
En 1935, con el deseo de continuar su formación teológica para ser ordenado prontamente sacerdote, viajó a Madrid, España. Cuenta el P. Orlando Hoyos, promotor de su causa, que estando en España, muchos le preguntaban si había venido desde muy lejos sólo para hacerse sacerdote y él respondía con alegría y satisfacción: ¡A mucho honor!.
Jesús Aníbal Gómez Gómez, se preparaba junto a otros 13 compañeros misioneros para recibir el orden sacerdotal. Estando en Ciudad Real, fue como muchos otros religiosos perseguidos a causa de su fe.
Este joven colombiano, junto con sus 13 compañeros españoles por orden de su superior, salió de su casa, con intención de regresar a Madrid para continuar su formación y “salvar” su vida. Habían conseguido los respectivos salvoconductos pero, estando ya empezando el viaje, unos soldados los reconocieron y gritaron: ¡Son frailes, no los dejen subir! ¡Matadlos!
Estos jóvenes sabiendo de su futuro próximo, sin temor empezaron a gritar ¡Viva Cristo Rey!¡Viva España!¡Viva el Corazón de María!, siendo estas sus últimas palabras fueron fusilados y frente a la frialdad de sus asesinos quedaron sus cuerpos tirados mientras el tren continuaba su recorrido.
Estos 14 jóvenes junto con otros miles de mártires no titubearon en renunciar a su vida por la fe. Su amor profundo por Cristo y su Iglesia les permitió darlo todo y con firmeza profesar su ser católicos. Bien dijo el cardenal Amato: “Estos hermanos nuestros no eran combatientes, no tenían armas, no se encontraban en el frente, no apoyaban a ningún partido, no eran provocadores. Eran hombres y mujeres pacíficos. Fueron matados por odio a la fe, sólo porque eran católicos.”
Jesús Aníbal Gómez, murió a los 22 años de edad. No alcanzó ser ordenado sacerdote para glorificar a Cristo a través del ministerio; pero pudo glorificarlo a lo largo de vida y muerte heroica. Encarnó con certeza aquello que le decía a su Señor: “Glorifícate en mí por la vida o por la muerte”.
Beatificado el 13 de octubre de 2013.
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