martes, 19 de octubre de 2021

San Ignacio de Antioquía


San Ignacio fue obispo de Antioquía, la primera ciudad en que los seguidores de Cristo empezaron a llamarse “Cristianos”. La tradición señala que fue un discípulo de San Juan evangelista-Por 40 años estuvo como obispo ejemplar de Antioquia que, después de Roma, era la ciudad más importante para los cristianos, porque tenía un mayor número de creyentes.

El emperador Trajano mando a encarcelar a todos los que no adoraran los falsos dioses de los paganos. Como San Ignacio se negó a adorar esos ídolos, fue llevado preso. El emperador ordeno que fuera llevado a Roma y echado a las fieras para la diversión del pueblo.

Encadenado fue llevado preso en un barco desde Antioquia hasta Roma en un largo y penosísimo viaje, durante el cual el santo escribió siete cartas que se han hecho famosas, las cuales iban dirigida a las iglesias de Asia menor.

En una de esas cartas, el santo señala que los soldados que lo llevaban eran feroces como leopardos; que lo trataban como fieras salvajes y que cuando más amablemente los trataba el, con más furia lo atormentaban.

El barco se detuvo en muchos puertos y en cada una de esas ciudades salían obispos y todos los cristianos a saludar al santo mártir y a escucharle sus provechosas enseñanzas. De rodillas recibían todos su bendición. Varios se fueron adelante hasta Roma a acompañarlo en su glorioso martirio.

Al llegar a Roma, salieron a recibirlo miles de Cristianos y algunos de ellos le ofrecieron hablar con altos dignatarios del gobierno para obtener que no lo martirizaran. Él les rogó que no lo hicieran y se arrodillo y oro con ello por la iglesia, por el fin de la persecución y por la paz del mundo. Como al día siguiente era el último y el más concurrido día de las fiestas populares y el pueblo quería ver muchos martirizados en el circo, especialmente que fueran personajes importantes, fue llevado sin más al circo para echarlo a las fieras.

Ante el inmenso gentío fue presentado en el anfiteatro. El oró a Dios y en seguida fueron soltados los dos leones hambrientos y feroces que lo destrozaron y devoraron entre el aplauso de aquella multitud ignorante y cruel. Así consiguió Ignacio lo que tanto deseaba: ser martirizado por proclamar su amor a Jesucristo.

lunes, 18 de octubre de 2021

San Serafín de Sarov


San Serafín nació en el año 1759, con el nombre de Prójor Moshnin en la ciudad Kursk en una familia de comerciantes. Cuando tenia 10 años se enfermó gravemente y en un sueño se le apareció la Madre de Dios, que prometió sanarlo. Durante su adolescencia, el muchacho tenía que ayudar a sus padres en el negocio, pero el comercio no lo atraía. El joven gustaba leer vidas de santos, ir a la iglesia y orar en soledad. A 18 años Prójor decidió hacerse monje. Su madre lo bendijo con un gran crucifijo de bronce, que el santo empezó a llevar siempre sobre su hábito. El joven se dirigió en peregrinaje a la ciudad de Kiev. En esa ciudad, la antigua capital del Estado ruso, se ubica uno de los monasterios principales del mundo ortodoxo, la lavra de las Cuevas. Durante esa peregrinación le fue anunciado el lugar de su futura vida religiosa: el monasterio de Sarov (una ciudad situada en la provincia de Nizhni Nóvgorod).

En noviembre del año 1778 llegó al monasterio y se quedó a servir en él. Finalmente, en agosto del año 1786 Prójor se convirtió en el hermano Serafín, uno de los monjes más devotos y humildes de la parroquia. San Serafín entró en el convento de Sarov como novicio. Desde su primer día en el convento, su vida se destacó por una extraordinaria moderación en la comida y en el sueño. Esto constituyó una característica de toda su vida. Comía poco y sólo una vez por día. Los miércoles y los viernes directamente se abstenía de comer. En 1780 enferma gravemente y está tres años en cama y, estando agonizando, celebran los monjes la Divina Liturgia junto a él, sanando espontáneamente. Él llega a decir que había notado que la Virgen, San Pedro y San Juan, le habían tocado la cabeza.

Su consagración monástica, con el nombre de Serafín, tuvo lugar en el año 1786, es ordenado diácono. El nombre Serafín en hebreo significa "ardiente, lleno de fuego. El justificaba su nombre con sus ardientes oraciones y pasaba todo el tiempo (salvo mínimos descansos) en el templo. Durante estos esfuerzos de oraciones y servicios religiosos, san Serafín fue honrado de ver a ángeles, que cantaban y co oficiaban en el templo. Un Jueves Santo, durante la Liturgia él contempló al Mismo Señor Jesucristo en la forma de Hijo de Hombre, Quien entraba en el templo junto con huestes celestiales y bendecía a los fieles que oraban. Paralizado por esta visión el santo no pudo hablar por mucho tiempo.

El 12 de septiembre de 1793 es ordenado sacerdote, celebrando diariamente la Divina Liturgia, cosa insólita en Rusia en aquella época. El 20 de noviembre de 1794 marcha como ermitaño a un bosque cercano al monasterio, llevando vida ascética, viviendo en una choza y cuidando de un pequeño huerto. Era vegetariano, comía una sola vez al día y los domingos se acercaba al monasterio para celebrar la Divina Liturgia con el resto de los monjes. Aunque vivía en completa soledad, se hizo amigo de los animales salvajes, especialmente de un oso, al que diariamente alimentaba.

En el año 1804 fue agredido por unos bandidos; él se defendió, pero le robaron el icono de la Virgen y lo dejaron malherido. Se recuperó y marchó de nuevo al monasterio donde fue atendido por un médico. Curado, volvió de nuevo al bosque, andando ya fatigosamente, encorvado y con un bastón, haciendo severo ayuno y orando continuamente pidiendo el fin de las guerras napoleónicas. Cuando estos malhechores fueron prendidos y juzgados, el santo intercedió por ellos ante el juez. Los delincuentes se arrepintieron y pidieron el perdón de Serafín, quien inmediatamente se lo otorgó.

En el año 1810, el archimandrita del monasterio le ordena por santa obediencia volver al mismo; él obedece y vive en absoluta soledad durante dieciséis años. Vivía como recluso, en su celda, donde había un icono de la Virgen y donde recibía los Santos Sacramentos. Los monjes decían de él que “era un ángel terrenal o un hombre celestial”. Para aquel momento la fama de sus milagros empezó a difundirse rápidamente por Rusia y a su celda comenzaron a acudir peregrinos. Al principio recibía a pocas personas pero en el año 1825 se le apareció la Virgen y le indicó que aplicara todas sus fuerzas a ayudar y consolar a la gente. Desde aquel entonces las puertas de su celda permanecieron abiertas para todo el mundo. En los últimos años de su vida edifica y organiza un monasterio femenino en Diveevo, a veinte kilómetros de Sarov.

Profetizó el día de su muerte: El 1 de enero de 1833, comulgó, llamó a los monjes para bendecirlos, indicó donde debían sepultarlo y estuvo toda la noche cantando, amaneciendo muerto, de rodillas ante su icono de la Virgen y con el libro de los Evangelios abiertos en sus manos. Su cuerpo fue expuesto a la veneración popular durante ocho días, siendo espontáneamente proclamado santo por el mismo pueblo. Fue canonizado oficialmente en Sarov, el día 19 de julio del año 1903, en presencia de toda la familia imperial rusa.

San Pacomio

San Pacomio había nacido en la ciudad de Sneh al Sur de Tebas (Egipto) sus padres eran paganos y se dedicaban al cultivo del campo. Por obligación que no por vocación desde los 19 años sirvió en el ejército de emperador Maximiliano, acabando en la cárcel. Fue allí donde entró en contacto con los cristianos y al ver su forma fraternal de comportarse, le cambió su corazón y le entraron ganas de ser como ellos, por lo que tras un breve catecumenado recibió el bautismo. A partir de este momento su único deseo va a ser huir del mundo y encontrar un refugio solitario para su alma, que se había enamorado de Dios. Impulsado por una voz que constantemente le martilleaba ¡busca en el desierto! ¡busca en el desierto! llega a la choza de un famoso anacoreta del lugar llamado Palemón, al que ruega que le deje quedarse con él para aprender los caminos del espíritu, viviendo en soledad, apartado del mundo. El anciano accede y aquí comienza la aventura ascética de Pacomio.

Siete años de duro aprendizaje habían servido a Pacomio para descubrir los secretos de la vida interior y conocerse a sí mismo por dentro, con todas sus debilidades y miserias. Del maestro había aprendido muchas cosas, a sufrir sin quejarse, a mantener a raya sus apetitos, a prevenir las sutiles tentaciones del demonio, a rezar con el corazón abierto. No fue nada fácil al principio, pero el ejemplo del viejo anacoreta que tenía a su lado le estimulaba y se decía a sí mismo “lo que hace este anciano exangüe ¿cómo no lo he de hacer yo que me encuentro en plena juventud?” Podía hacerlo y lo hizo, pero llegó un día en que quiso explorar nuevos caminos y acompañado de un séquito de discípulos, allá por el año 320, en un paraje idílico, junto a la ribera derecha del Nilo, llamado “Tabenna”, que significa Jardín de las Palmas de Isis”, al N. de Tebas, montó el cuartel general de lo que habría de ser una nueva forma de vivir el evangelio.

El fundador del Cenobio, hombre práctico dotado de facultades organizativas, con una visión diferente, iba a ir desarrollando progresivamente un nuevo programa monacal menos riguroso y más flexible y humano, donde los hermanos pudieran vivir en comunidad. Al monasterio de Tabenna, que llegó a tener mil cuatrocientos monjes, se le unieron otros más. Los cenobios vivían un tiempo de esplendor y Pacomio había realizado una obra descomunal con vocación de futuro. El eremitismo de vida solitaria, dejado al libre albedrío, habría de ser sustituido por los cenobios de vida comunitaria, donde todo estaba reglamentado y la vida se hacía en comunidad; el trabajo, la oración la comida, todos obedeciendo las órdenes del superior y donde nada se podía hacer sin su consentimiento, era algo parecido a las primeras comunidades cristianas. El monje de Tabenna sabía muy bien que “el que quiere conseguir la perfección debe renunciar a su voluntad propia” de aquí arrancarían todos los grandes promotores posteriores de la vida monástica como Basilio, Columbano o Benito. Con toda justicia Pacomio ha pasado a la historia de la Iglesia como padre del cenobio.

La gran peste que se desató el año 346 en la Tebaida, región donde estaban los monasterios diezmó a los monjes y alcanzó también a Pacomio, a consecuencia de la cual murió el 9 de mayo de 346.

La tradición cuenta que San Pacomio introdujo la devoción al Komboskini, una cuerda de oración, entre sus monjes, para que recitaran la regla y además vencieran las tentaciones, repitiendo "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador", oración enseñada por el arcángel San Gabriel.

El Patrocinio de San José


El Patrocinio de San José.

A lo largo del tiempo la fe de la Iglesia buscó el Patrocinio de San José para: la Iglesia Universal; las familias; los que se consagran en virginidad y celibato; institutos de religiosos y consagrados; cofradías, escuelas; los obreros y los artesanos; los moribundos, porque, según una piadosa tradición, san José fue asistido por Jesús y María, en la hora de su muerte.

La iniciativa de celebrar la fiesta del patrocinio de san José se debe al carmelita descalzo Juan de la Concepción (1625-1700), que fue primero Provincial de la Provincia de Cataluña y después Prepósito General de la Congregación española. Obtuvo del Capítulo General de 1679 la aprobación de la fiesta del patrocinio de san José, cuyos textos litúrgicos fueron realizados por otro carmelita descalzo catalán, el P. Juan de San José (1642-1718). La Congregación para los Ritos, después de una auténtica reconstrucción de los textos hecha por el cardenal G. Casanate, los aprobó el 6 de abril de 1680. Se fijó la fiesta del patrocinio en el tercer domingo después de Pascua. Rápidamente, esta celebración se extendió a muchas órdenes y congregaciones religiosas, hasta la proclamación del patrocinio sobre la Iglesia universal.

El 10 de septiembre de 1847, con el decreto de la Congregación para los ritos Inclytus Patriarcha Joseph, el papa Pío IX, en tiempos de grave tribulación, extendió a toda la Iglesia la fiesta del patrocinio de san José, a celebrar el tercer domingo de Pascua. Como textos litúrgicos para la misa y el oficio se tomaron, con alguna adaptación, los usados por los carmelitas. Fue la primera intervención a favor del culto a san José realizada por Pío IX, cuando había pasado apenas un año del inicio de su pontificado, caracterizado de una gran devoción al padre de Jesús. En ocasión de la convocatoria del Concilio Vaticano I llegaron al papa numerosas peticiones para que se incrementase mayormente el culto a san José, en particular mediante su proclamación como patrono de la Iglesia universal. El Concilio, interrumpido bruscamente en septiembre de 1870, no tuvo tiempo de escuchar esta petición. Por ello, el 8 de diciembre de ese año, el mismo Pío IX procedió a la solemne proclamación mediante el decreto de la Congregación para los Ritos Quemadmodum Deus.

La fiesta del patrocinio de san José fue desplazada en 1913 al miércoles de la tercera semana después de Pascua, para ser sustituida en 1956 por la memoria de san José obrero, fijada el primero de mayo.

ORACIÓN PIDIENDO A SAN JOSÉ SU PATROCINIO

¡Oh glorioso San José!. Por tu profundísima humildad, por tu mansedumbre inalterable, por tu paciencia invencible, por tu pureza angelical y por la perfectísima fidelidad que te hizo puntual imitador de las virtudes de Jesús, te pido me consueles en todas mis penas, me dirijas en mis dudas, me defiendas en las tentaciones y extiendas tu brazo contra todos mis enemigos, visibles e invisibles, rompiendo y desbaratando los lazos y celadas que tienden y arman contra mí. ¡Oh mi amado San José!, ruega también a Jesús, por el triunfo de la Santa Iglesia, por el Romano Pontífice, los Obispos, los Sacerdotes y todas las Ordenes religiosas; ruega por la perseverancia de los justos, por la conversión de los pecadores y por el regreso de los herejes y cismáticos al seno de la Iglesia. Protege y defiende nuestra patria y haz que prosperen en ella la religión, la justicia. la paz, la virtud y las buenas costumbre. Oye, pues, nuestras súplicas, escucha nuestros clamores, enjuga nuestras lágrimas y haznos dignos de alabar en el cielo a la Santísima Trinidad, que te ha coronado de tanta gloria. Amén.


San José, Patrono y protector de la Iglesia Universal


El Beato Papa Pío IX, atendiendo a las innumerables peticiones que recibió de los fieles católicos del mundo entero, y, sobre todo, al ruego de los obispos reunidos en el concilio Vaticano I, declaró y constituyó a San José Patrono Universal de la Iglesia, el 8 de diciembre de 1870.

¿Qué guardián o que patrón va darle Dios a su Iglesia? pues el que fue el protector del Niño Jesús y de María.

Oración a San José, Patrono de la Iglesia Universal

Oh Glorioso San José,
Patrono de la Iglesia Universal,
Te imploro a que obtengas
de los corazones de Jesús y María,
la preservación de nuestra restante
Comunidad Católica y todos los miembros,
de toda división, disensión y discordia.

Que tu, fiel Guardián de la Santa Familia,
otorgues que nuestra familia espiritual, todos los miembros
de nuestra restante Comunidad Católica,
esté siempre unida con los Lazos de Fe y Caridad,
y que permanezca siempre como Un solo Corazón,
Una sola Mente y Un solo Alma,
en los Corazones de Jesús y María.

San José, Protector especial de nuestra Comunidad,
guía, bendice y protégenos contra los ataques
de todos nuestros enemigos y detractores.

A través de Nuestro Señor Jesucristo,
Quien vive y reina con el Padre
y el Espíritu Santo, Un Solo Dios,
por los siglos de los siglos. Amén

Se reza tambien los Domingos

Dolores y alegrías de San José

                               


Glorioso San José, por el dolor y el gozo que viviste en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios en el seno de nuestra Santa Madre la Virgen María. Obtiene para nosotros la gracia de la confianza en Dios.



Glorioso San José, por el dolor que experimentaste al ver nacer al Niño Jesús en tanta pobreza y por el gozo que sentiste al ver como lo adoraban los ángeles. Obtén para nosotros la gracia de acercarnos a la santa comunión con fe, humildad y amor.


Glorioso San José, por el dolor que experimentaste al circuncidar al Divino Niño y por el gozo que sentiste al ponerle el nombre de Jesús, ordenado por el ángel. Obtén para nosotros la gracia de quitar del corazón todo aquello que no es bueno frente a los ojos de Dios.



Glorioso San José, por el dolor y el gozo que experimentaste al escuchar la profecía del viejo Simeón, que anunciaba la perdición y por otro lado la salvación de tantas almas mientras tomaba al Niño Jesús en sus brazos. Obtén para nosotros gracia de meditar los dolores de Jesús y los dolores de María.


Glorioso San José, por el dolor que experimentaste al huir a Egipto y por el gozo que sentiste al tener siempre contigo a Dios junto a su Madre. Obtén para nosotros la gracia de poder cumplir con fidelidad y amor todos nuestros deberes.


Glorioso San José, por el dolor que experimentaste en la persecución del Niño Jesús y por el gozo de volver a tu casa de Nazaret. Obtén para nosotros la gracia de hacer siempre la voluntad de Dios.


Glorioso San José, por el dolor que sufriste cuando se perdió Jesús y por el gozo que sentiste cuando lo encontraste. Obtén para nosotros la gracia de llevar una buena vida y morir santamente.





jueves, 7 de octubre de 2021

Nuestra Señora del Rosario de Pompeya

Hace casi mil años, estando en Francia, Santo Domingo de Guzmán recibía de la Virgen María, según una piadosa creencia, la revelación del rosario como medio seguro para convertir a los herejes albigenses que infestaban el sur de aquel país.

Algunos siglos más tarde, el Papa San Pío V instituyó la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias, en acción de gracias por el gran triunfo naval obtenido por los cristianos contra los turcos en Lepanto, en el día en que se hacían en la Cristiandad procesiones de las cofradías del Rosario con esa intención.

Su sucesor, Gregorio XIII, cambió el nombre de la fiesta por el de Nuestra Señora del Rosario, confirmando el papel de esta piadosa práctica en aquella victoria. Y la fijó para el primer domingo de octubre.

En 1716 Clemente XI extendió la fiesta a toda la Iglesia, después de nuevas victorias obtenidas contra los turcos en Hungría. Y en el siglo XIX, el mes de octubre fue dedicado al rosario. Esta devoción se convirtió, desde entonces, en uno de los más significativos símbolos del catolicismo.

Hoy presentamos la historia de Nuestra Señora del Rosario de Pompeya, un ilustrativo ejemplo de las gracias que la Madre de Dios quiso distribuir mediante esta invocación y el uso del poderoso medio de santificación que es el rosario.

Bajo las cenizas del Vesubio…

Eran las 11 de la mañana del 24 de agosto del año 79 de nuestra era. Los 25 mil habitantes de la ciudad de Pompeya, al sur de Nápoles, se dedicaban a sus quehaceres cotidianos o a sus reprobables vicios, cuando un estruendo aterrador los arrastró instintivamente hacia las calles.

¡Del Vesubio subía al cielo una inmensa columna de fuego! Instantes después su cráter, transformado en horrible boca del infierno, comenzó a expeler piedras incandescentes como si fueran misiles orientados contra la ciudad. Una lluvia de cenizas incandescentes, impregnada de vapores sulfúreos y de cloro, oscureció el cielo.

¿Qué hacer? ¿Para dónde escapar? La aterrada población comenzó a esconderse en las casas o a huir locamente sin dirección. Pero era demasiado tarde: en poco tiempo Pompeya y otras cuatro ciudades quedaron sepultadas bajo diez metros de cenizas…

Poco a poco se fue perdiendo la memoria de la catástrofe, y en los 1600 años subsiguientes casi nadie oiría hablar de ella.

Hasta que a comienzos del siglo XVII, el arquitecto Domenico Fontana redescubrió Pompeya. Pero fue sólo al final del siglo siguiente que se iniciaron los trabajos arqueológicos sistemáticos —que continúan hasta hoy— para rescatarla de las cenizas. Poco a poco fue posible reconstituir las casas, mobiliarios y escenas de la vida cotidiana de la otrora brillante ciudad, así como de algunos de sus abominables vicios, posible causa de la cólera divina.


domingo, 19 de septiembre de 2021

Nuestra Señora de La Salette

HISTORIA

Los niños pastores Maximino, de once años y Melanie, de quince, vieron a la Virgen María, el día 19 de septiembre de 1846, en una meseta montañosa al sudeste de Francia, cerca del poblado de la Salette.

Estaban cuidando del ganado, tarea habitual de Melanie, pero para Maximino era todo nuevo: su padre se lo había pedido porque su ayudante habitual estaba enfermo por esos días. El día era muy caluroso y los dos acordaron en comer su almuerzo a la sombra. Se quedaron dormidos y al despertar el ganado no estaba. Lo encontraron pastando plácidamente. Volvieron a recoger sus utensilios en el lugar del almuerzo y vieron un globo luminoso. Vieron a una Señora que estaba sentada en una enorme piedra. Estaba amargamente llorando y el rostro lo tenía entre sus manos. La Señora se levantó y les dijo que no tuvieran miedo de ella y que les iba a comunicar importantes noticias para toda la humanidad. Al principio nadie les creyó. Pero el párroco de la Salette se quedó muy impresionado por el relato.

Los niños fueron una y otra vez interrogados y siempre narraban lo mismo.

Surgió una fuente cerca del lugar donde la Señora se había aparecido. El Obispo de la Salette encargó a dos teólogos la investigación de la aparición y de todas las curaciones de enfermos que desde entonces se producían cerca del pueblo. Después de 5 años de una rigurosa investigación, el obispo de Grenoble, Monseñor Philibert de Bruillard, reconoce la autenticidad de la Aparición.

Finalmente el Papa Pío IX aprobó la devoción a Nuestra Señora de la Salette.

EL MENSAJE

La Virgen mencionó específicamente la necesidad de renunciar a dos graves pecados en los que se incurría con mucha frecuencia:

La blasfemia y el no tomar el domingo como día de descanso y asistencia a la Santa Misa.

Les pidió a los niños que rezasen, hicieran sacrificios y que propagasen su mensaje: oración perseverante y profunda, participación en la Santa Misa y recobrar la dignidad del hombre actuando como verdaderos cristianos.

La Virgen lloraba por el mal moral de la humanidad y avisó de grandes calamidades como el deterioro de las cosechas y la hambruna en muchas partes del mundo.


ORACION

Acuérdate, oh Virgen de la Salette, verdadera Madre de dolores, de las lágrimas que has derramado por nosotros en el calvario.
Acuérdate también del cuidado que tienes siempre por tu pueblo para que, en nombre de Cristo, se deje reconciliar con Dios.
Y ve, si después de haber hecho tanto por estos, tus hijos, puedes abandonarlos.
Animados por tu ternura , míranos , Madre, suplicantes, a pesar de nuestras infidelidades e ingratitudes.
Confiamos plenamente en ti. Oh Virgen Reconciliadora.
Vuelve nuestros corazones hacia tu Hijo Jesús:
Alcánzanos la gracia de amarlo sobre todas las cosas y de consolarte a ti con una vida santa, ofrecida para gloria de Dios y amor de los hermanos.

Amén.

domingo, 5 de septiembre de 2021

Beato Fray Mamerto Esquiú

En la hermosa y norteña Catamarca, en Piedra Blanca, un 11 de mayo de 1826, nace el niño Mamerto de la Ascensión Esquiú. Sus padres, Santiago y Maria de las Nieves, y sus hermanos Rosa, Odorico, Marcelina, Justa y Josefa, configuraban una familia sencilla, trabajadora y de vida cristiana.

Fray Mamerto Esquiú, con unción los recuerda en su diario: “Seis éramos los hijos venturosos de estos padres tiernos que, son bienes de fortuna y en humilde estado de labradores, eran felicísimos en la tranquilidad de su virtud… y en las dulzuras de una vida abocada a su familia y a Dios…”

A los 5 años de edad, su madre lo vistió con el hábito de San Francisco, en cumplimiento de una promesa que hiciera por su restablecimiento, al nacer gravemente enfermo. Mamerto, en calidad de aspirante a la Orden, contando apenas con 10 años, entró al convento franciscano de Catamarca.

Entró en 1841 ingresó al noviciado entre los Frailes Menores de la Provincia de la Asunción en Argentina. El 15 de mayo de 1849 celebró su primera Misa. Como sacerdote se distinguió particularmente en la predicación, ministerio por el cual fue apreciado no sólo en los ambientes eclesiales sino también en los políticos.

En 1853, al pronunciar el sermón sobre la Constitución Nacional, pidiendo por la paz y la unión de los argentinos, se hace conocido en casi todos los ámbitos de la Nación.

Sus llamamientos a la paz, a la hermandad y a la colaboración civil contribuyeron a crear el clima socio-cultural para el nacimiento del nuevo Estado Federal Argentino. En espíritu de servicio y evangelización, entre 1855 y 1862, el padre Esquiú aceptó también desempeñar un papel político activo, como diputado y miembro del Consejo de Gobierno de Catamarca.

Deseoso de volver a la vida franciscana regular, obtuvo el traslado en 1862 a un convento de misiones en Tarija, Bolivia, como misionero apostólico, con el propósito de llevar una vida más austera y oculta.

En 1870 fue propuesto a la sede episcopal de Buenos Aires, pero se consideró indigno y, por tanto, se alejó del país peregrinando a Tierra Santa, a Roma y a Asís.

En 1877 peregrinó a Tierra Santa. En Jerusalén desea permanecer hasta el fin de sus días, sin embargo, la obediencia lo regresa a su patria con el mandato de cooperar en el restablecimiento de la vida regular entre los religiosos.

En 1879 rechaza nuevamente el nombramiento como Obispo de Córdoba, pero el Sr. Nuncio le dice: “Es voluntad del Santo Padre que Ud. sea Obispo de Córdoba”, a lo que Fray Mamerto responde: “Si el Papa lo quiere, Dios lo quiere y acepta. Así se convierte en pastor y padre solícito de esta diócesis mediterránea.

Fue consagrado el 12 de diciembre de 1880, y Córdoba luego de tres años vuelve a tener cabeza espiritual. Fue caritativo y generoso ante toda necesidad, celoso en su ministerio, manso y humilde en su expresión, pobre al máximo y sacrificado, se impone realmente por la práctica de las virtudes, proponiendo la santidad como corazón de la vida sacerdotal y del compromiso cristiano. El fundamento de su extraordinaria actividad pastoral fue la intensa vida de oración y de unión a Cristo.

Predicó en casi todas las iglesias y capillas de Córdoba, dio ejercicios espirituales en varios lugares; y los monasterios, hospitales cárceles fueron testigos del paso y de la voz del infatigable Obispo. Creó el Taller de la Sagrada Familia, lugar de trabajo para las mujeres sin recurso, y llevó a cabo diversas obras de esta índole en estrecha colaboración con los párrocos. El Seminario de Córdoba se vio enriquecido por la labor promotora de Fray Mamerto con el restablecimiento de los estudios teológicos.

Su segundo año de Episcopado fue como “campesino” yendo de pueblo en pueblo, recorriendo la campaña. Río Cuarto, Río Segundo, Tulumba, Jesús María, Bell-Ville entre otros, fueron testigos de la presencia paternal de Fray Mamerto, quien no solo administraba los sacramentos, sino que dedicaba gran parte de su tiempo a escuchar a sus fieles.

Marcado por las fatigas apostólicas muere en plena actividad de celoso Pastor, en la posta de “El Suncho, Catamarca, el 10 de enero de 1883.

Fue declarado Venerable en 2006. El milagro propuesto para la beatificación se produjo en la diócesis de Tucumán, en Argentina, en el año 2016 en favor de una recién nacida con osteomielitis femoral grave.

El 18 de junio de 2020 el Papa Francisco promulgó el Decreto sobre el milagro atribuido a la intercesión del Venerable Siervo de Dios Mamerto Esquiú. Dicho decreto posibilita la Beatificación de fray Mamerto Esquiú. Fue beatificado en Catamarca el 04 de septiembre de 2021.

lunes, 30 de agosto de 2021

Santa Rosa de Lima y el doctorcito

 (Isabel Flores de Oliva; Lima, 1586 - 1617) terciaria dominica peruana de la orden de los dominicos fue la primera santa de América. Tras haber dado signos de una intensa vida espiritual, a los veinte años tomó el hábito de terciaria dominica, y consagró su vida a la atención de los enfermos y niños y a las prácticas ascéticas, extendiéndose pronto la fama de su santidad.

Su devoción al Niño Jesús

De acuerdo con la tradición, se dice que Santa Rosa tenía en su casa una preciosa imagen del Divino Niño a la que muchas personas necesitadas de Lima, especialmente enfermos, acudían para verla y recibir de ella consuelo y alivio a sus enfermedades; de allí su apelativo de “Doctorcito”.

Ella, haciendo oración a su “Doctorcito o Mediquito” como le llamaba en tono familiar, les obtenía la salud a los enfermos. Desde entonces, el “Doctorcito de Santa Rosa”, por su intercesión, viene haciendo milagros para remediar las dolencias humanas.

sábado, 7 de agosto de 2021

San Cayetano de Thiene


San Cayetano, descendiente de la noble familia Thiene, hijo de Gaspar de Thiene y de María Porto, nació en Vicenza (Italia) presumiblemente en el mes de octubre de 1480. Consiguió el doctorado en ambos derechos, canónico y civil, en la Universidad de Padua. Poco tiempo después, habiendo recibido la sagrada tonsura (1504), por la que entraba a formar parte del estamento eclesiástico, se trasfirió a Roma (1507), para formar parte de la Curia Romana, bajo el pontificado de Julio II. Al servicio de este Papa desarrolló el oficio de escritor de las letras apostólicas, con la función de Protonotario Apostólico.

Sumándose al Oratorio del Divino Amor de Roma (1515), desarrolló en distintas ciudades italianas actividades similares a las que dicha confraternidad desplegaba. El 30 de septiembre de 1516 fue ordenado sacerdote. En este marco, lo vemos dedicado a la oración, el estudio de las Sagradas Escrituras y la atención a los enfermos, especialmente a aquellos que se denominaban «incurables». Fruto de esta última actividad desempeñada por Cayetano de Thiene fue la fundación del Hospital de Incurables de Venecia, junto a las patricias venecianas María Malpier y Marina Grimani, en 1522. También el Santo vicentino realizó un apostolado de la misma índole en el Hospital de la Misericordia de Vicenza, dándole la forma de nosocomio para incurables, y en el Hospital de San Giacomo in Augusta, de Roma.

Comprometiéndose a reformar las costumbres de los eclesiásticos, se esforzó por restaurar en la Iglesia de su tiempo el modo de vivir de los Apóstoles. En esta empresa se encontró con Juan Pedro Carafa, obispo de Chieti y miembro del Oratorio del Divino Amor romano. La resultante de este encuentro fue la fundación de la Orden de los Clérigos Regulares Teatinos el 14 de septiembre de 1524.

De índole mansa y sociable, dotado de luminosas virtudes sacerdotales, promovió el esplendor del culto divino y la participación frecuente a los sacramentos. Nos deslumbra en Cayetano la veneración a la Natividad de nuestro Señor Jesucristo y a su Pasión, y, especialmente, el modo en que ello se ha conjugado con la devoción a la Virgen María. De allí que cierta iconografía represente a San Cayetano recibiendo al Niño Jesús en sus brazos, tal como se lo ofreciera la misma Virgen. Este modo de recrear la figura de Cayetano tiene su fundamento en la narración que él hiciera a Sor Laura Mignani, acerca de una experiencia mística en la Basílica de Santa María la Mayor de Roma, en la Navidad de 1517.

Dispuesto a no tener ni una moneda para pagar su sepultura, se consagró plenamente a una vida pobre, de servicio a los más necesitados y de confianza en la Divina Providencia. Así, colmada su vida de santidad y entrega, murió en Nápoles el 7 de agosto de 1547. Sus restos mortales descansan en la cripta de la Basílica de San Pablo el Mayor de Nápoles. Fue beatificado por Urbano VIII el 8 de octubre de 1629, mientras que Clemente X lo proclamó Santo el 12 de abril de 1671. Su fiesta litúrgica se celebra el 7 de agosto.

Oración


¡Oh glorioso San Cayetano Padre de la Providencia!, no permitas que en mi casa me falte la subsistencia y de tu liberal mano una limosna te pido en lo temporal y humano.

¡Oh glorioso San Cayetano!, Providencia, Providencia, Providencia.

(Aquí se pide la gracia que se desea conseguir)

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jaculatoria. Glorioso San Cayetano, interceded por nosotros ante la Divina Providencia.

jueves, 5 de agosto de 2021

San Juan María Vianney


Nació en Dardilly, Francia, el 8 de mayo de 1786. Durante su infancia estalló la Revolución Francesa que persiguió ferozmente a la religión católica. Así que él y su familia, para poder asistir a misa tenían que hacerlo en celebraciones hechas a escondidas, donde los agentes del gobierno no se dieran cuenta, porque había pena de muerte para los que se atrevieran a practicar en público su religión. La primera comunión la hizo Juan María a los 13 años, en una celebración nocturna, a escondidas, en un pajar, a donde los campesinos llegaban con bultos de pasto, simulando que iban a alimentar sus ganados, pero el objeto de su viaje era asistir a la Santa Misa que celebraba un sacerdote, con grave peligro de muerte, si los sorprendían las autoridades.

Juan María deseaba ser sacerdote, pero a su padre no le interesaba perder este buen obrero que le cuidaba sus ovejas y le trabajaba en el campo. Además no era fácil conseguir seminarios en esos tiempos tan difíciles. Y como estaban en guerra, Napoleón mandó reclutar todos los muchachos mayores de 17 años y llevarlos al ejército. Y uno de los reclutados fue nuestro biografiado. Se lo llevaron para el cuartel, pero por el camino, por entrar a una iglesia a rezar, se perdió del grupo. Volvió a presentarse, pero en el viaje se enfermó y lo llevaron una noche al hospital y cuando al día siguiente se repuso ya los demás se habían ido. Las autoridades le ordenaron que se fuera por su cuenta a alcanzar a los otros, pero se encontró con un hombre que le dijo. "Sígame, que yo lo llevaré a donde debe ir". Lo siguió y después de mucho caminar se dio cuenta de que el otro era un desertor que huía del ejército, y que se encontraban totalmente lejos del batallón.

Y al llegar a un pueblo, Juan María se fue a donde el alcalde a contarle su caso. La ley ordenaba pena de muerte a quien desertara del ejército. Pero el alcalde que era muy bondadoso escondió al joven en su casa, y lo puso a dormir en un pajar, y así estuvo trabajando escondido por bastante tiempo, cambiándose de nombre, y escondiéndose muy hondo entre el pasto seco, cada vez que pasaban por allí grupos del ejército. Al fin en 1810, cuando Juan llevaba 14 meses de desertor el emperador Napoleón dio un decreto perdonando la culpa a todos los que se habían fugado del ejército, y Vianney pudo volver otra vez a su hogar.

Trató de ir a estudiar al seminario pero su intelecto era romo y duro, y no lograba aprender nada. Los profesores exclamaban: "Es muy buena persona, pero no sirve para estudiante No se le queda nada". Y lo echaron.

Se fue en peregrinación de muchos días hasta la tumba de San Francisco Regis, viajando de limosna, para pedirle a ese santo su ayuda para poder estudiar. Con la peregrinación no logró volverse más inteligente, pero adquirió valor para no dejarse desanimar por las dificultades. El año siguiente, recibió el sacramento de la confirmación, que le confirió todavía mayor fuerza para la lucha; en él tomó Juan María el nombre de Bautista.

El Padre Balley había fundado por su cuenta un pequeño seminario y allí recibió a Vianney. Al principio el sacerdote se desanimaba al ver que a este pobre muchacho no se le quedaba nada de lo que él le enseñaba Pero su conducta era tan excelente, y su criterio y su buena voluntad tan admirables que el buen Padre Balley dispuso hacer lo posible y lo imposible por hacerlo llegar al sacerdocio.

Después de prepararlo por tres años, dándole clases todos los días, el Padre Balley lo presentó a exámenes en el seminario. Fracaso total. No fue capaz de responder a las preguntas que esos profesores tan sabios le iban haciendo. Resultado: negativa total a que fuera ordenado de sacerdote.

Su gran benefactor, el Padre Balley, lo siguió instruyendo y lo llevó a donde sacerdotes santos y les pidió que examinaran si este joven estaba preparado para ser un buen sacerdote. Ellos se dieron cuenta de que tenía buen criterio, que sabía resolver problemas de conciencia, y que era seguro en sus apreciaciones en lo moral, y varios de ellos se fueron a recomendarlo al Sr. Obispo. El prelado al oír todas estas cosas les preguntó: ¿El joven Vianney es de buena conducta? - Ellos le repondieron: "Es excelente persona. Es un modelo de comportamiento. Es el seminarista menos sabio, pero el más santo" "Pues si así es - añadió el prelado - que sea ordenado de sacerdote, pues aunque le falte ciencia, con tal de que tenga santidad, Dios suplirá lo demás".

Y así el 12 de agosto de 1815, fue ordenado sacerdote, este joven que parecía tener menos inteligencia de la necesaria para este oficio, y que luego llegó a ser el más famoso párroco de su siglo (4 días después de su ordenación, nació San Juan Bosco). Los primeros tres años los pasó como vicepárroco del Padre Balley, su gran amigo y admirador.

Unos curitas muy sabios habían dicho por burla: "El Sr. Obispo lo ordenó de sacerdote, pero ahora se va a encartar con él, porque ¿a dónde lo va a enviar, que haga un buen papel?".

Y el 9 de febrero de 1818 fue enviado a la parroquia más pobre e infeliz. Se llamaba Ars. Tenía 370 habitantes. A misa los domingos no asistían sino un hombre y algunas mujeres. Su antecesor dejó escrito: "Las gentes de esta parroquia en lo único en que se diferencian de los ancianos, es en que ... están bautizadas". El pueblucho estaba lleno de cantinas y de bailaderos. Allí estará Juan Vianney de párroco durante 41 años, hasta su muerte, y lo transformará todo.

El nuevo Cura Párroco de Ars se propuso un método triple para cambiar a las gentes de su desarrapada parroquia. Rezar mucho. Sacrificarse lo más posible, y hablar fuerte y duro. ¿Qué en Ars casi nadie iba a la Misa? Pues él reemplazaba esa falta de asistencia, dedicando horas y más horas a la oración ante el Santísimo Sacramento en el altar. ¿Qué el pueblo estaba lleno de cantinas y bailaderos? Pues el párroco se dedicó a las más impresionantes penitencias para convertirlos. Durante años solamente se alimentará cada día con unas pocas papas cocinadas. Los lunes cocina una docena y media de papas, que le duran hasta el jueves. Y en ese día hará otro cocinado igual con lo cual se alimentará hasta el domingo. Es verdad que por las noches las cantinas y los bailaderos están repletos de gentes de su parroquia, pero también es verdad que él pasa muchas horas de cada noche rezando por ellos. ¿Y sus sermones? Ah, ahí si que enfoca toda la artillería de sus palabras contra los vicios de sus feligreses, y va demoliendo sin compasión todas las trampas con las que el diablo quiere perderlos.

Cuando el Padre Vianney empieza a volverse famoso muchas gentes se dedican a criticarlo. El Sr. Obispo envía un visitador a que oiga sus sermones, y le diga que cualidades y defectos tiene este predicador. El enviado vuelve trayendo noticias malas y buenas.

El prelado le pregunta: "¿Tienen algún defecto los sermones del Padre Vianney? - Sí, Monseñor: Tiene tres defectos. Primero, son muy largos. Segundo, son muy duros y fuertes. Tercero, siempre habla de los mismos temas: los pecados, los vicios, la muerte, el juicio, el infierno y el cielo". - ¿Y tienen también alguna cualidad estos sermones? - pregunta Monseñor-. "Si, tienen una cualidad, y es que los oyentes se conmueven, se convierten y empiezan una vida más santa de la que llevaban antes".

El Obispo satisfecho y sonriente exclamó: "Por esa última cualidad se le pueden perdonar al Párroco de Ars los otros tres defectos".

Los primeros años de su sacerdocio, duraba tres o más horas leyendo y estudiando, para preparar su sermón del domingo. Luego escribía. Durante otras tres o más horas paseaba por el campo recitándole su sermón a los árboles y al ganado, para tratar de aprenderlo. Después se arrodillaba por horas y horas ante el Santísimo Sacramento en el altar, encomendando al Señor lo que iba decir al pueblo. Y sucedió muchas veces que al empezar a predicar se le olvidaba todo lo que había preparado, pero lo que le decía al pueblo causaba impresionantes conversiones. Es que se había preparado bien antes de predicar.

Pocos santos han tenido que entablar luchas tan tremendas contra el demonio como San Juan Vianney. El diablo no podía ocultar su canalla rabia al ver cuantas almas le quitaba este curita tan sencillo. Y lo atacaba sin compasión. Lo derribaba de la cama. Y hasta trató de prenderle fuego a su habitación . Lo despertaba con ruidos espantosos. Una vez le gritó: "Faldinegro odiado. Agradézcale a esa que llaman Virgen María, y si no ya me lo habría llevado al abismo".

Un día en una misión en un pueblo, varios sacerdotes jóvenes dijeron que eso de las apariciones del demonio eran puros cuentos del Padre Vianney. El párroco los invitó a que fueran a dormir en el dormitorio donde iba a pasar la noche el famoso padrecito. Y cuando empezaron los tremendos ruidos y los espantos diabólicos, salieron todos huyendo en pijama hacia el patio y no se atrevieron a volver a entrar al dormitorio ni a volver a burlarse del santo cura. Pero él lo tomaba con toda calma y con humor y decía: "Con el patas hemos tenido ya tantos encuentros que ahora parecemos dos compinches". Pero no dejaba de quitarle almas y más almas al maldito Satanás.

Cuando concedieron el permiso para que lo ordenaran sacerdote, escribieron: "Que sea sacerdote, pero que no lo pongan a confesar, porque no tiene ciencia para ese oficio". Pues bien: ese fue su oficio durante toda la vida, y lo hizo mejor que los que sí tenían mucha ciencia e inteligencia. Porque en esto lo que vale son las iluminaciones del Espíritu Santo, y no nuestra vana ciencia que nos infla y nos llena de tonto orgullo.

Tenía que pasar 12 horas diarias en el confesionario durante el invierno y 16 durante el verano. Para confesarse con él había que apartar turno con tres días de anticipación. Y en el confesionario conseguía conversiones impresionantes.

Desde 1830 hasta 1845 llegaron 300 personas cada día a Ars, de distintas regiones de Francia a confesarse con el humilde sacerdote Vianney. El último año de su vida los peregrinos que llegaron a Ars fueron 100 mil. Junto a la casa cural había varios hoteles donde se hospedaban los que iban a confesarse.

A las 12 de la noche se levantaba el santo sacerdote. Luego hacía sonar la campana de la torre, abría la iglesia y empezaba a confesar. A esa hora ya la fila de penitentes era de más de una cuadra de larga. Confesaba hombres hasta las seis de la mañana. Poco después de las seis empezaba a rezar los salmos de su devocionario y a prepararse a la Santa Misa. A las siete celebraba el santo oficio. En los últimos años el Obispo logró que a las ocho de la mañana se tomara una taza de leche.

De ocho a once confesaba mujeres. A las 11 daba una clase de catecismo para todas las personas que estuvieran ahí en el templo. Eran palabras muy sencillas que le hacían inmenso bien a los oyentes.

A las doce iba a tomarse un ligerísimo almuerzo. Se bañaba, se afeitaba, y se iba a visitar un instituto para jóvenes pobres que él costeaba con las limosnas que la gente había traído. Por la calle la gente lo rodeaba con gran veneración y le hacían consultas.

De una y media hasta las seis seguía confesando. Sus consejos en la confesión eran muy breves. Pero a muchos les leía los pecados en su pensamiento y les decía los pecados que se les habían quedado sin decir. Era fuerte en combatir la borrachera y otros vicios.

En el confesionario sufría mareos y a ratos le parecía que se iba a congelar de frío en el invierno y en verano sudaba copiosamente. Pero seguía confesando como si nada estuviera sufriendo. Decía: "El confesionario es el ataúd donde me han sepultado estando todavía vivo". Pero ahí era donde conseguía sus grandes triunfos en favor de las almas.

Por la noche leía un rato, y a las ocho se acostaba, para de nuevo levantarse a las doce de la noche y seguir confesando.

Cuando llegó a Ars solamente iba un hombre a misa. Cuando murió solamente había un hombre en Ars que no iba a misa. Se cerraron muchas cantinas y bailaderos.

En Ars todos se sentían santamente orgullosos de tener un párroco tan santo. Cuando él llegó a esa parroquia la gente trabajaba en domingo y cosechaba poco. Logró poco a poco que nadie trabajara en los campos los domingos y las cosechas se volvieron mucho mejores.

Siempre se creía un miserable pecador. Jamás hablaba de sus obras o éxitos obtenidos. A un hombre que lo insultó en la calle le escribió una carta humildísima pidiéndole perdón por todo, como si el hubiera sido quién hubiera ofendido al otro. El obispo le envió un distintivo elegante de canónigo y nunca se lo quiso poner. El gobierno nacional le concedió una condecoración y él no se la quiso colocar. Decía con humor: "Es el colmo: el gobierno condecorando a un cobarde que desertó del ejército". Y Dios premió su humildad con admirables milagros.

El 4 de agosto de 1859 pasó a recibir su premio en la eternidad.

Fue beatificado el 8 de enero de 1905 por el Papa San Pío X, y canonizado por S.S. Pío XI el 31 de mayo de 1925.

Te amo, Oh mi Dios.
Mi único deseo es amarte
Hasta el último suspiro de mi vida.
Te amo, Oh infinitamente amoroso Dios,
Y prefiero morir amándote que vivir un instante sin Ti.
Te amo, oh mi Dios, y mi único temor es ir al infierno
Porque ahí nunca tendría la dulce consolación de tu amor,
Oh mi Dios,
si mi lengua no puede decir
cada instante que te amo,
por lo menos quiero
que mi corazón lo repita cada vez que respiro.
Ah, dame la gracia de sufrir mientras que te amo,
Y de amarte mientras que sufro,
y el día que me muera
No solo amarte pero sentir que te amo.
Te suplico que mientras más cerca estés de mi hora
Final aumentes y perfecciones mi amor por Ti.
Amén.

miércoles, 4 de agosto de 2021

Santa María Magdalena Postel

María Magdalena Postel nació el 28 de noviembre de 1756 en Barfleur, Normandía; fue la mayor de siete hijos de Juan y Teresa Levallois. Esta familia de campesinos acomodados y estimados por el pueblo, fue para ella la escuela de buenas acciones y de piedad. A los nueve años hizo la primera Comunión y emitió el voto de castidad. Al poco tiempo quedó huérfana de padre y madre.

Estudió en la abadía de Valognes. Años después abrió en su región una escuela gratuita para niñas, para formarlas y que fueran mujeres y madres capaces de dirigir hogares donde fuera agradable vivir. Pero entonces estalló la Revolución Francesa. Las órdenes religiosas fueron suprimidas, los sacerdotes que se negaron a hacer el juramento fueron desterrados, y las iglesias cerradas.

El Obispo, en 1791, para no dejar al pueblo sin sacramentos, autorizó a María Magdalena guardar en su casa la Eucaristía, distribuir la comunión y celebrar otros ritos. Con gran devoción hizo esto la comprometida laica durante diez años, y se ganó que la llamaran “la virgen sacerdote”. Fue en esta etapa cuando trabajó intensamente en el campo religioso, caritativo y educativo; se salvó milagrosamente de diversas persecuciones. Y el Señor, la favoreció con carismas especiales.

Magdalena se hizo Terciaria Franciscana el 13 de febrero de 1798. No cambió mucho su estilo de vida, pues ya era ascético; sin embargo, de San Francisco de Asís aprendió la generosidad en el amor a Dios y a los hermanos y el fervor en la oración, que la llevaron a emprender nuevas iniciativas en el apostolado.

El 8 de septiembre de 1807, junto con cuatro hermanas y, con la aprobación del Obispo, inauguró en Cherbourg el Instituto de Hermanas de las Escuelas Cristianas de la Misericordia. Para éste, redactó una regla muy austera, inspirada en las de los Hermanos de La Salle, cuya misión era la enseñanza gratuita a las niñas.

La nueva Congregación pasó por momentos difíciles a causa de falta de recursos económicos y estuvo a punto de desaparecer. María Magdalena no se desalentó y siguió a delante y creó una escuela en Tamerville, que se convirtió en una de las más avanzadas en el campo pedagógico, hasta el punto de eliminar los castigos y promover el uso de la racionalidad en el trato con las alumnas.

Además de someterse para ser directora, tras el Concordato de 1816, tuvo que buscar una casa madre para su Congregación, para la que adquirió, la abadía de Saint-Sauveur-le-Vicomte, cerca de Coutances, donde vivieron en la más extrema pobreza. Gobernó su Institución hasta una edad muy avanzada con criterios tan espirituales que llegó a fundar 37 casas, desplegando una gran actividad a pesar del asma que sufría. A partir de 1837, el abate Delamare fue nombrado su superior mayor, la comunidad se consolidó y les hizo adoptar las constituciones de san Juan Bautista de La Salle. María Magdalena había dicho: "Una religiosa maestra debe salvar al menos mil almas durante su carrera: un tercio entre los alumnos y los otros dos tercios, mediante la influencia de los alumnos en sus padres".

Magdalena enfermó gravemente a principios de julio de 1846. Fue el día 16 cuando entregó su alma a Dios, con una sonrisa en el rostro; tenía 90 años de edad.

A su muerte, había construido más de 37 conventos e iglesias, fundado muchos otros, sin más recursos que su valentía y dinamismo. El Instituto contaba con 250 hermanas y veinte postulantes. En su tumba se produjeron numerosos milagros.

El Papa Pío X la beatificó el 17 de mayo de 1908. S.S Pío XI la canonizó el 24 de mayo de 1926.