jueves, 7 de octubre de 2021

Nuestra Señora del Rosario de Pompeya

Hace casi mil años, estando en Francia, Santo Domingo de Guzmán recibía de la Virgen María, según una piadosa creencia, la revelación del rosario como medio seguro para convertir a los herejes albigenses que infestaban el sur de aquel país.

Algunos siglos más tarde, el Papa San Pío V instituyó la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias, en acción de gracias por el gran triunfo naval obtenido por los cristianos contra los turcos en Lepanto, en el día en que se hacían en la Cristiandad procesiones de las cofradías del Rosario con esa intención.

Su sucesor, Gregorio XIII, cambió el nombre de la fiesta por el de Nuestra Señora del Rosario, confirmando el papel de esta piadosa práctica en aquella victoria. Y la fijó para el primer domingo de octubre.

En 1716 Clemente XI extendió la fiesta a toda la Iglesia, después de nuevas victorias obtenidas contra los turcos en Hungría. Y en el siglo XIX, el mes de octubre fue dedicado al rosario. Esta devoción se convirtió, desde entonces, en uno de los más significativos símbolos del catolicismo.

Hoy presentamos la historia de Nuestra Señora del Rosario de Pompeya, un ilustrativo ejemplo de las gracias que la Madre de Dios quiso distribuir mediante esta invocación y el uso del poderoso medio de santificación que es el rosario.

Bajo las cenizas del Vesubio…

Eran las 11 de la mañana del 24 de agosto del año 79 de nuestra era. Los 25 mil habitantes de la ciudad de Pompeya, al sur de Nápoles, se dedicaban a sus quehaceres cotidianos o a sus reprobables vicios, cuando un estruendo aterrador los arrastró instintivamente hacia las calles.

¡Del Vesubio subía al cielo una inmensa columna de fuego! Instantes después su cráter, transformado en horrible boca del infierno, comenzó a expeler piedras incandescentes como si fueran misiles orientados contra la ciudad. Una lluvia de cenizas incandescentes, impregnada de vapores sulfúreos y de cloro, oscureció el cielo.

¿Qué hacer? ¿Para dónde escapar? La aterrada población comenzó a esconderse en las casas o a huir locamente sin dirección. Pero era demasiado tarde: en poco tiempo Pompeya y otras cuatro ciudades quedaron sepultadas bajo diez metros de cenizas…

Poco a poco se fue perdiendo la memoria de la catástrofe, y en los 1600 años subsiguientes casi nadie oiría hablar de ella.

Hasta que a comienzos del siglo XVII, el arquitecto Domenico Fontana redescubrió Pompeya. Pero fue sólo al final del siglo siguiente que se iniciaron los trabajos arqueológicos sistemáticos —que continúan hasta hoy— para rescatarla de las cenizas. Poco a poco fue posible reconstituir las casas, mobiliarios y escenas de la vida cotidiana de la otrora brillante ciudad, así como de algunos de sus abominables vicios, posible causa de la cólera divina.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario