Monseñor Rafael Guízar y Valencia nació, en Cotija, Michoacán, diócesis de Zamora, el 26 de abril de 1878. Fue el quinto de diez hermanos. Sus cristianos padres que formaban una de las familias pudientes de la localidad, eran don Prudencio Guízar González y Doña Natividad Valencia de Guízar, que brindaron a sus hijos, además de una sólida educación, un clarísimo testimonio de su vida cristiana. Estudió en su tierra natal las primeras letras. A los 9 años de edad perdió a su madre, y así empezó el dolor a fraguar el ánimo de quien sería más tarde, un verdadero padre para tantos huérfanos espirituales.
El año de 1890, inició Rafael sus estudios en el colegio de San Estanislao, regentado por los padres jesuitas. Allí empezó a destacar la personalidad del que llegaría ser un notable hombre de acción aunque, a pesar de que sólo contaba con 12 años de edad, ya tenía una buena disposición al amor de Dios en grado heroico, una pureza de costumbres a toda prueba, fruto, sin duda, de su esmerada educación materna, y una notable recidumbre de carácter, digna de su padre y de su ambiente michoacano, de donde surgió la magnífica planta de su vocación sacerdotal, que pronto habría de transformarse en un robusto árbol de santidad y celo por la salvación de los hombres. Rafael inició sus estudios eclesiásticos en el seminario auxiliar de Cotija, en 1891; los interrumpió un año para dedicarse a las labores del campo y los continuó con más decisión, en el seminario mayor de Zamora, para coronarlos con la ordenación sacerdotal en la catedral de Zamora, el 1º. de junio de 1901.
Pronto fue nombrado misionero apostólico por su Santidad León XIII. En 1913, a pesar de su nombramiento como canónigo de la catedral de Zamora, lo encontramos misionando entre los soldados, en México, D. F., Puebla y Morelos. Pronto se inició la persecución contra el clero católico y el P. Guízar tuvo que salir desterrado a Estados Unidos, Guatemala y la isla de Cuba. En todas partes dejó una estela de admiración, por sus virtudes nada comunes y por su inquebrantable celo apostólico Mons. Enrique Pérez Serrantes, obispo de Camaguey, en Cuba decía: ¨La gloria de Dios lo absorbía todo entero a la salvación de las almas, dedicaba todo el tiempo disponible; con el ejemplo y con la palabra, iba encendiendo en estos amores a los sacerdotes de ambos cleros a quienes encontraba a su paso¨.
En agosto de 1919, fue elegido obispo de Veracruz por el Papa Benedicto XV; el 30 de noviembre del mismo año, recibió en La Habana, Cuba, la consagración episcopal, llegando a Veracruz el 3 de enero de 1920. Su labor pastoral fue obstaculizada por el ambiente anticlerical del gobierno oficial; a pesar de todo, no solamente atendió espiritual y materialmente a los damnificados de su reciente terremoto ocurrido en su diócesis, sino que reconstruyó el seminario estableciéndolo en Jalapa, para trasladarlo después a México, D. F., cuando las tropas sectarias se apoderaban de los inmuebles de la Iglesia. El estallar nuevamente la persecución, bajo el gobierno del presidente Plutarco Elías Calles, por segunda vez fue obligado a salir de su diócesis; pasó de los Estados Unidos a Cuba, Guatemala y Colombia, y regresó al país en 1929. Al iniciar su visita pastoral a la diócesis, tan duramente probada, el gobernador de Veracruz, D. Adalberto Tejeda, con su intransigencia y su espíritu jacobino, pretendió, de hecho, convertir toda la diócesis en un departamento religioso de su gobierno. Mons. Guízar no podía transigir con aquellas ingerencias del poder civil; los cultos se volvieron a suspender y el pastor volvió a salir desterrado de su diócesis, por tercera vez, para dirigirla, en medio de mil penalidades, desde la ciudad de México.
Durante seis años, el anciano pastor sufrió calladamente la repulsa de propios y extraños por defender, ante los hombres y ante la Iglesia, la dignidad humana pisoteada, y los derechos de las conciencias vilmente escarnecidos por los poderes civiles. Siempre veló por esas conciencias y, de su seminario, salieron los hombres que atendieron las urgentes necesidades de la diócesis.
Quiso la divina providencia que aquel nuevo ¨Atanasio¨ regresara, en las postrimerías de su vida, en medio de sus feligreses para cerrar, con broche de amor, la profunda entrega característica de su vida.
Muy enfermo, organizó nuevas misiones hasta que la muerte lo detuvo en la ciudad de México, el 6 de junio de 1938.
Fue beatificado en Roma por Su Santidad Juan Pablo II el 29 de enero de 1995 y Canonizado por Su Santidad Benedicto XVI el 15 de octubre de 2006.
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