"Quería morir ante aquel horror, estaba desesperado, destrozado, y ella con sus palabras y cuidados me devolvió la esperanza por vivir, por reencontrar a mi familia”. Así recuerda un superviviente del campo nazi de Auschwitz a la monja trinitaria alemana Ángela María del Corazón de Jesús, cuyas virtudes heroicas han sido reconocidas por el Papa Francisco el pasado 19 de mayo de 2019. Los supervivientes la llamaron "el ángel de Auschwitz".
La vida del ángel de Auschwitz
Maria Cäcilia Autsch nació en 1900 en un pueblecito en medio de las montañas de Westfalia, en Alemania. Era la quinta de siete hermanos. Desde pequeña fue criada en la fe católica, especialmente en la devoción a la Virgen y a la Eucaristía.
En 1933, comenzó su postulantado en Mötz, en el Tirol austriaco, en una comunidad de las religiosas trinitarias, que dependía de la casa madre de Valencia, en España. En Mötz se la recuerda hoy con una placa. Tomó el nombre de Sor Ángela María del Corazón de Jesús.
Pese a su pobreza y la dificultad del estilo de vida de las trinitarias, Ángela estaba muy feliz, como muestra en sus cartas. “¿Qué os parece? Desde hace unos meses duermo muy cerca del amado Salvador. Sólo tengo que atravesar la sacristía y ya estoy en nuestra bella capillita. ¿No es esto hermoso?”, le escribió a su hermana en una ocasión. Finalmente hizo su profesión perpetua en ese mismo convento, en 1938.
Se responsabilizaba del jardín de infancia, daba clases de corte y confección, era sacristana en la parroquia y visitaba a los enfermos del pueblo.
Oposición directa al nacionalsocialismo
En 1937 los nazis se anexionaron Austria. Las nuevas autoridades nazis intentaron confiscar el convento de las trinitarias y fue Sor Ángela quien les plantó cara. Les hizo ver que el convento pertenecía a la trinitarias, que era una comunidad que dependía de su casa madre española, y les recordó que España era en esta época un país amigo de Alemania y no debía ser ofendida. Incluso implicó en el asunto al cónsul español, Román de la Presilla.
Las autoridades nazis se retiraron pero tomaron nota de quién les había plantado cara. Desde aquel momento estuvo en su punto de mira de los nazis y buscaron cualquier excusa para atraparla.
"Hitler es un azote para Europa"
La detuvieron en 1940. Según consta en la documentación relativa al caso, “por un comentario que hizo mientras hacía la compra para su convento en el que manifestó que Hitler es un azote para Europa”.
Dos soldados se presentaron en el convento y agarraron a Ángela arrancándole el velo mientras cuidaba de la madre superiora, que estaba muy débil y enferma. Ángela se desmayó, y fue llevada en volandas a un jeep militar.
El primer lugar en el que fue recluida Ángela tras su detención fue la prisión de Innsbruck. Allí vivió la caridad y el perdón, sirviendo siempre a sus compañeras de prisión.
“Recuerdo a Sor Ángela como la mejor cristiana que he conocido en mi vida… Las dos rezábamos mucho en la celda de la prisión… Cuando pienso en Sor Ángela, permanece en mí la indeleble impresión de aquella alma nobilísima. Desearía entregarme totalmente a Dios Trinidad como ella lo hacía”, cuenta su compañera de celda, la señora Trenkwalder.
Ángela pasó un año y medio en el campo de Ravensbrück. Era una prisionera política, pero era aria, alemana, y eso le daba algunas ventajas. Por ejemplo, trabajar en la cocina, el ropero o la enfermería. Desde allí ayudaba a quien podía.
El testimonio de una diputada socialista sin fe
Escribió sobre ella Rosa Jochman, una militante socialista austriaca que fue en Ravensbrück su jefa de barracón. Llegaría a ser diputada de 1945 a 1967, siempre alejada de la fe. "Ella irradiaba algo especial”, explicaba Jochman.
“María -así llamaba yo a esta religiosa singular- llegó un día a nuestra sección y, al instante, me di cuenta de que ella podría constituir un valioso enriquecimiento para nuestra sección. Entonces no sabía yo que María fuese religiosa. Nos veíamos en los ratos de paseo en el patio de formar. Pronto caí en la cuenta de lo maravillosa que era María. Ella fue consejera y asistenta en toda situación. Según una ley no escrita, todas las reclusas nos tuteábamos, pero curiosamente, y sin acuerdo previo, tratábamos a las religiosas de usted, y naturalmente también a María. María no permitía que nadie la supliera en ir todos los días a por las pesadas perolas de comida. Cuando veía que una mujer enferma o débil tenía que limpiar las letrinas, le quitaba el cubo de la mano, le sonreía, y al momento el trabajo estaba hecho. Todas la querían. María, durante el tiempo libre, se sentaba largas horas con sus compañeras, fuesen políticas, o, así llamadas, delincuentes, y escuchaba las penas de sus vidas. Todavía estoy viendo a una prostituta que, radiante de alegría, me decía: 'Ahora sé que yo también puedo ir al cielo, porque Dios me perdona'", recuerda Jochman.
"Una vez que paseábamos por el patio de formar, iba con nosotras una joven guapísima de 18 años. De repente, se abalanzó sobre ella una vigilante de las SS con el látigo. María agarró el látigo e interpeló a la vigilante: “¿Por qué quiere golpear a esta muchacha? ¡Ella no ha hecho nada!” Se me paró el corazón. Estaba convencida de que María sería conducida al “bunker”; de que allí recibiría el castigo de los veinticinco bastonazos y quedaría encerrada. Pero no; nada de esto sucedió. La vigilante miró a María, dejó caer el látigo, dio media vuelta y se fue. Entonces me pareció aquello como un milagro, pero más tarde, todavía hoy, pienso que María, por su forma de ser, irradiaba algo especial" [...]
"Créame que ha habido y hay pocas personas que hayan enriquecido tanto mi vida como María. Era un ángel sobre la tierra. Son muy pocos los días en que no piense en esta bienhechora de la humanidad. El haber conocido a María es un regalo para toda la vida. Con profunda veneración y gratitud pienso en María, que nunca se quejó, que sabía comprender a toda persona; que allí, en aquel tiempo horrible que jamás debiera repetirse, fue para todas nosotras ayuda y consuelo. María permanece grabada en nuestros corazones, pues, incluso ahora, después de tanto tiempo, el recuerdo de María da fuerza en toda situación”.
El testimonio de la doctora Svalbová, judía no creyente
El 26 de marzo de 1942, día de su cumpleaños, Angela llegó al campo de exterminio de Auschwitz.
Por sus conocimientos en enfermería, fue enviada al dispensario médico del campo. Allí, con su uniforme a rayas, su triángulo rojo de presa política y su número identificador, cuidó a los enfermos.
Conoció a la doctora Margita Svalbová, eslovaca de etnia judía, no creyente. Se hicieron amigas y juntas colaboraron durante un año intentando salvar la vida de tantas prisioneras como pudieron. Margita Svalbová publicaría en 1949 un libro en eslovaco, “Ojos apagados”, narrando la vida heroica de once mujeres valerosas en el campo de concentración. El segundo capítulo está dedicado Ángela.
“Con su inocente y natural mirada de niña, engañaba a las SS para poder repartir lo más necesario a las reclusas”, escribió. "Para mí, encontrarme con Sor Ángela fue un gran alivio en aquel infierno. Trató de ayudar a todas las que pudo, arriesgando muchas veces su vida. Desde el ropero y desde la cocina, alivió el dolor de muchas prisioneras, sobre todo, de las más necesitadas. Se las ingeniaba para repartir a éstas comida, agua y ropa. Salvó muchas vidas”.
La Sra. Teichner, amiga y compañera de cautiverio de ambas, recordó: “donde matar a mujeres indefensas y desamparadas era un acto heroico para las SS, la Hermana Ángela intentaba luchar contra la injusticia y trataba de conseguir cuanto podía socorriendo a compañeras hambrientas e indefensas, dando ayuda moral a hijas, cuyas madres eran conducidas a la cámara de gas, o morían a causa de las condiciones infrahumanas en que tenían que trabajar”.
En una ocasión, salvó a una joven madre de 19 años de ser gaseada escondiéndola en la enfermería durante tres días.
La tentación de la libertad
Otro día, Ángela pudo enviar una carta a su comunidad de Mötz donde mostraba su conocido optimismo y buen humor. “Desde el 15 de mayo estoy en el hospital de las SS. Tengo suficiente de todo; no me falta de nada; estoy como nunca de gruesa”, escribió.
“Si del círculo de mis familiares muriera alguien, por favor, comunicádmelo con claridad; nada de ocultamientos. Soy fuerte y lo soporto todo. Espero que os vaya bien a todos y que gocéis de salud. Unida al durmiente Jesús, os envío un cordial saludo de Navidad”.
En otra carta que escapó a la censura, Ángela contó a su Madre Superiora que la liberarían si se convertía en una “enfermera libre”, en definitiva, si dejaba de ser monja. Ángela se negó “a dar la espalda a todos aquellos hermanos y hermanas en la fe que, como ella, estaban sufriendo”.
Sor Ángela no murió mártir, sino por un ataque aéreo aliado. El 23 de diciembre de 1944, un avión aliado bombardeó el campo de concentración. Un cascote de metralla perforó el pulmón de Ángela y la mató en el acto.
“El ángel de Auschwitz” fue recordado por las hermanas trinitarias generación tras generación. En 1990 se abrió en Viena su proceso de beatificación. En 2016, el cardenal Ángelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, exhortó, citándola: “Contemplar, orar e imitar a Sor Ángela Autsch, trinitaria, luz en las tinieblas de Ravensbrück, y Auschwitz”. Ahora, la Iglesia reconoce el grado heroico de sus virtudes
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