Nació en Lleida, el 19 de mayo de 1823, en el seno de una familia acomodada. Su padre era empleado del Ayuntamiento, donde vivía la familia. De los seis hijos del matrimonio sobrevivieron dos: Francisco, personaje ilustre de la ciudad, y Esperanza, la más pequeña.
Creció Esperanza en un ambiente cristiano y rodeada del cariño de los suyos. El padre murió cuando ella tenía doce años, y cuando había cumplido los diecisiete, falleció la madre. Esperanza queda sola, su hermano estudiaba Derecho en la Universidad de Cervera, queda bajo la tutela de Margarita, la sirvienta, y de la Virgen María, a quien escoge como Madre.
Desde niña sintió especial inclinación por la vida contemplativa; dedicaba amplio tiempo a la oración refugiándose en la soledad y el silencio, pero no era menos vivo en ella el deseo de trabajar en el mundo por el Reino de Cristo. Esta aparente contradicción llevaba inquietud a su espíritu e incertidumbre en el camino a seguir, quería entregarse totalmente al Señor y no sabía cómo. Deseaba el recogimiento y comenzó a llevar vida de religiosa en el propio hogar, su corazón lo necesitaba. Gran admiradora de Sta. Teresa de Jesús, le atraían las Carmelitas Descalzas, pero su carácter inquieto no se avenía con la vida de solo contemplación, Dios la tenía destinada para otra misión.
La respuesta le llegó el 19 de septiembre de 1851, momento en que tuvo la experiencia fundante, Dios le manifestó su voluntad a través de la imagen de Cristo atado a la columna y rodeado de un grupo de mujeres por las que Jesús sufría, porque andaban por caminos equivocados. Ante esta imagen, Dios le hace entender que quiere que funde un Instituto para aliviar su dolor y colaborar con Él en la redención-liberación de esas mujeres. En otro momento, es el Corazón de María quien le confirma la voluntad de su Hijo.
No fue ésta la primera experiencia mística, ni tampoco la última, pero sí el punto de partida para fundar el Instituto en el que entregaría su vida al Señor, dedicándose al cuidado integral de la mujer marginada. Cuando veía jóvenes desamparadas, las miraba como a hijas propias, nos cuenta ella misma. Trataba de devolverlas la libertad y la dignidad perdida, y se preocupaba de ofrecerles los recursos necesarios para que pudieran desenvolverse en la vida.
Tuvo que superar muchas dificultades. Unas personales, no podía creer que hubiera sido escogida para esta obra y que fuese ésta la voluntad de Dios, ¿no será todo una ilusión?, pensaba. Otras provenían de fuera, el nuevo Obispo, antes de dar la aprobación por escrito, le propuso unirse al Instituto de las Adoratrices, recién fundadas.
Su gran amor a Dios y el deseo de recuperar a la mujer marginada, la sostuvo y movió en medio de las contrariedades. También contó con el apoyo de personas de gran virtud, que intuyeron desde el origen que era Obra de Dios.
Su hermano, ya de vuelta a casa, tras escuchar la llamada de Dios y realizar sus estudios eclesiásticos, se ordena sacerdote y se convierte en el más firme puntal del Proyecto de su hermana. La casa paterna, con su huerto contiguo, que había heredado, la cedió a Esperanza, pasando a ser la cuna y hogar del nuevo Instituto.
El 19 de junio de 1862, Esperanza González y otras tres jóvenes, después de un mes de Ejercicios Espirituales, iniciaron vida de comunidad, comenzaban así a caminar las Esclavas del Inmaculado Corazón de María, y se proponían la propia santificación, rogar por la Iglesia y ejercitarse en la acogida, en el amor redentor hacia la mujer marginada.
Muchas son las virtudes que practicó Madre Esperanza: Vivió en alto grado la humildad, la obediencia, la mortificación y la caridad heroica, “amar o morir”, decía. El amor filial al Corazón de María fue tomando fuerza a lo largo de su vida, y bajo su protección puso el Instituto.
Fue extraordinario en ella el don de la oración, durante la cual, a veces, era favorecida con gracias especiales. Una de ellas es la que recibió el día 27 de agosto de 1851, estando en la Iglesia de las Carmelitas Descalzas, un serafín transverberó su corazón abriéndole una profunda herida en el costado izquierdo y agujereándole las cinco piezas que en ese momento llevaba sobrepuestas. (La Congregación conservó en un relicario dichas piezas agujereadas, hasta la guerra civil española de 1936, momento en que desapareció).
Proyectaba la Madre un viaje a Roma, para pedir al Santo Padre la aprobación de la Congregación, pero no pudo llevarlo a cabo, porque el cólera morbo había empezado a hacer estragos en la península.
La primera quincena de julio de 1885 llegó a la ciudad de Lleida la temible enfermedad, y el día 24 escribe a sus hijas de Figueras:
“Tal vez no nos escribamos más, si es que me toca en suerte, ya pueden rogar al Señor implorando su misericordia. Yo estoy tranquila y conformada para pasar todo lo que nuestro Señor quiera… Tengan valor y no se amedrenten, que no sucederá sino lo que Dios quiera. Seamos muy buenas, muy observantes y llenas de caridad, que venga lo que el Señor disponga”.
La mañana del día 3 de agosto, aparecen en ella los primeros síntomas de la enfermedad, sufre un violento cólico y una fuerte hemorragia que le obliga a guardar cama. Ya no se levantará más, la enfermedad sigue su curso rápido. El día 5, a las nueve de la mañana le administran el Sacramento de la Unción, y desde entonces apenas aparta los ojos de una imagen de talla de nuestra Señora de la Esperanza que tiene al pie de la cama. Las horas transcurren graves y lentas. Y a las cuatro de la tarde, víctima del cólera morbo, Madre Esperanza entrega su alma a Dios rodeada de sus hijas y de cuantos la querían. Tenía 62 años.
No pudo ver la aprobación pontificia del Instituto, pero presenció cómo la Congregación había arraigado y extendido sus ramas hacia Figueres (Girona), Jaca (Huesca) y Mahón (Baleares).
Con fecha 12 de abril de 2005, los teólogos se pronunciaron con un voto positivo unánime, sobre la Heroicidad de sus Virtudes, y el día 28 de abril del año 2006, fue declarada Venerable por el papa Benedicto XVI.
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