viernes, 13 de febrero de 2015

Santa Magdalena de Canossa

Magdalena Gabriela, marquesa de Canossa, nació en Verona el 1 de marzo de 1774. La franqueza y rectitud de la niña estaban acompañadas de terquedad y mal genio. Su nodriza diría años después: No acabo de maravillarme de lo que ha cambiado. Nunca me imaginé que la niña que conocí fuera domesticable.

Su padre murió a los treinta y nueve años de edad. A este rudo golpe siguió otro, pues dos años más tarde su madre se casó, en segundas nupcias, y se fue a vivir con su marido. Magdalena, que contaba 8 años, y sus hermanos quedaron al cuidado de sus tíos.

Durante las guerras de revolución, los Canossa se trasladaron a Venecia. En un sueño que tuvo vio a la Virgen rodeada por 6 religiosas. La Virgen las condujo, primero a una iglesia llena de mujeres y niñas, luego a un hospital y, finalmente, a una sala repleta de niños andrajosos; después les encargó que se ocuparan de todos, particularmente de los niños. Magdalena vio en el sueño una inspiración de Dios y desde entonces trabajó en los hospitales, enseñó el catecismo y cuidó a los niños pobres. Pronto se le unieron otras dos mujeres.

Cuando Napoleón Bonaparte estuvo en su casa de Verona, la joven marquesa, al advertir su admiración y respeto por la obra, le pidió que le cediese el antiguo convento de san José de Verona para los pobres y niños abandonados. Expuso con tal viveza la miseria en que vivían estos niños, que Napoleón le otorgó lo que pedía, precisamente cuando él mismo se dedicaba a expulsar a frailes y monjas de sus conventos.

El 8 de mayo de 1808, con algunas de sus compañeras, fundó un hospicio para niñas pobres en el barrio de san Zenón en Verona. Allí las niñas aprendían lectura, caligrafía, costura, y el catecismo. Al poco tiempo las llamaron a fundar en Venecia. Después se extendieron por Milán, Bérgamo, Trento y otras ciudades del norte de Italia. Magdalena, la fundadora, era la primera en ayudar en los trabajos más humildes, empleando a sus “dos criadas”, como solía llamar sus manos. Se dedicaba especialmente a los niños más sucios y difíciles a quienes lavaba, peinaba y educaba con especial solicitud.

A fines de 1834 Magdalena cayó enferma y fue trasladada a Verona. En la semana santa de 1835 comprendió que llegaba su fin y solicitó los últimos sacramentos. Después de recibirlos, su enfermedad progresó rápidamente. Se había encorvado de tal manera que sólo podía dormir sentada. Murió en brazos de una de sus compañeras, el 10 de abril. Fue beatificada por el papa Pío XII en 1941 y canonizada el 2 de octubre de 1988 por el papa Juan Pablo II.

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