La devoción a la Virgen ha sido una constante en la Orden Trinitaria ya desde la misma fundación. Según cuenta una antigua tradición, en cierta ocasión se encontraba Juan de Mata rescatando cautivos cristianos que habían caído presos en manos de los moros. Él quería liberar a todos pero no le llegaba el dinero para pagar el rescate. Se preguntaba: ¿Que hacer para lograr su liberación?. Acudió lleno de confianza a la Virgen del Remedio y obtuvo por su intercesión una bolsa con el dinero suficiente para continuar rescatando cristianos.
Más allá del rigor histórico de esta tradición, el pueblo creyente ha visto en la Virgen María a la Madre del cielo que no podía soportar ver a sus hijos encadenados con grilletes en sus pies y manos. Por ello en la antigüedad se le confiaba a la Virgen María las expediciones de rescates de cristianos. Si la tempestad amenazaba el navío, los trinitarios invocaban a la Estrella de los Mares; si los desdichados cautivos, una vez rescatados eran cogidos de nuevo, apaleados, llevados medio muertos a las cárceles con sus salvadores, nuestra Señora se inclinaba con compasión sobre esta angustia y hacía renacer la esperanza.
Como consta por la tradición, la Orden ha hallado en el título “del Buen Remedio” una explicitación adecuada a su finalidad. Por eso, el Capítulo General de 1959 quiso, y obtuvo de la Santa Sede, que la Familia Trinitaria tuviese como Patrona a la Virgen Santísima bajo el título del “Buen Remedio” y celebrase su fiesta todos los años el 8 de octubre.
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