
Quiso
ser religiosa de la Orden de Santo Domingo, más la voluntad de Dios era otra.
Siguiendo el ejemplo de Santa Rosa de Lima,
se consagró a Dios en el mundo, ayudando a los más pobres y enfermos,
convirtiendo su propia casa en un dispensario, donde ella daba de comer a los
hambrientos y curaba las heridas de los enfermos. Después de una vida de
entrega al servicio de los más necesitados, muere a los 72 años, el 1º de junio
de 1849. Su mismo pueblo Quillota, le agradece llamándola cariñosamente su
beatita.
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