La imagen del Santo Niño del Remedio, una de las más veneradas en la capital de España, tiene una singular historia.
El 7 de agosto de 1897, D. Pedro Martín Marrazuela, dueño de un taller de encuadernación en la calle Costanilla de los Ángeles nº 4, compró la imagen a una señora que se marchaba a Cuba y se desprendía de sus enseres. Fue un amigo de D. Pedro quien se enteró de la venta y fue en busca del piadoso encuadernador para convencerle de que comprase la imagen, estaba convencido que no había mejor lugar que la trastienda de su taller y la piedad de esa familia para acogerla. Con tales argumentos logró sacar a D. Pedro del ensimismamiento de su trabajo para ir a ver la imagen, pero, a pesar de que le encantó y deseaba tenerla en su hogar, confesó a su amigo que no tenía entonces las cien pesetas que la señora pedía por ella. Todo lo resolvió su amigo prestándole el dinero inmediatamente. De esta manera llegó la imagen del Santo Niño a la calle Costanilla de los Ángeles, muy cerca del emplazamiento de su posterior Oratorio. Con el Niño le entregaron una coronita de espinas que pendía de una mano, tres potencias de hojalata como signo de divinidad y una banda de seda de color granate bordada con hilo de oro.
D. Pedro era viudo y tenía dos hijas -camareras de la Virgen del Olvido que se veneraba en la iglesia de San Francisco el Grande-, que nada más ver la imagen del Niño se entusiasmaron con ella y la situaron en lugar privilegiado. Al día siguiente los tres pensaron en darle una advocación y acudieron en busca de consejo al rector de la cercana iglesia de Santa Catalina de los Donados. Éste estaba a punto de celebrar misa y les dijo que escribieran en varios papeles las advocaciones de su agrado y eligieran uno al azar. Regresaron al taller y lo hicieron. Anotaron en cuatro papeles cuatro advocaciones de su gusto: Del Consuelo, De la Esperanza, Del Perdón y Del Remedio. Resultó elegida la Del Remedio y, minutos después, llegó azorado el rector para pedirles que no hiciesen el sorteo porque en el momento de la Consagración sintió que debía hacerse en al altar al finalizar una misa. Ni D. Pedro ni sus hijas se atrevieron a decirle que ya estaba hecho y, al día siguiente, acudieron a misa a la iglesia de Santa Catalina de los Donados para volver a elegir la advocación según quería del rector. Y volvió a salir la advocación Del Remedio. Poco a poco se extendió por la zona la devoción al Niño y el particular oratorio, instalado en la trastienda del taller de encuadernación, se convirtió en un lugar de culto para vecinos y viandantes.
Pronto las gracias recibidas por los primeros devotos difundieron su devoción por la capital y gentes de toda clase y condición social se daban cita en el taller para rezar ante el Niño milagroso. Así, desde los madrugadores obreros hasta la más encumbrada nobleza, acudían a postrarse ante el Niño del Remedio que, día a día, con sus innumerables gracias concedidas, iba ganando el sobrenombre de “Santo”. Muy pronto llegaron al taller donaciones por los favores recibidos, tanto vestidos elaborados con ricas telas como aportaciones para su culto. Y D. Pedro, emocionado y orgulloso, fue anotando minuciosamente las gracias que le contaban los devotos de su querida imagen. Al cumplirse un año de la adquisición quiso ofrecer una novena y, además de prepararla con su acostumbrada minuciosidad, organizó un pequeño coro, solicitó un armónium e ideó la primera procesión del Santo Niño para la que encargó unas pequeñas andas para que fuesen portadas por niños. Cada día de esa primera novena rezada ante el Niño, al finalizar las oraciones, niños y adultos recitaban sentidos poemas. El noveno día, cuatro niños de diez a doce años, procesionaron la pequeña imagen por el reducido espacio del taller engalanado para tal ocasión por la familia y los amigos.
En octubre de ese año un matrimonio, cumpliendo una promesa, costeó, dentro del taller, la construcción de un oratorio más amplio que fue bendecido el 1 de enero de 1900. De tan relevante y emotivo acto fue informada la hermana del rey Alfonso XII, la infanta Isabel de Borbón, muy apreciada por los madrileños y popularmente llamada la Chata. Ella no pudo asistir pero sí lo hicieron los marqueses de Castellanos que serían grandes devotos y benefactores de su culto. Con el cariño y devoción que ponían D. Pedro y sus hijas en todo lo relacionado con la venerada imagen de su propiedad, en la Nochebuena de 1900 desprendieron al Niño de la peana donde se sostenía de pie y lo postraron en un pesebre de heno para festejar su nacimiento y poder adorarlo como en el Portal de Belén.
Por las tertulias y los mercados del centro de Madrid circulaban las numerosas gracias recibidas y la devoción al Niño del Remedio se extendió imparable. Desde que se abría el taller hasta que se cerraba era continuo el trasiego de personas de toda clase y condición social que entraban a postrarse a sus pies y daban vida a un culto que cada día era más popular. Ante el asombro de la familia, como atraídos por la fuerza de un imán, cruzaban la puerta del taller, con idéntica intención, humildes trabajadores y damas de alcurnia que se apeaban de coches conducidos por lacayos. Un buen día, a la una y media de la tarde, la propia reina Regente, María Cristina de Austria, se apeó de su coche, traspasó la puerta y, con suma devoción, se acercó a la venerada imagen para, tal y como confesó a D. Perdo y a su hija, rogar al Niño del Remedio por el bien de España. Al despedirse les pidió que ellos, que habían merecido la predilección de tenerle en su propia casa, se unieran a su petición.
Tras la muerte de D. Pedro Martín se hizo cargo del oratorio su hija Inés, que luchó por el traslado de la imagen a una Iglesia y por la creación de la Cofradía del Santo Niño del Remedio. En su testamento legó la propiedad de la imagen al marqués de Castellanos con la condición de que, a su muerte, pasara a la Cofradía. El Marqués y otros benefactores tramitaron el traslado de la imagen a un altar de la iglesia de Santa Cruz, donde siguió recibiendo el culto de sus numerosos devotos mientras buscaban una iglesia que se consagrase a su culto. El 3 de marzo de 1917 lograron su anhelo concediéndoseles el usufructo de la iglesia de Santa Catalina de los Donados, lugar muy vinculado a la historia de la imagen pues allí recibió su advocación “Del Remedio”. Cuando estuvieron terminadas las obras del altar para acoger la venerada imagen, se efectuó el traslado con una procesión que recorrió la Plaza de Santa Cruz, la Plaza Mayor, calle de las Fuentes y calle de los Donados.
Desde entonces recibe culto en esta Iglesia convertida en su Oratorio, lugar que, como antaño el taller de D. Pedro Martín, sigue siendo frecuentado por personas de toda clase social que, con un incesante entrar y salir, mantienen viva su devoción a través de los años y de las vicisitudes de la historia. Su fiesta se celebra el 13 de enero, porque entes del Concilio Vaticano II era la fecha fija del Bautismo del Señor. Los días trece de cada mes se baja de su altar para ser venerado por los cientos de personas que hacen largas colas para besar su pie.
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