Magdeleine Hutin nació en París el 26 de abril de 1898. Sus raíces familiares estaban en Lorena, en el este de Francia. Cuando era pequeña pasaba los veranos en casa de su abuela, en un pueblecito a 40 Km. de la frontera alemana. En este lugar se da cuenta entonces dolorosamente de las divisiones y fronteras que dividen a los pueblos.
Era la menor de una familia de seis hijos. En 1918, al acabar la primera guerra mundial, se encuentra sola con sus padres, porque la familia había sido diezmada por la guerra y la enfermedad. Los padres de Magdeleine, profundamente creyentes, transmitieron la fe a sus hijos, de tal modo que desde muy pequeña, Magdeleine tuvo el deseo de entregar su vida a Dios. Su padre le transmitió también su amor a África y a los árabes.
Gracias a la biografía escrita por René Bazin, descubrió en 1921 al Padre de Foucauld – el Hermano Carlos de Jesús –. La lectura le impacta profundamente y encuentra allí todo el ideal con que soñaba: “Jesús-Amor”, el Evangelio vivido... Está segura que el Señor la llama a ser una de esas “hermanitas” que el hermano Carlos deseó tanto. Aunque esta vocación aparezca ante los ojos humanos completamente irrealizable, debido a su poca salud. Sin embargo, con la fe extraordinaria en “Jesús, Señor de lo imposible” que la caracteriza ya en esa época, suplica cada noche al Señor que apresure su partida hacia África del Norte...
En 1935 se le declara una artritis deformante. Frente a los rápidos progresos del mal, el diagnóstico es tajante: dentro de poco estará completamente inválida – excepto tal vez si se va a vivir a un país completamente seco, donde no caiga ni una gota de agua... ¡como el Sahara...!
Esta situación personal fue para el sacerdote que la aconsejaba el signo esperado: “Váyase deprisa, me dijo; el Señor la cogerá de la mano y usted dejará que él haga... si le digo con tanta firmeza que tiene que irse es porque humanamente ya no es capaz de nada; por lo menos, si algún día hace algo, será de verdad Dios que lo habrá hecho, porque sin él usted no podría nada, absolutamente nada”. Toda la fundación descansa sobre estas palabras proféticas.
Octubre de 1936. Tres mujeres sin fuerzas desembarcan en Argel: Magdeleine con su anciana madre, a quien no ha podido abandonar, y Anne, una joven que comparte sus aspiraciones. A su llegada un sacerdote, el padre Declerq, le pide que le ayude a fundar “una casa de beneficencia del Padre de Foucauld” en Boghari, pueblo situado en la meseta argelina. Las instala en pleno barrio árabe.
Precisamente entonces, en medio de una vida muy atareada, Magdeleine tuvo lo que llamará “un sueño hermosísimo”. El Niño Jesús se le apareció...” Guardará siempre una extrema discreción sobre este acontecimiento, pero no dejará de afirmar que el Niño Jesús es el verdadero fundador de la Fraternidad, y la infancia espiritual la piedra angular de la espiritualidad de las hermanitas de Jesús... Dirá: “mucho más que la fundación de una nueva congregación, el Señor me ha dado otra misión, la de hacer amar al Niño Jesús recibido de manos de la Virgen”.
Pero la actividad desbordante de la vida en Boghari deja a Magdeleine insatisfecha: siente que le falta algo esencial: la dimensión contemplativa. Para pedir luz, se va en peregrinación con Ana a El Golea, a la tumba del Hermano Carlos. Encuentra allí por primera vez al Padre Voillaume, con quien será llamada a colaborar durante toda la vida. Se encuentra también con Monseñor Nouet, Prefecto apostólico del Sahara, y le habla de sus deseos.
A su regreso a Boghari, las cosas se precipitan: el padre Declerq, a quien ella había expresado su insatisfacción, le comunica que ha encontrado unas religiosas para reemplazarlas... Mons. Nouet le propone que hagan, ella y Ana, un año de noviciado con las Hermanas Blancas, en Argel, para poder después acogerlas en el Sahara como religiosas. Pide también a Magdeleine que escriba durante ese noviciado la Regla de las Hermanitas de Jesús...
El 8 de septiembre de 1939, pocos días después de la declaración de la segunda guerra mundial, la hermanita Magdeleine de Jesús hace en Argel su primera profesión. Esta fecha se considera como la de la fundación de las Hermanitas de Jesús. La hermanita Magdeleine pensaba entonces que debía fundar una “congregación de hermanitas nómadas” consagradas exclusivamente al Islam.
Ya en octubre de ese año nació la primera fraternidad en Touggourt, oasis situado en pleno desierto, a 600 km. de Argel. En el lindero del oasis vivían bajo tiendas un centenar de familias nómadas, que la pobreza había obligado a agruparse. Es ahí que la hermanita Magdeleine consiguió un terreno con un viejo edificio medio invadido por la arena. Serán necesarios varios años de trabajo encarnizado para hacerla más o menos habitable, - y esta “obra” se convierte en cosa de todos...
Anne se fue, y Magdeleine se encontró durante algún tiempo completamente sola en medio de los nómadas, trabajando duramente con ellos, poniendo en ellos una confianza total. Confiada a ellos de una cierta manera. Esta experiencia única de respeto, de confianza y de amistad recíprocas puso un sello para siempre en la Fraternidad. Hermanita Magdeleine quedó confirmada en su certeza de que “puede existir una amistad verdadera, un afecto profundo entre seres que no son ni de la misma religión, ni de la misma raza, ni del mismo ambiente social”.
A partir de 1940, empiezan a presentarse algunas jóvenes para seguir este camino de seguimiento de Jesús. Pronto se ve la necesidad de pensar en su formación antes de que lleguen al Sahara. Será en “El Tubet”, a 3 km. de Aix-en-Provence, una casa de campo muy sencilla ofrecida por la diócesis. Desde entonces, Magdeleine va y viene entre Touggourt y El Tubet.
Además, para asegurar la subsistencia de esas jóvenes, en ese tiempo de restricciones, empieza a dar conferencias. Sola, muchas veces abrumada por las dificultades de los viajes, da más de 600 conferencias a través de Francia, con “una deficiente película” sobre Touggourt. Sin cansarse habla de Jesús, haciendo descubrir el mensaje del hermano Carlos y esta nueva forma de presencia cristiana en el mundo del Islam.
1944: Hermanita Magdeleine consigue llegar a Roma, que se encuentra aún en zona aislada a causa de la guerra. Deseaba mucho este viaje, para presentar allí la Fraternidad y sus ideas sobre esta nueva forma de vida religiosa. Fue recibida en audiencia privada por Pío XII, y tuvo la emoción y la alegría de sentirse aceptada y comprendida por él.
Este paso, realizado a pesar de las dificultades, es revelador de una actitud constante de la hermanita Magdeleine: debido a su amor por la Iglesia, quiso siempre someter todas las novedades con claridad a sus representantes autorizados, sobre todo las realizaciones más audaces, poniéndolas bajo sus ojos.
Al año siguiente de la visita a la ciudad de Roma redacta un librito dirigido a aquellas que se sienten atraídas por la vida en seguimiento del hermano Carlos, el “hermano universal”. Este librito, con el nombre de “Boletín Verde” tendrá una gran resonancia. Expone en él el pensamiento intuido y amado durante toda su vida: como Jesús “vivir pobre entre los pobres y mezclada en la masa humana como levadura”. Una vida contemplativa en medio del mundo, con los ojos y el corazón fijos en el Modelo único, Jesús, Dios hecho hombre entre los seres humanos. En 1945 era una revolución dar a las futuras religiosas este consejo: “Antes de ser religiosa, sé humana y cristiana con toda la fuerza y la belleza de este término”.
El 26 de julio de 1946 es un momento crucial: Magdeleine adquiere de pronto la certeza profunda de que la Fraternidad, hasta allí consagrada exclusivamente al Islam, debía extenderse al mundo entero, volverse universal.
A partir de entonces las fundaciones se multiplican. Monseñor Carlos de Provenchères, arzobispo de Aix en Provence, que es el Ordinario de la Fraternidad, sigue atentamente y alienta los distintos tipos de fraternidades y su expansión: fraternidad obrera (1946), fraternidad oriental en el rito del país (1948), fraternidades consagradas a los enfermos de lepra, fraternidad en una tienda, con los nómadas y otras. En todas partes, Magdeleine lucha para obtener el permiso para que el Santísimo Sacramento pueda estar presente en todas las fraternidades, independientemente del tipo de alojamiento.
Navidad de 1949: en la gruta de Belén renuncia al cargo de Priora general, que pasa a la hermanita Jeanne. Lo hace para que el gobierno de la Fraternidad esté asegurado independientemente de su persona, y para poder más libremente consagrarse a las fundaciones lejanas o arriesgadas.
Efectivamente, el ritmo de las fundaciones se acelera. Una fuerza la empuja a llevar por todas partes la llama que el Señor le ha confiado, “la antorcha encendida en ella”. El “viaje alrededor del mundo” (1953/54) es característico de esta actitud: en todas partes, va en busca de las minorías menos accesibles, más abandonadas o despreciadas. Quiere decirles:”el Señor Jesús es tu Hermano (...) y yo vengo a tu encuentro para que aceptes ser mi hermano y mi amigo”. “Quisiera sembrar en todas partes fraternidades que fueran pequeñas chispas del amor del Señor”.
En 1959, la Fraternidad ya tiene su rostro universal, con casi 800 hermanitas y 184 fraternidades difundidas a través del mundo. Este rápido crecimiento no deja de suscitar problemas y críticas. La Fraternidad es reconocida de derecho pontificio en 1964.
La fraternidad de Tre Fontane pasa a ser entonces Fraternidad general. Hermanita Magdeleine trabajará hasta su muerte para hacer de la “aldea de Tre Fontane” la casa de familia de las hermanitas, y un lugar abierto a toda la humanidad. Allí acogió a cada uno con sencillez y atención, como si fuera único. Una de sus grandes alegrías fue, en 1967, la visita de Pablo VI, venido sobre todo para reconocer la Fraternidad en nombre de la Iglesia. También la visita de Juan Pablo II en 1985.
Al Papa polaco, la Hermanita Magdeleine lo había encontrado por primera vez unos treinta años atrás, en Polonia, cuando viajaba en la “Estrella fugaz”. Daba este nombre a una camioneta equipada como caravana, en la que la había obtenido el permiso de guardar el Santísimo. Una camioneta con la que recorrió los países del Este, prácticamente cada año, a partir de 1956, como turista para establecer fraternidades más allá del “Telón de acero”.
Hasta su muerte, la hermanita Magdeleine será fiel a estos viajes a los países del Este, viajes agotadores por causa de su estado de salud. Viaja a estos países con la misma actitud que tiene en todas partes: la pasión por la unidad, el deseo de llevarles la espiritualidad del hermano Carlos, una amistad humildemente ofrecida a todos. Recuerda con fuerza a las hermanitas que “es por el amor que se salvará el mundo”.
Estos viajes anuales le permitieron tejer lazos de amistad, pero también sostener a las hermanitas que habían empezado a vivir en estos países...
En 1964 pudo por fin entrar en Rusia – era su sueño desde 1949 -. Allí tuvo la posibilidad de unirse discretamente a las oraciones de los creyentes en las iglesias ortodoxas. De estos encuentros nacen relaciones confiadas con algunos sacerdotes. Con respeto profundo y una gran abertura ecuménica hermanita Magdeleine conecta con esa Iglesia y funda en ella la Fraternidad.
La pasión de la unidad que arde en su corazón no la incita únicamente a crear lazos con personas de otras confesiones cristianas, sino que le inspira el proyecto de poder acoger en la Fraternidad, como hermanitas, jóvenes de otras confesiones cristianas. Este proyecto, perseguido con perseverancia, se realizará con discreción y prudencia.
El 29 de junio de 1981 Magdeleine escribía a las hermanitas: “no he querido hacer sino una obra de amor. Y ahora cabe a cada una de vosotras, que habéis entrado conmigo en el mismo camino, continuar haciendo de él una obra de amor, con la conciencia plena de que no os pertenece, sino que es una obra de Iglesia”.
Tal vez estas palabras nos dicen lo que fue la última etapa de su vida: muy presente a todo lo que formaba parte de la vida de la Fraternidad, pero con una cierta discreción y una gran humildad. Envía a las hermanitas, bajo forma de “Regla de vida”, el texto en el que trabajó toda la vida para que fuera las Constituciones. Hasta el fin, trabajó en la redacción de su diario y la edición de los libros de Cartas, dejando un tesoro que aún no está inventariado.
El 8 de septiembre de 1989, la Fraternidad celebra su jubileo. En su viaje de regreso de Rusia, pocos días antes, hermanita Magdeleine sufre un accidente doméstico del que no se recuperará. Sus sufrimientos se prolongan durante dos meses, durante los cuales se debilita progresivamente, y se encuentra en un estado de dependencia total, pero permanece lúcida y atenta a todos. Hasta su último suspiro, une con sencillez su amor de la vida y su deseo del encuentro tan esperado con el Amado, su Amado Hermano y Señor Jesús. El lunes 6 de noviembre dice varias veces: “Dios mío, no hubiera pensado nunca que fuera tan largo (...) no puedo esperar más (...) no puedo esperar más...”
Este mismo día al atardecer partió con mucha sencillez hacia su Señor.
En este acto de su muerte, legaba verdaderamente a sus hermanitas lo que había deseado tanto: su “gran ideal de una santidad humana” y de “lo extraordinariamente sencillo” – añadiendo, con fuerza: “sobre lo humano habrá que injertar el amor divino.”
Ella que resumía el ideal de la Fraternidad en una palabra: “la unidad en el amor”, debió sentirse feliz cuando la misa de funeral congregó en Tre Fontane, el 10 de noviembre, una multitud de amigos de todas las confesiones, de todos los ambientes, naciones y razas. Signo de que esta mujer, invadida por el amor del Señor, se había convertido de verdad en testimonio de la ternura del Padre por todos sus hijos, más allá de todas las barreras. Y, simple casualidad o coincidencia misteriosa, fue esa misma tarde del 10 de noviembre que se derrumbó el muro de Berlín.
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