El siervo de Dios, Monseñor Guillermo Carlos Hartl nació en la ciudad alemana de Laufen, Baviera, el 10 de mayo de 1904. En el seno de una familia de profunda tradición cristiana. Al terminar sus estudios humanísticos, entró en el noviciado Capuchino y se consagró a Dios con sus votos religiosos el 1 de abril de 1924.
El 15 de julio de 1928 fue ordenado sacerdote y el 17 de diciembre de 1929 llega a la misión Capuchina de la Araucanía, meta de sus aspiraciones apostólicas y misioneras. Colaboró en las Misiones de Vilcún y Villarrica.
En febrero de 1933 es enviado como Párroco a Toltén. Considerando que el mejor aporte para salvaguardar y mantener la fe de sus feligreses era la educación de niños y jóvenes, aumentó y consolidó las escuelas de Misiones de Toltén y Queule. En febrero de 1939 deja la Parroquia de Toltén para trasladarse, con igual cargo pastoral a San José de la Mariquina en donde posteriormente será Rector del Seminario de San Fidel de Sigmaringa.
Por más de diez años fue Superior Regular de sus hermanos Capuchinos de Araucanía, cargo que desempeñó con su característico espíritu de fraternidad animándolos con su ejemplo y su palabra.
El 9 de noviembre de 1956 el Papa XII lo nombra Obispo Coadjutor del Vicariato Apostólico de Araucanía, con derecho a sucesión y el 17 de marzo del año siguiente es ordenado en el templo de San Francisco, de Valdivia. Participó activamente en las cuatro sesiones del Concilio Ecuménico Vaticano II y, en septiembre de 1968, celebra el Sínodo Pastoral para aplicar en el Vicariato Apostólico las líneas emanadas de las orientaciones conciliares.
Monseñor Hartl vivió una entrañable unión con Dios. No le podía faltar el prolongado momento diario de oración personal. Su amor a la Eucaristía no solo lo vivía en su celebración diaria, también lo manifestaba en sus catequesis y en muchas expresiones de su devoción. Falleció repentinamente en Villarrica la mañana del 6 de febrero de 1977, a la edad de 73 años, 54 años de estos de vida capuchina. Â
De su entrega a Dios manaba su inmensa capacidad de dar y de darse con alegría y sencillez. Su constancia para visitar, como misionero y como obispo, a los fieles más lejanos, sin perdonarse cansancios ni fatigas para atender a los enfermos y llevarles el consuelo de perdón y la compañía sacramental del Señor. Su valentía inquebrantable para defender los derechos de la Iglesia en momentos conflictivos. Y el empeño constante que lo acompañó toda su vida por hacer que la educación y la verdad llegaran a todos, fueron hechos patentes de su amor hacia los demás hijos de Dios. Este testimonio de entrega fue recogido por pastores y fieles de la Diócesis de Villarrica para solicitar su glorificación. Comenzando el 1 de junio de 2002 el proceso de su Canonización.
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