Las siete religiosas de la Orden de la Visitación (Salesas); llevaban meses escondidas de la salvaje persecución religiosa que se vivía en Madrid. Eran horas de Getsemaní en las que las futuras mártires esperaban la llegada de sus verdugos.
El 18 de Noviembre de 1936 se consuma la amenaza de los milicianos anarquistas que, después de tres registros, se habían despedido el día anterior con un lacónico: “-¡Hasta mañana!”.
Son aproximadamente las 7 de la tarde y la escena se desarrolla en el semisótano del número 4 de la calle González Longoria. La hermana María Inés, sigue en cama con fiebre, cuando se presenta el grupo de milicianos que, de malos modos, le mandan que se levante; las hermanas quieren recoger una manta para abrigarla, pero los milicianos les dicen: “No hace falta manta, porque la vamos a curar enseguida”. Las siete salieron a la calle.
La enferma tambaleándose, a causa de la fiebre, se apoya en el brazo de una hermana. ¡Con qué dignidad salen!, estaban serenas. En la puerta se agrupa mucha gente. Y ellas con gran valentía hacen la señal de la cruz. Inmediatamente se oyen gritos, insultos y amenazas y alguien dice: “-Aquí mismo tienen que fusilarlas, porque con sus actos nos desafían”.
Las suben en los coches y se las llevan. El trayecto es breve: de pronto, un frenazo en seco les indica el lugar designado para su ejecución. Se encuentran en la confluencia de la calle López de Hoyos con Velázquez, les hacen bajar y una ráfaga de proyectiles derriba sus cuerpos que quedan cruelmente destrozados. La hermana María Cecilia, la más joven del grupo, al escuchar el primer tiro, siente cómo la hermana de la que va cogida cae al suelo… presa de terror, echa a correr y desaparece en la noche madrileña…
Las seis Salesas acaban de recibir la gloriosa corona del Martirio. Todas, hasta el final. En unos días tendrá lugar el martirio de la última salesa del grupo: la Hermana María Cecilia Cendoya.
Beata María Gabriela
Nace en el pintoresco e importante pueblo de Alhama (Granada), el 24 de julio de 1872. Para sus padres, Juan de Hinojosa y Manuela Naveros, llega como un regalo del cielo, pues todos sus hermanos son ya mayores. Pronto la bautizan dándole el nombre de Amparo, que luego cambiará por el de Mª. Gabriela en la vida religiosa.
Al cumplir 7 años pierde a sus padres, y su hermano mayor Eduardo, que vive en Madrid la recibe con gran cariño en calidad de tutor. Como Amparo es de carácter jovial, alegre y afectuoso, hace las delicias de los suyos. Tiene un gran amor a la Virgen y se consagra a Ella.
Es precisamente a los pies de la gruta de Lourdes, donde siente la llamada de Jesús a la vida religiosa. Sólo tiene 15 años y responde con un sí, generoso; pero su hermano mayor la encuentra muy joven y decide esperar un poco. A sus 19 años entra en el Primer Monasterio de la Visitación de Madrid, y esta separación le fue muy dolorosa al igual que a toda su familia.
Al entrar al Monasterio, emprendió con fervor su formación religiosa. Muy amante de la Orden y de su vocación se penetró profundamente de su espíritu, llegando a ser una regla viva, para con todas sus Hermanas. Tenía una gran devoción a la Eucaristía y se la comunicaba a los demás.
En 1936 al estallar la revolución, la Comunidad parte para Oronoz (Navarra), y Hermana Gabriela queda en Madrid, como superiora del grupo, para cuidar del Monasterio junto con otras Hnas.
Las últimas palabras suyas que se conservan son: “Estamos rezando, dando gracias a Dios porque nos ha llegado la hora”. Toda su vida fue de alabanza a Dios por todo lo que le había concedido.
Beata Josefa María
Es agraciada, bondadosa, tranquila, siempre está risueña. Su niñera le dice encantada “Carmiña, como tú no hay otra”. Desde pequeña quiere ser carmelita y su mayor diversión es vestirse de monja con lo primero que encuentra. Así ataviada va al espejo y se contempla satisfecha, pone los brazos en cruz mira al cielo y se cree otra santa Teresita.
Su padre Emilio Barrera, comandante de Marina, satisface todos sus caprichos. Pero su madre, María Izaguirre, sabe unir el cariño a la firmeza, haciendo de contrapeso y corrigiendo sus defectos: es un poco dormilona y no le gustan las faenas de la casa.
Ya en el Monasterio se lamentaba de haber sido vanidosa y de abusar de la predilección de su padre
Vio la luz del día en El Ferrol (La Coruña), el 23 de mayo de 1881, era la mayor de cinco hermanos. Pasados algunos años la familia se traslada a Cádiz y poco después a Málaga. La inmensidad del mar despierta en su alma deseos de infinito, ansias del “más allá”…Cual frágil navecilla, boga mar adentro, entre las borrascas y luchas de la vida
El 15 de octubre de 1918 entra en el Primer Monasterio de la Visitación de Madrid, haciendo realidad de su entrega al Señor en la vida religiosa.
En 1936 fue escogida por la superiora para permanecer en Madrid, entre el grupo de las siete Hermanas. Su familia deseaba llevarla a casa, pero ella rehúsa porque ha dicho con sus compañeras: “Hemos prometido a Jesús las siete unidas no separarnos… Si por derramar nuestra sangre se ha de salvar España, pedimos al Señor que sea cuanto antes”. Al principio de su vida había dicho: “Yo no tengo madera de mártir”.
Ahora, en manos del Artífice divino, ha sido tallada y trasformada en una fiel imagen de Cristo. Su rostro queda totalmente desfigurado por el impacto de las balas, pero Dios la reconoce porque ve Su Imagen dolorida.
Beata Teresa María
Nace el 30 de julio de 1888 en Puerto Real (Cádiz), aunque vive en la capital de España durante casi toda su vida. Su padre Juan Antonio Cavestany, es un gran literato e insigne poeta. Su madre, Margarita Anduaga, un modelo acabado de mujer fuerte que encuentra en Dios la ayuda para cumplir con sus deberes de esposa y de madre. El Señor les bendice con 16 hijos.
Tiene una gran personalidad. Todo le sonríe en la vida. El mundo le presenta sus halagos. Pero desea entregarse a Dios, nada le detiene y entra en el Monasterio de la Visitación el 18 de diciembre de 1914. Al tomar el hábito recibe el nombre de Teresa María, y feliz escribe: “No tengo más que un solo deseo, insaciable, inmenso… ¡el deseo, la sed de Dios! ¡Sólo Dios!”
Es una de las que permanece en Madrid el 1936. Jesús la ha preparado para el holocausto. Y la que no se atrevía a aspirar más que al sacrificio oculto de una fidelidad constante a su Voluntad, va a tener la gracia que ella llama “demasiado grande y demasiada felicidad…” de derramar su sangre por Él.
Beata María Inés
Nace en Echávarri (Navarra), el 28 de enero de 1900. Es bautizada al día siguiente recibiendo el nombre de Inés. Sus padres Valentín Zudaire y Francisca Galdeano, le ofrecen un hogar cristiano impregnado de la presencia de Dios.
El Señor les bendice con 6 hijos y pone su mirada predilecta en dos de ellos: Florencio que ingreso en los Maristas, e Inés, que con el entusiasmo de sus 19 años se presenta en el primer Monasterio de la Visitación de Madrid. Pronto se da cuenta la maestra de novicias de que es muy buen, candorosa y que como cera blanda se puede moldear muy bien pues tiene grandes deseos de entregarse a Dios.
Le enseña a hacer la oración y por la noche le pregunta como le ha ido, a lo que la postulante le dice con sencillez: “Muy bien, he hecho lo que me ha dicho y me parecía como si Jesús estuviera a mi lado”.
Al vestir el hábito no se le cambia el nombre, sólo se la añade el de María y así le queda más a su gusto, puesto que amaba tanto a la Virgen. Cuando en 1931 la persecución religiosa debe refugiarse en Oronoz, Hna. Mª. Inés a pesar del sufrimiento que supone esto, siente una gran alegría de poder ver su tierra y familia.
Una hermana que la visita se lamenta que después de tres años de matrimonio no tiene hijos y Hna. Mª. Inés le pregunta si lo desea y ante la respuesta afirmativa le dice: “El año que viene tendrás un hijo”. Y así sucedió. Hna. Mª Inés creía y confiaba en el Señor.
La situación se complica en 1936 y la Comunidad vuelve a Oronoz, Hna. Maria Inés a pesar de su cobardía, pues tiene miedo, acepta quedarse entre el grupo y les dice a sus Hermanas que parten: “Pidan mucho por nosotras, puede ser que nos maten”. Y Dios acepta su sacrificio y la une al Suyo.
Beata María Cecilia
En el cristiano Hogar de Antonio Cendoya e Isabel Araquistain hace su entrada en la vida la pequeña Mª Felicitas el 10 de enero de 1910, en Azpeitia (Guipúzcoa). Es vivaracha y juguetona. Crece feliz al lado de sus hermanos. Sus padres imprimen el corazón de sus hijas el santo temor de Dios y una sólida piedad. Su madre decía que tenía algo distinto que las demás, sin embargo cuando le manifestó el deseo de ser religiosa, su madre le dijo. “¿Tú monja, con ese genio…? Tienes que corregir ese genio si quieres ser monja” y su madre decía que cambió desde ese momento.
Decidida y alegre, a sus 20 años atraviesa los umbrales del Primer Monasterio de la Visitación de Madrid, el 9 de octubre de 1930. En su toma de hábito recibe el nombre de Mª. Cecilia. Su temperamento vivo, contrasta con su carácter amable, sencilla, humilde, abnegada y muy servicial; “Era el Ángel de las pequeñas prácticas”, solían decir las Hermanas.
Desde el principio sufre todas las consecuencias de la persecución religiosa: disturbios, votaciones, quemas de Iglesia y Conventos, dispersión de su Comunidad, etc. Desde estos años tiene muchas oportunidades de ir con su familia, pero por amor a Jesús y a su vocación nunca acepta las propuestas y siempre dice con tesón que no quiere marcharse por nada del mundo.
Fue la Hermana que más sufrió, era la más joven y no llevaba mucho tiempo en el convento, no conocía a nadie y como era vasca, el castellano no lo sabía bien, todo esto ayudó a serle más penosa su soledad última, pero Dios velaba por ella y la colmó de fortaleza.
Beata María Ángela
Guipuzcoana como San Ignacio, nace en Azpeitia el 12 de noviembre de 1893. Es la octava y como él, el último vástago de la familia. Sus padres, José Ignacio Olaizola y Justa Garagarza se apresuran a hacerla hija de Dios el día mismo de su nacimiento.
Cuando oye la llamada de Jesús que la invita a seguirle, no se hace esperar y llega al Primer Monasterio de la Visitación de Madrid en 1918 como Hermana externa. Como es una Hna. inteligente y humilde sus superioras la designan para permanecer en Madrid durante el exilio de la Comunidad, en este tiempo tiene el consuelo de ver a su sobrino Justo, que extrañado de ver la paz de su tía se empeña en llevarla a casa, lejos del peligro, pero ella le dice “Mi puesto esta aquí, después, que se cumpla la voluntad de Dios”.
Entregada por entero a los planes de Dios espera valientemente la hora de derramar su sangre por Él. El Señor ha colmado su deseo de permanecer oculta. Se conserva muy pocas cosas suyas y ni siquiera su cuerpo pudo ser recuperado. Pero su vida sencilla y fiel es un mensaje elocuente para todos.
Beata María Engracia
Pedro Lecuona y Matilde Aramburu forman una familia cristiana bendecida por Dios con 14 hijos. Viven en un risueño caserío guipuzcoano de Oyarzun.
Josefa Joaquina, que es la mayor, nace el 2 de julio de 1897. Se distingue desde muy niña por su inteligencia y sentido de responsabilidad. Aprende de sus padres el amor al trabajo y, sobre todo, a servir a Dios, a amarle con todo su corazón y hacer felices a cuantos la rodean. Pone una escuela en su casa para que los niños de las cercanías aprendan la doctrina cristiana y tiene una gran paciencia con ellos. Siempre ha suspirado por la vida religiosa y como sus deseos aumentan de día en día comunica a sus padres la decisión. Ellos le conceden el permiso con gran pena pero felices de tener una hija consagrada al Señor.
Desde pequeña había llamado la atención por su amor a la Virgen, a la que se había entregado como esclava y es en la víspera de la Inmaculada de 1924 cuando ingresa en el Primer Monasterio de la Visitación de Santa María en Madrid.
El 8 de octubre tiene la alegría de vestir el hábito, recibiendo el nombre de María Engracia.
Cuando la Comunidad se refugio en Oronoz en 1931, ella que era Hermana externa, se multiplicaba para conseguir todo lo que se necesita.
Su rostro afable, su bondad y simpatía gana todos los corazones y pronto se hace popular en aquel pueblecito y sus contornos.
En 1936 el Señor le pide quedarse en Madrid y este sacrificio es aún más costoso cuando ve partir con la Comunidad a su propia hermana María, que ha ingresado también en el Monasterio hace dos años. En el semisótano-refugio, pone su nota de humor y contagia alegría a las Hermanas en medio de un clima de oración, sacrificio y cálida fraternidad.
Saben el peligro que corren, pero desean continuar juntas y se preparan para el inminente martirio velando toda la noche, en profunda intimidad con el Señor.
La portera que las defiende y aprecia mucho, declara: La Hna, María Engracia me dijo en varias ocasiones: “Ya está cerca el martirio, ¡qué alegría!, ¡Ay…aún no llegan los milicianos por nosotras! ¡Qué larga se hace la espera…!”.
Se le veía impaciente “volaba de fervor”, dicen los testigos: “Todavía estamos aquí, Carmen, el Señor no nos quiere todavía, pero ya llegará…” Y llega “su hora”… Su vida concluye inmolada en aras del Amor más puro y perfecto. La alegría santa y el gozo coronan su fortaleza martirial.
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