En 1846, la Virgen apareció a dos niños en los Alpes franceses cerca de la aldea de La Salette. Ella habló palabras de consolación, invitando a hombres y mujeres a la oración y conversión, para experimentar la gracia de la muerte y resurrección de su Hijo. Ella vino para ofrecer la invitación amorosa de Dios y su misericordia.
El mensaje de María fue dado con lágrimas, dentro de una luz más brillante que el sol. "Acérquense hijo míos, no tengan miedo. Estoy aquí para darles una gran noticia." María les explicó la necesidad que todo su pueblo tiene de rezar más, de santificar el día del Señor, de no jurar, de no usar el nombre de Dios. Ella llamó al pueblo a observar fielmente la Cuaresma. Ella habló proféticamente del hambre y de una plaga que afectaría a los niños. Al final les dio a los niños una misión: "Bueno, hijos míos, lo harán conocer a todo mi pueblo."
La Aparición de La Salette fué aprobada oficialmente por el obispo de la Diócesis, y reconocida por S. S. Pío IX. El 19 de septiembre de 1851. El 24 de agosto de 1852, Su Santidad Pío IX, concedió que fuera privilegiado el Altar Mayor del templo de La Salette. El Papa León XIII elevó el santuario al rango de Basílica y decretó la coronación canónica de "Nuestra Señora de La Salette", efectuada por el Cardenal de París, el día 21 de Agosto de 1879.
Oración
Acuérdate, Virgen de La Salette de las lágrimas que has derramado por nosotros en el calvario.
Acuérdate también del cuidado que tienes siempre por tu pueblo para que, en nombre de Cristo, se deje reconciliar con Dios.
Y ve, si después de haber hecho tanto por estos tus hijos, puedes abandonarlos.
Animados por tu ternura, henos aquí, Madre, suplicantes, a pesar de nuestras infidelidades e ingratitudes.
Confiamos plenamente en ti, oh Virgen Reconciliadora.
Vuelve nuestros corazones hacia tu Hijo Jesús.
Alcánzanos la gracia de amarle sobre todas las cosas y de consolarte a ti con una vida santa, ofrecida para gloria de Dios y amor de los hermanos.
Amén.
Acuérdate también del cuidado que tienes siempre por tu pueblo para que, en nombre de Cristo, se deje reconciliar con Dios.
Y ve, si después de haber hecho tanto por estos tus hijos, puedes abandonarlos.
Animados por tu ternura, henos aquí, Madre, suplicantes, a pesar de nuestras infidelidades e ingratitudes.
Confiamos plenamente en ti, oh Virgen Reconciliadora.
Vuelve nuestros corazones hacia tu Hijo Jesús.
Alcánzanos la gracia de amarle sobre todas las cosas y de consolarte a ti con una vida santa, ofrecida para gloria de Dios y amor de los hermanos.
Amén.
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