Mary Ward nació en el Condado de York (Inglaterra), en 1585, durante el reinado de Isabel I, cuando la persecución contra los católicos en el país estaba en su mayor apogeo. Su familia, perteneciente a la nobleza rural, pagó cara su fe católica. Ella, durante los primeros 20 años de su vida, tuvo que peregrinar por diferentes casas de su familia para asegurar su existencia, curtiendo su carácter con un espíritu de gran fortaleza y audacia.
Sintiéndose llamada a la vida religiosa, fue elegida por Dios para ser una pionera en las obras de la Iglesia, comprometida en la defensa de la Fe y lanzada a conseguir la mayor gloria de Dios en el mundo.
Admiró la obra de San Ignacio de Loyola y supo, como pocas mentes clarividentes de su siglo, que su misión eran romper la clausura que se imponía a las mujeres, para poder andar por el mundo sin trabas, adelantándose a los tiempos y trabajando por el Reino de Cristo con recursos que los varones “sabios y prudentes” no podían llegar a tolerar en mujeres evangelizadoras. Y lo hizo con confianza total en la capacidad de la mujer, dándose cuenta de que eso era lo que la Iglesia necesitaba según la voluntad de Dios y los signos de los tiempos. Con un grupo de mujeres inglesas, trabajó en Londres pero, teniendo que vencer muchas dificultades, se embarcó para el Continente, logrando empezar su obra en la ciudad de St. Omer (Francia), donde antes los jesuitas de Inglaterra también se habían establecido.
Tres grandes gracias formarían el Carisma del Instituto:
– La gloria de Dios como fin
– El apostolado en el mundo como medio
– La orientación total hacia Dios de los miembros dentro del marco de Libertad, Justicia y Verdad.
Su familia religiosa fue el anuncio de los nuevos tiempos en la educación, sobre todo de la mujer, siendo Mary Ward presentada por la Historia como adelantada de las obras de cultura para la mujer y como creadora de nuevos estilos de formación humana y de progreso de la persona según las necesidades de los tiempos.
Quiso una educación para todas las clases sociales, adaptada a las necesidades de las personas y del lugar. Una educación que integrara la formación espiritual, intelectual, física y psicológica, y que preparara a la persona para su rol en la familia y en la sociedad.
Si nos preguntamos de dónde le vino a Mary Ward esta visión de futuro y la fuerza interna para llevarla a cabo, sólo podemos contesta que el Espíritu sopla donde quiere. Hay hombres y mujeres destinados como instrumentos de la Providencia en momentos de grandes crisis históricas, y Mary Ward fue una de ellas.
El Instituto, con una visión de futuro muy adelantada para su tiempo, fue suprimido en 1631 por el Papa Urbano VIII en una de las más duras Bulas emanadas de la Santa Sede, siendo condenada y encarcelada Mary Ward por la Inquisición en Alemania. Cuando salío de prisión, más adelante y con autorización de la Iglesia, su salud era ya muy precaria. Murió en York en el año 1645.
A lo largo de los siglos XVII y XVII, el Instituto sobrevivió a muchos embates y crisis, pero siguió extendiéndose poco a poco por Europa. En 1877, su congregación reconocida por la Iglesia pero hasta 1909 no se permitió a Mary Ward recibir el nombre de fundadora. Casi un siglo después, en 2009, Mary Ward fue declarada Venerable. Su causa avanza ahora hacia el estadio siguiente en el proceso de beatificación y consiguiente canonización.
El Instituto de Mary Ward existe hoy bajo los nombres de Congregatio Jesu y el Instituto de la Bienaventurada Virgen Maria (Loreto) con aproximadamente 3.000 miembros. Las hermanas de Mary Ward están en 44 países.
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