María de Vallées nació el 15 de febrero de 1590 y murió en 1656 en Francia. Recibió muy tempranamente los sacramentos de la Eucaristía y la Confirmación, momento desde el cual se entregó completamente a la divina voluntad. El ambiente en que María nació estuvo marcado por la corrupción, la poca preparación de los eclesiásticos, la miseria y el desamparo de la gente pobre y las prácticas ocultas. María fue una gran mística incomprendida de su tiempo. En efecto, muchos la consideraban una persona que estaba fuera de sus cabales y san Juan Eudes tuvo varias dificultades por su relación con ella. Estas dificultades de salud, junto a los permanentes ataques del maligno y de la gente la agobiaron siempre, hasta llevarla a la tumba. Después de fallecida, creció su fama de santa.
En el año 1641, Juan Eudes conoció a una señora de 51 años de edad, que sufría de quebrantos de salud. Era María: de ojos abrasados, de palabra entrecortada y extraña. Esto es lo que escribe el santo sobre el conocimiento de María de los Valles:
"En este año de 1641, en el mes de agosto, Dios me hizo uno de los más grandes favores que de su bondad he recibido en toda mi vida; porque fue entonces cuando tuve la felicidad de conocer a la hermana María des Vallées, por medio de la cual su divina Majestad me ha hecho multitud de gracias muy señaladas. Después de Dios, a la Santísima Virgen, mi adorada Madre y Señora, debo este favor".
En el año de 1645, el día de santa María Magdalena, la hermana María vio varias personas de rodillas y en devoción, en la capilla del Santo Rosario. Preguntó a Nuestro Señor en qué consistía la verdadera devoción. Su respuesta fue esta: “La verdadera devoción tiene tres grados. El primero es amar solamente a Dios y amar todo en Él y por amor de Él. El segundo, aborrecerse a sí mismo y dar muerte a todas sus pasiones, sentimientos y deseos a fin de que allí quede solo Dios que vive y reina. El tercero, vivir fuera de su ser natural, de una vida desconocida a quien la posee”.
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