miércoles, 15 de abril de 2020

San Luis Scrosoppi

Luis Scrosoppi nace el 4 de agosto de 1804 en Udine, ciudad del Friuli situada en el norte de Italia. Crece en un ambiente familiar rico en fe y caridad cristiana. A los doce años de edad toma la senda hacia el sacerdocio en el seminario diocesano de Udine y en 1827 es ordenado sacerdote; junto a él estaban sus hermanos Carlos y Juan Bautista, también ellos sacerdotes. El ambiente muy empobrecido del Friuli del ‘800, sumido en una gran carestía, guerras y epidemias, es para el Padre Luis un llamado a prestar atención a los más débiles: se dedica, junto con otros sacerdotes y un grupo de jóvenes maestras, a acoger y educar a las “derelitte”, las chicas más solas y abandonadas de Udine y sus alrededores. Puso a disposición de ellas todos sus bienes, todas sus energías y afecto; no escatima absolutamente nada de sí, y cuando las necesidades se hacen más apremiantes sale a pedir limosna; él confía en la ayuda de la gente y, sobre todo, confía en el Señor.

Su vida es una manifestación palpable de una ilimitada confianza en la Providencia divina.

Así escribe a propósito de la obra de caridad en la que él estaba comprometido: “La Providencia de Dios. que dispone los sentimientos y doblega los corazones para ponerlos a disposición de sus obras, fue la única fuente que ha garantizado la existencia de este Instituto… esa amorosa Providencia que no permite que quede confundido quien espera en ella”. No pierde ninguna oportunidad para infundir esta confianza y seguridad en las niñas acogidas y en las jóvenes mujeres que había decidido comprometerse en su educación. A estas se las llama “maestras” porque tienen mucha habilidad para trabajos de costura y bordados, pero están también capacitadas para la enseñanza de la escritura, la lectura y para hacer cuentas”, como se solía decir. Son mujeres de edades y proveniencias diferentes y en cada una de ellas va madurando la decisión de poner sus vidas en las manos del Señor y de consagrarse a él, para servirle en la familia de las “derelitte”,

La noche del 1º de febrero de 1837 la nueve mujeres, como expresión de su decisión definitiva, se quitaron los “oros” y eligieron vivir en la pobreza y en la entrega total de sí. Y es esta la sencillez en la que nace la Congregación de las Hermanas de la Providencia, la familia religiosa fundada por el Padre Luis. A las primeras maestras se les unieron otras. Habían entre ellas ricas y pobres, cultas y analfabetas, nobles y también de origen humilde: en la casa de la Providencia hay lugar para todas y todas se convierten en Hermanas.

El Fundador las predispone al sacrificio y las exhorta a ser afectuosas en el cuidado de las niñas, que deben ser consideradas como “las niñas de sus ojos”.

Mientras tanto, en Luis va madurando la necesidad de una consagración más plena al Señor. Está fascinado por el ideal de la pobreza y de la fraternidad universal de Francisco de Asís, pero los acontecimientos de la vida y de la historia lo llevarán más bien sobre las huelas de San Felipe Neri, el cantor de la alegría y de la libertad, el santo de la oración, de la humildad y de la caridad. La vocación “oratoriana” de Luis se realiza en 1846 y en la madurez de sus 42 años, se hace hijo de San Felipe Neri; de él aprende la mansedumbre y la dulzura que le ayudarán a ser más idóneo para cumplir su rol de fundador y padre de la Congregación de las Hermanas de la Providencia.

Profundamente respetuoso y atento ante el crecimiento humano de las Hermanas y de su camino de santidad, no economiza ni ayudas, ni consejos ni exhortaciones. Él observa atentamente su vocación y pone a prueba su fe a fin de que se hagan más fuertes. No se muestra nada blando frente a la vanidad, al deseo de aparentar, y es severo cuando percibe actitudes de hipocresía y de superficialidad. ¡Pero qué ternura de padre sabe demostrar frente a la fragilidad y a la necesidad de comprensión, de apoyo y de consuelo!

Lentamente se van delineando en el Padre Luis los lineamientos fundamentales de una vida espiritual centrada en Jesucristo, amado e imitado en la humildad y pobreza de su Encarnación en Belén, en la sencillez de su vida de trabajo en Nazareth, en la completa inmolación en la cruz en el Calvario, en el silencio de la Eucaristía. Y puesto que Jesús dijo: “Cualquier cosa que hayan hecho por uno de mis hermanos más pequeños, por mí lo hicieron”, y Padre Luis por ellos entrega su vida diaria, con el compromiso concreto de “buscar primero el reino de Dios y su justicia”, con la seguridad de que todo lo demás se le irá dando por añadidura, según la promesa evangélica.

Todas las obras que él realizó durante toda su vida reflejan esa su opción preferencial por los más pobres, por los últimos, por los abandonados. “Doce casas -había profetizado- abriré antes de morir”. Y así fue. Doce obras en las que las Hermanas de la Providencia se dedican en un servicio humilde, emprendedor y gozoso a favor de las jóvenes para que después ellas puedan valerse por sí mismas, a los enfermos pobres y olvidados, a los ancianos abandonados.

Sin embargo, profundamente interesado como estaba en hacer el bien, el Padre Luis no se ocupa sólo en sus obras, en las qhe las Hermanas colaboran con personas generosas y dispuestas a darles una mano. Ofrece con entusiasmo su apoyo espiritual y económico también a iniciativas que otras personas de buena voluntad habían emprendido en Udine; apoya toda actividad de la Iglesia y tiene una especial predilección por los jóvenes del seminario de Udine, especialmente a los más pobres de ellos.

En la segunda mitad de los ‘800 Italia se va unificando región por región. Las controversias políticas y militares de esta unificación representan un período particularmente difícil tanto parta Udine como para el Friuli en general, por ser territorio limítrofe y lugar de fácil contacto entre el norte y el sur, este y oeste de Europa.

Una de las consecuencias de esta unificación, que tuvo lugar por desgracia en un clima anticlerical, fue decreto de supresión de la “Casa delle Derelitte” y de la Congregación de los Padres del Oratorio de Udine.

Para el Padre Luis comenzaba una dura lucha con la finalidad de rescatar las obras a favor de las “derelitte”, y lo consigue, pero nada pudo hacer para impedir la supresión de la Congregación del Oratorio.

La triste situación política logró casi destruir las estructuras materiales de la Congregación del Oratorio de Udine, pero no pudo impedir que el Padre Luis permaneciera para siempre fiel discípulo de San Felipe.

Siendo ya anciano, con su habitual apertura de espíritu, comprendió que había llegado el momento de quitar sus manos del timón y lo cedió a las Hermanas con serenidad y esperanza. Pero mantiene con todas una relación epistolar que contribuye a fortalecer los vínculos de afecto y de caridad y, en su paternal solicitud, jamás se cansa de recomendar el espíritu de fraternidad y de confianza,

A través de su profunda comunión con Dios y merced a los largos años de experiencia, el Padre Luis había adquirido sabiduría e intuición espiritual no muy comunes que le permiten leer los corazones; a veces demostraba también que conocía situaciones interiores secretas y hechos que solamente conocía la persona interesada.

A finales del año 1883 se ve obligado a suspender toda actividad; comenzaban a faltarle las fuerzas y estaba atormentado por una fiebre constantemente alta. La enfermedad iba avanzando inexorablemente. Recomendaba a las Hermanas que no tengan ningún temor, “porque es Dios que hace que la familia religiosa naciera y creciera, será Él quien hará que siga avanzando”.

Cuando sintió que estaba llegando su fin, quiso despedirse de todos. Luego dirigió sus últimas palabras a las Hermanas: “Después de mi muerte, su Congregación tendrá que atravesar por muchas tribulaciones pero después renacerá a una vida nueva. ¡Caridad! ¡Caridad! Ese es el espíritu de su familia religiosa: Salvar las almas y salvarlas con la caridad”.

La noche del jueves 3 de abril de 1884 tuvo lugar el encuentro definitivo con Jesús. Toda la ciudad de Udine y la gente de los poblados circunvecinos acudieron para verlo por última vez y para pedirle la protección del cielo.

Fue canonizado por San Juan Pablo II el 10 de junio de 2001.

En el martirologio Romano en día de su recordación es el 3 de abril. La diócesis de Udine y la Congregación por él fundada lo celebran el 5 de octubre.

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