Nació en San Lorenzo de Trevi (Perusa) el 15 de marzo de 1841. De familia de pequeños propietarios, el primero de cuatro hermanos. De un ambiente familiar favorable, una madre piadosísima, y luego el influjo iluminado y santo de un sacerdote que en el colegio Lucarini de Trevi, le sirvió de guía espiritual: Don Ludovico Pieri, llamado también el Don Bosco de Trevi.
En 1857 sintió brotar impetuosa la vocación sacerdotal y don Pieri fue su ángel guardián. Ordenado presbítero en Terni, estando vacante la diócesis de Espoleto, el 19 de diciembre de 1863, de inmediato fue enviado como párroco a Cannaiola, una región pobre, donde estuvo 35 años ejerciendo una pastoral renovadora, valiente, incisiva, altamente fructuosa, que culminó en 1887 con la fundación de la Congregación de las Hermanas de la Sagrada Familia.
La condición religiosa y moral de Cannaiola era singularmente pobre y baja, marcada por la blasfemia, el libertinaje, el juego, la embriaguez. El se empeñó en alimentar a su pueblo con un intenso trabajo de catequesis y de instrucción religiosa, sirviéndose también, como precursor, de los medios de comunicación social de entonces, (La imprenta es el arma de este tiempo, decía) y comprometiendo a los laicos en sus iniciativas.
En la familia vio el fundamento del renacimiento de la sociedad y de la vida eclesial. Ser familia, dar familia, construir familia, fue su programa.
En 1898 dejó a Cannaiola al ser nombrado Canónigo de la Catedral de Espoleto y Rector del Seminario, colocando al servicio de los futuros sacerdotes su riqueza espiritual y la vasta experiencia adquirida en los largos años de ministerio pastoral. En su espiritualidad se destaca su gran contribución a la difusión del culto a la Sagrada Familia, de la cual imitó con verdadero espíritu franciscano la humildad y la pobreza.
El 5 de enero de 1935 terminó serenamente en Espoleto su larga vida (95 años), consagrada al servicio de la formación del clero y a la ayuda a los pobres. Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor!
Fue beatificado el 24 de abril de 1988 por el Papa Juan Pablo II.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario