domingo, 27 de septiembre de 2020

Oración a San Vicente de Paúl




San Vicente de Paúl, apóstol y testigo de la Caridad de Cristo,
alcánzanos amar a Dios,
a expensas de nuestros brazos
y con el sudor de nuestras frentes.

Ayúdanos a abandonarnos a su Providencia,
fieles en descubrir su acción
en todos los acontecimientos de nuestra vida.

Sostennos en nuestro deseo de discernir
y cumplir la voluntad de Dios.

Obtennos un corazón tierno y compasivo
con las miserias y sufrimientos de los pobres,
especialmente de los más indefensos
y abandonados de este mundo,
los preferidos de Dios.

Acompáñanos en nuestro servicio a los hombres
para que, en todas nuestras actividades
de servicio y de evangelización,
seamos personas apasionadas del Evangelio del Amor.
Amén

jueves, 24 de septiembre de 2020

Nuestra Señora de la Merced


ORACIONES A NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED

Virgen y Señora nuestra de la Merced, a ti suplicamos que, mediante tu maternal intercesión ante tu hijo Jesucristo, nos alcances la verdadera libertad de los hijos de Dios y nos hagas libres de cualquier esclavitud, de modo que experimentemos en nosotros la alegría de la salvación. Amén

María, Merced de Dios, regalo de Cristo a los hombres. La Trinidad Santa te envió a Barcelona, mensajera de libertad y misericordia, para, por medio de Pedro Nolasco, mostrarte corredentora, mediadora, Madre de todos, ternura de Dios para los pobres. Madre de la Merced, enséñanos a valorar nuestra fe cristiana, haznos capaces de amar con caridad mercedaria, conviértenos en portadores de paz. Que tus besos derritan la violencia que nos envuelve, hasta que recuperemos, en tu regazo materno, la ilusión de familia, transformado el mundo en un hogar. Bendice esta ciudad tuya, que te proclama patrona y princesa y gusta, enamorada, de llamarte madre.



Madre de la Merced, danos un corazón... que salte de alegría, que sepa compartir,
que goce con los que gozan,
que sufra con los que sufren,
que entienda de audacia para “dar” con nuevos caminos,
que sea experto en humanidad,
que se prolongue hacia los últimos,
que anuncie a Jesús de Nazaret,
que esté a favor de los cautivos,
que critique las injusticias,
que se deje inflamar por el Espíritu,
que tenga entrañas de misericordia,
que escuche los problemas de las personas oprimidas y tenga un trato exquisito con ellas,
que mire al interior del ser humano,
que logre curar sus propias heridas,
que sepa trabajar en grupo,
que tenga detalles pequeños para hacerse grande,
que sea libre para liberar.
Madre, dánoslo para construir una sociedad más liberadora.
Amén

Oración al Santo Padre Pío de Pietrelcina por los enfermos


ORACIÓN AL PADRE PÍO POR LOS ENFERMOS

Santo padre Pío, ya que durante tu vida terrena mostraste un gran amor por los enfermos y afligidos, escucha nuestros ruegos e intercede ante el Padre misericordioso por los que sufren.

Asiste desde el cielo a todos los enfermos del mundo; sostiene a quienes han perdido toda esperanza de curación; consuela a quienes gritan o lloran por sus tremendos dolores; protege a quienes no pueden atenderse o medicarse por falta de recursos materiales o ignorancia.

Alienta a quienes no pueden reposar porque deben trabajar; vigila a quienes buscan en la cama una posición menos dolorosa; acompaña a quienes pasan las noches insomnes; visita a quienes ven que la enfermedad frustra sus proyectos.

Alumbra a quienes pasan una “noche oscura” y desesperan; toca los miembros y músculos que han perdido movilidad; ilumina a quienes ven tambalear su fe y se sienten atacados por dudas que los atormentan.

Apacigua a quienes se impacientan viendo que no mejoran; calma a quienes se estremecen por dolores y calambres; concede paciencia, humildad y constancia a quienes se rehabilitan; devuelve la paz y la alegría a quienes se llenaron de angustia; disminuye los padecimientos de los más débiles y ancianos.

Vela junto al lecho de los que perdieron el conocimiento; guía a los moribundos al gozo eterno; conduce a los que más lo necesitan al encuentro con Dios; y bendice abundantemente a quienes los asisten en su dolor, los consuelan en su angustia y los protegen con caridad. Amén.

https://www.pazybien.es/oracion-al-padre-pio-por-los-enfermos/

domingo, 20 de septiembre de 2020

Santa Apolonia, mártir

San Dionisio, obispo de Alejandría, fue testigo de la muerte de Apolonia quien era para entonces una diaconisa de edad avanzada. La describió en una carta a Fabio que fue preservada por Eusebio, obispo de Antioquía.

Estalló una persecución de los cristianos por el populacho pagano de Alejandría en el último año del reino del emperador Felipe. Los cristianos eran arrastrados fuera de sus casas y asesinados, sus propiedades saqueadas. La persecución comenzó cuando un poeta de Alejandría profetizó desastre por la presencia de los cristianos a los que consideraba impíos por no adorar a los dioses.

La primera víctima fue un anciano venerable llamado Metras o Metrius, a quien trataron de obligar a proferir blasfemias contra Dios. Cuando se negó, lo azotaron, le clavaron astillas de caña en los ojos, y lo mataron a pedradas.

La siguiente persona que aprehendieron fue a una mujer cristiana, llamada Quinta, a quien llevaron a uno de sus templos para forzarla a adorar al ídolo. Ella se dirigió al falso dios con palabras de desprecio que exasperaron tanto al pueblo que la arrastraron por los talones por encima del empedrado, la azotaron y le dieron muerte a pedradas. Por esos días, los alborotadores habían llegado al colmo de su furor. Los cristianos no ofrecían resistencia, sino que se daban a la fuga, abandonando todas sus pertenencias, sin quejarse, porque sus corazones estaban despegados de la tierra. Su constancia era tan general, que San Dionisio no supo de ninguno que hubiera renunciado a Cristo.

Se apoderaron de Apolonia y la golpearon en la cara, le tiraron todos los dientes, y después, prendiendo una gran hoguera fuera de la ciudad, la amenazaron con arrojarla dentro si no pronunciaba ciertas palabras impías. Les rogó que le dieran unos momentos de tregua, como si fuera a considerar su posición. Entonces, para dar testimonio de que su sacrificio era perfectamente voluntario, tan pronto como la dejaron libre, se lanzó dentro de las llamas.

Luego descargaron su furia sobre un santo hombre llamado Serapión y lo atormentaron en su propia casa; después lo tiraron de cabeza desde la azotea.

En la mayoría de las regiones de la Iglesia occidental se encuentran iglesias y altares dedicados en honor de Santa Apolonia, pero no se la venera en ninguna iglesia oriental, aun cuando sufrió en Alejandría.

San Agustín explica por qué razón anticipó su muerte. El santo supone que obró por una dirección particular del Espíritu Santo, porque de otra manera no sería lícito hacerlo; nadie puede apresurar su propio fin.

Se la invoca contra el dolor de muelas y todas las enfermedades dentales, y se la presenta con un par de pinzas que sostienen un diente o si no, suele distinguirse por un diente de oro pendiente de su collar.

Fuente: aciprensa

Santa Catalina de Alejandría

Nació en la ciudad de Egipto, Alejandría, la segunda más importante en número de habitantes de este país. Santa Catalina nació en el siglo III en el seno de una noble familia rodeada de criados y riquezas. Todos los que escriben sobre ella nos la presentan como una gran estudiante, especialmente en "letras". Alejandría estaba por aquél entonces bajo el dominio del
emperador Maximino, que hacia el año 310, promulgó un edicto, en el que ordenaba que acudieran a la ciudad todos los habitantes de la comarca para ofrecer sacrificios a los dioses, castigando severamente a cuantos se negasen.

Cuando tenía solamente 18 años de edad, Catalina se presentó a sí misma al Emperador Maximino, quien perseguía violentamente a los Cristianos, y le reconvino a él por su crueldad intentando probar cuan inicua era la adoración de dioses falsos. Asombrado de la audacia de la joven, pero incompetente para rivalizar con ella en punto de entendimiento el tirano la detuvo en su palacio y cito a numerosos eruditos a quienes el mando utilizar toda su habilidades en astuto razonamiento para que de esa manera Catalina pudiera ser conducida a apostatar.

Pero ella emergió victoriosa del debate. Algunos de sus adversarios, conquistados por su elocuencia, se declararon a sí mismos Cristianos y fueron entonces condenados a muerte. Furioso al ser confundido, Maximino había azotado a Catalina y entonces la aprisionó. Mientras tanto la emperatriz, entusiasmada por ver a tan extraordinaria joven, fue con Porfirio, el jefe de las tropas, para visitarla en su calabozo, cuando ellos en turno se sometieron a las exhortaciones de Catalina, creyeron, fueron bautizados, e inmediatamente ganaron la corona de mártir. Así después la santa, quien estaba lejos de olvidar su fe, que efectuó tantas conversiones, fue condenada a morir en la rueda, pero, al tocarla ella, este instrumento de tortura fue milagrosamente destruido. El emperador, enfureció y perdió el control entonces ella fue decapitada y Ángeles llevaron su cuerpo al Monte Sinaí donde posteriormente una iglesia y un monasterio fueron edificados en su honor.

En la imagen de Santa Catalina se puede apreciar como lleva en su mano derecha la rueda de molino con la que fue martirizada. En su mano izquierda trae la palma -señal que falleció mártir y el libro del Evangelio.

"Gloriosa Santa Catalina de Alejandría, portento de sabiduría y elocuencia. Quisiéramos parecernos a ti en ese conocimiento admirable de las ciencias y de la fe para ser testigos de Jesús en el mundo. Alcánzanos esa fe y esa ciencia para que seamos siempre capaces de dar razones de creencia y también la esperanza por Jesucristo Nuestro Señor. Amén".

Santa Úrsula de Colonia


Úrsula fue una princesa de región de Britania de los primeros siglos del cristianismo que prometió su virginidad al Señor, hasta que el príncipe pagano Etherius, la pidió en matrimonio. Consciente de que si ella se rehusaba ponía en peligro a su patria, una visión celestial la tranquilizó y le recomendó que aceptara la proposición, porque Dios arreglaría las cosas. Así, la princesa accedió, pero se reservó tres años para prepararse y se embarcó con once mil de sus compañeras atravesando el mar hasta remontar el Rin para llegar a Colonia. En ese lugar tuvo la visión de un ángel que le anunció su futuro martirio.


Sin embargo y sin temor, el inmenso cortejo se embarcó en dirección a Roma para conocer la tumba de los mártires y santos. Ahí, y luego de ver el celo de las vírgenes, el Papa y varios obispos se unieron a su peregrinaje que acabó cuando de camino por el Rin fueron atravesadas por las flechas de los Hunos. Entonces Úrsula junto a todo el cortejo sufrieron un glorioso martirio.


Santa Ángela de Merici eligió a Santa Úrsula como Patrona y Protectora de la Compañía, dadas las condiciones carismáticas de esta mártir, quien atraía a todos los que la escuchaban y dio muestras de valentía y una santidad hasta las últimas consecuencias.

El barco de Santa Úrsula, donde fueron martirizadas ella y las jóvenes vírgenes que la acompañaban, es la insignia de los colegios, como patrona de las jóvenes y estudiantes.


Sor María Angélica Álvarez Icaza

María Concepción Álvarez Icaza nació el 17 de diciembre de 1887 en Ciudad de México. Fue la quinta de 10 hijos de un matrimonio profundamente cristiano. Niña muy precoz, demostró tener un temperamento duro y un fuerte sentimiento religioso que encontró terreno fértil en el hogar. La primera prueba difícil para Conchita sería la pérdida de su madre en 1896: "el primero y el dolor más grande de mi vida", dice la Sierva de Dios. En este difícil trance, Conchita, ante la imagen de Nuestra Señora de Loreto, exclamó: "A partir de hoy vas a ser mi madre”. La experiencia del dolor la hizo madurar y la convirtió en discípula aventajada en la escuela del sufrimiento.

El 6 de enero de 1905 partió hacia Morelia (Michoacán) para ingresar el día 8 en el monasterio de la Visitación de Santa María. Tenía 17 años. El 23 de junio vistió el santo hábito y recibió el nombre de Sor María Angélica. El 26 de junio de 1906 hizo su profesión simple. Estos años cimentaron sus experiencias místicas, siendo su misión ante Dios la de ser testigo de los encantos del Amor Divino. La ofrenda de su vida en unión con Jesús, la hizo elegir voluntariamente las penitencias corporales: “Con cuánta delicadeza Dios me hizo enamorarme del sufrimiento, desde mis años jóvenes”, relata en sus Memorias. Se ofrece entonces como víctima expiatoria al Amor Divino, especialmente por la conversión de México y su regreso al catolicismo.

“Tal es mi miseria que aun después de haber recibido tantos y tales dones de Dios, aún retrocedo ante el dolor. Me refiero a la acción de grabar sobre mi pecho con un hierro ardiendo el nombre de JHS. Sentía una extrema repugnancia y delante de Dios me avergonzaba de mi cobardía. En efecto, aunque el espíritu estaba pronto, la carne flaca rehusaba sufrir, y así en el momento de aplicar el hierro enrojecido me faltó el valor y dejé caer el instrumento. Éste volvió al fuego, y por fin lo apliqué, pero me quedé tan avergonzada delante de Dios que ni me atrevía a hablarle… Pasé la oración pidiendo perdón por mi cobardía”. 

Gran parte de su vida religiosa transcurrió durante la persecución de los católicos en México. Fue exiliada con su comunidad a España durante 32 años (1916-1948), primero a Madrid y después, debido a un principio de tuberculosis, a San Lúcar de Barrameda (Cádiz). En España sufrió, y ofreció este dolor, por la situación de persecución religiosa en México. Su obsesión fue la de entregarse a la oración continua por su patria y por la instauración del Reinado Social de Cristo en México. Su director espiritual fue durante 42 años Monseñor Luis María Martínez, y al ser nombrado éste Arzobispo de México D.F., Sor María Angélica sintió que se acercaba el momento del regreso a su país. El 3 de junio de 1948 parte de España, rumbo a México, en cuya capital funda un monasterio. En esta santa casa, consagrada al amor y la reparación, muere de bronconeumonía y en olor de santidad el 12 de julio de 1977.

En la exhumación de su cadáver se encontró en el esternón un orificio delante del corazón, sin lugar a dudas, la muestra física de la aceptación de su inmolación a Cristo como víctima de expiación. Su corazón fue traspasado por el Amor Divino.

San José Benito Cottolengo

Un día de septiembre de 1827, un sacerdote fue a llevar los últimos sacramentos a una joven dama francesa que, mientras viajaba de Milán a Lyon, con su esposo y sus tres hijitos, había caído enferma en Turín. Allí, en la miserable casucha de un barrio inmundo, la joven dama murió por falta de atención médica, con el consuelo espiritual que le había llevado el sacerdote. Este era el canónigo José Benito Cottolengo originario de Bra del Piamonte. El buen canónigo, un hombre de gran caridad, quedó aterrado al saber que no había en Turín ninguna institución que se ocupase de los casos semejantes al de la señora francesa. Aunque no tenía dinero, el padre José alquiló inmediatamente cinco cuartos en una casa llamada «Volta Rossa»; una dama le proporcionó algunas camas; un médico y un farmacéutico ofrecieron sus servicios y pronto, se inauguró el hospital con cinco pacientes. Al poco tiempo, hubo que aumentar el número de cuartos. El padre José organizó a los voluntarios, de suerte que pudiesen prestar sus servicios en forma permanente. A los hombres los llamó hermanos de San Vicente; las mujeres, que pronto adoptaron una regla, un hábito y una superiora, recibieron el nombre de Hijas de San Vicente de Paúl, o Hermanas Vicentinas.



En 1831, se desató una epidemia de cólera en Turín. Las autoridades, temerosas de que «Volta Rossa» se convirtiese en un foco de infección, clausuraron el hospital. El P. José comentó, sin inmutarse: «En mi tierra dicen que los nabos se multiplican por transplantación. Cambiaremos, pues, de sitio». Las vicentinas asistieron a los enfermos, en sus casas, durante la epidemia. Después, el hospital se trasladó a Valdocco, que quedaba entonces fuera de Turín. El canónigo llamó a la nueva residencia «la Piccola Casa» o Casita de la Divina Providencia. Sobre la entrada colocó un letrero que decía: «Caritas Christi urget nos», el versículo del Apóstol en 2Cor 5,14: «El amor de Cristo nos apremia». Poco a poco se construyeron otros edificios para hacer frente a la creciente demanda. Los nombres eran característicos: «Casa de la Fe», «Casa de la Esperanza», «Casa de la Madonna», «Belén». En lo que san José Cottolengo llamaba su «Arca de Noé», albergaba a los epilépticos, a los sordomudos, a los enfermos de cualquier clase, a los huérfanos, a los contrahechos y a los inválidos de toda especie. Construyó dos casas para los retrasados mentales, a los que llamaba tiernamente «mis buenos chicos» y fundó una casa de refugio, en la que se desarrolló una congregación religiosa, bajo el patrocinio de Santa Thais. Un escritor francés calificó el conjunto de edificios de «Universidad de la Caridad Cristiana», pero el fundador seguía llamándola «la Piccola Casa». Convencido de que era un simple instrumento en las manos de Dios, el P. Cottolengo jamás atribuyó el éxito a su talento de organizador. En cierta ocasión formuló sus sentimientos de manera muy gráfica, al dirigirse a las vicentinas: «Somos como las marionetas de un teatro. Los títeres se mueven, brincan, bailan y dan señales de estar vivos, en tanto que el manipulador los mueve. Unas veces representan a un rey, otras a un payaso ... Pero en cuanto termina el acto, quedan desmadejados en un rincón, cubiertos de polvo. Lo mismo sucede con nosotros: la Divina Providencia nos manipula y nos mueve en nuestras diferentes funciones. Nuestro deber es acomodarnos a sus planes y representar el papel que nos ha destinado; responder pronta y exactamente al movimiento que nos imprime la mano de Dios».

«Don Cottolengo» dirigía toda la organización, sin llevar cuentas de ninguna especie; gastaba el dinero tan pronto como lo recibía y jamás hizo inversiones productivas. Llegó hasta a rehusar el patronato real para su obra, pues estaba bajo el patrocinio del Rey de Reyes. En vano le aconsejaron sus amigos, repetidas veces que obrase con prudencia para asegurar el futuro de su obra. Los acreedores le molestaban continuamente, la caja estaba vacía y las provisiones escaseaban, pero el siervo de Dios confiaba en la Divina Providencia, que jamás le abandonó. Y para asegurar el porvenir de la «Piccola Casa», contaba con las oraciones y no con el dinero. Para cumplir lo que él consideraba como la voluntad de Dios, fundó, junto con la organización, varias comunidades religiosas, cuya principal finalidad consistía en orar por todas las necesidades. Entre dichas comunidades se contaban las Hijas de la Compasión, que se dedican a orar por los moribundos; las «Sufragistas» de las santas almas, que piden por las ánimas del Purgatorio; las Hijas del Buen Pastor, que trabajan y oran por las jóvenes que se hallan en peligro y una comunidad muy estricta de carmelitas, que ofrecen oraciones y sacrificios por toda la Iglesia. Para los hombres, fundó las congregaciones de los ermitaños del Santo Rosario y la de sacerdotes de la Santísima Trinidad.

A los cincuenta y seis años, extenuado por una fiebre tifoidea y por una vida de trabajo y penitencia, «Don Cottolengo» entró en agonía. Sin experimentar la menor ansiedad por el futuro de su obra, nombró a su sucesor, se despidió de sus hijos espirituales y se trasladó a Chieri, donde murió nueve días después, en casa de su hermano, el canónigo Luis Cottolengo. Casi todas las obras que fundó siguen florecientes en la actualidad y la «Piccola Casa», hospeda todavía a miles de gentes pobres, e incluso se habla normalmente de «un cottolengo» para referirse no sólo a la obra del santo sacerdote, sino a un tipo de casa de cuidados caritativos para los pobres. San José Cottolengo fue canonizado en 1934, junto con su amigo san Juan Bosco.

Beata María Carola Cecchin

Fiorina Cecchin nació en Cittadella (Padua), el 3 de abril de 1877, ya los 19 años entró en el Cottolengo de Turín con el sueño de ir en misión. Primero, sin embargo, le dejaron hacer un pequeño aprendizaje, en el auténtico sentido del término: unos años en la cocina de Giaveno, otros en la de la Piccola Casa de Turín, y solo a los 28 años le dieron luz verde para Kenia. Estos son los años pioneros de las misiones de la cottolega africana, que hace tan solo un par de años se han abierto a nuevas fronteras ecuatoriales: reina la pobreza absoluta, quizás incluso un poco de improvisación, ciertamente muchos sacrificios y privaciones que llegan al puro heroísmo.

Finalmente en una misión, donde siempre había querido estar, comienza exactamente donde se detuvo en Turín: es decir, desde la cocina, desde el jardín, desde las tareas del hogar, solo que con mayor malestar y cien dificultades más, porque `` tiene una pequeña estufa a su disposición ''. medio roto, leña para quemar, platos de hojalata y en lugar de pan utiliza una gran cantidad de patatas. La comida es escasa y nunca suficiente ". Sin embargo, si es cierto, como parece, que "la grandeza no radica en las cosas que haces sino en el amor que pones en hacerlas", el amor de esta monja debe ser realmente mucho, si de inmediato, más allá de la barrera que impone el idioma. “Todos conocían su gran corazón y se volvieron hacia ella, seguros de ser ayudados”. Dicen que cuando llega, en el pabellón o en los puntos de distribución de alimentos a los pobres, su sonrisa y su jovialidad bastan para animar a todos: ¡más contagioso que eso! Luego comienza a hacer malabarismos mejor en el idioma kikuyu y a comunicarse con más fluidez: entonces es posible que pasee por los pueblos, comience una pequeña catequesis, trate a algunos enfermos en casa.

La obediencia la lleva de Limuru a Tigania (en Meru), pasando por Tusu, Iciagaki, Mogoiri y Wambogo: en cada etapa, la mayor parte del tiempo, "la casa es una choza, una sola sartén actúa como una olla: pero poco paulatinamente, se levanta la casa de madera ": tiene la tarea de hacerla habitable, cultivar el huerto y la huerta, embellecer el patio, reunir a su alrededor una pequeña comunidad, preparar, en fin, condiciones más habitables para quienes vendrán después de ella "Esto también es caridad". 

Al final de la guerra, aparece enterocolitis sanguínea en la misión Tigania, agotando a los que ya están crónicamente debilitados: hasta las monjas se ven afectadas e insta al regreso a Turín de al menos las más graves, escribiendo a la casa madre: "Ahora que los marinos son libres, esperamos que sean convocados dentro de la Casita para disfrutar de un pedacito de paraíso ”. A decir verdad, ella también estaría en el número de enfermos, de hecho hasta el final llevará consigo las consecuencias de la infección, pero para sí misma no pide nada, más bien asume los deberes de los que se van. Comenzamos a hablar de su regreso solo en 1923, cuando los cottoletinos son reemplazados por los misioneros de la Consolata: incluso en este caso, sin embargo, ella es la última en salir de Kenia junto con una hermana.

El viaje de regreso comienza el 25 de octubre de 1925, pero para ella ya es demasiado tarde: las enfermedades y las penurias la han desgastado por completo y muere a bordo del barco el 13 de noviembre siguiente. Su cuerpo, envuelto en una simple sábana, se coloca entre las olas del Mar Rojo y desaparece entre ellas, como una semilla en el surco de la tierra. Y podemos ver que ha dado sus frutos, aunque solo sea a juzgar por las vocaciones cottolengas que florecieron en Kenia, si la diócesis de Turín el 25 de marzo de 2014 decidió lanzar la causa de beatificación de sor Maria Carola Cecchin.

Madre Marianna Nasi


Anna Maria Pullino nació en Turín el 6 de julio de 1791 y fue bautizada el mismo día en la parroquia de San Felipe , hija única de Antonio Pullino y Francesca Demateis, ambos padres adinerados. Creció en su infancia y adolescencia en la paz doméstica, una ayuda preciosa para su madre, aprendiendo a trabajar con agujas y bordados y al mismo tiempo creciendo en un espíritu religioso y devoto, participando con fervor en los servicios religiosos y oraciones en el hogar, como era la buena costumbre. en aquellos tiempos. Habiendo alcanzado la edad para contraer matrimonio, cumplió con los consejos y deseos de los familiares y parientes y se casó con el joven Carlo Nasi, el 4 de julio de 1812 en la parroquia de las SS. Proceso y Martiniano.

Su esposo Carlo, de quien no se sabe nada específico, excepto que tenía los mismos sentimientos de piedad y religión y se dedicó al Oratorio de S. Felipe; Abrió una tienda de baratijas, habiendo trabajado con experiencia en orfebrería de oro y objetos de iglesia y de su esposa Marianna que aprendió a trabajar bordados en oro, colaborando afanosamente en la gestión de la tienda.

En el estado matrimonial, la joven esposa pudo continuar en su búsqueda de la perfección espiritual, porque no se vio obstaculizada en lo más mínimo por su esposo, quien en cambio participó con ella en diferentes funciones, en visitas caritativas a hospitales.

Tuvieron dos hijos, de los cuales el primero murió nada más al ser bautizado,  el segundo llamado Giovanni, tendrá entonces la singular suerte de ser el testigo principal, y quien hablará de su venerable madre,  en la labor que cumplió en la 'Piccola Casa' de Cottolengo.

La serenidad de la familia no duró mucho, después de solo cinco años de matrimonio Carlo Nasi, golpeado por el tifus,  murió con solo 26 años,  el 27 de febrero de 1817. Marianna aceptó la voluntad de Dios y siguiendo el consejo recibido de su joven esposa , tomó personalmente la dirección de la tienda, y el cuidando de su hijo y trasladando a sus padres ancianos, a quienes atendió hasta su muerte.

Rechazando nuevas propuestas de matrimonio, comenzó a llevar una vida enteramente dedicada a la familia, a la tienda, pero sobre todo a rezar y leer la vida de los santos, de los cuales uno en particular le llamó más la atención: el de santa Juana Francisca Fremiot de Chantal, quien se encontraba en las mismas condiciones cuando comenzó a colaborar con San  Francisco de Sales.

Al asistir a la cercana iglesia de Corpus Domini para visitar a Jesús en el Santísimo Sacramento; y allí  conoció al joven canónigo Giuseppe Benedetto Cottolengo, a quien eligió como su guía espiritual y al que abrió su alma, confiándole su deseo de una vida consagrada, quizás entre las Visitandinas; pero Cottolengo la disuadió en su momento de tomar este camino, y le aconsejó que se quedara en el mundo y viviera como religiosa en su propia casa; en otras partes de Italia, estas mujeres, especialmente en Nápoles, fueron llamadas 'monjas de la casa'.

Entre tanto se había inscrito en la Tercera Orden Franciscana en la iglesia conventual de Santo Tomás y precisamente el 27 de junio de 1819, como consta en los registros de la Congregación; además, Marianna Nasi Pullino también se había unido a la Sociedad para la Adoración Perpetua que también existía en la iglesia de Corpus Domini.

Fue elegida dos veces Ministra de los Terciarios Franciscanos; en 1821 pidió y consiguió ser también Terciario Carmelita; para todos estos compromisos de perfección cristiana, siempre obtuvo el consentimiento del canónigo Cottolengo; quien entre tanto había formado dos grupos en su parroquia, uno de hombres y otro de mujeres, dedicados a obras de caridad y asistencia en las casas pobres del distrito y Marianna siempre estuvo entre los primeros y más confiables, convirtiéndose prácticamente en su brazo derecho.

En 1827 Giuseppe Benedetto Cottolengo, dando espacio a su inspiración, fundó el Instituto en Turín en via Palazzo di Città llamado (Casa de la 'Bóveda Roja'); 

Marianna fue nombrada directora del "Depósito de la Bóveda Roja", y prontamente comenzaron a recibir pacientes para el hospital.  La viuda Nasi prodigaba en el cuidado de los enfermos y en la dirección del Instituto, que luego tomaría el nombre de 'Ospedaletto', todas sus energías, coordinando las actividades de aquellas señoras de la parroquia, que se habían puesto a disposición de Cottolengo, bajo el ejemplo de la Hijas de la Caridad del San Vicente de Paúl. 

El santo fundador se dio cuenta de que las damas no podían ser suficientes, también comprometidas con sus familias, por lo que después de consultar con amigos , se inspiró para erigir una institución específica de mujeres consagradas, Fue así que  el 30 de noviembre de 1830, en la casa de Mariana Nasi comenzaron a ingresar las primeras postulantes a las Hermanas que popularmente las llamaron del Cottolengo y ella se convirtió en la Madre de esta pequeña comunidad.

Pero también comenzarán malentendidos para ella, como efectivamente para Cottolengo, especialmente por parte de familiares por esta elección suya, pero todo superado, siempre obediente a las directivas del fundador, con quien estaba en perfecta sintonía y esto le permitió ser una excelente superiora para sus hermanas, que recibieron de ella una formación espiritual, necesaria e indispensable para las  tareas que les aguardaban entre los sufrimientos de todo tipo.

Mientras tanto, en 1831, el cólera amenazaba a Turín y las autoridades, temiendo el hacinamiento de los enfermos del Ospedaletto, dieron la orden a Cottolengo de cerrarlo. Aunque con dolor, compartido con la Madre Marianna Nasi, tuvo que obedecer y los enfermos fueron divididos en varios hospitales de Turín o devueltos a sus familias.

Para ocupar las habitaciones que se han quedado vacías, se habilitaron dos escuelas para niños y niñas , mientras las Hermanas continuaban, bajo su guía, ayudando a los enfermos en sus hogares, especialmente a los más desfavorecidos.

Tras el peligro del cólera, el santo fundador se puso manos a la obra para buscar un lugar para construir el nuevo hospital, hasta que encontró el lugar adecuado en Valdocco, en una zona todavía cultivada como huerto. La nueva obra quería que se llamara "Casita de la Divina Providencia", con el lema que se colocaría en todas las entradas de los edificios en construcción: "Caritas Christi urget nos".

Consejera y primera colaboradora del Fundador, siguió y organizó a sus hermanas en la nueva sede de Valdocco, gestionando las diversas y multiformes actividades asistenciales que la Casita incluía cada vez más numerosas; al mismo tiempo, su vida espiritual se solidificaba cada vez más en medio de las muchas dificultades que entrañaba la Obra, totalmente confiada a la Divina Providencia.

Pero lamentablemente la salud de Madre Marianna se fue debilitando,  no entregando  muchas esperanzas;  en la tarde del jueves 15 de noviembre de 1832, con tan solo 41 años, muere entregando su alma al Creador.

A la mañana siguiente la noticia de su muerte se difundió por todo Turín y los Terciarios Franciscanos de S. Tommaso, de quien era hermana, vinieron a cantarle el Oficio de los difuntos. El funeral fue conmovedor por la participación de fieles, religiosas y enfermos con el San José Benito Cottolengo, celebrante y llorando.

Su vida fue un ejemplo de entrega, amor y disponibilidad. Las Hermanas se unieron en 1959, a todas las congregaciones que tenían como inspirador al Fundador, pasando a llamarse Hermanas de San José Benito Cottolengo, con una rama activa y otra contemplativa.

sábado, 19 de septiembre de 2020

Beato Luis Bordino


Hermano Luigi della Consolata, Bordino, Andrea Bordino 
(Castellinaldo , 12 de agosto de 1922 - Turín, 25 de julio de 1977 ), fue un religioso italiano congregación de los Hermanos de San José Benito Cottolengo , venerado como Beato por la Iglesia Católica .

Era el tercero de cuatro hermanas y cuatro hermanos. En enero de 1942 se alistó en la artillería de la Alpina Cuneense , donde se encontró con su hermano Risbaldo, volvió de la campaña de Albania. El 15 de agosto, el Bordino dejó la campaña de Rusia , pero no llegó a las líneas de fuego. El comando del cuarto Regimiento de Artillería Alpina Sollonscki instaló en un pueblo entre Valujki y Rossosh. Risbaldo distribuido víveres y ropa a militoni, Andrea cuidó comando seis mulas.

Prisioneros caídos en enero de 1943 , el Bordino vivieron juntos la trágica retirada por alrededor de un mes. Se separaron a Aklulak: Andrea destinado a Siberia, donde permaneció durante dos años, internado en el hospital de Spassh, donde trató de jugar con la labor de asistencia sacrificio por los enfermos y imoribondi, con los pocos recursos disponibles ; en la primavera de 1945 fue golpeado por el tifus . En el otoño de 1945, el Bordino regresó a su casa. Andrea, considerando milagro 23 de julio de 1946 , junto con su hermana Ernestina , se convirtió en parte de la Pequeña Casa de la Divina Providencia en Turín .

Él se puso el hábito religioso tomó el nombre de Hermano Louis Consolata. Con los hermanos de San Giuseppe Cottolengo , comenzó a llevar a cabo el trabajo de ayuda, especialmente de enfermería para Instituto hospitalizado, enfermo de diversos trastornos físicos o mentales. En 1975 , sufrió la leucemia mieloide y murió en Turín el 25 de julio de 1977 . Ha dedicado un centro La investigación en Turín .

Entre 1988 y 1993 para el hermano Luigi se llevó a cabo la etapa en el proceso para la declaración de Venerable . En general, el Tribunal Eclesiástico celebró 76 secciones escuchar a 58 testigos (14 de ellos ex presos en Rusia). La Santa Sede examinó las dos mil páginas de trasunto, se redactó el "Summarium" y la "positio". El 14 de febrero de 2003 la comisión de teólogos de la Congregación vaticana para las Causas de los Santos estudió y votó "el ejercicio heroico de las virtudes practicadas por el Siervo de Dios hermano Luigi." Los votos de los teólogos (9 de 9) fueron afirmativa. 12 de abril de 2003 , el Papa Juan Pablo II lo declaró venerable.

Posteriormente, entre 2010 y 2014 se llevó a cabo el proceso diocesano para la beatificación , un milagro ocurrió en 1991 . 3 de abril de 2014 el Papa Francisco promulgó un decreto que reconoce el milagro sucedió con una curación atribuida a la intercesión de la Venerable Luigi Bordino y encontró inexplicable por el momento, la forma y la severidad de la enfermedad.

El 2 de mayo de 2015 en Turín fue proclamado beato durante una celebración litúrgica presidida por el cardenal Angelo Amato , prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos , delegado del Papa . Su memoria litúrgica se ha fijado para el 25 de agosto.

Beato Francesco Paleari


Nacido en 1863 en Pogliano Milanese, en una casa donde es fácil reunir el almuerzo con la cena (se come una sola vez cada día), pero en la que los padres comulgan todos los domingos (¡en esos tiempos!), y nunca vuelven a casa sin haber invitado a algún pobre a almorzar. Porque están convencidos, y así lo enseñan a sus hijos, que no se puede recibir a Jesús sin abrir la puerta a los pobres. Por ello no es de extrañar que de entre los cinco hijos sobrevivientes de los ocho que tuvieron, uno eligiera el camino de Cottolengo de trabajar entre "los más pobres entre los pobres".

Siendo aún muy joven, y por consejo de su párroco, se traslada a Turín, fue muy duro para él alejarse de los suyos, tuvo que luchar contra la nostalgia y la duda de haber tomado la decisión correcta, lucha que en una ocasión lo llevo a intentar franquear la tapia del seminario durante la noche pensando retornar a su casa, pero el sentido común prevalece y la gracia de Dios hace el resto, y así fue ordenado sacerdote a los 23 años gracias a una dispensa papal por su corta edad, realmente nadie tiene dudas sobre su vocación.

El joven sacerdote (quien además es de estatura muy pequeña), encuentra rápidamente su sitio dentro del Cottolengo: por 53 años será maestro, predicador, confesor y director espiritual, en una actividad vortiginosa y simple al mismo tiempo, haciéndose todo para todos y salpicando todo con su inconfundible sonrisa. Porque, si de Cottolengo se dijo que era "el buen canónigo", de Don Franceschino simplemente dicen que es "el cura que sonríe". La suya es una sonrisa que conquista: a los niños, en primer lugar, que les encanta ir a confesarse con un sacerdote que es apenas un poco más alto que ellos, pero también, indistintamente, obispos y sacerdotes, nobles y campesinos, monjas y seminaristas, que cuando necesidad de consuelo, consejo o aliento van a buscar a ese sacerdote que les hace sonreír el corazón.

Los santos tienen buen olfato y suelen reconocerse a distancia, por ello fue fácil ser conquistado por el canónigo José Allamano, que primero le invitó a confesar regularmente a los jóvenes sacerdotes del Convictorio eclesiástico y luego a los futuros Misioneros de la Consolata, iniciando así una fraternal rivalidad en virtudes, con la familiaridad y la sincera amistad que solamente los verdaderos santos suelen tener.

Tampoco para la diócesis de Turín pasa desapercibido la perla de sacerdote que tenían, y le comienzan a llover tareas. El obispo de Turín lo quiere como confesor de los seminaristas, a quienes les dice que el curita "es otro de San Luis", luego le pide predicar cursos de ejercicios espirituales, lo nombra confesor de varias instituciones de monjas; lo selecciona como pro-vicario de la diócesis, consultor para el cambio de sacerdotes y profesor del seminario, aunque alguien, tal vez más por envidia que por convicción, tuerza la nariz diciendo que, en cuanto a inteligencia y habilidad, en Turín podría encontrarse algo mejor.

Cono podía Don Franceschino lograr atender tal cantidad de tareas es todavía un misterio, el no objeta, no se queja, casi se disculpa por no poder hacer más porque los compromisos diocesanos se suman a los que regularmente sigue desempeñando en la "Pequeña Casa".

"Es s mi padre", responde con desarmante sencillez a aquel que señala que incluso en lo físico tiene un cierto parecido con Cottolengo.

Desde que el padre ha heredado sobre todo la fe, pero una fe "de aquellas", que le hace cumplir pequeños prodigios, como el leer en los corazones, ver a la distancia y obrar curaciones con simples compresas de agua fresca, dejando en claro que el remedio no está en medicinas sino en la fe.

Él nunca dijo "no puedo más", pero su corazón es quien se rebela, está hecho jirones por su continua entrega. Es obligado a quedarse en total inactividad, pasando de la cama a la silla, hasta el 7 de mayo de 1939 cuando se apaga. Ricos y pobres, sacerdotes y obispos desfilan frente a su ataúd, y por él, en 1947, se hizo una excepción a la norma de no encaminar causas de beatificación que tiene la Pequeña Casa, y así Don Franceschino es el primer sacerdote del Instituto Cottolengo, después del fundador, en ser elevado a la gloria de los altares. Fue beatificado el 17 de septiembre de 2011, durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI.

Beata María Serafina del Sagrado Corazón


Clotilde Micheli nació en Imer (Trento) el 11 de septiembre de 1849, de padres profundamente cristianos, como era costumbre entonces a los tres años, recibió el sacramento de la Confirmación de manos del Príncipe-Obispo de Trento. Monseñor Tschiderer, a los 10 años recibió su Primera Comunión.

A partir de su juventud la vida de Clotilde Michele parece una novela del siglo XIX, en realidad la Voluntad de Dios forjó este alma predestinada, haciéndola vagar de un sitio al otro, a la búsqueda de como cumplir la revelación que le hizo la Virgen el 2 de agosto de 1867, mientras rezaba, como era su costumbre, en la iglesia de Imer, ella tenía casi 18 años.

La Virgen le manifestó la Voluntad de Dios de que fuera fundado un nuevo Instituto religioso, con el específico objetivo de adorar la Santísima Trinidad, con especial devoción a la Virgen y a los Ángeles, como modelos de oración y servicio.

Siguiendo el consejo de Constanza Plaza, una mujer sabia y prudente de Imer, Clotilde fue a Venecia buscando el asesoramiento espiritual de Monseñor Domenico Agostini, futuro patriarca de la ciudad lagunar, quien le aconsejó iniciar la obra pedida por Dios, invitándola a desarrollar la Regla.

Pero ella presa del miedo al fracaso, rompió lo escrito y regresó a Imer. En 1867 se mudó a Padua, donde vivió por nueve años hasta el 1876, bajo la guía espiritual de Monseñor Angelo Piacentini, profesor del Seminario local, tratando de entender mejor el llamado recibido. A la muerte del Piacentini en el 1876, Clotilde Michele se fue a Castellavazzo (Belluno) donde el Arcipreste Gerolamo Barpi, conocidas las intenciones de la joven, puso a su disposición un antiguo convento para la nueva fundación.

En 1878 Clotilde hizo uso de un subterfugio, un matrimonio arreglado, teniendo éxito, huyó a Alemania a Epfendorf en Wurttemberg, donde sus padres se habían mudado hace poco por motivos laborales.

Permaneció en Alemania durante siete años, desde 1878 a 1885 trabajando como enfermera en el Hospital de las Hermanas Isabelinas y se destaca por su caridad y delicadeza con los enfermos. Después de la muerte de su madre en 1882 y de su padre en 1885, decidió abandonar Alemania y regresó a Imer su tierra natal.

Dos años más tarde, esta mujer inquieta de 38 años, junto con su prima Judith, realiza una peregrinación a pie a Roma, haciendo paradas en diversos santuarios marianos, con espíritu de penitencia y devoción, siempre dispuesta a comprobar nuevamente la voluntad de Dios sobre la Fundación planeada.

En agosto llegaron a Roma y son hospedadas por las Hermanas de la Caridad Hijas de la Inmaculada (Inmaculadinas), instituto fundado por María Fabiano; la fundadora al conocer más profundamente a Clotilde, la convenció de tomar el habito del naciente instituto, prometiéndole dejarla libre si se viera realizado sus planes juveniles.

Clotilde tomó el nombre de sor Annunziata y permaneció entre las Inmaculadinas hasta principios de 1891, eventualmente ocupó el cargo de Superiora entre 1888 y 1891 en el convento de Sgurgola de Anagni.

En 1891 por invitación del Padre Francisco Fusco de Trani, franciscano conventual, viaja hacia el sur de Italia hacia Alife (Caserta), allí el padre planeaba ofrecer a Clotilde la creación de una fundación ideada por el Obispo Scotti, pero ella consideró que la propuesta del obispo no concordaba con el plan de Dios para ella.

Gracias al apoyo de una familia se muda a Caserta, y posteriormente a la vecina Casolia en compañía de dos jóvenes que se habían unido a ella. Después de varios meses, el obispo de Caserta Monseñor De Rossi, autorizó la imposición del hábito religioso al primer grupo de cinco hermanas el 28 de junio de 1891, acto en el que estuvo presente el Padre Fusco, la nueva institución tomó el nombre de Hermanas de los Ángeles, Adoradoras de la Santísima Trinidad.

La fundadora Clotilde Michel tenía 42 años y tomó el nombre de sor María Serafina del Sagrado Corazón. Un año después un primer grupo de hermanas fue enviado a administar un orfanato en Santa Maria Capua Vetere (Caserta), lugar que se convirtió en la primera casa del Instituto; a esta siguieron otras obras, todas destinadas a ayudar a los niños y jóvenes abandonados.

Pero para la madre de Serafina comenzó, a partir de finales de 1895, un período de sufrimiento físico, que después de una cirugía muy delicada, solicitada por el mismo obispo de Caserta, la debilitó dramáticamente. Mientras tanto, después de muchas vicisitudes se abrió en junio de 1899 la Casa de Faicchio (Benevento), que más tarde se convertiría en el Instituto de Formación de la Congregación. La Madre María Serafína se empeñó en llevar a cabo otras obras a un ritmo tan intenso que debilitó aún más, tanto así que se vio obligada a permanecer definitivamente en Faicchio.

Como casi todos los fundadores de congregaciones religiosas, tuvo que soportar mucho sufrimiento por incomprensiones, incluso dentro de su mismo Instituto, hasta que el 24 de marzo de 1911, consumida por el sufrimiento físico murió en la Casa de Faicchio, donde está enterrada.

Por la santidad de su vida, que aumentó después de su muerte, sus Hermanas de los Ángeles iniciaron la causa de su beatificación, con el permiso de la Santa Sede, el 9 de julio de 1990. Desde aquel lejano 1867 cuando con intervención de la Virgen recibió el llamado, su carisma la acompaño durante toda su vida y se extiende aún hoy en su Congregación como un don del Espíritu Santo: “Como los Ángeles adoraréis la Trinidad y estaréis sobre la tierra ellos están en los cielos”. Fue beatificada el 28 de mayo de 2011, durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI.

San Juan de Sahagún

 

“¡Padre, no has sabido frenar tu lengua! Señor Duque, dígame para qué he subido al púlpito, ¿para anunciar la verdad a cuantos me escuchan o para adularlos vergonzosamente?”. Este tenso diálogo tuvo lugar entre el indignado duque de Alba, presente en la función religiosa, y el agustino fray Juan de Sahagún, que había pronunciado el sermón. Aquel día el P. Juan, aprovechó la presencia en la iglesia de muchos nobles de la ciudad y de las autoridades civiles para denunciar el mal gobierno de la administración y las injusticias perpetradas por los poderosos con daño de las personas más débiles, los latrocinios más o menos encubiertos, los fomentadores de banderías, y la opresión a los súbditos. En Salamanca Juan se había convertido en punto de referencia segura para todos. El público se sentía atraído por el predicador “amable”, pero a la vez valiente y justo.


Juan había nacido en Sahagún, provincia de León (España), hacia 1430. Hijo de Juan Gonzalez de Castillo y Sancha Martinez, el mayor de siete niños, el primero después de 16 años de esterilidad y frustración. De joven un tío suyo le proporcionó un empleo en la curia episcopal de Burgos, al que iba unido un beneficio eclesiástico. Después fue ordenado sacerdote.

Pero a los 33 años Juan entró en crisis. No se sentía a gusto en la viña del Señor sin trabajar en ella. Fue así cómo, al morir el obispo, cambió el rumbo de su vida y se hizo agustino, dedicándose de lleno al apostolado, con la predicación al pueblo sencillo, la promoción de la paz y de la convivencia social, siempre en defensa de los oprimidos y de sus derechos conculcados.

“Si se me preguntase acerca del comportamiento de fray Juan - testimonia uno de sus contemporáneos – en relación con pobres y afligidos, con viudas y niños explotados, con los necesitados y los enfermos, deberé responder que ya de naturaleza se mostraba habitualmente impelido a ayudar a todos con palabras o con limosnas. Y puso particular interés en conducir a todos a la paz y a la concordia después de haber apagado enemistades y desavenencias. Viviendo en Salamanca, encontrándose la entera ciudad dividida en bandos a causa de divergencias civiles, consiguió evitar muchas luchas sangrientas”.

Debido a sus reiteradas tentativas a favor de la pacificación, en 1476 los nobles de Salamanca firmaron un solemne pacto de perpetua concordia. La fuerza y el valor en sus actuaciones lo sacaba de la eucaristía, que celebraba diariamente con extraordinaria devoción.

Murió en 1479. El proceso acerca de su vida y virtudes se concluyó con la beatificación, en 1601, y con la canonización, que tuvo lugar en 1690. Las reliquias del santo se conservan en la catedral nueva de Salamanca, ciudad llena de lugares cuyos nombres recuerdan los portentos obrados por el Santo en vida y después de la muerte.

Fuente: Catholic.net

Beata Zofia Czeska-Maciejowska

Nació en Malopolska en 1584 (Pequeña Polonia) en el seno de una familia de la “Nobleza Media”. Tenían bienes cerca de Cracovia y dos casas en la calle Szpitalna en Cracovia. Era una familia numerosa -cinco varones y cuatro mujeres- criados todos en un ambiente religioso. Sofía fue la tercera.

A los 16 años fue entregada como esposa a un noble, Jan Czeski, tomando su apellido, y se mudó a Slomniki, cerca de la República Checa. Lamentablemente, después de solo seis años quedó viuda y sin hijos. Muchos caballeros intentaron casarse con ella porque era todavía joven, guapa y rica. Pero la mujer hizo otra elección: decidió consagrar su vida a la obras de misericordia. Sofía ya desde 1602 pertenecía a la archiconfraternidad de la Misericordia activa en Cracovia en la iglesia de santa Bárbara de los jesuitas. 

En aquel periodo daba limosna a los necesitados pero también a las iglesias y monasterios. Pero la actividad caritativa no le satisfacía plenamente: movida por la fe profunda y del amor por Cristo decidió dar todo lo que poseía a Dios y los necesitados. En aquellos tiempos ella fue testigo de la guerra, las epidemias, las inundaciones, las malas cosechas, el hambre, por lo tanto presenció la muerte de muchas personas. Sofía decidió hacerse cargo de las niñas, especialmente los huérfanas y de familias pobres. Cedió su casa en la calle Szpitalna para ellas, donde no sólo podían vivir y recibir atención médica, sino también estudiar. 
En los años 1621-1627 - con los propios medios en la casa comprada en Cracovia en via Szpitalna 18 - un Instituto “Domus Virginum Praesentationis Beatissimae Mariae Virginis” (llamado también “Domus pro orphanellis”) para chicas jóvenes y huérfanas: era la primera escuela femenina formalmente organizada en Polonia, institución que además contaba con estructuras orgánicas adecuadas, en esos tiempos tan sólo los varones iban a la escuela.

La madre Sofía estaba convencida de haber recibido de Dios la llamada a asumir la obra de educación de las chicas y quería servirle también en lo que es más importante: en su camino a la salvación y a la santidad. 

Pero para asegurar el futuro del Instituto no bastaban los fondos: eran necesarias personas, educadoras como ella, dedicadas completamente a la obra comenzada por ella. Con este objetivo comenzó a organizar una orden religiosa con el nombre "congregación de las Vírgenes de la Presentación de la Beata Viren María" (llamada solamente Hermanas de la Presentación). El nombre no es casual, en la espiritualidad de la Madre Sofía había dos factores de gran importancia: la adoración eucarística y la devoción mariana. Pero la Congregación fue reconocida después de la muerte de la fundadora, en 1660 el obispo de Cracovia y más tarde también la santa sede aprobaron sus estatutos.

La obra de Madre Sofía se incluía en el proceso de la profundo renovación de la Iglesia católica después del Concilio de Trento (1546-1563), que comenzaba a dar sus frutos al inicio del siglo XVII. En estos cambios tuvo un rol importantísimo la Compañía de Jesús: los jesuitas conseguían influir tanto en la iglesia como en la sociedad gracias a sus famosos colegios que fundaban en los conventos.

Los jesuitas dejaron una marca importante en la espiritualidad de la Congregación fundada por la Madre Sofía: las hermanas conjugaban la vida comunitaria con la vida activa fuera del convento, consagradas a la educación de las chicas y la atención de las huérfanas.

Las Hermanas de la Presentación desde hace cuatro siglos continúan la obra de la Madre Sofía y siguen fieles al carisma original de la fundadora dirigiendo escuelas, colegios, guarderías, orfanatos y centros de reinserción social.

La Madre Sofía Czeska murió a la edad de 66 años, el 01 de abril de 1650. Fue enterrada en la iglesia de Santa María en Cracovia, pero sus restos mortales se encuentran actualmente en la capilla lateral en la iglesia de San Juan (de las Hermanas de la Presentación) en Cracovia. La Madre Sofía Czeska gozó siempre de fama de santidad, tanto en vida como después. Su tumba es lugar de oración. Fue beatificada en Cracovia el 9 de junio de 2013 durante el pontificado de SS Francisco.

Beato Pedro Vigne


Pedro Vigne nació el 20 de Agosto de 1670 en Privas (Francia), pequeña ciudad muy marcada aún por las consecuencias de las guerras de religión del siglo anterior, entre católicos y protestantes. Su padre Pedro Vigne, honrado comerciante en textil, y su madre, Francisca Gautier, casados en la Iglesia Católica, han hecho bautizar a sus cinco hijos en la parroquia católica de Santo Tomás de Privas. Dos hijas murieron muy temprano. Pedro y sus dos hermanos mayores, Juan Francisco y Eleonora, viven con sus padres en una relativa comodidad.

A los 11 años, Pedro es llamado por el Cura de la parroquia para firmar como testigo las actas parroquiales de Bautismo, matrimonio y sepultura.

Después de haber recibido una educación e instrucción de buen nivel, al final de su adolescencia, de repente su vida está transformada por la toma de conciencia de la presencia de Jesucristo en la Eucaristía. Esta experiencia le orienta definitivamente hacia Jesús que entrega su vida en la Cruz por nuestro amor y que, por la Eucaristía, no cesa de darse a todos. En 1690 entra en el seminario sulpiciano de Viviers. Ordenado sacerdote, el 18 de Septiembre de 1694, en Bourg Saint Andéol, por el obispo de Viviers, está destinado como coadjutor a Saint Agrève. Durante seis años ejerce allí su ministerio sacerdotal en amistad con su párroco y en cercanía con los fieles.

Siempre atento para discernir a través de los acontecimientos la voluntad del Señor sobre su vida, se siente llamado a vivir otra cosa. Al principio su itinerario espiritual parece ser un poco vacilante, pero se hará cada vez más firme y seguro. Su deseo de ser misionero entre la gente sencilla le decide a entrar en la Congregación de los Lazaristas, en Lyon, en 1700. Allí recibe una sólida formación a la pobreza y a las «misiones populares» y empieza a recorrer pueblos y ciudades con sus compañeros para evangelizar al pueblo cristiano. En 1706 deja voluntariamente a los Lazaristas. Más que nunca le mueve la pasión de las almas, sobre todo la gente de los pueblos y caseríos. Después de un breve tiempo de búsqueda, su vocación se delinea con firmeza y adquiere un rumbo firme. Pedro será «misionero itinerante», aplicando su propio método pastoral a la vez que somete siempre su ministerio a la autorización de sus superiores jerárquicos.

Incansablemente, y durante más de treinta años, recorre, andando o a caballo, los caminos del Vivarais, del Dauphiné y más aún. Para hacer conocer, amar y servir a Jesucristo se enfrenta con el cansancio de los viajes y el rigor del clima. Predica, visita a los enfermos, catequiza a los niños, administra los sacramentos y va hasta llevar a hombros «su» confesionario para estar siempre dispuesto a ofrecer la misericordia de Dios. Celebra la Misa, expone al Santísimo, enseña a los fieles a adorar. María, «Hermoso sagrario de Dios entre los hombres» tiene también un lugar de predilección en su oración y enseñanza.

En el transcurso de una de sus misiones, en 1712, llega a Boucieu le Roi cuya topografía le permite levantar un Vía Crucis. Con la ayuda de los feligreses de la zona construye 39 estaciones que, a través del pueblo, el campo y la montaña, enseñan a los cristianos a seguir a Jesús desde la Cena hasta Pascua y Pentecostés.

Boucieu va a ser su residencia, fuera de las misiones. Allí reúne a algunas mujeres que encarga de «acompañar a los peregrinos» del Vía Crucis para ayudarles a meditar y a orar.


Es allí que funda la Congregación de las Hermanas del Santísimo Sacramento. El 30 de Noviembre de 1715, en la iglesia, les entrega la cruz y el hábito religioso. Les invita a hacer turnos para adorar a Jesús presente en la Eucaristía, y a vivir juntas fraternalmente. Les confía la tarea de enseñar a la juventud. Atento a la necesidad de instruir a los niños para darles la oportunidad de acceder a la fe y adoptar comportamientos cristianos, Pedro Vigne abre escuelas y crea un seminario de «Regentas», modo de llamar entonces a las maestras de escuela.

Una vida tan intensa necesita apoyos. Cuando el Padre Pedro va a Lyon para comprar, nunca deja de ir a casa de sus antiguos maestros de San Sulpicio para encontrar a su confesor y a su director espiritual. Atraído pronto por la espiritualidad eucarística de los Sacerdotes del Santísimo Sacramento, fundados por Monseñor d'Authier de Sisgaud, el 25 de Enero de 1724, en Valence, le admiten como cofrade en esta sociedad sacerdotal y beneficia de su ayuda espiritual y temporal.

A la vez que asume el acompañamiento de su joven Congregación, Pedro Vigne continúa sus viajes apostólicos y, para prolongar los frutos de sus misiones también escribe libros: reglamentos de vida, obras de espiritualidad y sobre todo las «meditaciones sobre el libro más hermoso que es Jesucristo sufriendo y muriendo en la Cruz».

El vigor de este caminante de Dios, la intensidad de su actividad apostólica, sus largas horas de adoración, su vida de pobreza, testimonian no solo de una robusta constitución física sino de un amor apasionado por Jesucristo que amó a los suyos hasta el extremo (cf. Jn 13, 1).

Sin embargo, a los 70 años acusa los efectos del cansancio. En el transcurso de una misión en Rencurel, en las montañas del Vercors, un fuerte malestar le obliga a interrumpir su predicación. A pesar de todos sus esfuerzos para celebrar aún la Eucaristía y exhortar a los fieles a vivir el amor a Jesús, se da cuenta que su fin se acerca, expresa todavía su inmenso ardor misionero y entra en profunda oración. Un sacerdote, y dos Hermanas llegadas rápidamente, acompañan sus últimos momentos. El 8 de Julio de 1740 se reúne con Aquel que tanto amó, adoró y sirvió. Su cuerpo fue transportado a Boucieu donde descansa aún en la pequeña iglesia. Fue beatificado el 03 de octubre de 2004, por San Juan Pablo II.

Beata María Crucificada del Divino Amor


Maria Gargani nació en la tarde del 23 de diciembre de 1892 en Morra de Sanctis, fue la última de ocho hijos de Rocco Gargani y Angiolina De Paola. Su devoto padre instruyó a los niños en el catecismo y fue por él que la fe de María crecía con el tiempo.

Su educación la cursó en su ciudad natal pero la finalizó en Avellino, donde fue invitada por un tío; obtuvo el título de maestra en 1913, ya con él pudo comenzar a trabajar como profesora.

Su primer trabajo en la enseñanza fue en San Marco la Catola en Foggia, donde estuvo de 1913 a 1928, allí vivió con Antonietta, una de sus hermanas (quien estaba casada). Fue también allí donde conoció al Padre Benedetto y al Padre Agostino Daniele, quienes se convirtieron en sus guías espirituales y la ayudaron a discernir su vocación. En 1914 ella ya tenía claro su vocación religiosa, más tarde ella contaría que, al saberse llamada a seguir a Dios como religiosa, lloró por la seriedad del camino que debía tomar.

María Gargani entró en la Orden Franciscana Seglar después de haber descubierto a San Francisco de Asís. Este santo le representó un modelo de amor que influyó en sus convicciones religiosas. Poco tiempo después comenzó a enseñar catecismo a los niños para prepararlos para la recepción de la Primera Comunión y compró un proyector de imágenes, la cual le ayudaba a explicar la vida de Jesucristo. También comenzó a colaborar con Acción Católica en esa época. De 1928 a 1945 se mudó a Volturara Appula, donde también enseñó.

En 1915 su consejero, el P. Agostino, fue convocado a servir como capellán en la Primera Guerra Mundial, confiándola al cuidado espiritual del sacerdote franciscano capuchino Padre Pío, animando a María para que mantuviera correspondencia con el fraile.

María Gargani se puso en contacto con el fraile a principios de agosto de 1916; Con esa carta se iniciaría varias décadas de amistad y correspondencia que duró hasta la muerte del santo en 1968, en total fuero 67 las cartas que el Padre Pío escribió a María Gargani durante este período.

El Padre Pío además de convertirse en el guía espiritual de María era también una fuente de apoyo moral. Los dos se vieron cara a cara por primera vez en el convento capuchino de San Marco la Catola a mediados de abril de 1918.

En 1934 María recibió permiso diocesano para formar un grupo de compañeras en el antiguo convento de Santa María de la Sanidad, este grupo se convirtió en la semilla de la congregación religiosa que poco después establecería: las Hermanas Apóstoles del Sagrado Corazón, congregación que el 11 de febrero de 1936 tuvo el permiso del Arzobispo de Lucca Antonio Torrini; el primer convento de la Orden abrió sus puertas el 21 de abril.

En 1945 la orden trasladó su sede a Nápoles, mientras que el 18 de abril -con otras compañeras- hizo su profesión como religiosa profesa y tomó el nombre de "Maria Crocifissa del Divino Amor". Desde 1946 hasta su jubilación realizó su ministerio en Nápoles. El 21 de julio de 1951, en el Santuario de la Beata Vergine del Rosario de Pompeya, conoció al celoso sacerdote Antonio Fanucci, que se convirtió en su nuevo director espiritual. Su orden recibió más tarde la aprobación diocesana del Cardenal Marcello Mimmi el 2 de junio de 1956 e hizo su profesión perpetua un mes después, el 22 de julio. El Papa Juan XXIII concedió a su orden la plena aprobación pontificia el 12 de marzo de 1963.

Murió el 23 de mayo de 1973 en su habitación de Nápoles. El 26 de enero de 2018 el Santo Padre Francisco autorizó a la Congregación para las Causas de los Santos a promulgar el decreto relativo a un milagro, atribuido a la intercesión de la Venerable Sierva de Dios María Crocifissa del Divino Amor. Fue beatificada el 02 de junio de 2018.

San Lorenzo Justiniano

San Lorenzo nació en Venecia en 1381, y desde niño abrigó el deseo de ser santo. Cuando tenía diecinueve años sintió el llamado de Dios para consagrarse de manera especial a su servicio, y por revelación divina se entregó enteramente a la búsqueda de la ciencia y el amor de Dios. La fuerza de su resolución para seguir el tortuoso camino de la cruz quedó demostrada en la rigurosa severidad con que trataba a su cuerpo y la constante dedicación de su mente a los asuntos de la religión.

En 1406, el santo recibió la ordenación sacerdotal. El fruto de su espíritu de plegaria y penitencia fue el conocimiento profundo de las cosas espirituales y los caminos interiores de la virtud, así como una gran destreza y una enorme prudencia en la dirección de las almas. Poco después de su ordenación fue nombrado preboste de San Jorge y, para instruir a sus discípulos, sólo trataba de inculcarles la más sincera humildad.

En 1433, el Papa Eugenio IV nombró a San Lorenzo para la sede arzobispal de Castello, una diócesis que incluía parte de Venecia. Lo mismo como religioso que como prelado, fue admirable su piedad sincera hacia Dios y la grandeza de su caridad hacia los pobres.

San Lorenzo dejó algunos escritos ascéticos muy valiosos; tenía setenta y cuatro años cuando escribió su último trabajo, titulado "Los Grados de Perfección".

San Lorenzo falleció el 8 de enero de 1455, pero su fiesta se celebra en este día, en el que recibió su consagración episcopal. Fue canonizado en 1690.

Beata Antonia María Verna



Antonia María Verna nace el 12 de junio de 1773 en Pasquaro, pequeña localidad de la fértil y delicada llanura Canavese (en el Piamonte italiano), tierra regada por el río Orco a pocos kilómetros de Rivarolo (Turín). Sus padres son Guillermo Verna y Doménica María Vacheri, unos pobres campesinos, ella es su segunda hija y la bautizan el mismo día de su nacimiento.

Una única habitación sirve como hogar para todos los miembros de la familia, fuertemente unida y anclada a la fe y sus principios. Mamá Doménica es su primera catequista. Ya de niña asistía a la iglesia parroquial, sigue con atención las homilías y participa en las clases de catecismo y luego, una vez que regresa a su casa, enseña lo aprendido a los niños que se reúnen en torno a ella. Aprende a amar al Niño Jesús, a la Virgen Inmaculada (a la que se consagrará y que tendrá gran influencia en la fundación de su Instituto) y a San José, a quien elegirá como su especial patrono. Tres devociones que la acompañarán durante todo su caminar.

A los 15 años esta deseosa de comprender lo que Dios quiere para ella. Los padres quieren encontrarle un buen marido, pero Antonia María tiene una idea completamente diferente. Esta divergencia de las opciones le produce mucho sufrimiento. En esos tiempos de "combate espiritual" encontrará la fuerza y el coraje en la oración y después de un largo estudio con su confesor toma la decisión de consagrarse a Dios con el voto de virginidad perpetua. No sabemos exactamente dónde y cuándo hizo el voto, tal vez en la Iglesia de su país de origen, o en una capilla dedicada a Nuestra Señora de la Providencia.

A causa de la insistencia reiterada para el matrimonio (de hecho no faltaban los pretendientes), Antonia María se ve obligada a dejar Pasquaro por un cierto período de tiempo. Mientras tanto las conmociones causadas por las coincidentes ideologías a la Revolución francesa del 1789 debilitan, también en Italia, el sentido religioso, reduciendo el sentido ético de la sociedad. La lava revolucionaria va invadiendo y cubriendo de naturismo y racionalismo todos los campos para proclamar con violencia los "derechos humanos", derechos que no tienen ya nada que ver con la dimensión sobrenatural, dimensión que es expulsada con agresión y odio.

El protestantismo, la Ilustración, la filosofía laicista, la masonería penetran en la urdimbre y la trama de la civilización europea. Antonia María, inteligente y con visión de futuro, se da cuenta de que ha llegado el momento de afrontar el mal, a pesar de tener tan sólo 17-18 años de edad. Su primer biógrafo, Don Francesco Vallosio, escribió: «Ella intuye la causa del mal de su tiempo: "la falta de instrucción y de una educación cristiana básica". Y así surgió en ella el pensamiento generoso de oponerse a aquel dañino río, para detener el vicio desenfrenado, disipar las tinieblas de la ignorancia, formar a los jóvenes en la virtud y llevarlos a Dios».

Después del voto de virginidad, emitido a los 15 años de edad, decide retornar humildemente a las bancas de la escuela, recorriendo a pie 8 kilómetros diariamente con tal de poner en práctica lo que tiene en su mente y que siente le ha sido dictado por el Señor. La oración y la penitencia son las armas de su impetuosa llamada: así comienza el apostolado en Pasvuaro, con simplicidad pero gran eficacia, cuidando maternalmente de los niños y los mayores. Vallosio escribe: "Con amor de madre reprocha, orar y evita que aquellos desaconsejadamente rechacen las prácticas cristianas: toda celo y paciencia para instruir a los ignorantes, reconfortar a los débiles, consolar a los afligidos, y con dulzura inefable comparte el pan del intelecto con los niños, instruyéndolos en los principios básicos de la religión".

Ahora siente que los confines de Pasquaro son demasiado estrechos para su misión y se trasladó, entre 1796 y 1800, a Rivarolo Canavese. Estos son tiempos duros y difíciles: primero los vientos de la Revolución Francesa llegaron al Piamonte, luego llegaron las campañas militares de Napoleón, la gente es cada vez más pobres, los inadaptados son cada vez más frecuentes y la delincuencia se expande como una mancha de aceite.

La nueva casa de Antonia María está constituida por una sola habitación que sirve de "templo, aula y claustro", en este local imparte una instrucción que incluye la enseñanza del catecismo y la alfabetización. Sin embargo todavía es no sacia su caridad, por tanto decide también asistir los enfermos a domicilio. Todavía esta sola, pero las tareas son muchas y no logra atenderlas todas, por ello, entre 1800 y 1802 se unen a varias compañeras (no se conocen los datos precisos), y la primera comunidad es constituida. Así surgen las Hermanas de la Caridad de la inmaculada Concepción. Para la erección canónica de la Congregación Madre Verna tuvo que atravesar muchos obstáculos. El 7 de marzo de 1828 obtuvo la Patente Real de aprobación del Instituto, ese mismo año el 10 de junio y con el apoyo del Obispo de Ivrea las fundadoras de la Congregación pudieron tomar el hábito y realizar su profesión religiosa. El 27 de noviembre 1835 recibió la aprobación eclesiástica definitiva.

Madre Verna murió el día de Navidad de 1838, dejando a sus hijas rebosante de actividad, capaz de ofrecer gratuitamente ("gratis" como la fundadora solía decir), sin reservas, y por amor de Dios, "el acceso completo a la labor de la salvación a imagen de María Inmaculada", como se indica en la Regla de la Congregación. Fue beatificada el 02 de octubre de 2011.