sábado, 16 de mayo de 2020

Padre José María Vilaseca

Nació el 19 de enero de 1831 en Igualada, España; fue bautizado el mismo día con el nombre de José Jaime Sebastián. sus Padres fueron el Señor Jaime Vilaseca y Víver y la Sra. Francisca Aguilera y Morató.

Vivió su infancia en Igualada en el seno de una familia ligada al sistema artesanal; el ambiente que respiró en los primeros años de su vida fue el tesón, la constancia y la laboriosidad del catalán y un arraigado cristianismo en medio de una sociedad que se enfrentaba en los cambios económicos, políticos y sociales del siglo XIX. 

En Barcelona concluyó sus estudios medios, pues su familia se había trasladado a ese lugar en busca de mejores fuentes de trabajo. Su padre ingresó al engranaje del sistema industrial como supervisor de una fábrica de hilados y ahí mismo el adolescente José Jaime trabajó, teniendo a su cargo una máquina de hilar. Su vida estaba proyectada para que se desarrollara en el ambiente de la industria; por las noches estudiaba dibujo lineal y matemáticas en las escuelas que la Junta de Comercio de Barcelona patrocinaba; su padre quería que llegara a ser una buen mecánico. 

Durante su permanencia en este lugar frecuenta la Asociación de San Luis Gonzaga. Este grupo de jóvenes con sus motivaciones espirituales y apostólicas, despertó en él aspiraciones que lo pondrían en un camino muy distinto al que se tenía proyectado: la vocación sacerdotal. Así, en 1847, impulsado con esa inclinación, dejó su trabajo en la fábrica de hilados y solicitó su ingreso como sacristán en la parroquia de Santa Ana donde era párroco el Pbro. Santago Canals Linás, antiguo religioso Paúl, quien lo formó en la ciencia y en la virtud; y tomó como confesor y director al Pbro. Agustín Cruz quien le ayudó a ingresar al Seminario en Barcelona como alumno externo.


Su ingreso al Seminario no sólo representó para José Jaime la realización de su ideal, sino también el descubrimiento de su vocación misionera, gracias a la invitación del P. Armengol, religioso Paúl, quien buscaba religiosos para México. 

En el proceso de discernimiento de esta vocación, su director espiritual le puso un período de maduración que duró tres años; durante este tiempo manifestó con claridad su decisión, su constancia y, sobre todo, su espíritu de fe. Después de haber renunciado a su herencia en favor de una hermano menor, a finales de 1852 partió para México con un ideal claro: ser misionero. 

Ingresó al noviciado el 2 de abril de 1853 y profesó como religioso en la Congregación de la Misión el 3 de abril de 1855. Como expresión de su amor a la Madre de Dios, añadió a su nombre el de María. Recibió la ordenación sacerdotal el 20 de diciembre de 1856, poniendo a San José como padrino de su primera Eucaristía.

Comenzó su ejercicio de su ministerio sacerdotal en una época difícil para la Iglesia en México: en 1857 fue jurada la Constitución política del nuevo Estado mexicana y a partir de ese año comienza una persecución contra la Iglesia; se oficializa la separación Iglesia-Estado; se declara una educación laica y abiertamente anticatólica. Los diez primeros años de su sacerdocio se dedicó a las misiones populares. 

Ya desde el noviciado había iniciado unos apuntes personales que llamó su vademecum: una biblioteca abundante con los principales temas para el ejercicio de su ministerio. Sus primeras publicaciones están íntimamente ligadas a su actividad misionera. Este espíritu evangelizador lo llevó a establecer en 1869 la Biblioteca Religiosa. 

El 8 de diciembre de 1870, el Papa Pio IX proclamaba a San José, Patrono de la Iglesia Universal. Aunque ya era gran devoto, en marzo de 1871 predicó el mes de San José en la capilla de San Vicente. Esta experiencia fue el punto de arranque de un trabajo intenso para propagar la figura de San José; fue el momento en que el P. Vilaseca sintió la devoción josefina como un regalo de María. Al finalizar la predicación del mes se propuso a editar una revista que difundiera la figura de San José: El Propagador de la devoción al Señor San José y a la Sagrada Familia. Un año más tarde publicó: ¿Qiuén es José? Estableció la Asociación de los devotos del Señor San José y en 1872 añade a El Propagador el boletín titulado El Sacerdocio Católico, con el fin de promover las vocaciones consagradas.

La apremiante escasez de sacerdotes, los problemas de los seminarios, el abandono de los pueblos, constatado en su actividad misionera, motivaron al P. Vilaseca para proponer a sus superiores la creación de un centro de estudios eclesiásticos en la Arquidiócesis de México. Así, con la anuencia del Arzobispo de México y el apoyo de sus superiores, fundó el Colegio Clerical del Señor San José, el 19 de septiembre de 1872, para formar pastores que se dedicaran a la atención de las parroquias, y no se perdiera en fruto de las misiones. El mismo día fundó la Congregación de los Misioneros de San José cuyo fin consiste en la promoción del culto y devoción a San José y en la evangelización, preferentemente de los pobre e indígenas, mediante la educación de la juventud, las misiones y otros ministerios de acuerdo al propio espíritu y carisma. 

Tres días más tarde, fundó la Congregación de Hermanas Josefinas, con la ayuda de la señorita Cesárea Ruiz de Esparza y Dávalos, para la educación de la juventud, la atención a los enfermos y otras formas de caridad. 

El P. Vilaseca se dedicó a la formación de sus hijos mediante la relación personal con ellos, el ejemplo de su vida, las instrucciones que les daba, sus escritos, etc., en los cuales dejó un verdadero patrimonio espiritual. 

También impulsó las misiones populares, en las que participaron los alumnos y sacerdotes del Colegio Clerical y los primeros Misioneros Josefinos. Estableció las misiones entre los indígenas tarahumaras, yaquis, huicholes y lacandones. Fundó colegios y escuelas para la instrucción de la niñez y juventud. 

Entre las adversidades que vivó, está la experiencia de la cárcel y de la expulsión del país (1873); en enero de 1875 regresó a México, por una gracia especialísima de San José. También los superiores de la Congregación de la Misión, le plantearon una disyuntiva difícil: abandonar las obras josefinas o la Congregación de la Misión; para resolverla, consultó al Arzobispo Ilmo. Dr. D. Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, y después de tres días de oración, ante la imagen de San José, con los alumnos del Clerical, apoyado con la oración de las Hijas de María Josefinas y de sus alumnas, decidió, como fruto de su discernimiento, y siguiendo la indicación del Arzobispo, dedicarse plenamente a sus misioneros, a las hijas de María Josefinas y demás obras que había fundado. Profesó como Misionero Josefino el 25 de enero de 1877. 

En 1885, por orden del Arzobispo de México, entregó el Colegio Clerical. Desde entonces pudo dedicarse plenamente a la atención de sus obras josefinas y a la formación de sus misioneros, establecidos en la Ribera de Santa María, casa madre de los Misioneros Josefinos desde 1877.

La Congregación de los Misioneros de San José recibió el Decretum Laudis el 20 de agosto de 1897, y la Aprobación definitiva el 27 de abril de 1903 y de las las Hermanas Josefinas el 18 de mayo del mismo año. 

El Siervo de Dios José María Vilaseca, expiró, en olor de santidad, el 3 de abril de 1910, en el Hospital Escandón de la coudad de México. Culminó su misión diciendo: "Jesús, María y José, vámonos". Sus restos descansan en el templo de la Sagrada Familia que él mandó contruir en 1899.

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