Desde los comienzos de la era cristiana, en varias situaciones el pueblo creyente le ha dado a la Santísima Virgen el nombre de María Auxiliadora, pero fue instituida como fiesta oficial de la Iglesia por el papa Pío VII.
Había sucedido en el siglo XVI que en el pueblo católico europeo se confió a María para ganar la batalla de Lepanto contra los mahometanos que estaban arrasando con el catolicismo. Mientras la batalla se llevaba a cabo, el papa Pío V, con una gran multitud de fieles recorría las calles de Roma rezando el Santo Rosario, y efectivamente, a pesar de que eran menores en número la batalla fue un éxito. En agradecimiento de tan espléndida victoria san Pío V mandó que en adelante cada año se celebrara el siete de octubre, la fiesta del Santo Rosario, y que en las letanías se rezara siempre esta oración: María Auxilio de los Cristianos, ruega por nosotros.
En el siglo IX el emperador Napoleón se atrevió a poner prisionero al Sumo Pontífice, el papa Pío VII. El Sumo Pontífice hizo entonces una promesa a la Virgen, prometiéndole que si lo libraba de esa prisión le dedicaría un nuevo día de fiesta en la Iglesia. Y así sucedió, el 24 de mayo de 1814 regresó triunfante a la ciudad de Roma. En memoria de este noble favor de la Virgen María, Pío VII decretó que en adelante cada 24 de mayo se celebrara en Roma la fiesta de María Auxiliadora en acción de gracias a la madre de Dios.
Más adelante, en 1868, en Turín, Italia, el sacerdote Juan Bosco (hoy santo) consagró la Basílica de María Auxiliadora, que había sido pedida al sacerdote por la misma Virgen María, que en una aparición le dijo que se la invocara con el título de Auxiliadora. Desde ese día, gracias a san Juan Bosco, esta advocación se propagó por todo el mundo hasta hacerse muy popular.
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