“¡Oh
querido Padre San José,
se nuestro protector y padre!” SMJR
La Madre Rossello, no trabajaba sola. Tenía un
colaborador sobre quien se apoyaba con ilimitada confianza y a decir verdad, Él
la protegía y ayudaba de un modo extraordinario.
Este misterioso colaborador era San José, a quien
desde muy joven, Benita Rossello, sintió una gran devoción y protección de su
parte.
“Bajo tu protección, San José vivo tranquila, con la
única preocupación de glorificar a Dios, a su Madre y a ti, Padre querido”.
Era tanta su devoción y confianza a San José, que
quiso propagar su devoción por todo el Instituto, disponiendo para ello, que en
todas las comunidades, los miércoles fueran dedicados a su honor.
Cuando el Instituto empezó a expandirse, la Santa Madre Rossello
acompañaba a sus hijas hasta la nueva casa, llevando consigo una imagen de San
José.
Para la Madre Rossello, San José, debía santificar el viaje,
bendecir la llegada, inaugurar la fundación y atraer los favores del cielo para
sus hermanas.
Un día la Madre Rossello, estaba gravemente enferma,
y tuvo un desmayo.
Vuelta en sí, dijo sonriendo que había soñado con
San José, el cual le hizo ver a un gran número de niñas, que tenía bajo su
manto. El Santo le hizo prometer que si las cuidaba y protegía, el se
preocuparía que tuviera buena salud.
La Madre Rossello aceptó la petición de San José y
ella recuperó su salud de inmediato.
Para acoger a las niñas pobres, empezó a buscar una
casa y dijo:
“La primera casa que encuentre, la compró en nombre
de San José y la llamaré de la Divina Providencia”.
El 10 de mayo de 1859, funda la Casa de la Divina
Providencia.
Con gran confianza colocaba a los pies de su querido
San José, cartas y recados, exponiéndole sus necesidades y deseos, pidiéndoles
gracias y favores para su instituto.
“Mi querido Padre San José, obtenedme de Dios y de
María Santísima, para todas mis hermanas y para mí: una viva fe, una firme
esperanza y una ardiente caridad”.
Un día, el pozo de Casa Madre, estaba seco, debido a
una gran sequia que sufría el país.
La Madre Rossello preocupada por esta situación,
confía nuevamente en San José, y lanza al fondo del pozo unas medallas del
Santo. Durante la noche una fuerte lluvia, llenó nuevamente el pozo.
Su confianza en San José, era ilimitada, cierta vez
faltaba de todo, para alimentar a las pequeñas de la Casa de la Providencia.
La Madre Rossello afligida reza a su querido santo,
y al instante un hombre misterioso golpea la puerta, entregando a la hermana
una bolsa con monedas de oro.
Para proteger al Instituto de los enemigos de la
Iglesia, hizo colocar en la entrada de la Casa Madre, una estatua de San José
con el Niño Jesús, y a sus pies, la misma Madre Rossello, quien con una mano le
entregaba su corazón y con la otra mano las llaves del Instituto.
“San José, recibe las llaves del Instituto y mi
corazón, que ya no es más mío. Tómalo
Padre, y dalo a Dios por mi”.
Una persona piadosa le envía de regalo a la Madre
Rossello, una estatua de San José, para que la colocara en su habitación.
¡Qué felicidad para nuestra Madre! ¡Cuántas noches
arrodillada contemplaba al dulce esposo de la Virgen María! ¡Cuántos dulces
coloquios tuvo con su santo querido!
Sin duda San José, tuvo a Santa María Josefa
Rossello, como una de sus especiales devotas, ella acudía a su querido Santo,
en todo momento, como un puente directo para llegar a Jesús y a María Madre de
Misericordia.
“San José, tú eres el Custodio, el protector, el
Padre del Instituto”.
“San
José, te ofrezco, dedico y consagro nuestras almas y nuestros corazones, y
todas las casas del Instituto”.
La Santa Madre Rossello dispuso en vida que todas
las Superioras Generales del Instituto, tomaran el nombre de San José, para que
la protección de su querido Santo, las aliviara, guié y acompañe en la difícil
tarea encomendada de dirigir el Instituto.
San José
¡Ruega por nosotros!
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