martes, 20 de febrero de 2024

Beata María Ludovica De Angelis


Nacida en San Gregorio, un pequeño pueblo de montaña en la región de los Abruzzos, Italia, en 1880, Antonina De Angelis, quien como religiosa se llamará Sor María Ludovica, llegará al Puerto de la Ciudad de Buenos Aires el 4 de diciembre de 1907, para trasladarse inmediatamente a la Ciudad de La Plata, donde se incorpora al incipiente Hospital de Niños local.

Destinada al lugar más humilde del centro de salud, la cocina y la despensa, se ocupará de preparar los alimentos para internados y residentes.

Sor Ludovica comienza a visitar, primero esporádicamente y luego de manera más asidua, las salas de niños enfermos, descubriendo en ellas las carencias y necesidades que padecían, y consolándolos a todos con afecto maternal.

Tal fue su actitud, que en 1909 el director del nosocomio, la propone como administradora, cargo que la religiosa italiana intenta rechazar por no considerarse capaz.

Conociendo de cerca las carencias que el Hospital de Niños padece, sor Ludovica inicia una serie de obras tendientes a su ampliación. A partir de entonces, en el Hospital de Niños de La Plata "todo será obra concebida, dirigida y obtenida por la Madre Ludovica". Luego de una vida dedicada a los niños del hospital, sor Ludovica fallece en 1962.

Es el Hospital de Niños de La Plata que hoy lleva su nombre: Sor Ludovica.

En el año 2004 es beatificada por el Papa San Juan Pablo II, después de haber sido reconocido un milagro de curación en una niña platense de pocos años de edad.

Durante la homilía de la beatificación su Santidad Juan Pablo II destacó de Sor Ludovica lo siguiente: “Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio" (2 Tm 1, 7). Estas palabras de san Pablo nos invitan a colaborar en la construcción del reino de Dios, desde la perspectiva de la fe. Bien se pueden aplicar a la vida de la beata Ludovica de Angelis, cuya existencia estuvo consagrada totalmente a la gloria de Dios y al servicio de sus semejantes.

En su figura destacan un corazón de madre, sus cualidades de líder y la audacia propia de los santos. Con los niños enfermos tuvo un amor concreto y generoso, afrontando sacrificios para aliviarlos; con sus colaboradores en el hospital de La Plata fue modelo de alegría y responsabilidad, creando un ambiente de familia; para sus hermanas de comunidad fue un auténtico ejemplo como Hija de Nuestra Señora de la Misericordia. En todo estuvo sostenida por la oración, haciendo de su vida una comunicación continua con el Señor.” 


lunes, 12 de febrero de 2024

Beata María Leonia Paradis

Nació en el seno de una humilde y creyente familia de L'Acadie, Quebec, Canadá el 12 de mayo 1840. Fue bautizada con el nombre de Virginie-Alodie. Persiguiendo un futuro mejor para la familia, su padre, que había intentado sostenerla inútilmente trabajando en un molino, partió a California, como otros hicieron, seducido por la fiebre del oro. Al regresar se encontró con que su pequeña, que había dejado interna con 9 años en el convento de las Hermanas de Notre-Dame en Laprairie, ya formaba parte de la comunidad de las Marianitas de San Lorenzo fundadas por el P. Basile Moreau. Era una adolescente de 14 años. De los seis hijos tenidos por Joseph Paradis y Émilie Grégoire, dos habían fallecido, el resto eran varones, por tanto, ella era la única niña. Joseph, hombre afable y bondadoso, pensó que podría disuadirla. Pero no logró hacerla desistir; tampoco la forzó a hacerlo. Muy segura de lo que quería para su vida, Marie Leonie profesó en 1857 amparada por el fundador a pesar de su frágil salud, y se dedicó a la docencia. Interiormente se sentía llamada a sostener la vida de los sacerdotes. Durante unos años impartió clases en Montreal y en el orfanato San Vicente de Paul de Nueva York.

En 1874 llevó a cabo su misión en el colegio de San José, en Memramcook, New Brunswick, Indiana, al frente del cual se hallaba el P. Camille Lefebvre, de la Santa Cruz. Muchas jóvenes de L'Acadie sin recursos y con dificultades para expresarse en inglés, que desempeñaban labores domésticas, albergaban el deseo de establecer un compromiso religioso. Marie Leonie que había comenzado enseñando francés estaba en condiciones de dar clases de inglés porque ya dominaba la lengua. Pero juzgó conveniente propiciar la apertura de un noviciado francófono en L'Acadie para evitar que las jóvenes tuvieran que ir a Indiana a realizar el noviciado. Su propuesta no fue acogida. Y en 1880 impulsó el Instituto de las Pequeñas Hermanas de la Sagrada Familia, aún siendo ella todavía religiosa de la Santa Cruz. El objetivo no era otro que colaborar y apoyar a los religiosos de la misma Orden en su labor educativa. Ellos fueron los que ese año de 1880, en su capítulo general, autorizaron a que las integrantes de este nuevo movimiento hiciesen votos privados y bajo el amparo de Marie Leonie actuasen con autonomía. Su labor sería ocuparse de los trabajos domésticos de los colegios de Santa Cruz extendidos por Canadá.

María y José estaban tan fuertemente anclados en su corazón que no se cansaba de decir: «Mi confianza es ilimitada en nuestra buena Madre. Conoce nuestras necesidades y tiene un poder tan grande sobre el corazón de su divino Hijo». Dentro de las advocaciones conferidas a la Virgen ella se inclinaba por Nuestra Señora de los Siete Dolores y Nuestra Señora del Rosario. Respecto al Santo Patriarca igualmente se dejaba llevar por esa devoción sin cota alguna, recurriendo a él en cualquier situación. Para ello peregrinó en distintas ocasiones al santuario de santa Ana. Sencilla, de gran corazón, extrajo su peculiar forma de consagrar su vida a la atención de los sacerdotes de su contemplación de la Eucaristía y la Sagrada Familia de Nazaret. Humilde, orante, activa, siempre dispuesta a colaborar con generosidad, al igual que María había hecho, serían las claves de su quehacer y fundación. Su lema fue «piedad y dedicación». No dejó de trabajar en ningún instante. Fue una de las características de su vida. Siempre animosa, decía a las suyas: «¡Trabajemos, mis hijas, descansaremos en el cielo!». Mons. Paul LaRocque, prelado de Sherbrooke, Québec precisaba personas de confianza para su seminario y el obispado. Y la beata, que tuvo noticias de ello en 1895, vio la ocasión de trasladar allí la comunidad, siendo acogidas por él en su diócesis. Ese año falleció el P. Lefebvre que había sido sostén de la comunidad. En 1896 obtuvieron la aprobación diocesana. Pero fue pasando el tiempo y Marie Leonie que continuaba vistiendo el hábito de la Santa Cruz, veía aumentar su anhelo de convertirse en otro miembro más de la Sagrada Familia. En 1905 Pío X le concedió la autorización que precisaba quedando liberada del compromiso que había establecido con la anterior Congregación. Quedó como superiora general al frente de la Orden fundada por ella dedicándose todas a servir como «auxiliares» y «cooperadoras» domésticas a comunidades de religiosos y de sacerdotes. Fue la artífice de las constituciones, y justamente cuando se disponía a imprimirlas, el 3 de mayo de 1912, murió repentinamente tras la cena. Poco antes había dicho a una enferma: «¡Adiós hasta el cielo!».
Fue beatificada en 1984 por San Juan Pablo II y será canonizada en 2024 por su Santidad Papa Francisco.

sábado, 10 de febrero de 2024

Santa María Antonia de San José de Paz y Figueroa “Mama Antula”


María Antonia de Paz y Figueroa nació en Santiago del Estero en 1730. A los 15 años empezó a acompañar a los Jesuitas como Beata de la Compañía de Jesús en la tarea de evangelización de los pueblos originarios santiagueños, enseñándoles la Palabra de Dios, a leer y a escribir, y a perfeccionar técnicas de ganadería y agricultura. Mama Antula hablaba quichua. Y fueron los indígenas quienes la bautizaron Mama Antula. Cuando los jesuitas fueron expulsados de América en 1767, en una experiencia de epifanía en la celda capilla de San Francisco Solano y a la edad de 38 años, Mama Antula recibió la misión de su vida: continuar con la práctica de los Ejercicios Espirituales que realizaban los jesuitas, para la salvación de las almas. Fue entonces cuando empezó su misión en salida y eligió su nombre de Iglesia: María Antonia de San José.

Por entonces las mujeres estaban confinadas a casarse o elegir los votos religiosos, no leían ni escribían y mucho menos salían al mundo sin la compañía de un hombre y libradas a la providencia divina. Mama Antula desafió las convenciones de su tiempo y peregrinó por todo el actual territorio argentino -por entonces formábamos parte del virreinato del Perú-, organizando los Ejercicios Espirituales a pesar de estar prohibidos por el Rey Carlos III, pero consiguiendo que los Obispos locales autorizaran su tarea. 

Llegó a Buenos Aires caminando más de 5 mil kilómetros, donde realizó su obra cúlmine -en los inicios del virreinato del Río de la Plata-: La construcción de la Santa Casa, un lugar levantado enteramente con donaciones, y donde exclusivamente se realizan los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Fue inaugurada en 1795 y allí murió Mama Antula en 1799, y desde entonces sigue funcionando hasta el día de hoy. Allí ricos y pobres compartían mesa y rezaban juntos, y se estima que 70 mil personas realizaron los Ejercicios Espirituales allí, compartiendo el pan y aprendiendo los valores que precedieron y formaron la gesta de mayo y a la creación del Estado Argentino. 

La primera santa de la argentina es laica, valiente, considerada la primera escritora del Río de la Plata, una mujer fuerte que nos enseña la santidad cotidiana y a confiar en la providencia con una fe inquebrantable.

Es la patrona de las empresarias argentinas, y a ella se le reza pidiéndole perseverancia en las dificultades y la aceptación de la voluntad de Dios. Su fiesta litúrgica es el 7 de marzo.

Fue beatificada en 2016 y canonizada el 11 de febrero de 2024, por su Santidad Papa Francisco.