Pío VII fue Abad Benedictino, luego Cardenal y finalmente Papa desde 1800 hasta 1823, en tiempo de Napoleón Bonaparte.
El 7 de julio de 1801, firmó un concordato con Napoleón quien aprobó el catolicismo como religión del estado y restauró, en parte, los estados pontificios.
El 2 de diciembre de 1804, el Papa Pío VII debía coronarlo y él, arrebatándole la corona se coronó, por sus propias manos, como emperador de los franceses, diciendo ser la máxima autoridad, aún de Dios, y coronó a la emperatriz.
El 2 de febrero de 1808, Napoleón ocupó los Estados Pontificios al negarse Pío VII a participar en el bloqueo continental contra Gran Breaña.
El 17 de mayo de 1809, el Papa excomulgó al emperador Napoleón - después que éste anexara a Francia el resto de los estados pontificios - llamándolo “expoliador del Patrimonio de San Pedro”.
En la noche del 5 al 6 de julio, de ese mismo año, el Papa fue secuestrado y llevado a Grenoble, allí se le obligó a firmar algunos artículos de un nuevo concordato que luego revocó solemnemente. Por este motivo luego fue enviado, en prisión, a Savona.
Francisco Martinengo, en su libro de “Memorias históricas”, Pío VII en Savona, calle Turín 1888, presenta una anécdota significativa para entender las relaciones que se crearon entre el Pontífice, los savoneses y el culto a la Madre de Misericordia.
Apenas llegó Su Santidad a Savona, el 17 de agosto de 1809, fue hospedado en la casa de Sansoni, una de las más distinguidas patricias savonesas.
De inmediato, los domésticos tuvieron un buen trabajo para quitar el polvo de la sotana, luego de un largo viaje, al sol de agosto, por un camino polvoriento.
En el bolsillo que tenía a la izquierda, en la sotana, encontraron una devota y fiel imagen de Nuestra Señora de la Misericordia, tal como se venera en el Santuario.
El Santo Padre la llevaba sobre su corazón, al menos desde el momento de su captura. Era para él una seguridad, una esperanza y una promesa.
La había recibido en Roma del capellán de la Iglesia de los genoveses, quien le confió su inspiración de ofrecerle la imagen de la Virgen, tal cual se venera en Savona, bajo la advocación de Madre de Misericordia, con la seguridad de que por Ella la Iglesia obtendría la victoria y el mundo la paz.
El Papa conmovido, agradeció y besó la imagen.
Desde entonces, el cielo llevaba el corazón de Pío VII hacia Savona y su Santuario, como nadie lo habría pensado. Y se puso en búsqueda, sin saber cómo, de un medio para volver a besar la bendita imagen y exclamaba estupefacto: “Ésta es la mano de Dios”
Uno de los pocos deseos que manifestó desde los primeros días de su estadía, apenas se repuso de la fatiga y de la emoción del viaje, fue el de “peregrinar al Santuario de Nuestra Señora de la Misericordia”.
El gobernador, no se sabe si de buenas o malas ganas, aceptó este devoto deseo, exploró el camino y mandó delante una buena escolta armada.
Era el 2 de septiembre, una espléndida aurora con un sol magnífico. El pueblo se regocijó, cerró sus negocios, dejó sus trabajos y se encaminó al Santuario con una fe y una alegría en el corazón nunca vistas. Allí le pidió al Papa que coronara a la Virgen que había sido despojada, impíamente, de la corona y demás dones con que sus hijos la habían adornado.
Pocos días después, el 9 de septiembre, el Papa tuvo la oportunidad de participar, en la Catedral, en la fiesta mariana de la Natividad de la Virgen.
Fue, para el pueblo y el clero savonés, la ocasión de manifestar, además de la propia fe, la plena y cordial solidaridad con el ilustre prisionero.
Desde el alba, las campanas de la ciudad sonaron a gloria, invitando a los ciudadanos a la Misa que el Santo Padre, con bondad, había aceptado celebrar.
El vasto templo, preparado para una gran fiesta, se llenó de gente tan apiñada que no se podía contener, estaban inundadas, no solamente las tres naves, sino también las doce capillas y el coro, subían a los confesonarios y trepaban por las columnas para ocupar las cornisas hasta lo más alto de la cúpula.
Así Pío VII percibió, desde los inicios, la tenaz, profunda y celosa dedicación de los savonses a su Madre de Misericordia.
La primera vez que el Papa escuchó el canto de las letanías con la doble invocación María,” Madre de Misericordia”, hizo la observación de cantarla una sola vez, como son las letanías lauretanas, pero, frente a la profunda devoción del pueblo, aprobó esta tradición de invocarla dos veces, lo que se conservó en nuestro Instituto.
Pío VII, seguía practicando privadamente su devoción a María, hasta que un día Napoleón lo hizo transferir a Fontenebleau, con los presos de París.
Luego de la derrota en Lipsia, en octubre de 1813, se consideró necesario alejarlo de los lugares amenazantes y volverlo nuevamente a Savona, donde fue recibido con gran alegría y entusiasmo por los savoneses.
El 25 de mayo de 1814, cuando el emperador perdió su poder, el Papa quedó en libertad y regresó triunfalmente a Roma.
El 10 de mayo de 1815, ya libre de su cautiverio, Pío VII cumplió su promesa coronando solemnemente a María Madre de Misericordia en el camarín del Santuario.
Himno a la Reina y Madre de Misericordia
Reina y Madre de Misericordia
jubilosos tus hijos están.
En plegaria cordial y ferviente
bendiciendo tu gloria inmortal.
Quieren darte el afecto del alma
y pedirte en sonora armonía
que en la vida los ames y guíes
y así puedan contigo reinar,
contigo reinar, contigo reinar.
Peregrina del mundo en la vida,
a ti siempre te quieren amar…
y sus nombres te piden lo escribas
en el cielo de tu corazón.
Bajo el manto materno guardadlos
en las horas serenas, tranquilas
y en las horas de prueba y de lucha.
¡Ay! de todos tened compasión.
Reina y Madre de Misericordia…
Bendecidnos ¡Oh!, Madre! en la vida
y apartad de nosotros el mal
pues queremos en dulce concierto
tu virtud en la tierra emular.
Madre tierna de Misericordia
bendecid a los nuestros también,
y en las horas de adioses supremos
ven a darnos el beso de paz.
Reina y Madre de Misericordia…
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