Sor Leonor nació el 15 de Agosto de 1841, en una cueva del cerro Famatina, perteneciente a Sañogasta, un pueblo de la Provincia de la Rioja, en época de grandes luchas por la organización nacional.
El año 1843 fue un año de grandes convulsiones. Llega a Chilecito el Gral. Benavídez con un poderoso ejército, parte del cual se aloja en Sañogasta. Este batallón comete desmanes, atropellos, saqueos y secuestros de criaturas. Leonor también es secuestrada y solo las súplicas y muchas lágrimas de su mamá ante el general Benavídez, logran sacar a la niña de estas garras perversas.
Leonor cuenta: “La despensa de mi madre era rica y estaba siempre abierta a todos los pobres. Yo era la que distribuía todas las limosnas que se daban. Mi madre era toda caridad y nada se reservaba. Yo andaba por las casas de los pobres. Cuando no veía nada, ni fuego en sus cocinas, era porque no tenían que cocinar, me volvía calladita a casa y se lo contaba a mi madre y ella me despachaba con buenas provisiones, para que se las llevase. Dios premió esta caridad de mi madre, dándole a ella una preciosísima muerte y a su hija, la vocación religiosa”.
Estando en la ciudad de La Rioja, Leonor asiste con mucho fervor a una misión popular. A su término se dirige a la Virgen para agradecerle el bien que había recibido su alma y le consagra toda su persona y sus obras. Al hacerlo, goza de un arrebato especial.
El 2 de Julio de 1613, se funda en Córdoba el monasterio de Santa Catalina de Siena, donde Leonor, venida desde La Rioja, entra como postulante.
Inefables fueron las gracias místicas que el Señor regala a su sierva fiel. Así las describe la propia Leonor: “Puedo decir con toda verdad que el amor divino me enfermaba, y ésta era una enfermedad muy dulce y sobremanera deleitosa”.
En muchas otras visiones, sor Leonor habla de su intimidad con el Señor, por ejemplo: “En una ocasión, se me apareció nuestro Señor vestido con hábito dominicano. Yo me arrodillé delante de Él y Él me hablaba íntimamente.
Además de entenderlo, yo me iba encendiendo tanto en el divino amor, que Él me llamó. Yo me acerqué a Él y Él con su brazo derecho me estrechó contra su costado. El regalo de mi alma fue tan grande, que sobrepasaba a todos los anteriores. Permanecí mucho tiempo abrazada a Él y, con el alma llena de luz divina, comprendí, conocí y admiré el poder infinito de Dios, su grandeza y su amor sin límites por sus criaturas”.
Entre los varios servicios que sor Leonor brindó a la comunidad, uno de entre los más importantes y delicados fue el de enfermera. Parece que ella supo mezclar muy bien la vida contemplativa con la vida activa de buena samaritana.
Una de las visiones más impactantes de sor Leonor, es la que ella misma cuenta: “En una oportunidad, vi un alma en sueños, un alma bellísima, como quien se mira en un gran espejo. Esta alma estaba dotada de todas las gracias que Dios puede hacer a una criatura; pero sobre todas las virtudes que la adornaban, una virtud sobresalí y la ponía muy resplandeciente: La humildad. Al ver esta alma tan linda, dije llena de envidia: ¡Dichosa criatura que así te ha adornado tu creador! Tiempo después el Señor me hizo conocer que esa alma era mía y me dijo así: “Es verdad hija que tienes muchos defectos, pero tienes una virtud que excede a las demás, y es la humildad. Ella borra todos tus defectos y adorna tu alma, de suerte que no te queda defecto alguno”.
El Señor se lleva al cielo a sor Leonor de Santa María Ocampo, el 28 de diciembre de 1900, día de los Santos inocentes.
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