Al morir aquella religiosa en Abril de 1868, nadie se lo creía, pero era verdad lo que
decían de ella:
- ¿Es posible? ¿Pero es posible que esta monja haya fundado ciento once conventos de
su Congregación por todo el mundo?... Conventos dedicados a un apostolado nada fácil,
como es el de la rehabilitación de la mujer. Mujeres caídas o en peligro hay muchas, pero
religiosas que las quieran cuidar y dedicarse a ellas de por vida, ya no es tan fácil
encontrarlas. Y esta monja francesa ha encontrado a miles de valientes que, como ella, se
dan de lleno a esas almas que el mundo desprecia después de haberlas hundido, pero que
son amadísimas de Jesús. ¡Si esto parece un imposible!...
Esos eran los comentarios cuando la muerte de María Eufrasia Pelletier, la Santa que
hoy traemos a nuestro programa, Fundadora de las Religiosas del Buen Pastor, tan
conocidas y tan queridas en toda nuestra América.
Se llamaba Rosa Virginia la niña que nació en el norte de Francia durante los años de la
Revolución. Cuando entra en un convento de monjas, según la costumbre de entonces, tiene
que escoger otro nombre, se decide por Teresa, y replica la superiora: ¿Teresa? ¿Tú,
Teresa? ¿Una mujer tan grande? ¿Por quién te tienes?... Rosa Virginia reflexiona: Pues,
bien. Eufrasia. Nadie conoce a esta santa tan humilde. Me llamaré Eufrasia, bien
pequeñita... Sólo que aquella pequeñita iba a ser un gigante de mujer en la Iglesia.
Porque su misión va a ser para la Iglesia entera. Eufrasia no se deja influenciar por el
conocido chauvinismo francés, y dirá su frase famosa: Yo no quiero que se diga que soy
francesa. Yo soy italiana, inglesa, alemana, española, americana, africana e hindú. Yo soy
de todos los países donde hay almas que salvar. Pronto va a demostrar que eso no son
sueños bonitos.
A los diecisiete años ha entrado en un convento que le va a resultar un corsé. Las
monjas rezan mucho. Se dedican a redimir a las jóvenes que han caído. Pero están
encerradas en casas inadecuadas y usan métodos ineficientes. Y Eufrasia piensa, hasta
atormentarse:
-¡Qué buenas son estas Religiosas! ¡Qué santas! Pero no me gusta cómo viven,
encerradas en una casa que no se puede multiplicar en cien y en mil... ¿Por qué no hacer
lo mismo, pero de otra manera?...
Así es cómo Eufrasia se separa de la Orden fundada por San Juan Eudes ―a la que
quiere tanto y cuyo espíritu conservará siempre con un gran cariño―, y cómo nace la nueva
Congregación del Buen Pastor en la ciudad de Angers, de donde arrancará con ímpetu
incontenible para conquistar por todo el mundo a tanta mujer que quiere volver a las manos
de Jesucristo.
Eufrasia tiene veintinueve años. La primera casa, apenas puesta en marcha, resulta un
milagro. Junto con las Religiosas, a los cuatro meses ya cobijan sus muros a más de
ochenta jóvenes y tiene una comunidad de Contemplativas, una segunda rama de la
Congregación, que sigue en pleno vigor hasta nuestros días. ¿Es posible conseguir esto?...
Y todo, en un ambiente de alegría contagiosa, pues Eufrasia las anima constantemente:
¡Salten y corran alegres, que son las ovejitas del Buen Pastor!...
Aunque en medio de tanta alegría, Eufrasia lleva sobre sus hombros de mujer una cruz
muy pesada.
La pobreza, ante todo: ¿Cómo mantener a tanta gente?... Pero no se desanima. Confía
tanto en medio de tanta preocupación económica, que le llaman con cariño y humor La
Madre Esperanza.
Y espera en medio de las mayores incomprensiones, críticas, murmuraciones. Todas las
Hermanas la han elegido por unanimidad como Superiora General, pero los que miran mal
la obra no le perdonan: ¿Qué se ha figurado esa vanidosa, presumida y llena de
ambición?...
Tan dura es la prueba, que una noche, agotada de pesar, se arrodilla, toma la pluma, y
escribe a Roma: Si el Santo Padre encuentra dificultad en que yo sea la Superiora General,
me someto humildemente.
Pero al mismo tiempo la llaman a fundar en otras ciudades y en la misma Roma, adonde
llega Eufrasia con ilusión enorme de ver al Papa Gregorio XVI, que le dice: Ahora voy a
ser yo quien va a sostener vuestro Instituto.
Y así es. Con la bendición del Papa, la Congregación ya no cuenta con resistencias.
A
partir de ahora empiezan aquellas fundaciones interminables, hasta llegar a esas ciento once
en vida de la Fundadora, que es y se siente como la reina en esa colmena de la Casa Madre.
Lo expresa ella misma con una comparación feliz:
- En esta casa-madre hay una abeja-madre que os ama con afecto inmenso y se
consagra enteramente a vosotras para vuestra felicidad. Hay magníficas Hermanas
Profesas que son las mejores obreras. Hay otro enjambre de más jóvenes, nuestras
queridas novicias, esperando desplegar sus alas para volar al trabajo. Estando en oración,
Nuestro Señor me ha hecho ver numerosos enjambres que partían de la Casa-Madre para
formar nuevas colonias en otras partes.
La Madre Eufrasia vio con gozo indecible cómo uno de esos enjambres volaba a nuestra
América, hacia Chile, y después a todas las demás Repúblicas. ¡Chile, la misión de mi
amor!... ¡Hermanas! Estáis en América, en esta misión objeto de mi amor... Mandadme
alguna cosita de América. No tengo más que una nuez que me mandaron de allí, y yo la
llevo a todas partes para enseñarla... Esto explica su dicho tan repetido: Nuestra vida debe
ser siempre el celo; y este celo debe abrazar al mundo entero.
Eufrasia había cumplido su misión, dándose a las queridas mujeres que la vida hundió, pero
que son preciosas a los ojos de Jesucristo. Moría con alegría grande en la Congregación que
había fundado, conforme a su ardiente deseo: ¡Instituto sagrado, yo moriré en tus brazos, y
tú me llevarás al seno de Dios!...
http://www.riial.org/evangelizacion/077%20Santa%20Maria%20Eufrasia%20Pelletier.pdf
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