño Jesús Baldillou y Bullit.
Nació en Balaguer (Lérida), el 6 de febrero de 1905. Allí transcurrió su infancia y juventud. En 1924 ingresó en el noviciado escolapio de Masnou (Barcelona), donde profesó el 18 de abril de 1927 a los 22 años de edad. Ya en el noviciado dio muestras de una virtud poco común y de una obediencia esmeradísima. Destinada al colegio de Valencia, en esta casa permaneció hasta su muerte, ocupada en los oficios domésticos. Tanto para la comunidad como para las niñas fue modelo de vida totalmente entregada al Señor, en la sencillez y alegría de la cotidiana educación. Joven a los 31 años, el 8 de agosto de 1936, el Señor la encontró preparada para su encuentro con Él, en las playas del Saler (Valencia)

Presentación de la Sagrada Familia (Pascalina) Gallén y Martí
Era natural de Morella (Castellón). Nació el 20 de noviembre de 1872, en un hogar profundamente cristiano. Dios lo bendijo con cuatro hijas y las cuatro fueron religiosas: una Hija de la Caridad y tres Escolapias. Junto con su hermana Josefa, hicieron el noviciado en San Martín de Provensals (Barcelona), y allí profesaron el 30 de Agosto de 1892. Tras siete años en el colegio de Olesa de Montserrat fue destinada al colegio de Valencia; en este colegio estuvo el resto de su vida, sembrando la Buena Nueva del Reino entre las niñas confiadas a su apostolado. Fue un modelo constante para sus hermanas de comunidad: sencilla y modesta, humilde y servicial. Y como recompensa, a los 64 años, Dios la invitó al supremo sacrificio de amor, el 8 de agosto de 1936.

María Luisa de Jesús Girón y Romera
Nació en Bujalance, (Córdoba) el 25 de agosto de 1887. Fue alumna del colegio de Bujalance. Ingresó en el noviciado de Carabanchel (Madrid), en el 1916, y profesó el 31 de marzo de 1918. La mayor parte de su vida escolapia la pasó en Cuba. De 1934 a 1936, entre las niñas valencianas, derrochando simpatía con su característico gracejo andaluz. Siempre se la vio alegre y jovial, con la sonrisa en los labios y una serenidad que admiraba a sus hermanas. En varias ocasiones comentó que no le importaría morir mártir. Y el Señor escuchó sus deseos a sus 49 años de edad y 18 de profesión religiosa, un caluroso 8 de agosto de 1936, en las playas valencianas del Saler.

Carmen de San Felipe Neri (Nazaria) Gómez y Lezaun
Natural de Eulz (Navarra), nació el 27 de julio de 1969. Sintió la llamada del Señor e ingresó en el noviciado de Carabanchel (Madrid), donde profesó el 8 de septiembre de 1895. Ese mismo día destinada al colegio de Valencia. Encargada de la portería durante 41 años, vivía intensamente la vida escolapia y sabía hermanar el trabajo y la oración. Afable y sonriente, supo transformar aquella portería bulliciosa, por el constante ir y venir de las alumnas y sus familiares, en una Betania, donde se recreaba el Señor, que le acompañaba siempre. Su vida fue unja preparación continua, y ante la llamada apremiante del Señor, el 8 de agosto de 1936, supo responder con heroísmo, a los 67 años de edad, junto a sus otras cuatro hermanas escolapias.

Clemencia de San Juan Bautista (Antonia) Riba y Mestres
Nació en Igualada (Barcelona), el 8 de octubre de 1893. Alumna del colegio igualadino escolapio se distinguió por su aplicación y simpatía natural. Sintió pronto el deseo de abrazar la vida religiosa, pero no pudo realizar sus deseos hasta el 31 de mayo de 1919, fecha de su profesión religiosa. Después de una breve estancia en el juniorato de Zaragoza, fue destinada al colegio de Valencia. Las hermanas que convivieron con ella aseguraban que todas la querían: las superioras hallaban en ella un descanso y consuelo, las hermanas un corazón amplio, siempre dispuesto a hacer el bien; y las alumnas una madre. En la playa del Saler trocó la vida terrena por el cielo, cuando contaba 41 años de edad.

M. María Baldillou, M. Presentación Gallén, M. Mª Luisa Girón, M. Carmen Gómez, y M. Clemencia Riba formaban parte de la comunidad escolapias de Valencia. Dada la situación persecutoria y antirreligiosa en la ciudad, el 19 de julio de 1936, buscaron refugio en un piso de la calle de San Vicente, cerca del colegio. Allí pasaron días calamitosos. El 8 de agosto de 1936, a las cinco de la mañana, fue asaltada la vivienda por unos milicianos. Habían sido denunciadas y debían declarar en el Gobierno Civil. Un coche las esperaba a la puerta. Peor no fueron llevadas al Gobierno Civil, sino a la playa del Saler, donde al amanecer de ese mismo día, sellaron con su sangre su vida de fidelidad al Señor, y en la ciudad del Turia recibieron la palma del martirio.


Seducidas por Cristo - Maestro vivieron entregadas a la educación, bajo el lema calasancio "Piedad y Letras". Fueron vidas sencillas, ejemplares, empapadas de bienaventuranzas y sonrisas, que sembraron entre las niñas y jóvenes los frutos de su madurez y de sus experiencias pedagógicas, hasta derramar su sangre por amor. Mujeres fieles y prudentes, humildes y fuertes como buenas hijas de Santa Paula Montal, vivían con sencillez y amor, entregadas totalmente a la educación de las niñas y jóvenes, a la promoción de la mujer, sin intervenir, ni mezclarse para nada en la política, agitada y hostil a la iglesia.

Porque eran discípulas de Cristo, derramaron su sangre, con serenidad y paz, glorificando a Dios con la profesión de su fe y perdonando a los que las injuriaban y asesinaban. Estas Mártires Escolapias, ofreciéndose en holocausto al Señor, son el testimonio más elocuente de su amor a Cristo y un estímulo real para la Escuela Pía y para la iglesia en general, en su vida de seguimiento de Jesús.


María de Jesús (María de la Encarnación de la Iglesia y de Varo). (1891-1936). Nació en Cabra (Córdoba). Fue la primera alumna del recién fundado colegio escolapio en 1899. Inteligente y aplicada, destacó en sus estudios y en su comportamiento. Profesó en Carabanchel (1911-1918), Santa Victoria (Córdoba) (1918-1922) y Madrid (1922-1936), realizó su ministerio educativo escolapio con competencia y espíritu de verdadera entrega a las alumnas y ex alumnas. Desde 1935 alternó la tarea educativa con la de superiora de la casa de Carabanchel (Madrid), y en aquellos difíciles momentos demostró su prudencia, su humildad y gran caridad con todos. Junto con las ex alumnas uruguayas Consuelo y Dolores Aguiar-Mella, fueron martirizadas el 19 de septiembre de 1936, cerca de la carretera hacia Andalucía.


Fueron solemnemente Beatificadas, el 11 de marzo de 2001, por el Papa Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro como parte de un total de 233 mártires por su fe.