Pontmain, en la época, contaba con apenas 300 habitantes. Entre ellos estaba la familia Barbedette, que tenía dos niños: Eugenio, de 12 años de edad, y José, de 10 años. El día 17 de enero de aquel año, los dos niños, alrededor de las cinco de la tarde, fueron a ayudar a su padre en los trabajos propios de la granja. Era invierno y ya anochecía, cuando Eugenio, al salir de su casa, ve a unos seis metros de altura, bien nítidamente contra un cielo estrellado, a una Señora grande y bella que le sonríe. Vestía un traje azul centellante de estrellas, un velo le cubría el cabello y la mitad de la frente, y por encima un diadema de joyas.
Eugenio, maravillado, le preguntó a la empleada: “¿No ves nada?” — “Nada”, respondió. Su hermano menor, José, llegó en ese momento y también vio a Nuestra Señora. El padre se aproximó, miró y no percibió nada. Llamaron entonces a la madre, para ver si ella percibía alguna cosa especial; ella, no obstante, no vio nada. Pero, como mujer piadosa, dijo que se podría tratar de la Santísima Virgen, e hizo rezar a sus hijos.
El padre, deseoso de examinar el hecho, mandó buscar a una monja de la localidad, Sor Vitalina. Ella acudió a la finca, pero tampoco vio nada.
Esta religiosa, impresionada por la sinceridad de los dos inocentes niños, mandó buscar a tres alumnas de su escuela. Estas nada sabían de la aparición, pero, tan pronto llegaron, dos de ellas (Francisca Richer, de 11 años, y Juana Lebosé, de ocho) exclaman inmediatamente: “¡Oh! ¡Qué bella Dama! ¡Ella tiene un traje azul con estrellas de oro!”Curiosamente, la tercera niña no percibió nada.
En ese momento, la noticia corrió por todo el poblado. En poco tiempo, 80 personas estaban allí reunidas. Otros dos niños ven a la Señora y la describen: Eugenio Friteau, de seis años, y Augusto Avice, de cinco.
“Madre de la Esperanza”
Sabiendo que, cuando Nuestra Señora se manifiesta, quiere dejar algún mensaje, el pueblo comenzó a rezar el rosario. Los niños van describiendo al pueblo lo que sucede entonces con Nuestra Señora. De repente, la imagen deja de sonreír y su rostro se entristece. La visión aumenta de tamaño y las estrellas del vestido se multiplican. Cuando el pueblo canta el Magnificat, una bandera se desprende de la imagen, y los videntes leen al pueblo las palabras escritas en ella: “Rezad, hijos míos”.
Todos comienzan entonces a rezar las letanías. Surge una segunda frase escrita: “Dios os atenderá dentro de poco tiempo”. Cuando el pueblo cantó el himno Inviolata, apareció una tercera frase: “Mi Hijo se deja tocar”.
En ese momento la Virgen sonríe nuevamente. Al mismo tiempo todos los niños se alegran, y esta alegría contagia a todos los presentes. Estos entienden que, en esa hora especialmente trágica para Francia, la Virgen vino en su socorro. Por eso, entonan un himno patriótico:
“Madre de la Esperanza,
Cuyo nombre es tan dulce,
Proteged a nuestra Francia.
Rezad, rezad por nosotros”.
Terminado el cántico, las inscripciones desaparecen. El párroco entona un himno de penitencia. Aparece entonces en las manos de Nuestra Señora una cruz roja, en la cual Nuestro Señor está clavado. La Santísima Virgen aparenta profunda tristeza.
El pueblo comienza a cantar el himno Ave Maris Stella; aquella visión desaparece, y los videntes ven a Nuestra Señora tal como Ella está representada en la Medalla Milagrosa. Cuando finalmente las personas recitan la oración de la noche —tradicional oración para antes de acostarse— la Santísima Virgen desaparece. Son las nueve de la noche.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario