Santa Hidelgarda nació en 1098 en Bermesheim. Fue educada por Jutta von Spontheim, que vivía en la abadía de Disidoberg en Rheinpfalz donde dirigía la comunidad femenina local. Tras la muerte de Jutta en 1136, Hildegarda tomó las riendas de la abadía y diez años después traslada la comunidad a Rupertsberg, cerca de Bingen. En este lugar, Hildegarda trabajó durante treinta años. A pesar de los problemas de salud, realiza muchos viajes a altos representantes eclesiales y políticos. Testimonió la Palabra del Señor y fue promotora de la fe cristiana. La abadesa fue muy respetado por el Papa y los obispos, reyes y príncipes, pero, ante todo, fue una persona referente para el pueblo y una de las personas más estimadas de la Iglesia del siglo XII.
Ya desde joven, Hildegarda tubo visiones que aumentaron con el paso de los años. Escribió estas experiencias en innumerables documentos -con la ayuda de un “secretario”, porque no dominaba muy bien el latín. Sus escritos son considerados como las primeras obras místicas alemanas. Los documentos de Hildegarda sobre la salud, las ciencias naturales, el cosmos, cuestiones éticas y de teología son un patrimonio importante de la cultura medieval.
El 17 de septiembre de 1179 Hildegarda fallece en Rupertsberg, donde fue sepultada. Las reliquias se trasladaron al convento de Eibingen en Ruedesheim, un convento que había fundado en 1148. El 10 de mayo de 2012 el Santo Padre inscribió a Hildegarda de Bingen en el Calendario General de la Iglesia y extendió su culto litúrgico a toda la Iglesia Universal.
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