miércoles, 26 de mayo de 2021

Santa Mariana de Jesús Paredes y Flores

 

Mariana de Jesús Paredes y Flores, «la Azucena de Quito», es la primera santa de Ecuador. Nace el 31 de octubre de 1618 del capitán español Jerónimo de Paredes y Flores y de la noble Mariana Jaramillo, una familia descendiente directa de los conquistadores españoles. Antes de cumplir los siete años se queda huérfana, y pasa a encargarse de su educación Jerónima, una de sus siete hermanas y esposa del capitán Cosme de Miranda.

Aprende el catecismo tan bien que a los ocho años es admitida a la Primera Comunión (una excepción en aquella época). El sacerdote que la examina se queda admirado de lo bien que esta niña comprende las verdades del catecismo. Pronto Mariana empieza a cultivar una intensa piedad y mortificación, y da muestras de una precoz vida religiosa. Pasa largas horas en oración e invita a sus sobrinas, que son casi de su misma edad, a rezar el rosario y a hacer el viacrucis. Al escuchar un sermón acerca de la cantidad tan grande de gente que todavía no ha recibido el mensaje de Jesús, decide irse con un grupo de compañeritas a evangelizar paganos. Por el camino las devuelven a sus casas porque no se dan cuenta de lo grave que es la determinación que han tomado. Otro día se propone irse con otras niñas a una montaña a vivir como anacoretas dedicadas al ayuno y a la oración. Afortunadamente un toro muy bravo las devuelve corriendo a la ciudad. Entonces su cuñado, al darse cuenta de los grandes deseos de santidad y oración que tiene esta niña, trata de que la reciban en una comunidad de religiosas. Pero las dos veces que trata de entrar de religiosa, se presentan contrariedades imprevistas que no le permiten estar en el convento. Entonces se da cuenta de que Dios la quiere santificar quedándose en la ciudad.


Hace construir en la casa de su hermana una habitación separada, y allí se dedica a una vida ascética, a orar, a meditar, y a hacer penitencia hasta límites insospechados. Prepara su habitación despojándola de muebles, con la única compañía de una calavera. Ha aprendido música y canto, y toca hermosamente el clavicordio y la vihuela. Aprende a coser, tejer y bordar, y todo esto le sirve para no perder tiempo en la ociosidad. Tiene una armoniosa voz y siente una gran afición por el canto, y cada día se ejercita un poco. Le agrada mucho entonar cantos religiosos, que le ayudan a meditar y a elevar su corazón a Dios. Su día lo reparte entre la oración, la meditación, la lectura de libros religiosos, la música, el canto y los trabajos manuales. Su meditación preferida es la Pasión y Muerte de Jesús.

En la parroquia de los jesuitas encuentra al padre Juan Camacho, que la pastorea y le enseña el método de san Ignacio de Loyola, consistente en examinarse tres veces por día la conciencia: por la mañana para ver qué peligros habrá en el día y evitarlos y qué buenas obras tendremos que hacer. El segundo examen: al mediodía, acerca del defecto dominante, aquella falta que más cometemos, para planear cómo no dejarse vencer por esa debilidad. Y el tercer examen por la noche, sobre todo el día, analizando las palabras, los pensamientos, las obras y las omisiones de esas 12 horas. Esos tres discernimientos la van llevando a una gran fidelidad en el cumplimiento de sus deberes cotidianos, y a hacer un voto de virginidad perpetua.



Más tarde, su afán apostólico y de caridad hacia los demás la lleva a intentar ejercer de misionera entre los indios mainas y a asistir a los enfermos y desgraciados. El 6 de noviembre de 1639 es recibida en la Tercera Orden Franciscana, la que mejor se acomoda a su espíritu de renuncia. Se entrega con gozo y amor a la ayuda espiritual de sus compatriotas sin distinción de raza ni color. Suele anunciar hechos que van a suceder en el futuro (incluyendo la fecha de su muerte, que según anuncia sería un viernes 26). Tiene un don especial para poner paz entre los que se pelean y para lograr que algunas personas dejen de pecar. Intenta hacer vida eremita a los pies del Pichincha, esperando conjurar los peligros del volcán.


Es llamada "La Azucena de Quito" porque en una enfermedad le hacen una sangría y la muchacha de servicio echa en una matera la sangre que le saca a Mariana, y en esa matera nace una azucena. Con esa flor es pintada en los cuadros.

En 1645 hay en Quito un gran terremoto, que causa muchas muertes por una terrible epidemia que tiene aterrorizada a la ciudad. El cuarto domingo de cuaresma, un padre jesuita dice en el sermón: "Dios mío, te ofrezco mi vida para que se acaben los terremotos". Pero Mariana ora: "No, Señor. La vida de este sacerdote es necesaria para salvar muchas almas. En cambio yo no soy necesaria… Te ofrezco mi vida para que cesen los terremotos". La gente se admira del gesto, y aquella misma mañana ella empieza a sentirse muy enferma. Ya no se repiten los terremotos y no muere más gente.

Acompañada por tres padres jesuitas Mariana muere santamente el viernes 26 de mayo de 1645, a los 26 años. Desde entonces los quiteños le tienen una gran admiración. Su entierro es una inmensa ovación de toda la ciudad. Y los continuos milagros que ocurren después de su muerte, obtienen su beatificación el 20 de noviembre de 1853 por Pío IX. Es proclamada «heroína nacional» el 30 de noviembre de 1945 por la Asamblea Constituyente de Ecuador, y canonizada el 4 de junio de 1950 por Pío XII.

1 comentario:

  1. Felicitaciones por unas ilustraciones tan representativas de nuestra Santa Quiteña un abrazo Andres

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