El P. Juan Berthier nace el 24 de Febrero de 1840 en Châtonnay (cerca de Grenoble) en Francia. Desde pequeño manifestó una profunda inclinación a la vida religiosa. En 1846 tiene lugar la aparición de la Virgen en la Montaña de La Salette (Francia) En 1862, en una peregrinación a La Salette, se siente llamado a entrar en la Comunidad religiosa de los Misioneros de la Salette.
El hecho de ser predicador infatigable de misiones populares por toda Francia le hizo tener contacto con muchos jóvenes que querían ser misioneros. Preocupado por la falta de misioneros para las tierras de misión e inspirado por las palabras del Evangelio “la mies es abundante, pero los trabajadores son pocos” (Mt 9,37-38), funda la Congregación de los Misioneros de la Sagrada Familia para las “vocaciones tardías” en Grave (Holanda) en 1895.
P. Berthier fue un hombre de su tiempo que vivió momentos difíciles en los que más que lamentarse, buscó soluciones. Un emprendedor entusiasta: predica misiones populares, di ejercicios espirituales, publica libros, creó la Escuela Apostólica de La Salette… Un hombre inteligente y sensible a las necesidades de su tiempo. Se da cuenta del valor de los Medios de Comunicación y crea una revista popular, “El Mensajero”, que pronto alcanzará 8.000 suscriptores. Un predicador emotivo que llegaba a los corazones y les impulsaba a la conversión. Un hombre coherente entre su decir y hacer, dando mucha importancia a la vida comunitaria. Un trabajador incansable que tenía como propósito no perder ni un minuto de su vida. Un hombre admirable, con un estilo propio que intentó inculcar a los suyos: la formación intelectual, la formación para la vida misionera y el trabajo manual.
Una persona de profunda fe. Consagra su vida, sus capacidades y toda su actividad a Dios y su servicio. Estar cerca de Dios era el único motivo de todos sus trabajos y tareas. La oración era la fuente de su trabajo apostólico, su alimento y su vida. Gracias a ella pudo superar las contrariedades y dificultades en su camino y supo permanecer fiel a lo que Dios le pedía. En la oración encontraba la fuente de su bondad que cautivaba a todos, de su dulzura que abría los corazones y de su sonrisa a la que nadie se resistía.
Fue un hombre con un magnetismo especial: que atraía, seducía y se hacía admirar y querer. Su cercanía personal, su sensibilidad de espíritu, su bondad para con todos y su compartir la vida diaria le hacían ser admirado por todo el mundo. Toda su vida compartió con los suyos el estudio, la vida de oración, el trabajo manual… Fue así un ejemplo palpable y el mejor modelo para quienes convivían con él.
A sus 55 años emprende, animado por el Papa León XIII, la misión de fundar los Misioneros de la Sagrada Familia. La casa de Grave fue un signo y un símbolo para él. Quiere jóvenes con espíritu misionero, valientes y decididos, amantes de la vida sencilla, atentos y preocupados por los últimos y llenos de espíritu misionero. Pone a la Sagrada Familia de Nazaret como modelo de vida por su escucha a la voluntad de Dios, su unión en el amor y su espíritu de servicio.
El 16 de octubre de 1908, P. Juan Berthier entrega definitivamente su alma a Dios… En la homilía de su misa de despedida se dijo: “la vida de este hombre que nos fue enviada por Dios es ya historia y sería muy útil relatarla… Se recordó el amor del P. Berthier por sus hijos espirituales… Su integridad de vida, la nobleza de su alma, la abnegación de sí mismo, que le habían procurado la estima, la simpatía y la veneración de todos los que le habían conocido… No pretendió otra cosa en su vida que el honor de Dios y la salvación de las almas”.
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