domingo, 7 de junio de 2020

Venerable Madre María Elizabeth Lange


Madre María Elizabeth Lange, nació en Santiago de Cuba en 1784, sus padres haitianos se vieron obligados a emigrar a Cuba a causa de la violencia desatada en la isla. Elizabeth Clarissa Lange aprende español y francés creolé.  En los primeros meses de 1812 un segundo exilio la lleva a Baltimore , Estados Unidos,  donde había una importante comunidad de católicos de habla francesa y muchos refugiados procedentes de Santo Domingo.

Elizabeth Lange había recibido una excelente educación y una buena posición económica heredada de sus padres. Una mujer profundamente católica, se conmovió ante la necesidad de tantos niños y niñas de su propia raza a los que se les negaba el derecho a la educación, comienza a enseñar a niñas de la raza negra usando como escuela su propia casa. Lo hace en un estado esclavista, décadas antes de que se proclamara la emancipación de los esclavos.

Con otras amigas abre una escuelita que ofrece educación gratuita durante 10 años, y también enseñaban catecismo a los niños pobres en la capilla del seminario de los padres sulpicianos. La Providencia puso en el camino de Elizabeth al Padre James Joubert, que impresionado por la abnegación de este pequeño y atrevido grupo de maestras, les propone organizarse en una comunidad religiosa para la educación de la gente de color.

Para Elizabeth la invitación del P. Joubert era la gran respuesta que estaba esperando de Dios, a quien deseaba consagrarse totalmente, sin saber cómo hacerlo.

Redactadas y aprobadas las reglas por el Arzobispo James Whitfield, las Hermanas Oblatas de la Divina Providencia fueron fundadas oficialmente el 2 de julio de 1829 como la primera congregación de religiosas negras en toda la historia de la Iglesia. En una casa alquilada, las cuatro primeras oblatas profesaron pobreza, castidad y obediencia en un gesto que implicaba una tremenda dosis de coraje, valor y esperanza.

Elizabeth Lange toma el nombre de Madre María y es elegida la primera superiora. Enseguida empieza a sufrir el ataque de los católicos blancos a los que indigna verlas con el hábito religioso. Las Oblatas reciben insultos, golpes y amenazas, pero ellas no solo no cesaron su labor educativa, sino que fundaron un hogar para acoger a huérfanos, cuidaban de los enfermos, y sirvieron abnegadamente durante la terrible epidemia de cólera que azotó la ciudad en 1832.

Aunque las hermanas arriesgaron sus vidas para atender a los apestados, fueron las únicas que las autoridades locales dejaron fuera de los reconocimientos oficiales al terminar la epidemia.

La muerte del P. Joubert fue un duro golpe para la naciente congregación; una gran crisis que las dejó sin confesor ni director espiritual. Escasearon las vocaciones y faltaron las aportaciones económicas, pero la obra perseveró a pesar del abandono que las pequeña comunidad tuvo que sufrir junto con días de frío, hambre, trabajo intenso y una sensación de fracaso de una comunidad de religiosas negras que el Arzobispo Samuel Eccleston (sucesor de Whitfield) consideraba un asunto terminado: “que busquen trabajo como empleadas domésticas”.

El Señor envió ayuda a la Madre Lange en la persona del Redentorista P. Thaddeus Anwander, quién con dificultad, pero con tesón, obtuvo el permiso del arzobispo para poder servir a las Oblatas, cuya confianza en la Providencia nunca había flaqueado, a pesar de tan duras pruebas y tropiezos. Se reclutaron más alumnos, creció la comunidad, aumentaron las vocaciones y los padres jesuitas continuaron la asistencia espiritual de las hermanas.

Para poder mantener las escuelas obtenían un poco de dinero cosiendo vestiduras litúrgicas y lavando ropa y aunque el trabajo doméstico no era su misión, la Madre Lange toleró enviar a un grupo de hermanas para atender labores de servicio en el Seminario de St. Mary -- una dura decisión que ella aceptó como una misión de colaboración para la que puso claras condiciones: “Como personas de color y religiosas al mismo tiempo, nosotras deseamos conciliar estas dos cualidades…no por aparentar arrogancia…ni por perder el respeto que se le debe al estado que hemos elegido y al hábito sagrado que tenemos el honor de llevar”.

La Madre María Lange estaba convencida de que el fundamento del respeto a los demás nace del respetarse a sí mismo; 30 años antes de que en los Estados Unidos se proclamara la eliminación de la esclavitud, ella exige para sus hermanas el respeto debido al color de su piel y al hábito que llevan como mujeres consagradas a Dios y al servicio de los pobres. Las hermanas no serán simples sirvientas de los seminaristas y sacerdotes blancos, sino que harán una importante contribución al servicio del seminario, porque ninguna tarea es pequeña, ni denigrante, si se hace por amor a Dios.

De la oración, la paciencia y la confianza de la Madre Lange nacieron escuelas en Maryland, Nueva Orleans, Filadelfia y San Luis. Convencida de que la oración puede cambiar el orden de las cosas, su vida es un testimonio de todo lo que, confiados plenamente en la Divina Providencia, es posible llegar a hacer en medio de las más adversas situaciones.

Dios le dio una larga vida a la Madre Lange, que falleció en la Casa Madre de las Oblatas el 3 de febrero de 1882 a la edad de 98 años. A su muerte las Hermanas Oblatas de la Providencia han fundado casas en 18 Estados de la Unión y se han extendido a Costa Rica, Cuba y la República Dominicana.

El 1991, con la aprobación de la Congregación para la Causa de los Santos, el Cardenal William Keeler, arzobispo de Baltimore, comenzó oficialmente los trabajos para el proceso de canonización de la Madre María Lange, fundadora de la primera congregación de religiosas negras para el servicio de la comunidad negra, en los Estados Unidos y en toda la historia de la Iglesia.

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