Francisca González Justo nació en Quintanar de la Orden, Toledo, el 11 de febrero de 1921. Fueron sus padres, también manchegos, Martiniano González Chacón e Isabel Justo Torres, que tuvieron otras dos hijas, Angelines y Juliana.
--Nuestra villa se llama de la Orden-- informaba de niña la siempre ingenua Paquita--, porque pertenece a la orden de Santiago de la Espada.
Dicen sus cronistas que la familia González destacaba por sus obras caritativas y por ser más de convento que de parroquia; eran conocidos sus miembros como los conventeros, muy amigos de los frailes franciscanos. Puede que fuera el motivo de la muerte brutal del padre de familia al comienzo de la contienda civil. Paquita, de 15 años de edad, presenció el fusilamiento de su padre y su vida se iluminó. Se alistó en la Cruz Roja para cuidar enfermos y heridos, visitó a los encarcelados de uno y otro bando y tuvo ocasión de consolar en su arrepentimiento a quien había disparado contra su padre. Ingresó en 1941 en la congregación de las hermanas de la Consolación y tomó el nombre de María Teresa de Jesús Crucificado. Estaba convencida de que el haber nacido el día de la festividad de Nuestra Señora de Lourdes le marcaba su vida de amor y entrega a los enfermos desvalidos.
Al ingresar en el noviciado que tienen las hermanas en el barrio de Jesús, de Tortosa, le deslumbró la aureola de la madre fundadora, la beata María Rosa Molás --también con calle en Castellón-- y su lema de consolar penas y enjugar lágrimas. Atrás quedaba ya la familia, sus amigas de Quintanar, los veranos divertidos en Torrevieja. Y en aquella casa de la Consolación todo lo envolvía un aire de cruzada, de exaltación religiosa, de sueños de martirio y de heroísmo a causa de la violenta persecución que había sufrido la Iglesia en España. Les enseñaron a no buscar venganzas, había que formar nuevos mártires de la obediencia, de la humildad y del apostolado. El Directorio a las novicias ya lo advertía: "No viniste a hacer tu voluntad, sino la ajena; no a mandar, sino a obedecer, no a ser estimada y regalada, sino despreciada y crucificada por Cristo y en Cristo".
En 1942, para hacer el segundo año de noviciado, sor María Teresa fue destinada al colegio de la Consolación de Burriana, donde comenzó su apostolado y de allí pasó a Vila-real en septiembre de 1944, donde los enfermos de tuberculosis fueron el granero donde se volcó la monjita con su gran capacidad de sacrificio y de entrega. Eran años de hambre y cartilla de racionamiento y el sanatorio tenía carencias de alimentos y de medicinas. Así que la también conocida por sor Alegría tenía que buscar soluciones para todos los problemas, aunque fuera actuando por su cuenta.
En 24 de septiembre de 1946 regresó a Quintanar para efectuar allí la profesión perpetua. Y en noviembre de 1953 se incorporó al nuevo sanatorio de El Collet de Castellón. Su monumental entrega, su labor hospitalaria y religiosa, siempre con naturalidad lo sentí en mi piel hace unos días cuando tuve ocasión de visitar su habitación del sanatorio, donde falleció el 12 de octubre de 1967, a los 46 años de edad. Las paredes de la celda me devolvían el eco de sus lecciones de virtud y las palabras elogiosas de médicos, enfermeras, enfermos... Y la luz de aquellas dos cartas que por su cuenta escribió al jefe del Estado para pedir que no se cerrara el sanatorio en momentos de apuro y de cambios, consiguiendo con ello la continuidad de una institución que cumple más de 50 años de existencia. Y sus palabras de ánimo a una compañera que decaía:
--¡No seas tonta, hagámonos santas!
El 17 de julio de 1982 se inició el proceso de beatificación y canonización de sor María Teresa González Justo, Paquita.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario