Nace el 30 de agosto de 1810, en Le Vigan (Gard, sur de Francia). Sus padres son Henri Daudé D'Alzon y Jeanne-Clémence de Faventine, familia aristocrática. El día 2 septiembre del mismo año es bautizado con el nombre de Manuel José María Mauricio. El Padre D'Alzon celebraba con gran esmero y recogimiento el día de su bautismo porque, decía, “era el día de su verdadero nacimiento”.
Ordenado sacerdote a la temprana edad de 24 años, desde muy joven se entrega a Cristo y a la Iglesia para servir a la causa de Dios y hacer llegar su Reino. Su vida entera fue de una actividad sin límites.
Fue Vicario General de la Diócesis de Nîmes, un predicador y confesor, y sin embargo, encontró tiempo para pasar horas en la oración y escribir miles de cartas y artículos sobre una amplia variedad de temas que afectan a la Iglesia de su tiempo. Se unió a cada batalla entre Dios y la Iglesia. Como director de la escuela que él fundó en 1844 (Collège de l'Assomption en Nîmes), luchó por la libertad académica y todavía encontraba tiempo para formar a sus discípulos en el espíritu de la Asunción.
Misionero incansable, torrente de iniciativas que madura con otros que se sintieron atraídos por su fe y el dinamismo. Desinteresado y enérgico, a la vanguardia de todos los proyectos destinados a los fines de Dios. Espíritu vigilante, detecta las necesidades y encuentra las respuestas inéditas apropiadas. Amplió su campo de acción desde el sur de Francia a todo el país galo, y de Francia a Europa y más allá. "Venga tu Reino" era su lema y su pasión, sello que le dio a su joven congregación, los Agustinos de la Asunción, que fundó en la Navidad de 1850. Su obsesión fue ver a Jesús amado por cada hombre y mujer.
Como hombre de su tiempo, muy distinto del nuestro, arremete con vigor contra los adversarios de Dios. Su combate permanente fue la defensa de los derechos de Dios pisoteados por un Estado que alardeaba de laico. Este celo se enciende en un fuego interior: Manuel D'Alzon está como fascinado por el amor de Dios. El ultraje a su majestad y a la bondad divinas le resulta insoportable. Desbordante de ternura para con Jesús y María, contempla una y otra vez su vida concreta para entrar en sus actitudes e imitar sus virtudes. Este apego se irá fortaleciendo y purificando con los años y con los padecimientos de toda clase. Manuel D'Alzon se dejó cautivar cada vez más por Jesucristo, entregándose a Él para darlo a los demás.
Su dedicación total a la Iglesia le ayudó a comprender sus misterios más profundos. Sus divisiones le duelen profundamente. La unidad de la Iglesia fue su bandera de lucha. En consecuencia, se mantuvo siempre fiel al Papa, el símbolo de esa unidad. La actitud del Padre D'Alzon, el “San Pablo del siglo XIX” como alguien le llamó en su país, se debió a su amor a la Iglesia, la “Esposa de Cristo”.
Entregó este sentido de la Iglesia a su Congregación, cuya piedra angular es Cristo, y el objetivo y el lema son la extensión del Reino de Dios. En esta misión, los Agustinos de la Asunción han recurrido a todo el arsenal de la fe: la educación, la predicación, publicaciones, investigaciones, obras de caridad y misiones en el extranjero. En 1862, decide luchar por traer de vuelta al redil a los disidentes de la Europa del Este. En 1865 funda las Oblatas de la Asunción. En 1871 crea el primer seminario menor para hijos de pobres. Al año siguiente funda la Asociación Notre-Dame de Salut. Durante los últimos años de su vida luchó además por el reencantamiento de la clase trabajadora urbana que se estaba apartando de la Iglesia. Muere el 21 de noviembre de 1880. En 1991 es proclamado “venerable” por el Papa Juan Pablo II.
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