lunes, 18 de octubre de 2021

San Pacomio

San Pacomio había nacido en la ciudad de Sneh al Sur de Tebas (Egipto) sus padres eran paganos y se dedicaban al cultivo del campo. Por obligación que no por vocación desde los 19 años sirvió en el ejército de emperador Maximiliano, acabando en la cárcel. Fue allí donde entró en contacto con los cristianos y al ver su forma fraternal de comportarse, le cambió su corazón y le entraron ganas de ser como ellos, por lo que tras un breve catecumenado recibió el bautismo. A partir de este momento su único deseo va a ser huir del mundo y encontrar un refugio solitario para su alma, que se había enamorado de Dios. Impulsado por una voz que constantemente le martilleaba ¡busca en el desierto! ¡busca en el desierto! llega a la choza de un famoso anacoreta del lugar llamado Palemón, al que ruega que le deje quedarse con él para aprender los caminos del espíritu, viviendo en soledad, apartado del mundo. El anciano accede y aquí comienza la aventura ascética de Pacomio.

Siete años de duro aprendizaje habían servido a Pacomio para descubrir los secretos de la vida interior y conocerse a sí mismo por dentro, con todas sus debilidades y miserias. Del maestro había aprendido muchas cosas, a sufrir sin quejarse, a mantener a raya sus apetitos, a prevenir las sutiles tentaciones del demonio, a rezar con el corazón abierto. No fue nada fácil al principio, pero el ejemplo del viejo anacoreta que tenía a su lado le estimulaba y se decía a sí mismo “lo que hace este anciano exangüe ¿cómo no lo he de hacer yo que me encuentro en plena juventud?” Podía hacerlo y lo hizo, pero llegó un día en que quiso explorar nuevos caminos y acompañado de un séquito de discípulos, allá por el año 320, en un paraje idílico, junto a la ribera derecha del Nilo, llamado “Tabenna”, que significa Jardín de las Palmas de Isis”, al N. de Tebas, montó el cuartel general de lo que habría de ser una nueva forma de vivir el evangelio.

El fundador del Cenobio, hombre práctico dotado de facultades organizativas, con una visión diferente, iba a ir desarrollando progresivamente un nuevo programa monacal menos riguroso y más flexible y humano, donde los hermanos pudieran vivir en comunidad. Al monasterio de Tabenna, que llegó a tener mil cuatrocientos monjes, se le unieron otros más. Los cenobios vivían un tiempo de esplendor y Pacomio había realizado una obra descomunal con vocación de futuro. El eremitismo de vida solitaria, dejado al libre albedrío, habría de ser sustituido por los cenobios de vida comunitaria, donde todo estaba reglamentado y la vida se hacía en comunidad; el trabajo, la oración la comida, todos obedeciendo las órdenes del superior y donde nada se podía hacer sin su consentimiento, era algo parecido a las primeras comunidades cristianas. El monje de Tabenna sabía muy bien que “el que quiere conseguir la perfección debe renunciar a su voluntad propia” de aquí arrancarían todos los grandes promotores posteriores de la vida monástica como Basilio, Columbano o Benito. Con toda justicia Pacomio ha pasado a la historia de la Iglesia como padre del cenobio.

La gran peste que se desató el año 346 en la Tebaida, región donde estaban los monasterios diezmó a los monjes y alcanzó también a Pacomio, a consecuencia de la cual murió el 9 de mayo de 346.

La tradición cuenta que San Pacomio introdujo la devoción al Komboskini, una cuerda de oración, entre sus monjes, para que recitaran la regla y además vencieran las tentaciones, repitiendo "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador", oración enseñada por el arcángel San Gabriel.

El Patrocinio de San José


El Patrocinio de San José.

A lo largo del tiempo la fe de la Iglesia buscó el Patrocinio de San José para: la Iglesia Universal; las familias; los que se consagran en virginidad y celibato; institutos de religiosos y consagrados; cofradías, escuelas; los obreros y los artesanos; los moribundos, porque, según una piadosa tradición, san José fue asistido por Jesús y María, en la hora de su muerte.

La iniciativa de celebrar la fiesta del patrocinio de san José se debe al carmelita descalzo Juan de la Concepción (1625-1700), que fue primero Provincial de la Provincia de Cataluña y después Prepósito General de la Congregación española. Obtuvo del Capítulo General de 1679 la aprobación de la fiesta del patrocinio de san José, cuyos textos litúrgicos fueron realizados por otro carmelita descalzo catalán, el P. Juan de San José (1642-1718). La Congregación para los Ritos, después de una auténtica reconstrucción de los textos hecha por el cardenal G. Casanate, los aprobó el 6 de abril de 1680. Se fijó la fiesta del patrocinio en el tercer domingo después de Pascua. Rápidamente, esta celebración se extendió a muchas órdenes y congregaciones religiosas, hasta la proclamación del patrocinio sobre la Iglesia universal.

El 10 de septiembre de 1847, con el decreto de la Congregación para los ritos Inclytus Patriarcha Joseph, el papa Pío IX, en tiempos de grave tribulación, extendió a toda la Iglesia la fiesta del patrocinio de san José, a celebrar el tercer domingo de Pascua. Como textos litúrgicos para la misa y el oficio se tomaron, con alguna adaptación, los usados por los carmelitas. Fue la primera intervención a favor del culto a san José realizada por Pío IX, cuando había pasado apenas un año del inicio de su pontificado, caracterizado de una gran devoción al padre de Jesús. En ocasión de la convocatoria del Concilio Vaticano I llegaron al papa numerosas peticiones para que se incrementase mayormente el culto a san José, en particular mediante su proclamación como patrono de la Iglesia universal. El Concilio, interrumpido bruscamente en septiembre de 1870, no tuvo tiempo de escuchar esta petición. Por ello, el 8 de diciembre de ese año, el mismo Pío IX procedió a la solemne proclamación mediante el decreto de la Congregación para los Ritos Quemadmodum Deus.

La fiesta del patrocinio de san José fue desplazada en 1913 al miércoles de la tercera semana después de Pascua, para ser sustituida en 1956 por la memoria de san José obrero, fijada el primero de mayo.

ORACIÓN PIDIENDO A SAN JOSÉ SU PATROCINIO

¡Oh glorioso San José!. Por tu profundísima humildad, por tu mansedumbre inalterable, por tu paciencia invencible, por tu pureza angelical y por la perfectísima fidelidad que te hizo puntual imitador de las virtudes de Jesús, te pido me consueles en todas mis penas, me dirijas en mis dudas, me defiendas en las tentaciones y extiendas tu brazo contra todos mis enemigos, visibles e invisibles, rompiendo y desbaratando los lazos y celadas que tienden y arman contra mí. ¡Oh mi amado San José!, ruega también a Jesús, por el triunfo de la Santa Iglesia, por el Romano Pontífice, los Obispos, los Sacerdotes y todas las Ordenes religiosas; ruega por la perseverancia de los justos, por la conversión de los pecadores y por el regreso de los herejes y cismáticos al seno de la Iglesia. Protege y defiende nuestra patria y haz que prosperen en ella la religión, la justicia. la paz, la virtud y las buenas costumbre. Oye, pues, nuestras súplicas, escucha nuestros clamores, enjuga nuestras lágrimas y haznos dignos de alabar en el cielo a la Santísima Trinidad, que te ha coronado de tanta gloria. Amén.


San José, Patrono y protector de la Iglesia Universal


El Beato Papa Pío IX, atendiendo a las innumerables peticiones que recibió de los fieles católicos del mundo entero, y, sobre todo, al ruego de los obispos reunidos en el concilio Vaticano I, declaró y constituyó a San José Patrono Universal de la Iglesia, el 8 de diciembre de 1870.

¿Qué guardián o que patrón va darle Dios a su Iglesia? pues el que fue el protector del Niño Jesús y de María.

Oración a San José, Patrono de la Iglesia Universal

Oh Glorioso San José,
Patrono de la Iglesia Universal,
Te imploro a que obtengas
de los corazones de Jesús y María,
la preservación de nuestra restante
Comunidad Católica y todos los miembros,
de toda división, disensión y discordia.

Que tu, fiel Guardián de la Santa Familia,
otorgues que nuestra familia espiritual, todos los miembros
de nuestra restante Comunidad Católica,
esté siempre unida con los Lazos de Fe y Caridad,
y que permanezca siempre como Un solo Corazón,
Una sola Mente y Un solo Alma,
en los Corazones de Jesús y María.

San José, Protector especial de nuestra Comunidad,
guía, bendice y protégenos contra los ataques
de todos nuestros enemigos y detractores.

A través de Nuestro Señor Jesucristo,
Quien vive y reina con el Padre
y el Espíritu Santo, Un Solo Dios,
por los siglos de los siglos. Amén

Se reza tambien los Domingos

Dolores y alegrías de San José

                               


Glorioso San José, por el dolor y el gozo que viviste en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios en el seno de nuestra Santa Madre la Virgen María. Obtiene para nosotros la gracia de la confianza en Dios.



Glorioso San José, por el dolor que experimentaste al ver nacer al Niño Jesús en tanta pobreza y por el gozo que sentiste al ver como lo adoraban los ángeles. Obtén para nosotros la gracia de acercarnos a la santa comunión con fe, humildad y amor.


Glorioso San José, por el dolor que experimentaste al circuncidar al Divino Niño y por el gozo que sentiste al ponerle el nombre de Jesús, ordenado por el ángel. Obtén para nosotros la gracia de quitar del corazón todo aquello que no es bueno frente a los ojos de Dios.



Glorioso San José, por el dolor y el gozo que experimentaste al escuchar la profecía del viejo Simeón, que anunciaba la perdición y por otro lado la salvación de tantas almas mientras tomaba al Niño Jesús en sus brazos. Obtén para nosotros gracia de meditar los dolores de Jesús y los dolores de María.


Glorioso San José, por el dolor que experimentaste al huir a Egipto y por el gozo que sentiste al tener siempre contigo a Dios junto a su Madre. Obtén para nosotros la gracia de poder cumplir con fidelidad y amor todos nuestros deberes.


Glorioso San José, por el dolor que experimentaste en la persecución del Niño Jesús y por el gozo de volver a tu casa de Nazaret. Obtén para nosotros la gracia de hacer siempre la voluntad de Dios.


Glorioso San José, por el dolor que sufriste cuando se perdió Jesús y por el gozo que sentiste cuando lo encontraste. Obtén para nosotros la gracia de llevar una buena vida y morir santamente.





jueves, 7 de octubre de 2021

Nuestra Señora del Rosario de Pompeya

Hace casi mil años, estando en Francia, Santo Domingo de Guzmán recibía de la Virgen María, según una piadosa creencia, la revelación del rosario como medio seguro para convertir a los herejes albigenses que infestaban el sur de aquel país.

Algunos siglos más tarde, el Papa San Pío V instituyó la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias, en acción de gracias por el gran triunfo naval obtenido por los cristianos contra los turcos en Lepanto, en el día en que se hacían en la Cristiandad procesiones de las cofradías del Rosario con esa intención.

Su sucesor, Gregorio XIII, cambió el nombre de la fiesta por el de Nuestra Señora del Rosario, confirmando el papel de esta piadosa práctica en aquella victoria. Y la fijó para el primer domingo de octubre.

En 1716 Clemente XI extendió la fiesta a toda la Iglesia, después de nuevas victorias obtenidas contra los turcos en Hungría. Y en el siglo XIX, el mes de octubre fue dedicado al rosario. Esta devoción se convirtió, desde entonces, en uno de los más significativos símbolos del catolicismo.

Hoy presentamos la historia de Nuestra Señora del Rosario de Pompeya, un ilustrativo ejemplo de las gracias que la Madre de Dios quiso distribuir mediante esta invocación y el uso del poderoso medio de santificación que es el rosario.

Bajo las cenizas del Vesubio…

Eran las 11 de la mañana del 24 de agosto del año 79 de nuestra era. Los 25 mil habitantes de la ciudad de Pompeya, al sur de Nápoles, se dedicaban a sus quehaceres cotidianos o a sus reprobables vicios, cuando un estruendo aterrador los arrastró instintivamente hacia las calles.

¡Del Vesubio subía al cielo una inmensa columna de fuego! Instantes después su cráter, transformado en horrible boca del infierno, comenzó a expeler piedras incandescentes como si fueran misiles orientados contra la ciudad. Una lluvia de cenizas incandescentes, impregnada de vapores sulfúreos y de cloro, oscureció el cielo.

¿Qué hacer? ¿Para dónde escapar? La aterrada población comenzó a esconderse en las casas o a huir locamente sin dirección. Pero era demasiado tarde: en poco tiempo Pompeya y otras cuatro ciudades quedaron sepultadas bajo diez metros de cenizas…

Poco a poco se fue perdiendo la memoria de la catástrofe, y en los 1600 años subsiguientes casi nadie oiría hablar de ella.

Hasta que a comienzos del siglo XVII, el arquitecto Domenico Fontana redescubrió Pompeya. Pero fue sólo al final del siglo siguiente que se iniciaron los trabajos arqueológicos sistemáticos —que continúan hasta hoy— para rescatarla de las cenizas. Poco a poco fue posible reconstituir las casas, mobiliarios y escenas de la vida cotidiana de la otrora brillante ciudad, así como de algunos de sus abominables vicios, posible causa de la cólera divina.


domingo, 19 de septiembre de 2021

Nuestra Señora de La Salette

HISTORIA

Los niños pastores Maximino, de once años y Melanie, de quince, vieron a la Virgen María, el día 19 de septiembre de 1846, en una meseta montañosa al sudeste de Francia, cerca del poblado de la Salette.

Estaban cuidando del ganado, tarea habitual de Melanie, pero para Maximino era todo nuevo: su padre se lo había pedido porque su ayudante habitual estaba enfermo por esos días. El día era muy caluroso y los dos acordaron en comer su almuerzo a la sombra. Se quedaron dormidos y al despertar el ganado no estaba. Lo encontraron pastando plácidamente. Volvieron a recoger sus utensilios en el lugar del almuerzo y vieron un globo luminoso. Vieron a una Señora que estaba sentada en una enorme piedra. Estaba amargamente llorando y el rostro lo tenía entre sus manos. La Señora se levantó y les dijo que no tuvieran miedo de ella y que les iba a comunicar importantes noticias para toda la humanidad. Al principio nadie les creyó. Pero el párroco de la Salette se quedó muy impresionado por el relato.

Los niños fueron una y otra vez interrogados y siempre narraban lo mismo.

Surgió una fuente cerca del lugar donde la Señora se había aparecido. El Obispo de la Salette encargó a dos teólogos la investigación de la aparición y de todas las curaciones de enfermos que desde entonces se producían cerca del pueblo. Después de 5 años de una rigurosa investigación, el obispo de Grenoble, Monseñor Philibert de Bruillard, reconoce la autenticidad de la Aparición.

Finalmente el Papa Pío IX aprobó la devoción a Nuestra Señora de la Salette.

EL MENSAJE

La Virgen mencionó específicamente la necesidad de renunciar a dos graves pecados en los que se incurría con mucha frecuencia:

La blasfemia y el no tomar el domingo como día de descanso y asistencia a la Santa Misa.

Les pidió a los niños que rezasen, hicieran sacrificios y que propagasen su mensaje: oración perseverante y profunda, participación en la Santa Misa y recobrar la dignidad del hombre actuando como verdaderos cristianos.

La Virgen lloraba por el mal moral de la humanidad y avisó de grandes calamidades como el deterioro de las cosechas y la hambruna en muchas partes del mundo.


ORACION

Acuérdate, oh Virgen de la Salette, verdadera Madre de dolores, de las lágrimas que has derramado por nosotros en el calvario.
Acuérdate también del cuidado que tienes siempre por tu pueblo para que, en nombre de Cristo, se deje reconciliar con Dios.
Y ve, si después de haber hecho tanto por estos, tus hijos, puedes abandonarlos.
Animados por tu ternura , míranos , Madre, suplicantes, a pesar de nuestras infidelidades e ingratitudes.
Confiamos plenamente en ti. Oh Virgen Reconciliadora.
Vuelve nuestros corazones hacia tu Hijo Jesús:
Alcánzanos la gracia de amarlo sobre todas las cosas y de consolarte a ti con una vida santa, ofrecida para gloria de Dios y amor de los hermanos.

Amén.

domingo, 5 de septiembre de 2021

Beato Fray Mamerto Esquiú

En la hermosa y norteña Catamarca, en Piedra Blanca, un 11 de mayo de 1826, nace el niño Mamerto de la Ascensión Esquiú. Sus padres, Santiago y Maria de las Nieves, y sus hermanos Rosa, Odorico, Marcelina, Justa y Josefa, configuraban una familia sencilla, trabajadora y de vida cristiana.

Fray Mamerto Esquiú, con unción los recuerda en su diario: “Seis éramos los hijos venturosos de estos padres tiernos que, son bienes de fortuna y en humilde estado de labradores, eran felicísimos en la tranquilidad de su virtud… y en las dulzuras de una vida abocada a su familia y a Dios…”

A los 5 años de edad, su madre lo vistió con el hábito de San Francisco, en cumplimiento de una promesa que hiciera por su restablecimiento, al nacer gravemente enfermo. Mamerto, en calidad de aspirante a la Orden, contando apenas con 10 años, entró al convento franciscano de Catamarca.

Entró en 1841 ingresó al noviciado entre los Frailes Menores de la Provincia de la Asunción en Argentina. El 15 de mayo de 1849 celebró su primera Misa. Como sacerdote se distinguió particularmente en la predicación, ministerio por el cual fue apreciado no sólo en los ambientes eclesiales sino también en los políticos.

En 1853, al pronunciar el sermón sobre la Constitución Nacional, pidiendo por la paz y la unión de los argentinos, se hace conocido en casi todos los ámbitos de la Nación.

Sus llamamientos a la paz, a la hermandad y a la colaboración civil contribuyeron a crear el clima socio-cultural para el nacimiento del nuevo Estado Federal Argentino. En espíritu de servicio y evangelización, entre 1855 y 1862, el padre Esquiú aceptó también desempeñar un papel político activo, como diputado y miembro del Consejo de Gobierno de Catamarca.

Deseoso de volver a la vida franciscana regular, obtuvo el traslado en 1862 a un convento de misiones en Tarija, Bolivia, como misionero apostólico, con el propósito de llevar una vida más austera y oculta.

En 1870 fue propuesto a la sede episcopal de Buenos Aires, pero se consideró indigno y, por tanto, se alejó del país peregrinando a Tierra Santa, a Roma y a Asís.

En 1877 peregrinó a Tierra Santa. En Jerusalén desea permanecer hasta el fin de sus días, sin embargo, la obediencia lo regresa a su patria con el mandato de cooperar en el restablecimiento de la vida regular entre los religiosos.

En 1879 rechaza nuevamente el nombramiento como Obispo de Córdoba, pero el Sr. Nuncio le dice: “Es voluntad del Santo Padre que Ud. sea Obispo de Córdoba”, a lo que Fray Mamerto responde: “Si el Papa lo quiere, Dios lo quiere y acepta. Así se convierte en pastor y padre solícito de esta diócesis mediterránea.

Fue consagrado el 12 de diciembre de 1880, y Córdoba luego de tres años vuelve a tener cabeza espiritual. Fue caritativo y generoso ante toda necesidad, celoso en su ministerio, manso y humilde en su expresión, pobre al máximo y sacrificado, se impone realmente por la práctica de las virtudes, proponiendo la santidad como corazón de la vida sacerdotal y del compromiso cristiano. El fundamento de su extraordinaria actividad pastoral fue la intensa vida de oración y de unión a Cristo.

Predicó en casi todas las iglesias y capillas de Córdoba, dio ejercicios espirituales en varios lugares; y los monasterios, hospitales cárceles fueron testigos del paso y de la voz del infatigable Obispo. Creó el Taller de la Sagrada Familia, lugar de trabajo para las mujeres sin recurso, y llevó a cabo diversas obras de esta índole en estrecha colaboración con los párrocos. El Seminario de Córdoba se vio enriquecido por la labor promotora de Fray Mamerto con el restablecimiento de los estudios teológicos.

Su segundo año de Episcopado fue como “campesino” yendo de pueblo en pueblo, recorriendo la campaña. Río Cuarto, Río Segundo, Tulumba, Jesús María, Bell-Ville entre otros, fueron testigos de la presencia paternal de Fray Mamerto, quien no solo administraba los sacramentos, sino que dedicaba gran parte de su tiempo a escuchar a sus fieles.

Marcado por las fatigas apostólicas muere en plena actividad de celoso Pastor, en la posta de “El Suncho, Catamarca, el 10 de enero de 1883.

Fue declarado Venerable en 2006. El milagro propuesto para la beatificación se produjo en la diócesis de Tucumán, en Argentina, en el año 2016 en favor de una recién nacida con osteomielitis femoral grave.

El 18 de junio de 2020 el Papa Francisco promulgó el Decreto sobre el milagro atribuido a la intercesión del Venerable Siervo de Dios Mamerto Esquiú. Dicho decreto posibilita la Beatificación de fray Mamerto Esquiú. Fue beatificado en Catamarca el 04 de septiembre de 2021.