Nació en la familia Guggiari Echevarría en Villarica, Paraguay el 12 de enero de 1925.
A los 16 años se alistó en las filas de la Acción Católica de la que fue miembro entusiasta y dirigente abnegada. Se consagró a servir a Dios. Lo encontró en los niños en la catequesis, en los jóvenes trabajadores o universitarios con sus problemas, en los pobres, enfermos y ancianos en sus necesidades materiales y espirituales. Trabajó primero en Villarica, luego en Asunción, donde la familia se traslada en 1950. Ella, empieza a estudiar en la Normal.
En abril de 1950 conoce a Angel Sauá en una sencilla concentración de Acción Católica. El estudiante de medicina dio una conferencia. La joven intervino varias veces, hasta discutió ciertos temas con él. Ya amigos, atendían a los enfermos. Algunos califican a esta relación como una sincera amistad, otros como una historia de amor juvenil. Ambos se despidieron cuando él decide ir al seminario y ella al Carmelo en 1955.
A los 30 años, tras vencer la oposición paterna, ingresó en el Carmelo de la Asunción (Paraguay). Tomó el hábito de Carmelita Descalza el 14 de agosto de 1955. Su camino fue ofrecerlo todo. Como Santa Teresita de Lisieux y muchas otras carmelitas, la Hna. Felicia descubrió el secreto de la vida escondida para Jesús, vida sumamente fecunda que desborda en bendición para toda la humanidad.
Las Carmelitas Descalzas de Asunción recuerdan: “En los cuatro años que la querida Hermana vivió entre nosotras se caracterizó por su gran espíritu de sacrificio, caridad y generosidad, todo envuelto en gran mansedumbre y comunicativa alegría”.
Antes de hacer la profesión solemne, contrajo una hepatitis infecciosa que fue causa de su muerte, ocurrida el 28 de abril de 1959. Vivió la enfermedad con gran entereza y siempre con una sonrisa, confiada en Aquel que sostenía su entrega.
Podría ser la primera paraguaya declarada santa, ya que en 1997 se inició su proceso de beatificación, y en 2010 fue declarada venerable por Benedicto XVI.
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