El beato mártir mexicano, asesinado en la Guerra Civil española, nació en El Agua Caliente, municipio de Atotonilco el Alto (Jalisco, México) el 10 de agosto de 1878. Fue bautizado dos días después con el nombre de Gabriel. Sus padres, Anastacio Escoto Herrera y María Ruiz Pérez, tuvieron doce hijos. Gabriel fue confirmado junto con su hermano Pascual el 8 de febrero de 1882. Su madre, moriría al dar a luz a su hermano Ramón, el 16 de febrero de 1884; así que Gabriel quedó huérfano a los cinco años y medio; su padre Anastacio murió el 31 de julio de 1900.
Gabriel hizo sus estudios en Atotonilco, donde su padre tenía un comercio. Gabriel trabajó con él, y cuando su padre murió, vivió sucesivamente con tres hermanas casadas. En el año 1900 se fue a vivir a la Ciudad de México, y luego a otros puntos del país. Poco después estuvo trabajando en Saint Louis, estado de Missouri (EEUU), e incluso vivió cinco años en Argentina. Regresó a los Estados Unidos, a Chicago; allá se estableció y estudió inglés, mientras trabajaba en la casa comercial Montgomery. Fue la Montgomery quien lo envió como su agente comercial a Guadalajara (México), donde vivirá con una de sus hermanas. Luego partió hacia México con su hermana Beatriz; Gabriel daba clases de inglés y escribía en el periódico “El Demócrata”.
Regresó a Guadalajara, donde conoció a la señorita Rosa Orozco, y se enamoró de ella. Rosa no quiso casarse antes de que él hiciera Ejercicios Espirituales con los padres jesuitas. Gabriel asistió con el padre Castro, la gracia de Dios tocó en el fondo de un hombre que, a sus 48 años había dejado de frecuentar los sacramentos en sus largas estancias fuera del país, si bien nunca perdió la fe en Cristo ni la devoción a la Virgen María.
Contrajo matrimonio el 30 de julio de 1926, justo un día antes de la suspensión de cultos en todo el país. Precisamente cuando la persecución religiosa, conocida como de los cristeros, estaba llegando a su apogeo, Gabriel se fue acercando cada vez más a Cristo; poco a poco fue intensificando su vida de piedad, hasta llegar a ser hombre de comunión diaria; a los dos esposos se les veía rezando largas horas en el templo, y practicando otros actos de piedad.
Seguramente Gabriel se estremeció con el boicot tapatío; con el levantamiento armado en Los Altos; con el martirio del beato Anacleto González Flores y sus compañeros, en abril de 1927; con los crímenes de guerra de los federales; y los enormes sufrimientos de la población civil en el occidente del país. Fue testigo también de la reapertura de cultos y de los posteriores ataques oficiales a la libertad religiosa.
En 1934, ocho años después de casados y no teniendo hijos, los esposos Escoto Orozco decidieron abrazar la vida religiosa: él quería hacerse jesuita y ella religiosa de la Visitación (salesas), ya que en Durango (España) tenía tres hermanas en esa congregación. Informados de que necesitaban el indulto apostólico (un privilegio concedido por el Santo Padre), decidieron viajar a Roma para obtenerlo. En la Ciudad Eterna Gabriel expuso su situación en la Curia Generalicia de la Compañía de Jesús; desconsolado por lo que él interpretó como una negativa, se dirigió a la Curia General de los Carmelitas, donde habló con un sacerdote español, el P. Bartolomé Xiberta. Aconsejados por él, se dirigieron a Barcelona. Allí los atendieron y el 4 de marzo de 1935 se abría en la Curia Diocesana el proceso del indulto apostólico. Rosa entró con las salesas, y el 19 de marzo de 1935, a sus casi 57 años, Gabriel, como postulante en la Orden de Carmelitas de la Antigua Observancia (Calzados) y recibió el nombre de José María.
De la Comunidad de Carmelitas de Tárrega (Lérida) pasó a Olot (Gerona) el mismo mes de marzo; allí José María, que continuaba siendo muy piadoso y puntual, pidió permiso al padre Prior para hacer una hora extra de adoración ante el Sagrario. Siete meses después regresó a Tárrega, donde vistió el 14 de octubre el hábito de novicio; José María estaba contento, se le veía siempre amable y sonriente, colaborando con humildad en los servicios de la casa, como lavar platos o barrer; su paz sólo la turbó el saber que Rosa Orozco no se encontraba a gusto con las salesas; ella decidió pasar al monasterio carmelita de Vic (Barcelona) a principios de enero de 1936; así los dos fueron del Carmelo.
La profesión religiosa de José María estaba prevista para el 15 de octubre de 1936, pero la persecución y la muerte se lo impidieron, apenas un año y cuatro meses después de entrar en la comunidad carmelita. A sus 58 años fue agraciado con el don del martirio con sólo diez meses de noviciado carmelita.
Al presentarse los revolucionarios en el convento de los Carmelitas a mediodía del 28 de julio, el superior, P. Ángel María Prat, les dijo: “-¿Qué vais a hacer con nosotros? ¿Matarnos? Si es así, matadnos sólo a los mayores; dadme a mi todas las muertes que queráis, pero dejad libres a estos jóvenes, que les están esperando en sus casas”.
Su ofrecimiento no fue aceptado, y los doce carmelitas fueron conducidos al cuartel de milicias, “a declarar”. Entre empujones, palabrotas, blasfemias y culatazos, les hicieron subir a un camión, vigilados por milicianos armados. Vecinos, ocultos tras las persianas del balcón, presenciaban los hechos. Dijeron que los llevaban a Igualada o a Barcelona. Se sabe que primero intentaron matarlos junto al cementerio, donde les robaron, pues allí aparecieron sus maletas descerrajadas.
Como las dos de la madrugada del ya 29 de julio, atados de dos en dos, bajaron a los carmelitas en el Clot dels Aubens, a dos kilómetros de Cervera, hoy justo bajo la autovía Barcelona-Lérida. Allí los fusilaron, echando sus cuerpos a un estercolero. Los rociaron con gasolina y les prendieron fuego. Colocaron encima el cadáver del Prior, P. Ángel María Prat. Uno de los escopeteros pregonaba por los bares de Lérida: “¡Hay que ver cómo se resistían estos frailes a dejarse quitar los Crucifijos!”.
Los campesinos Santiago Fábregat y Juan Bravo presenciaron la cremación, y éste último declara que pudo oír los leves quejidos de algún carmelita en estertores de muerte. También vio cómo “al que estaba encima de la pira -de buena talla, traje azul y zapato marrón (P. Prat) se le prendía la pantorrilla, quedando el hueso al descubierto”.
Doña Concepción Tomás de Bosquet declara que en la mañana del día 29 de julio iba a la era, y se cruzó con dos milicianos que volvían del Clot dels Aubens, y que les oyó decir lo mismo: “¡Hay que ver cómo se resistían a dejarse quitar los Crucifijos!”.
Sor Margarita Fargas, que se encontraba en el Hospital de Cervera aquella noche, declara que dos individuos que estaban de guardia en el mismo Hospital fueron a ver lo que pasaba con los frailes detenidos, y que al volver refirieron que los Padres Ángel María Prat y Eliseo María Maneus animaban a los a los más jóvenes a gritar: “¡Viva Cristo Rey!”.
Echaron sobre los cadáveres quemados carros de estiércol para que se pudrieran. Pero como los cadáveres no se consumían, en días sucesivos repitieron las cremaciones, alimentando la hoguera con gavillas. Esta quema duró más de tres semanas. Un día después apareció en medio del camino una cabeza con los sesos estrellados por una gran piedra. Nadie les dio sepultura. El hedor de los cadáveres insepultos atufaba la zona, y ante las protestas de los vecinos que temían una infección, el Ayuntamiento mandó a dos basureros a recoger los restos con el carro de la basura. Se negaron a cargarlos diciendo: “Quienes han hecho la fechoría que se lleven los muertos”.
Como acudían los perros a cebarse con los cadáveres, pasado un mes, el dueño del terreno tuvo que recoger los restos junto con el estiércol, y esparcirlos como abono en una viña aledaña de su propiedad. Años después, al formarse la nueva comunidad Carmelita en Tarrega, los hermanos indagaron sobre el lugar del martirio, conocido como “Clot dels Aubins” y recogieron los restos que pudieron encontrar. Se conservan en la capilla de la comunidad.
Los mártires Carmelitas de Tárrega, fueron beatificados en Roma el 28 de octubre de 2007, durante el pontificado del papa Benedicto XVI. En la parroquia de la Sagrada Familia de El Agua Caliente (Atotonilco, Jal.) se le tiene en gran veneración, por ser su hijo predilecto.
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