Nació en Bargone de Casarza Ligure (Génova, Italia), el 17 de julio de 1818 y fue bautizado inmediatamente pues se temía por su vida. Su familia era pobre y Agustín se dedicó desde niño a cuidar el rebaño paterno. Sus padres lo confiaron al Párroco, el Padre Andrés Garibaldi, quien le impartió los primeros elementos del saber.
En mayo de 1835, con ocasión de una misión, Agustín se sintió decididamente llamado al sacerdocio y se trasladó a Génova para comenzar los estudios. Los años de preparación a la Ordenación sacerdotal fueron duros y difíciles, debiendo él mismo afrontar graves desafíos económicos. Lo sostuvieron la voluntad tenaz, la intensa oración y la ayuda de personas buenas.
El 19 de septiembre de 1846, fue ordenado sacerdote por el Cardenal Tadini. El Padre Agustín fue destinado inmediatamente al populoso barrio de San Martín de Albaro donde, con el espíritu de Cristo Pastor y con la administración de todos los sacramentos, inició su humilde servicio en la obra de santificación, dedicándose con esmero, caridad y con el ejemplo, al crecimiento espiritual del Cuerpo de Cristo.
En el confesionario adquirió un conocimiento concreto de la triste realidad y de los peligros en los que se encontraban tantas jóvenes que, por motivos de trabajo, se trasladaban a la ciudad convirtiéndose en fácil presa para los deshonestos. Allí, su corazón de padre se angustiaba y se conmovía al pensar que tantas almas sencillas podían perderse, porque se las dejaba solas e indefensas. En 1858 comenzó a colaborar con el Padre Francisco Montebruno en la Obra de los Artesanitos.
En 1872 amplió su campo de apostolado, dedicándose a atender a los presos de la cárcel de San Andrés. A los dos años también fue nombrado capellán de un orfanato y además llega a bautizar durante 22 años a más de 8000 recién nacidos en el hospital. Trabajó intensamente incluso a favor de las madres solteras, las que eran jovencitas sencillas del pueblo que, por la falta de un trabajo digno y retribuido, se convertían en víctimas de los malintencionados.
El Padre Roscelli reunió a un grupo de mujeres que pudieran ayudar a tantas jóvenes necesitadas de asistencia moral, e inició su trabajo dándoles instrucción religiosa y capacitación profesional. Mons. Salvador Magnasco le sugirió la idea de fundar una Congregación, idea que el mismo Papa Pío IX aprobó. Así surgieron las Hermanas de la Inmaculada.
Dios llamó a este buen sacerdote a su presencia el 7 de mayo del año 1902. Juan Pablo II lo canonizó el 10 de junio del año 2001.
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