miércoles, 27 de mayo de 2020

Benita Rossello y su infancia


Es conocido por todos, que la primera etapa de la vida de todo niño (a), la infancia, es la más importante, porque es donde se construyen las bases, se moldea, y se desarrollan las habilidades para pensar, hablar, aprender, razonar y porque no decirlo para amar a Dios y a sus hermanos, especialmente a los más necesitados.


La infancia de nuestra protagonista Benita Jerónima, a quien conocemos como Sor María Josefa Rossello, fundadora de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia, quien por sus virtudes y obras en vida, y milagros después de esta alcanzó el reconocimiento de su santidad en 1949. Nació y creció como una niña normal, en el seno de una familia sencilla, pero profundamente cristiana.


La familia compuesta por Bartolomé Rossello y María Dedone, fue una verdadera “Iglesia domestica”, donde la comunión en la fe, la esperanza y la caridad, permitieron a cada integrante crecer en el amor y en el respeto mutuo. 

La familia Rossello Dedone, vivian en Albisola Marina, un pequeño pueblo ubicado a pocos kilómetros de Savona, en la Región noroccidental, conocida como Liguria en Italia. Tierra de hombres y mujeres, trabajadores y sencillos, que se dedicaban a la pesca, a la agricultura y principalmente a la alfarería en vasijas y mayólicas. 


En una casa sólida y de tres pisos, con una vista privilegiada del mar ligur, vivía la familia Rossello. En la planta baja, Bartolomé, siguiendo la tradición familiar y de su pueblo. tenía su taller, donde fabricaba en el horno la vajilla y la bodega donde dejaba sus creaciones.



En este clima de trabajo y superación, nació un 27 de mayo de 1811, nuestra Santa Madre, la cuarta de nueve hijos de Bartolomé y María. Fue bautizada el mismo día, en la Iglesia de Nuestra Señora de la Concordia, pues querían que su pequeña desde su primer día fuera Hija de Dios.




Sus padres escogieron los nombres Jerónima Benita, en su bautismo. Dos grandes santos a quienes confiaron la protección de su hija. Sin embargo en casa todos la llamaban Benita, como un presagio que sería una bendición para ellos, y más tarde para la Iglesia y el mundo.




Benita crece bajo la protección y cuidados de sus padres, era una niña alegre, despierta y generosa. Poco a poco fue impregnándose de los hábitos y valores inculcados por sus padres. 

Muy pronto comenzó a dar señales de su disponibilidad y generosidad con los suyos, cuando ayudaba a su madre en las tareas del hogar, a cuidar a sus hermanos, e incluso regañarlos si hacían travesuras o acababan con la paciencia de mamá. 


Disfrutaba de los juegos con sus hermanitos y sus amigas, con ellos gozaba corriendo por las playas cercanas a su casa. Gozando de los rayos del Sol y las brisas del mar.



Como todos los niños a la edad de siete años, frecuentó la escuela, que era dirigida por una piadosa maestra, quien combinaba sus clases con con la catequesis y la Historia Sagrada. Benita aprendió a leer, escribir, a bordar y hacer encajes de bolillo, que era muy típico en las niñas de Albisola. Pero lo que más le llamaba la atención eran las historias bíblicas y de santos, que no dudaba en replicarlas en sus veladas familiares.


La fe en Dios y el amor a la Santísima Virgen María, fue unos de los pilares de la familia. Todos los días rezaban el Santo Rosario, bendecían los alimentos y cada domingo participaban en la Santa Misa.




La devoción savonesa a Nuestra Señora de la Misericordia, era un motivo de fiesta para todos en su pueblo, era el momento indicado para agradecer y pedir su intercesión ante Dios, por sus necesidades. Para esto organizaban peregrinaciones hasta el Santuario, que estaba a las orillas del Rio Letimbro. 


Los padres de Benita participaron en la peregrinación, sin embargo el trayecto era muy largo para exponer a los niños al cansancio y sacrificio. Ella muy triste al no poder participar, organizó a sus amigas en una pequeña procesión a la capillita del pueblo. Ordenándolos de dos en dos y tomando una caña, donde colocó su delantal como estandarte, rezaban y cantaban en honor a María. Cuando algunos vecinos los escucharon, creían que se trataban de los peregrinos regresaban del Santuario, y avisaron al sacristán, quien tocó las campanas para saludarlos, más fue su sorpresa cuando vieron que eran los niños que venían de saludar a la Virgen Santísima.




En su pequeña alma infantil fue formándose poco a poco el deseo de consagrarse al Señor, por amor a Jesús y a la Iglesia. En diferentes contextos lo podemos comprobar; Cuando visitaba a su padre en el taller, pedía un poco de arcilla para moldear pequeñas figuras que parecían monjitas, construía altarcitos que adornaba con estampas, e inclusive Benita y sus amigas entusiasmadas por los relatos de la profesora, de aquellos hombres y mujeres que se retiraban a una vida de silencio y oración, y queriendo imitarlos, robaron un crucifijo con el cual huirían para cumplir el deseo de contemplación.


Así también fue surgiendo una generosidad sin límites con los más necesitados, cuando un pobre llamaba a su puerta, no dudaba en socorrerlos, y cuentan sus biógrafos que en la casa Rossello, nunca faltaba para poder ayudar a quien lo pedía, a pesar de su sencillez. Sus padres se hicieron cargo de dos niños, y Benita los cuidó como si fuese su madre. 

Es sin duda que el desarrollo de la personalidad de Benita, durante su infancia y niñez fue producto de la preocupación y cuidados de su familia, quienes prodigaban a sus hijos no tanto de bienes materiales, si no de lo que en muchos hogares hoy hace mucha falta un ambiente de amor y respeto mutuo.

Muchos más detalles de su infancia no se conocen, pero sin duda debe haber sido una niña feliz, que se irradiaba en su forma de ser y de actuar, en una fe heredada por sus padres, que hicieron de ella en el futuro, una mujer de gran corazón, ante la necesidades de los más necesitados, especialmente de los niños, de quienes nunca dejo de preocuparse.

Ensayo para el curso de Espiritualidad Rossellana, Provincia de San José de Córdoba HDM, 2013.

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