jueves, 19 de febrero de 2015

San Gabriel de la Dolorosa


El primero de marzo de 1838 nacía en Asís el undécimo de los trece hijos que tendría la familia Possenti. El día de su bautismo le impondrían el nombre de Francisco, que al vestir el hábito de religioso pasionista lo cambiaría por el de Gabriel de la Dolorosa. Cuando tenía cuatro años perdió a su madre, y, su padre, que era un magnífico cristiano, supo suplir a su esposa en la educación cristiana y cívica de sus hijos. Siempre Gabriel recordará con gran afecto y gratitud las huellas de virtud y sólidos ejemplos que le diera su padre.

Marchó a estudiar a Espoleto y se dejó arrastrar por la alegría de la juventud alejándose un tanto de la virtud que había practicado en la casa paterna. Francisco era elegante, educado, simpático y cuidaba mucho su persona. Era natural que las amistades no le faltasen. Cuidaba su cuerpo y ungía su cabellera con costosos perfumes. Muy amante de los deportes y,... uno más entre todos los amigos. Donde él estaba, allí reinaba la alegría y el buen humor. Bailaba muy bien y hasta llegó a merecerse el sobrenombre de "el bailarín". A pesar de esta vida alegre nunca mancilló su alma con el pecado mortal...

El cielo velaba sobre este privilegiado joven... Estudió primero en los Hermanos de las Escuelas Cristianas y en los Jesuitas después. Todos dejaron una impronta en su alma. Tuvo varios avisos que le hacían pensar en la vida que llevaba y en el más allá. Primero fue una enfermedad en la que prometió entregarse más de lleno a la virtud y menos al mundo... Como siguió igual que antes una vez restablecida la salud, después volvió a caer más gravemente y su promesa también pareció más seria y formal. Pero la conversión definitiva le vino al llegarle la muerte de su hermana María a la que más quería entre todos sus numerosos hermanos. Tan honda fue la impresión que le causó que decidió abandonar las relaciones que tenía con una buena chica pensando formar el día de mañana un matrimonio cristiano y decidió abrazar la vida religiosa. Así lo manifestó a su padre. Éste, como era de esperar, no se opuso a la decisión de Francisco.

Cierto día estaba contemplando el paso de una procesión en Espoleto, de la Virgen María, una de esas veneradas imágenes que se dicen pintadas por San Lucas. Era el día de la octava de la Asunción de 1856. Al pasar delante de él vio que la Virgen María se quedaba mirándole con gran cariño y le pareció oír de los labios de aquella bendita imagen: "Francisco, el mundo no es para ti. Debes entrar en religión". Y entró en el Noviciado de los Pasionistas.

Pronto empezó a llamar la atención de sus compañeros y superiores del noviciado pasionista. Pasaba largas horas entregado a la oración. El P. Maestro se veía obligado en tantas ocasiones a prohibirle que castigara tan bárbaramente su cuerpo. Por otra parte era el primero en los trabajos manuales y siempre dispuesto a hacer los más humildes. Nadie podía cogerle en la falta más mínima de observancia de la Regla y Constituciones. Era más bien una "regla viva".

Desde un principio se distinguió en su fervoroso e ilimitado amor hacia la Virgen María... Hasta a veces se privaba de ver cosas deleitables y cerraba los ojos "para conservar toda la potencia visiva y así poder contemplar más fielmente a la Virgen María en el cielo". Solía decir: "Amo tanto a la Virgen María, que es mi Madre, que si los superiores me lo permitieran grabaría su nombre en mi corazón y en mis carnes con letras de fuego".

Por fin, a sus 24 años, el día 27 de Febrero de 1862, expiraba, mientras decía: "Jesús, José y María os doy..." Antes había dicho: "Madre mía, te amo. Madre, ayúdame. Madre, defiéndeme del enemigo y ampárame a la hora de mi muerte".
Fue canonizado por S.S. Benedicto XV en 1920.

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